jueves, 27 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 25

Pedro no acostumbraba a pasar la noche entera con una mujer. Prefería dormir solo, así que nunca había pasado la noche observando a una mujer dormida. La noche anterior no le quedó elección. No podía escaparse de la cama sin despertar a Valentina ya que la pequeña se había quedado dormida entre sus brazos. No podía moverse, no podía dormir, así que se dedicó a mirar a la mujer que dormía con ellos. Era la alternativa a contar ovejas. En reposo, las líneas de tensión desaparecían de su rostro. Su cabello rizado hacía que pareciera un ángel. Su rostro tenía el aspecto de una estatua, su piel era tan delicada como el alabastro y unas pecas cubrían el puente de su nariz. ¿Con qué estaría soñando cuando movió la cabeza bruscamente contra la almohada? ¿Era él su pesadilla? Incluso dormida, sus labios eran sensuales, una tentación, un tormento, ¿Una invitación?

La noche fue larga. Para cuando Valentina se movió, él podría haber dibujado el rostro de Paula de memoria. La idea le resultaba atractiva, pero carecía del talento necesario. Tenía talento para otro tipo de cosa, igual que ella. Empezó a recordar el beso que habían compartido y se detuvo. Ciertas cosas no debían recordarse delante de un niño. Se cubrió los labios con el dedo, miró a la mujer dormida y le guiñó un ojo a Valentina en un gesto de complicidad.

La niña enseguida captó lo que sucedía y salió de la habitación. Estaba completamente recuperada, se comió un gran desayuno y suplicó que la dejaran salir a los establos para ver al potro nuevo. Pedro la dejó en manos del mismo mozo que lo había enseñado a él a montar cuando era un niño y regresó a la casa. Una vez en el recibidor, oyó pasos y volvió la cabeza hacia ellos.

–Siento decepcionarte, cariño, pero solo soy yo.

Tenía que reconocer que se le había acelerado el corazón al ver que Candela hablaba con sarcasmo.

–Iba a preguntarte si habías dormido bien, pero ya veo que has pasado una mala noche.

Pedro se fijó en las bolsas que estaban junto a la puerta de entrada.

–Ah, sí, dadas las circunstancias, espero que no te moleste, pero me han invitado a una fiesta en Crachan. Imagino que a tí también te habrán invitado, ¿No?

Él asintió.

–Pues yo rechacé la invitación para venir a hacerte compañía, pero dado que... Bueno, he llamado a Gastón y le he dicho que he encontrado un hueco en mi agenda. ¿Sabes lo que me ha dicho? Que cuando se cierra una puerta se abre otra –lo besó en los labios y sonrió.

Pedro, agradecido de que no le montaran un número, la acompañó hasta el taxi que esperaba fuera.


Paula había ido a buscarlos a la cocina cuando sonó su teléfono móvil. Miró el número de la pantalla y contestó:

–¿Diego?

–La madre y el bebé están bien. Sofía ha pesado casi cuatro kilos y Paulina te envía muchos besos.

Paula suspiró y soltó una carcajada.

–Eso es estupendo. Tengo ganas de estar ahí.

–Estamos deseando verte en Navidad. Paulina te manda un beso enorme –Diego lanzó un beso por teléfono.

–Yo también estoy ansiosa por que llegue ese momento –le lanzó otro beso.

Su sonrisa permaneció hasta que se volvió y vió a Pedro. Al instante, percibió el aura de masculinidad que exudaba de su cuerpo y no pudo evitar recordar el beso que habían compartido. Ella se humedeció los labios y trató de no fijarse en su boca. Por supuesto, no pudo fijarse en nada más y el recuerdo de lo que había sentido durante el beso se intensificó. ¿Qué diablos le estaba pasando? Ni siquiera había tenido una conversación de verdad con aquel hombre. Ninguna en la que él no se hubiera comportado de manera maleducada y abusiva, entonces ¿por qué sentía esa extraña atracción hacia él? Era ridículo. Había pasado la noche en una cama con ella y se había levantado sintiéndose más frustrado que nunca en el plano sexual. Y, mientras él estaba allí tumbado sufriendo, al parecer ella estaba soñando con ese tal Diego. Durante un segundo se esforzó para controlar la ola de rabia y disgusto que lo invadía. Desde un principio había sabido lo que era ella, así que, ¿Por qué le parecía tan sorprendente? Por supuesto que tenía un hombre en su vida, ¡La mujer no había aprendido a besar así en un convento!

–Buenos días.

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