Al día siguiente Paula pasó la mañana evitando todos los lugares en los que pudiera encontrarse con Pedro. Sentía su presencia en cada esquina y había empezado a sobresaltarse al ver su propia sombra, hasta tal punto que Valentina le había preguntado si estaba bien. ¡Y eso que tenía cinco años! ¿Y qué diablos hacía escondiéndose como si hubiera hecho algo por lo que tuviera que sentirse culpable? Él era quien la había besado, aunque ella lo hubiera correspondido. Había reaccionado ante aquel beso con entusiasmo, algo que nunca habría imaginado posible. Debía olvidarse del beso y continuar. Y eso implicaba que tendría que ver a aquel hombre en algún momento. Debía ser positiva y tomar la iniciativa. Así sería ella la que elegiría el campo de batalla y las condiciones. Lo irónico fue ser que cuando decidió enfrentarse a él descubrió que ni siquiera estaba en la casa. Pedro se había marchado a Roma temprano. Así que continuó haciendo su trabajo y cuidando de Valentina. Ver el mundo a través de los ojos de una niña era algo que nunca le aburría. Ese era el motivo por el que le encantaba enseñar, y Valentina era una niña encantadora.
El viernes Pedro regresó a Killaran, pero no estaba solo. Paula, que en esos momentos estaba paseando con Valentina, no pudo ver a la mujer que salió del helicóptero con él, pero la noticia se extendió por el castillo en cuestión de segundos. Antes de que entraran al recibidor, todos los empleados sabían que era una mujer bella, con el cabello rubio, de unos treinta y algo años, divorciada y una exitosa abogada de empresa. Se llamaba Candela Gove. Paula ni siquiera se había quitado el abrigo antes de que el grupo de empleados que estaba en la cocina le contara todos los detalles del momento. Hablando bajito para que Jasmine no la escuchara, preguntó:
–¿No será la primera vez que ha traído a una chica a casa?
Resultó que estaba equivocada. Al parecer, aunque a menudo realizaba convites en el castillo, Pedro nunca había llevado a una amante a Killaran.
–Así que parece que esta mujer debe de ser especial.
La única pregunta que se hacía todo el mundo era cuándo celebrarían la boda, y si ella merecía estar con él.
–¿Tú qué opinas, Paula?
–¡Creo que merece que sintamos lástima por ella! –su comentario hizo que todo el mundo la mirara porque, curiosamente, los empleados parecían bastante protectores hacia su jefe.
Paula se encogió de hombros.
–¿Qué? ¿De veras creen que un depredador sexual va a cambiar su forma de ser por haberse casado?
Antes de que los empleados pudieran responder, una vocecita los interrumpió.
–¿Qué es un depredador sex...?
Paula se volvió y se sonrojó al ver que Valentina estaba detrás con una magdalena.
–¿Estabas hablando del tío Pedro? –sus ojos verdes se iluminaron–. ¿Ya está en casa?
–Creo que acaba de llegar, cariño.
La niña salió corriendo de la habitación antes de que Paula pudiera detenerla. Al salir detrás de ella, tiró una taza de café que había sobre una mesa y eso retrasó su salida. La pequeña Valentina llegó a la biblioteca antes de que pudiera alcanzarla.
–No, Valen, puede que tu tío esté muy ocupado –de pronto imaginó a Pedro con la mujer alta y rubia entre los brazos y se estremeció.
–No estará tan ocupado como para no hacerme caso –contestó la pequeña con seguridad antes de abrir la puerta.
Incluso antes de salir del helicóptero Pedro ya se había arrepentido de haber invitado a Candela. No era que tuviera un problema con ella, solo que prefería mantener separadas las diferentes áreas de su vida. Además, aunque su hermana nunca lo había comentado, él sabía que ella agradecía que no paseara a sus amantes delante de su hija. Ambos tenían la experiencia personal de lo que era tomar cariño a alguien que un buen día desaparecía sin más, aunque había veces que Carolina se había alegrado de que desaparecieran. Para Pedro, los «supuestos tíos» se convirtieron en un problema menor cuando cumplió los dieciséis años. Casi de la noche a la mañana, pasó de ser un niño a convertirse en un chico alto y musculoso. Para Carolina, el problema empeoró cuando creció y Pedro no estaba a su lado para protegerla porque se había marchado a estudiar en la universidad. Pedro puso una expresión sombría al recordar que un día se había encontrado con su hermana de catorce años forcejeando con un «supuesto tío» baboso que movió una ramita de muérdago al verlo.
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