martes, 18 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 19

El «supuesto tío» había pasado las Navidades con una mandíbula rota en el hospital y Carolina y él las habían pasado en un hotel. Después de eso, su hermana  había pasado los fines de semana con él y en un internado entre semana. Pedro trató de ignorar los recuerdos y los errores que había cometido en el presente. Solo era un fin de semana y no pensaba invitar a Candela a quedarse a vivir allí. Dudaba que la exitosa abogada con la que había disfrutado de una corta y agradable relación el año anterior estuviera dispuesta a mancharse la ropa jugando con una niña.

Cuando Candela apareció en una reunión como la representante legal de una empresa rival, Pedro se encontró frente a la solución perfecta para los síntomas de frustración sexual que estaba experimentando. Después de la reunión, Candela se había acercado  y le había preguntado si tenía pareja. Cuando él le contestó que no, ella dejó claro que no le importaría retomar la relación con él. El único inconveniente era que tenía que atender una cena de negocios en París esa misma noche, pero le aseguró que al día siguiente estaría disponible. Regresaría a Londres temprano y tendría todo el fin de semana libre.

–El fin de semana tengo que ir a Escocia. ¿Por qué no me acompañas? –la invitó sin pensarlo bien.

Una vez que ella había aceptado la oferta, ya no había nada que hacer. Pasar un fin de semana con Candela en su cama sería la manera perfecta para evitar que aquella pelirroja pudiera convertirse en una obsesión.

–Tienes una casa preciosa. Espero que estos libros los tengas asegurados –dijo ella, pasando el dedo por el lomo de cuero.

Pedro miró a su acompañante mientras ella examinaba los libros de la estantería. En ese momento, se abrió la puerta.

–Lo siento –Paula entró detrás de la niña e intentó agarrarla, pero la pequeña se escabulló y corrió hacia Pedro con la mano extendida.

–¿Qué me has traído?

–¿Quién te ha dicho que te he traído algo, pequeña? –miró a su sobrina mientras rasgaba el papel del regalo que le había sacado del bolsillo, y al instante se percató de la presencia de Paula.

Ni siquiera la presencia de Candela sirvió para protegerlo del fuerte deseo que lo invadió por dentro. Enseguida reconoció que el hecho de haber invitado a la bella abogada no tenía nada que ver con el placer de disfrutar de su compañía ni con la idea de compartir una ardiente relación sexual. Su intención era demostrarle a Paula Chaves que había hombres que podían besarla y marcharse sin mirar atrás. Y se daba cuenta de que la necesidad de demostrar algo, aunque fuera a sí mismo, era una debilidad en sí misma. Deseaba verla celosa... Y eso no era un síntoma de indiferencia. Suspiró y posó la mirada sobre el rostro de Paula. Se fijó en sus mejillas sonrojadas, en su nariz salpicada de pecas, y en su manera de sonreír al mirar a Valentina. Ella volvió la cabeza y lo miró a los ojos. Pedro experimentó un fuerte deseo.

–Tío Pedro, hemos levantado una piedra y contado todos los bichitos que había debajo. ¡Eran asquerosos! No te imaginas la cantidad que había. ¿Tío Pedro?

Pedro apartó la mirada de aquellos ojos azules y atendió a la niña que estaba tirándole de la manga.

–¿Me estás escuchando?

Él se aclaró la garganta y contestó.

–¿Un millón?

–No, tonto, veintidós.

Su manera de mirarla provocó que Paula recordara el beso que habían compartido. Nunca había querido saber cómo era la verdadera pasión, esa que hacía que algunas mujeres sensatas como Paulina actuaran de manera estúpida con hombres que no eran buenos para ellas. Seguía pensando que siempre había otra elección, pero comprendía por qué algunas mujeres tomaban la elección equivocada. Ella no lo haría pero... Observó a Pedro sonreír y se le aceleró el corazón. Con el rostro relajado parecía mucho más joven y atractivo. Apretó los dientes y miró de reojo a la otra mujer. Era alta y elegante, vestida con una blusa de seda y unos pantalones de lino que resaltaban sus interminables piernas y su pequeña cintura. Su aspecto era inmaculado y hacía que ella se sintiera inadecuada, pero, por otro lado, la ventaja era que al tenerla por allí Pedro no tendría tiempo de estar tan pendiente de lo que ella hacía. La idea de que él estuviera agotado después de haber pasado una noche de pasión desaforada con aquella mujer no fue de mucho consuelo para Paula.

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