jueves, 13 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 16

–Te dejaré tranquilo.

Pedro se secó la boca con el dorso de la mano. Un par de segundos más y se convencería de que solo con besarla tendría suficiente, el siguiente paso sería decidir que podría acostarse con ella sin consecuencias. No estaba seguro de por qué la deseaba tanto, pero sabía que no se quedaría tranquilo hasta que sacara a aquella mujer de su casa, de su vida y de su cabeza. Y le habría resultado más fácil si Valentina no se hubiera llevado tan bien con Paula Chaves. Incapaz de contenerse, posó la mirada sobre sus labios. Una vez más, los imaginó hinchados por los besos. Irritado por su falta de control, trató de no pensar en ello.

–¿Dónde está mi sobrina?

Paula se volvió desde la puerta.

–Está jugando en casa de una amiga –se retiró un mechón de pelo de la mejilla, molesta por el tono defensivo que había empleado.

–¿Así que en cuanto tienes la primera oportunidad le cedes tu responsabilidad a otra persona?

Al oír sus palabras, Paula apretó los dientes y lo miró con frustración. Aquello era ridículo.

–Valen está jugando con una amiga. No la he encerrado en su habitación para irme de compras ni nada peor –negó con la cabeza y se dirigió hacia él enfadada.

Se colocó frente a Pedro con las manos sobre las caderas, alzó la barbilla y le preguntó:

–En cualquier caso, ¿Por qué estás aquí hoy? ¿Es posible que quisieras quedarte para acosarme un poco más?

–¿Acosarte?

Su tono la hizo estremecer. Debía terminar con aquella conversación y salir de allí cuanto antes. «Siempre has de terminar lo que empezaste», pensó. Aquello solo podía terminar de una manera. La tensión sexual que había entre ambos era potente.

–No acoso a las mujeres.

–Sabes a lo que me refiero –dijo ella, tratando de escapar de su turbia mirada.

–Aunque algunas me han acosado a mí.

–Me alegro por tí –mintió–. Ya te has asegurado de que no consiga el trabajo. ¿No te parece suficiente? ¿O es que tienes que continuar con esta persecución? –tartamudeó.

–Te dije cómo sería la situación, así que no te enfades.

–¡Lo sé! Tu casa, tus reglas. Lo comprendo y sé que estás esperando a que meta la pata, pero lo que no sé es qué piensas que voy a hacer. ¿Invitar a los hombres casados de los alrededores y montar una orgía en el jardín con Valentina de observadora?

Pedro masculló algo en italiano y ella se calló de golpe. Lo miró y se mordió el labio inferior. No tenía que haber mordido el anzuelo. Él la miró fijamente y ella no fue capaz de adivinar lo que estaba pensando, pero las tensas facciones de su rostro indicaban que estaba muy enfadado.

–No es muy agradable sentir que me vigilan como si estuviera siendo juzgada –murmuró.

–Si no te gusta, hay una solución... Haz las maletas y márchate.

–¡Cielos! ¿Esto es un ejemplo de la famosa hospitalidad de las Highlands o de la calidez italiana?

Observó que él apretaba los labios para no responder y que adoptaba una actitud de superioridad que hizo que Paula perdiera los nervios y soltara lo primero que se le pasó por la cabeza.

–¿Cuál es tu problema? ¿Te doy miedo o algo así?

Él echó la cabeza hacia atrás y no dijo nada. Estiró la mano y le acarició la mejilla con un dedo. Ella cerró los ojos y no pudo evitar volver el rostro hacia la palma de su mano como si fuera una flor en busca de la luz solar. Una ola de calor la invadió por dentro. Entonces, justo cuando comenzaron a flaquearle las piernas, él la apartó. Paula dió un paso atrás. Él se retiró de su lado y ella se estremeció.

–¿Qué tratabas de demostrar con eso?

Con la mano temblorosa, él se frotó la barbilla. ¿Demostrar? ¿De veras pensaba que lo había hecho de manera intencionada? El problema era que no podía evitar reaccionar así ante Paula, y ella actuaba como si no se diera cuenta. La idea de que él estuviera comportándose como aquellos pobres perdedores que había visto durante su infancia no le gustaba. Hombres inteligentes que habían quedado como estúpidos gracias a su madre. Ella nunca había sido cruel de forma intencionada, solo perseguía aquello que le gustaba. «Lo que el corazón desee, Cesare...». Era como si la oyera, encogiéndose de hombros ante cualquier indicio de crítica.

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