Tal y como era apropiado, Pedro se había detenido para felicitar al candidato elegido después de que terminaran las entrevistas. Para él no había sido difícil tomar una decisión, sin embargo, el comité había tenido que debatir, y la decisión final no había sido unánime. Recordó la mirada dolida de aquellos ojos de color azul cobalto y trató de ignorarla. Estaba seguro de que ella llevaba toda la vida empleando la misma fórmula. La expresividad de sus ojos y su manera de pestañear para contener las lágrimas y mantener la compostura habían conseguido que él tuviera que apretar los dientes. Los miembros del comité que seguían defendiendo la primera elección se habrían disgustado menos si hubiesen sabido lo que él sabía acerca de la señorita Chaves.
–Así que te parece buena idea construir una oficina en el prado después de que derrumbemos el...
Pedro centró la atención en la conversación con su hermana.
–Bien... Bien...
Sus carcajadas provocaron que la gente los mirara.
–¿Qué pasa? –preguntó él, enfadado.
–No has escuchado ni una palabra de lo que he dicho.
Él la miró con impaciencia y abrió la puerta del pasajero.
–Sube al coche, ¿Quieres?
Ella arqueó las cejas.
–Estás de mal humor, hermanito, pero no lo pagues conmigo –le advirtió.
–No estoy de mal humor –tenía las cosas claras en lo que se refería al bienestar de los niños.
Esa vez la risa de su hermana quedó ahogada por el anuncio que explicaba que debido a las inundaciones la línea de trenes con destino a Edimburgo estaba cortada. Malas noticias para los pasajeros que empezaban a vagar resignados por la estación.
–Afortunadamente, decidí tomar el tren anterior –comentó Carolina.
Paula se estremeció bajo la fina chaqueta que llevaba. El nudo que tenía en la garganta apenas le dejaba respirar. Al verlo, el estruendo que retumbaba en su cabeza se hizo más fuerte. Estaba allí de pie, como si fuera el dueño del lugar, sin apartarse para dejar paso porque esperaba que otros lo hicieran. Estaba en medio y la gente tenía que disculparse por haberse chocado con él. Y ella había hecho lo mismo, aunque en su caso, ¡además había permitido que la pisoteara! Había permanecido allí sentada escuchando lo que él le decía durante la entrevista. Si ella le hubiera dicho lo que pensaba de él no estaría sintiéndose...
–¡Ha sido patético! –exclamó en voz alta.
–¿Se encuentra bien, cariño?
Paula forzó una sonrisa y miró a la pareja de ancianos que se había acercado a ella.
–Sí, estoy bien... –mintió.
Se calló al ver que aquel hombre alto y odioso agarraba del codo a su bella acompañante. Respiró hondo y cerró los ojos. Era su oportunidad para decirle lo que realmente pensaba de él. Miró a la pareja y asintió, recogió su bolsa y se adentró entre la multitud.
–Esperaba que trajeras a Valentina. ¿Se encuentra bien?
Mientras su hermana miraba a su alrededor como si esperara que su hija se materializara, Pedro abrió la puerta del lado del pasajero.
–Está bien –la tranquilizó–. He venido directamente de hacer las entrevistas para el puesto de director.
–¿Había muchos candidatos? –Carolina miró la carpeta que estaba abierta sobre el asiento del pasajero y miró el nombre que aparecía en la primera página–. Espero que más de uno.
–Más de uno –repuso el hermano. Le quitó el currículum vitae de las manos y lo tiró al asiento trasero.
Su hermana no hizo ademán de entrar en el coche. Estaba mirando a su hermano fijamente.
–Estás raro. ¿Estás seguro de que Valen está bien? ¿No ha pasado nada?
–Se podría disculpar a un hombre por pensar que no crees que es capaz de cuidar de una niña de cinco años –a pesar de su comentario, Pedro no se sentía ofendido. Era consciente de lo difícil que le resultaba a su hermana delegar la responsabilidad en lo que a su hija se refería, y sabía que él no servía como sustituto de la niñera habitual, que se había roto una pierna. Por suerte, tardaría en recuperarse menos tiempo del que su sobrina había estado confinada en la cama a causa del fuerte dolor de cadera que le provocaba la enfermedad de Perthes.
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