martes, 4 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 7

–Sé que Valen necesita mucha atención y que puede resultar agotador. ¿Qué tal ha ido la fisioterapia esta semana? ¿Ha colaborado? Espero que te acordaras de...

La voz de su hermana se desvaneció entre la multitud de viajeros que salían de la estación. Una mujer llamó su atención. Tenía el cabello de color cobrizo y se dirigía hacia su hermano mirándolo fijamente con sus ojos azules, como si fuera un ángel vengativo. Al verla, él esperó. No había provocado ese encuentro, pero tampoco pensaba evitarlo. A medida que ella se acercaba, notó que el molesto sentimiento de culpa que no había querido reconocer se disipaba. La mujer que se aproximaba no parecía una gatita maltratada, sino más bien una mujer sexy que se movía con la gracia de un felino. La mujer que habría provocado el caos en la pequeña comunidad. Al ver que ella se volvía para recolocarse la bolsa que llevaba en el hombro, apretó los dientes. No pudo evitar fijarse en su trasero firme y redondeado y, al instante, experimentó un fuerte calor en la entrepierna. Era la prueba de que aquella mujer representaba un peligro para los hombres. ¡Y en un par de meses podría haber encandilado a todos los casados de la zona!

–¿La conoces? –preguntó Carolina, mirando a su hermano con curiosidad.

–Mantente al margen de todo esto, Caro.

Paula miró de arriba abajo a la mujer despampanante que acompañaba a Pedro Alfonso y se fijó en su vestido, en los zapatos de tacón de aguja y en su cazadora de cuero de motorista. Una combinación atrevida que ella lucía con mucho estilo. Paula enderezó los hombros, respiró hondo y señaló a Pedro de manera acusadora.

–¡Tú! –exclamó.

Él arqueó una ceja y ladeó la cabeza.

–¿Señora Chaves?

–Me has pisoteado, y me gustaría saber por qué.

–Es mala perdedora, señorita Chaves.

Ella alzó la barbilla y dijo orgullosa:

–Pero una profesora excelente.

Él frunció el ceño al ver que ella se abrazaba pero continuaba temblando.

–¿Por qué no llevas abrigo?

–Lo he perdido –contestó entre dientes y desconcertada–. ¿Por qué lo has hecho? –preguntó. Le resultaba imposible comprender cómo alguien era capaz de haber hecho algo parecido.

–Mi trabajo es asegurarme de que la escuela tenga el mejor director posible y, simplemente, tú no estás a la altura del trabajo – agarró el codo de la mujer morena–. Si me disculpas.

–¡No! –exclamó ella, y lo agarró del brazo.

Él la miró sorprendido y le sujetó la mano. Paula la retiró y la frotó contra su muslo para borrar la sensación de sus fuertes dedos.

–Hay algo más. Lo sé...

–¿Aparte de su incompetencia?

–Los demás pensaron que era competente. Y lo soy –comentó enfadada y se contuvo para no darle una bofetada–. Hasta que llegaste, el comité pensaba que era la persona adecuada para el trabajo.

–En el papel parecía la candidata adecuada.

El comentario hizo que Carolina se fijara en la carpeta que su hermano había lanzado al asiento de atrás.

–¿Adecuada? –preguntó Paula.

Pedro apartó la mirada de sus labios sensuales.

–Estoy seguro de que está acostumbrada a sonreír para conseguir lo que quiere. Ser guapa no garantiza tener privilegios en la vida

Paula pestañeó. ¿Guapa? Esperaba encontrar sarcasmo en su mirada, pero solo vió rabia y algo más que no era capaz de definir pero que provocó que se le formara un nudo en el estómago. No era una mujer guapa. «Por un momento pensé que eras Martina». Había escuchado ese comentario montones de veces en su vida y por fin lo había comprendido. Su prima mayor, a la que admiraba y quería, era una mujer guapa. La belleza era algo sutil. Tenía pecas, la boca demasiado grande y la nariz ligeramente torcida. No estaba mal, pero Paulina era despampanante. Su prima podía haber disfrutado de cualquier hombre, sin embargo, se había enamorado del canalla que había estado a punto de arruinarle la vida.

–Si hay alguien que tenga privilegios... –soltó una carcajada–. ¿Sabes lo que creo? Creo que te gusta demostrar que eres importante porque no lo eres, en realidad eres un abusón –él la miró tan sorprendido que ella estuvo a punto de reírse–. ¿Cuál es tu entretenimiento? ¿Dar patadas a los perritos?

–No me parece un comentario apropiado, señorita Chaves.

No era un cachorrito, pero aquella mujer sexy y pelirroja tenía algo de felino.

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