Pedro no cambió su expresión, simplemente arqueó una ceja y consiguió que ella se sintiera incómoda y pensara en el terrible aspecto que debía de tener con el pelo despeinado, el pantalón de chándal y la sudadera holgada que llevaba. Pero ella no necesitaba su aprobación. Daba igual que la noche anterior hubiera descubierto que sentía debilidad por su sobrina. Una grieta en su armadura no hacía que fuera un hombre menos egocéntrico y arrogante que curiosamente besaba como... Antes de poder evitarlo, ella estaba reviviendo el beso y recordando el sabor de sus labios. Cuando una ola de deseo la invadió por dentro, se puso tensa y apartó la mirada de su rostro.
–Lo siento –se mordió el labio inferior, enojada por haberle pedido perdón. ¿Por qué se estaba disculpando? Solo porque él la estuviera mirando de ese modo no la convertía en una delincuente.
–Solo venía a buscar a Valen. ¿Cómo se encuentra esta mañana? Deberías haberme despertado.
–Valen está en los establos dando de comer al potro. Parece que está bien. La próxima vez, infórmame de que está enferma desde el primer momento.
Su tono de voz dejaba claro que ella no estaba hablando con el hombre que había cantado la nana. Enderezó los hombros y alzó la barbilla, convenciéndose de que era absurdo que se sintiera dolida por la frialdad de su tono de voz. Pero así era.
–Fui enseguida –protestó ella–. Estaba bien cuando la acosté.
–No eres quién para decir que estaba bien. No está bien.
–Lo... Lo siento.
¿Tartamudeaba para hacerlo creer que era un ogro? ¿No lo haría a propósito?
–En el futuro todo lo que tenga que ver con un tratamiento médico para Valen me lo consultas, ¿Lo tienes claro, Paula Chaves?
–Como el cristal, Pedro Alfonso–contestó ella–. Y no te preocupes, la próxima vez que sienta la necesidad de tomar una decisión me contendré, si tú controlas tu necesidad de aprovecharte de mí.
–No hay problema, siempre y cuando no vengas a llamar a mi puerta medio desnuda a las tres de la madrugada.
Ella entornó los ojos.
–Créeme, llamar a tu puerta será lo último que haga. No me gustaría tener que denunciarte por acoso sexual la próxima vez. ¿Cómo está tu novia esta mañana?
–Candela ha tenido que marcharse y yo me voy a Roma, así que te veré a la vuelta. Y, por cierto, si pretendes hacer la jugada del acoso sexual, sería buena idea que no metieras la lengua hasta la garganta de un hombre. ¡Podrían acusarte fácilmente de enviar mensajes contradictorios!
No había rastro de la niebla que había impedido que despegara su avioneta y que había hecho que el viaje de regreso a Killaran fuera tan aburrido. Pero, gracias al microclima que tenían en la zona, frecuentemente tenían patrones climatológicos diferentes. En realidad, nadie esperaba que él acudiera en persona la reunión que tenían en Roma. Sabía que el cambio de decisión en el último minuto había provocado especulaciones, y que los medios habían publicado algunas historias acerca de que el conductor número uno del equipo se marchaba a otro equipo rival.
Pedro reconoció el coche nada más atravesar la puerta de la verja. Blasfemó y frenó en seco para estacionar a su lado. ¿Fernando estaba allí? ¿Eso quería decir que sabía que Paula estaba allí? ¿Habría contactado con él y...? Quizá siempre habían mantenido el contacto. ¿Eso significaba que su relación nunca había terminado? Sintió que algo se retorcía en su interior al pensar en esa posibilidad. También era posible, aunque poco probable, que aquello fuera un giro del destino. ¿Laura estaría con Fernando? ¿La amante ya habría conocido a la esposa? ¿Llegaba demasiado tarde para evitar una crisis? Tampoco podía encerrar a Paula en una de las torres hasta que pudiera librarse de sus inesperados invitados, ¿No? ¿Y por qué se preocupaba tanto, como si fuera asunto suyo? Fernando ya era lo bastante mayor como para cuidar de sí mismo y Paula ni siquiera era su empleada.
Él era el que no la quería allí, el que había advertido de que causaría problemas, y así había sido. Reconocía que era una mujer muy sexy. Lo bastante sexy como para hacer que un hombre quisiera... Tragó saliva y se le formó un nudo en la garganta. Aunque la relación entre ellos hubiera terminado mucho tiempo atrás, Fernando podría mirar a Paula un instante y sentir que le hervía la sangre. Con mirar a Paula una vez, un hombre podía olvidarse de que estaba casado. ¿Qué hombre no lo haría? ¿Y Fernando conocería la existencia de Diego? Sintió que la rabia lo invadía por dentro. ¿Por qué esos hombres permitían que los hicieran quedar como idiotas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario