martes, 18 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 17

–Lo que el corazón desee, Pedro...

A su madre siempre le habían atraído los hombres casados. Sin embargo, cuando rompía la relación con ellos nunca quedaba afectada. No se podía decir lo mismo de los hombres que se enamoraban de ella. Pedro siempre se había preguntado si habría cambiado de actitud en el caso de que en alguna ocasión la hubieran abandonado a ella después de pensar que estaba en el paraíso. Nunca sucedió. Y con esa mujer pasaba lo mismo. Pero ella no era una víctima. No como su amigo Fernando que había estado a punto de abandonar a su esposa por ella. Pero él no estaba casado. Era un ser libre y su corazón no estaba comprometido con nadie. Podía ser el tipo de hombre que algún día le diera a esa bruja provocadora un poco de su propia medicina. Un hombre que no corría el peligro de quedarse atrapado por el tono sexy de su voz o por la mirada dolida de sus grandes ojos azules. Quería mantenerse alejado de ella. Apartarla de su vida. En esos momentos, ella lo miraba enfadada.

–Sé que crees que soy una especie de destrozamatrimonios, pero no... –se calló un momento. «¿Qué estoy haciendo? No me importa lo que piense sobre mí. Y no le debo ninguna explicación. Mejor que piense que la zorra soy yo y no Paulina, que ni siquiera está aquí para defenderse»–. No estoy tan desesperada.

–¿Desesperada?

–Bueno, la única persona con la que podría ser mala eres tú – soltó una carcajada y esperó, pero él no se inmutó.

No habría interpretado sus palabras como una proposición, ¿No?

–Y te prometo que eso no va a suceder.

Pedro le dedicó una sonrisa depredadora. Ella sintió un revoloteo en el estómago y trató de actuar como si no pasara nada.

–¿Porque me encuentras físicamente repulsivo? –sugirió él, con la seguridad de un hombre al que nunca habían contrariado en su vida.

En ese momento, ella lo odiaba de verdad.

–El físico no lo es todo.

Él se rió y Paula, la persona más pacífica del mundo, quería asesinarlo.

–¡Por supuesto que no! Una mujer sensata como tú nunca saldría con un hombre que no tuviera dinero para mimarla con pequeños lujos de la vida.

Él arqueó una ceja y ella se sonrojó. ¡Parecía una virgen enfadada! ¿Quizá eso fuera parte de su encanto?

Pedro puso una mueca de disgusto. Algunos hombres encontraban excitantes a las mujeres inexpertas, pero él no era uno de ellos. Se sentía atraído por mujeres abiertas de mente y que tuvieran tanta experiencia como él en el tema sexual. Había muchas mujeres así. El error con Paula Chaves era dejarse llevar por las apariencias. Esa mujer tenía tanta experiencia sexual como cualquiera de sus compañeras, a pesar de que tratara de disimularlo. Le gustaban las personas directas y sinceras, y su falsedad lo enfadaba. Pero su enfado no evitó que deseara arrancarle la ropa mientras la besaba de manera apasionada y sabía que, en el momento en que la tocara, no habría vuelta atrás.

–Estoy segura de que te lo habrán dicho cientos de veces, pero tu modestia es una de las cosas más encantadoras de ti –comentó Paula–. Odio tener que decírtelo, pero creo que puedo tener algo mejor que un ex piloto de carreras con tendencia megalómana. No estás mal, pero no eres tan irresistible como crees.

Pedro arqueó las cejas y la miró un instante. Después se fijó en sus labios y sintió un fuerte calor en la entrepierna. Se acercó a ella, la agarró por la cintura y la estrechó contra su cuerpo antes de inclinar la cabeza y besarla en la boca con decisión. De pronto, el calor se convirtió en fuego. No era un beso delicado, sino exigente. Con el que trataba de ejercer el control.

Antes de cerrar los ojos, Paula se percató de que el brillo de los ojos de Pedro era tan intenso que sintió que se derretía por dentro. Ella trató de sobreponerse. Pedro  besaba muy bien. ¿Y qué? Era de esperar. Solo un beso, pero su aroma masculino y el calor de su cuerpo se habían apoderado de ella, así como la sensación de su miembro erecto presionado contra su pelvis. Tras la sorpresa inicial, ella se movió contra él para incrementar la erótica fricción. Le rodeó el cuello y abrió la boca para recibir la invasión de su lengua. Más tarde se enfrentaría al conflicto. Por el momento, se abandonaría y permitiría que el deseo la consumiera. Lo quería. La cabeza le daba vueltas, las piernas no le respondían, tenía el corazón acelerado y notaba el pulso en cada parte de su cuerpo. ¡No solo era un beso! Aquella era una clase magistral de seducción. Puesto que había perdido el control de su cuerpo, Paula intentó mantener el control de su mente y distanciarse de lo que estaba sucediendo. Él se separó de ella un instante, pero no le soltó la barbilla. Estaba lo suficientemente cerca como para que ella pudiera sentir su cálida respiración sobre los labios, pero a suficiente distancia como para que ella pudiera escapar de la nube de sensualidad que la envolvía.

La realidad se impuso como un jarro de agua fría. Jadeando, apoyó las manos sobre su torso musculoso y lo empujó. Él la soltó y Paula dió varios pasos hacia atrás tambaleándose. Pedro no sabía con cuál de los dos estaba más furioso: con ella, por embelesarlo, o con él mismo, por su manera de reaccionar. Si alguna vez se había preguntado por qué Paul había podido hacer esa estupidez, ya lo sabía.

–¡Márchate! –exclamó él.

Paula estaba temblando y era incapaz de moverse. Sentía una mezcla de vergüenza, odio hacia sí misma y asombro.

–No puedes echarme... No eres tú el que paga mi sueldo.

–No te estaba echando, estaba diciéndote... –arqueó las cejas–. Lo siento, estaba pidiéndote que te fueras de mi vista a menos que te apetezca repetir.

Paula recuperó las fuerzas y se apresuró para salir de allí. No era la opción más digna pero, sin duda, la más sensata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario