No era difícil imaginar aquellas uñas pintadas de color rojo acariciando la piel bronceada de Pedro. Si él continuaba molestándola, a pesar de que su novia estuviera en el castillo, lo ignoraría.
–Mira lo que tengo, Paula.
Paula se fijó en la casita que le entregaba la pequeña. Estaba tallada en madera y tenía todos los detalles. La giró en su mano antes de devolvérsela a Valentina.
–Ya tienes una buena colección.
Valentina quería construir un pueblo entero con las piezas que su tío le regalaba después de cada uno de sus viajes.
–Casi tengo una calle entera y la iglesia también. Gracias, tío Pedro.
–De nada –agarró el brazo de Candela–. Esta es mi sobrina Valentina. Dile hola a la señorita Gove, Valen.
–Hola.
–No tenía ni idea de que tenías una sobrina. ¡Es lindísima! Puedes llamarme tía Candela.
–¿Por qué? No eres mi tía.
La mujer rubia se inclinó hacia Jas, pero se echó atrás sobresaltada.
–¡Cielos, estás llena de barro!
–Paula también –contestó Valentina a modo de defensa.
–Pero yo no tengo azúcar por toda la boca –contestó Paula y sacó un pañuelo de papel de su bolsillo para limpiarle los labios a la niña.
El comentario llamó la atención de la pareja y Paula se sonrojó al ver que la miraban. Era difícil averiguar lo que él pensaba, pero la mujer parecía divertida.
–Madre mía, y ella también –arrugó la nariz–. ¿Eres la niñera?
Sin saber cómo responder, Paula miró a Pedro.
–La señorita Chaves va a ayudar a Carolina durante unas semanas trabajando como cuidadora.
Valentina tiró de la manga de su tío.
–Llámala Paula. No es mi profesora –se rio.
La rubia agarró el brazo de Pedro y rompió el silencio.
–Admiro a las profesoras –dijo de forma inesperada–. Aunque es un trabajo que nunca podría hacer –admitió–. Estoy segura de que tu trabajo también te da muchas satisfacciones y sin tanta responsabilidad.
Paula puso una falsa sonrisa y decidió que las primeras impresiones solían ser acertadas.
–Vaya comentario –murmuró ella, mirando a Pedro fijamente.
–Los niños son el futuro –dijo él.
–Es cierto –dijo Candela.
Y Paula trató de actuar con normalidad mientras Candela actuaba como si él hubiera dicho algo muy profundo y no evidente.
–Creo que la gente que cuida de ellos debería ser irreprochable, ¿No cree, señorita Chaves?
–A mí no me pregunte, yo trabajo por dinero, estatus y prestigio. Vamos, Valen, tenemos que limpiarnos.
Antes de agarrar la mano de la pequeña, Paula creyó ver cierto brillo de diversión en los ojos de Pedro pero, no, debía de ser un efecto de la luz. Él no tenía sentido del humor... Solo un cuerpo estupendo y mucho atractivo sexual.
«Da igual cuántas veces la tumbe verbalmente que Paula siempre se levanta, se recupera y continua luchando», pensó Pedro. Esperaba que ella hubiera metido la pata pero no lo había hecho. Su preocupación inicial por el bienestar de su sobrina bajo el cuidado de Paula había disminuido, pero empezaba a preocuparle su propio bienestar. Se estaba volviendo loco con su presencia.
–Parece que he hecho un mal trabajo –dijo Candela mientras las observaba marchar–. Creo que he ofendido a tu niñera –bromeó.
–No es mi niñera –contestó él sin apartar la mirada de la mujer pelirroja. Su forma de andar era como ella... ¡Provocadora! El balanceo de sus caderas, su manera de... Apretó los dientes y trató de ignorar el deseo que lo corroía por dentro–. Es una auténtica pesada – vió que Candela lo miraba asombrada y forzó una sonrisa–. La ha elegido Carolina, no yo.
–Pues líbrate de ella.
–Me encantaría –una vida sin que aquellos ojos azules lo juzgaran.
Una casa sin el sonido de aquella risa ni aquel perfume que invadía las habitaciones. Sabía que su problema tenía una sencilla solución. Quizá tuviera que vivir bajo el mismo techo que ella, pero siempre podía mudarse a la casita exterior. No le resultaría difícil evitar las habitaciones impregnadas de su aroma, ni permanecer a distancia del sonido de su risa. Pero eso significaría dar prioridad a su comodidad frente al bienestar de Valentina. Necesitaba permanecer vigilante, tenía que estar allí para intervenir si era necesario. Su comodidad personal no tenía nada que ver con todo aquello.
–Nunca te he visto así –comentó Louise mirándolo a la cara–. Puedo echarle un vistazo al contrato si ese es el problema.
–Dudo mucho que tenga contrato.
Candela lo miró asombrada.
–Entonces, legalmente...
Pedro respiró hondo.
–Te agradezco la oferta, Candela, pero lo tengo todo controlado.
De repente, Candela soltó una carcajada.
–Es ella, ¿No es eso? La niñera. Hay algo entre ustedes.
–Por supuesto que no.
Pero Candela no estaba dispuesta a abandonar.
–Me preguntaba por qué me habías invitado aquí. Querías poner celosa a esa chica, ¿No es eso? –soltó una risita.
Pedro frunció el ceño.
–¡No seas ridícula!
–Bueno, bueno. Por una vez en la vida, te toca a tí hacer el esfuerzo para conquistar a alguien.
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