jueves, 27 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 28

–Esto sí que es una sorpresa, Fernando. ¿Está Laura contigo? ¿Y los niños?

Fernando se rellenó el vaso, lo levantó hacia Pedro y negó con la cabeza.

–Laura me ha dejado... De hecho, me ha echado de casa – balbuceó.

–¿Ha descubierto lo de Pauli?

¿Se habría confesado Fernando? Pedro descartaba esa posibilidad. Fernando no era el tipo de hombre capaz de confesarse. Era de los que les contaba el problema a sus amigos y esperaba a que se lo solucionaran. ¿Cuántas veces habían imaginado esa escena durante los últimos cinco años? Al pensar en ello, experimentó un sentimiento de culpa. Estaba en deuda con Fernando. Y su amigo lo sabía. Su amigo continuaría contándole sus problemas. ¿Cómo lo llamaban los psicólogos? ¿Comportamiento adquirido?

Fernando frunció el ceño y pestañeó.

–¿Estás bien? Pareces... –de pronto puso una amplia sonrisa–. Quieres decir, Pauli, la maravillosa Pauli. Tan dulce... Tan ardiente... Era la mejor.

Pedro puso una mueca de disgusto. Cerró los puños a ambos lados del cuerpo y apretó los dientes.

–No, ella nunca descubrió lo de Pauli, pero Pauli era diferente, era auténtica. Ojalá... –suspiró sin acabar la frase–. No, esto no ha sido nada. Una aventura de una noche, eso es todo –chasqueó los dedos antes de beber otro trago de whisky–. Pero Laura no lo ve así. Y no quiere escucharme –se quejó.

Hizo una pausa como si esperara algún comentario de complicidad en respuesta a su queja y, al ver que Pedro no decía nada, bebió otro trago.

–Confiaba en que tú la hicieras entrar en razón, Pedro. Le caes bien. Tienes un don para las mujeres.

–No se trata de tener un don, se trata de no ser infiel.

Antes de que Fernando pudiera responder, se abrió la puerta y se percibió el sonido distante de la risa de Valentina, el ladrido de los perros.  Paula entró en la habitación dispuesta a discutir. No hacía falta ningún talento especial para saberlo, todo su cuerpo lo mostraba. Pedro siguió a su instinto en lugar de a la lógica y se colocó delante de ella para taparle la vista a Fernando. Era una vista que merecía la pena contemplar. Los vaqueros ajustados que llevaba enfatizaban las curvas de su trasero, el jersey era del color de sus ojos y tenía un mensaje en el pecho que invitaba al observador a salvar el bosque para el futuro. Consideraba que la probabilidad de que un hombre leyera el mensaje y pensara en los árboles era muy escasa.

–¿No puedes esperar?

Paula apretó los dientes.

–Siento molestarte, pero he visto el coche y me dí cuenta de que habías regresado –comentó–. Y, puesto que me has pedido que te consulte antes de tomar decisiones importantes, he venido a hablar contigo. Mientras paseábamos a los perros, nos hemos encontrado con Noelia y su madre. Han invitado a Valentina a dormir a su casa. Les he explicado que tenía que consultarlo contigo ya que yo solo soy la cuidadora y no quería excederme en mi autoridad.

–Sí, está bien.

Paula se quedó boquiabierta. El anticlímax era intenso. Se sentía como si estuviera elegantemente vestida y no tuviera dónde ir.

–¿Está bien?

–Sí, está bien.

–Pero... –se calló.

¿Qué era lo que esperaba de él? ¿Una mala contestación? Se percató de que lo que quería era que Pedrose hubiera fijado en ella. Sentirse ignorada era mucho peor que recibir un insulto o una mala contestación.

–¿Eso es todo? –preguntó él con impaciencia.

Ella respiró hondo y se encogió de hombros.

–Sí, está bien, las llamaré para decírselo –de pronto percibió movimiento detrás de Pedro.

Pedro se cruzó de brazos y dió un paso hacia ella.

–Eso es todo, Paula Chaves.

La dureza de su tono de voz hizo que ella se fijara de nuevo en su rostro. Al instante, vió que alguien se levantaba del sofá y, tambaleándose, se acercaba a buscar la botella que había sobre el escritorio.

–Uy, lo siento –dijo ella–. No sabía que tenías compañía.

Pedro dió otro paso hacia ella y la miró fijamente. ¿Habría interrumpido un importante acuerdo de negocios? No lo parecía, teniendo en cuenta la cantidad de whisky que aquel extraño se estaba sirviendo en el vaso. Lo que era evidente era que estaba molestando.

Culpable: Capítulo 27

Paula estaba sentada en un tocón observando cómo Valen jugaba con el cachorro que saltaba con un palo en la boca. La risa de la niña la hizo sonreír, pero la tristeza permaneció en su mirada mientras volvía la cabeza hacia el aire y respiraba el aroma de las montañas. Era incapaz de conseguir la sensación de serenidad que normalmente le proporcionaba un lugar salvaje como ese. «Habría permitido que pasara», se dijo. La idea hizo que se avergonzara. El recuerdo de lo que había sucedido la hizo estremecer.

Tenía que centrarse en lo positivo. No había sucedido nada malo... Todavía. Había sido culpa suya. Había bajado la guardia, algo que había prometido que no haría jamás después de aquella noche terrible en la que había descubierto lo que el amor podía hacerle a una persona. Nunca permitiría que nadie le hiciera lo que ese hombre le había hecho a Paulina. Y lo había hecho. No a causa del amor. Había cometido un error, pero no ese. No confundía el deseo con amor, aunque comprendía un poco mejor a la gente que lo hacía. El asunto era que, mientras no podía mirar a Pedro sin pensar en el beso que habían compartido y sin temblar de deseo, él ni siquiera le gustaba. Lo que sentía por él no era real. Al día siguiente, podría despertar, mirarlo y pensar: ¿Qué era lo que ví en él? Aparte de un rostro perfecto y un cuerpo increíble con el que se podían inventar mil fantasías... Apretó los labios al sentir un nudo en el estómago.

Por la mañana, él había actuado como si no hubiera sucedido nada, y después ¡La había acusado de provocarlo! Ni siquiera cuando Marcos la dejó se había sentido vulnerable. Un poco decepcionada sí, y quizá un poco tonta. Era irónico, había pensado que tenía la vida solucionada. No había permanecido sentada esperando a un caballero que resultó ser un sapo. Había permitido que un ordenador le encontrara a un hombre que creyera que el matrimonio basado en el respeto mutuo y en los intereses comunes tenía más posibilidad de perdurar que algo basado en una atracción química transitoria. Y él la había abandonado, si no en el altar, muy cerca de él, ¡Y por una modelo de lencería! Si aquello tenía que ver con el sexo, quizá debería superar... Negó con la cabeza. ¿Acostarse con Pedro? Enseguida pensó en la parte negativa del plan. Él no estaría interesado en ella a no ser que acabara de discutir con su novia. Sabía que un hombre como Pedro, nunca se fijaría en ella. Una disputa entre amantes era la única cosa que explicaba la ausencia de aquella mujer en su habitación.


Pedro todavía blasfemaba en dos idiomas cuando se abrió la puerta antes de que él llegara a ella. Apretó los labios para permanecer en silencio. Durante su corta carrera como piloto había sido conocido por su capacidad para mantener la calma bajo cualquier circunstancia. Sin embargo, en aquellos momentos tenía que esforzarse para controlar sus sentimientos y, si la expresión de su ama de llaves era un buen indicativo, no lo estaba haciendo muy bien. Ladeó la cabeza, miró a la señora Mack y, puesto que no se fiaba de que fuera capaz de hablar sin gritar, arqueó una ceja a modo de pregunta.

–El señor Dane está en la biblioteca.

Pedro intentó no leer demasiado en su gesto de desaprobación. A su ama de llaves había muchas cosas que no le gustaban, no solo el hecho de descubrir que un amigo casado tenía una aventura amorosa con una empleada. A pesar de todo, la imagen que lo torturaba permaneció en su cabeza, provocando que corriera hasta la puerta de la biblioteca y se detuviera allí para respirar hondo. Resultó que Fernando estaba solo. A lo único que se había acercado había sido a la botella de whisky. No tenía problema en compartir la bebida, pero cuando se trataba de su... Frunció el ceño. ¿Qué era ella aparte de no ser nada suyo? No era suya, pero le suponía una auténtica pesadilla y no le pagaban para que se acostara con su amigo casado, así que su actitud estaba totalmente justificada.

Culpable: Capítulo 26

Pedro no cambió su expresión, simplemente arqueó una ceja y consiguió que ella se sintiera incómoda y pensara en el terrible aspecto que debía de tener con el pelo despeinado, el pantalón de chándal y la sudadera holgada que llevaba. Pero ella no necesitaba su aprobación. Daba igual que la noche anterior hubiera descubierto que sentía debilidad por su sobrina. Una grieta en su armadura no hacía que fuera un hombre menos egocéntrico y arrogante que curiosamente besaba como... Antes de poder evitarlo, ella estaba reviviendo el beso y recordando el sabor de sus labios. Cuando una ola de deseo la invadió por dentro, se puso tensa y apartó la mirada de su rostro.

–Lo siento –se mordió el labio inferior, enojada por haberle pedido perdón. ¿Por qué se estaba disculpando? Solo porque él la estuviera mirando de ese modo no la convertía en una delincuente.

–Solo venía a buscar a Valen. ¿Cómo se encuentra esta mañana? Deberías haberme despertado.

–Valen está en los establos dando de comer al potro. Parece que está bien. La próxima vez, infórmame de que está enferma desde el primer momento.

Su tono de voz dejaba claro que ella no estaba hablando con el hombre que había cantado la nana. Enderezó los hombros y alzó la barbilla, convenciéndose de que era absurdo que se sintiera dolida por la frialdad de su tono de voz. Pero así era.

–Fui enseguida –protestó ella–. Estaba bien cuando la acosté.

–No eres quién para decir que estaba bien. No está bien.

–Lo... Lo siento.

¿Tartamudeaba para hacerlo creer que era un ogro? ¿No lo haría a propósito?

–En el futuro todo lo que tenga que ver con un tratamiento médico para Valen me lo consultas, ¿Lo tienes claro, Paula Chaves?

–Como el cristal, Pedro Alfonso–contestó ella–. Y no te preocupes, la próxima vez que sienta la necesidad de tomar una decisión me contendré, si tú controlas tu necesidad de aprovecharte de mí.

–No hay problema, siempre y cuando no vengas a llamar a mi puerta medio desnuda a las tres de la madrugada.

Ella entornó los ojos.

–Créeme, llamar a tu puerta será lo último que haga. No me gustaría tener que denunciarte por acoso sexual la próxima vez. ¿Cómo está tu novia esta mañana?

–Candela ha tenido que marcharse y yo me voy a Roma, así que te veré a la vuelta. Y, por cierto, si pretendes hacer la jugada del acoso sexual, sería buena idea que no metieras la lengua hasta la garganta de un hombre. ¡Podrían acusarte fácilmente de enviar mensajes contradictorios!

No había rastro de la niebla que había impedido que despegara su avioneta y que había hecho que el viaje de regreso a Killaran fuera tan aburrido. Pero, gracias al microclima que tenían en la zona, frecuentemente tenían patrones climatológicos diferentes. En realidad, nadie esperaba que él acudiera en persona la reunión que tenían en Roma. Sabía que el cambio de decisión en el último minuto había provocado especulaciones, y que los medios habían publicado algunas historias acerca de que el conductor número uno del equipo se marchaba a otro equipo rival.

Pedro reconoció el coche nada más atravesar la puerta de la verja. Blasfemó y frenó en seco para estacionar a su lado. ¿Fernando estaba allí? ¿Eso quería decir que sabía que Paula estaba allí? ¿Habría contactado con él y...? Quizá siempre habían mantenido el contacto. ¿Eso significaba que su relación nunca había terminado? Sintió que algo se retorcía en su interior al pensar en esa posibilidad. También era posible, aunque poco probable, que aquello fuera un giro del destino. ¿Laura estaría con Fernando? ¿La amante ya habría conocido a la esposa? ¿Llegaba demasiado tarde para evitar una crisis? Tampoco podía encerrar a Paula en una de las torres hasta que pudiera librarse de sus inesperados invitados, ¿No? ¿Y por qué se preocupaba tanto, como si fuera asunto suyo? Fernando ya era lo bastante mayor como para cuidar de sí mismo y Paula ni siquiera era su empleada.

Él era el que no la quería allí, el que había advertido de que causaría problemas, y así había sido. Reconocía que era una mujer muy sexy. Lo bastante sexy como para hacer que un hombre quisiera... Tragó saliva y se le formó un nudo en la garganta. Aunque la relación entre ellos hubiera terminado mucho tiempo atrás, Fernando podría mirar a Paula un instante y sentir que le hervía la sangre. Con mirar a Paula una vez, un hombre podía olvidarse de que estaba casado. ¿Qué hombre no lo haría? ¿Y Fernando conocería la existencia de Diego? Sintió que la rabia lo invadía por dentro. ¿Por qué esos hombres permitían que los hicieran quedar como idiotas?

Culpable: Capítulo 25

Pedro no acostumbraba a pasar la noche entera con una mujer. Prefería dormir solo, así que nunca había pasado la noche observando a una mujer dormida. La noche anterior no le quedó elección. No podía escaparse de la cama sin despertar a Valentina ya que la pequeña se había quedado dormida entre sus brazos. No podía moverse, no podía dormir, así que se dedicó a mirar a la mujer que dormía con ellos. Era la alternativa a contar ovejas. En reposo, las líneas de tensión desaparecían de su rostro. Su cabello rizado hacía que pareciera un ángel. Su rostro tenía el aspecto de una estatua, su piel era tan delicada como el alabastro y unas pecas cubrían el puente de su nariz. ¿Con qué estaría soñando cuando movió la cabeza bruscamente contra la almohada? ¿Era él su pesadilla? Incluso dormida, sus labios eran sensuales, una tentación, un tormento, ¿Una invitación?

La noche fue larga. Para cuando Valentina se movió, él podría haber dibujado el rostro de Paula de memoria. La idea le resultaba atractiva, pero carecía del talento necesario. Tenía talento para otro tipo de cosa, igual que ella. Empezó a recordar el beso que habían compartido y se detuvo. Ciertas cosas no debían recordarse delante de un niño. Se cubrió los labios con el dedo, miró a la mujer dormida y le guiñó un ojo a Valentina en un gesto de complicidad.

La niña enseguida captó lo que sucedía y salió de la habitación. Estaba completamente recuperada, se comió un gran desayuno y suplicó que la dejaran salir a los establos para ver al potro nuevo. Pedro la dejó en manos del mismo mozo que lo había enseñado a él a montar cuando era un niño y regresó a la casa. Una vez en el recibidor, oyó pasos y volvió la cabeza hacia ellos.

–Siento decepcionarte, cariño, pero solo soy yo.

Tenía que reconocer que se le había acelerado el corazón al ver que Candela hablaba con sarcasmo.

–Iba a preguntarte si habías dormido bien, pero ya veo que has pasado una mala noche.

Pedro se fijó en las bolsas que estaban junto a la puerta de entrada.

–Ah, sí, dadas las circunstancias, espero que no te moleste, pero me han invitado a una fiesta en Crachan. Imagino que a tí también te habrán invitado, ¿No?

Él asintió.

–Pues yo rechacé la invitación para venir a hacerte compañía, pero dado que... Bueno, he llamado a Gastón y le he dicho que he encontrado un hueco en mi agenda. ¿Sabes lo que me ha dicho? Que cuando se cierra una puerta se abre otra –lo besó en los labios y sonrió.

Pedro, agradecido de que no le montaran un número, la acompañó hasta el taxi que esperaba fuera.


Paula había ido a buscarlos a la cocina cuando sonó su teléfono móvil. Miró el número de la pantalla y contestó:

–¿Diego?

–La madre y el bebé están bien. Sofía ha pesado casi cuatro kilos y Paulina te envía muchos besos.

Paula suspiró y soltó una carcajada.

–Eso es estupendo. Tengo ganas de estar ahí.

–Estamos deseando verte en Navidad. Paulina te manda un beso enorme –Diego lanzó un beso por teléfono.

–Yo también estoy ansiosa por que llegue ese momento –le lanzó otro beso.

Su sonrisa permaneció hasta que se volvió y vió a Pedro. Al instante, percibió el aura de masculinidad que exudaba de su cuerpo y no pudo evitar recordar el beso que habían compartido. Ella se humedeció los labios y trató de no fijarse en su boca. Por supuesto, no pudo fijarse en nada más y el recuerdo de lo que había sentido durante el beso se intensificó. ¿Qué diablos le estaba pasando? Ni siquiera había tenido una conversación de verdad con aquel hombre. Ninguna en la que él no se hubiera comportado de manera maleducada y abusiva, entonces ¿por qué sentía esa extraña atracción hacia él? Era ridículo. Había pasado la noche en una cama con ella y se había levantado sintiéndose más frustrado que nunca en el plano sexual. Y, mientras él estaba allí tumbado sufriendo, al parecer ella estaba soñando con ese tal Diego. Durante un segundo se esforzó para controlar la ola de rabia y disgusto que lo invadía. Desde un principio había sabido lo que era ella, así que, ¿Por qué le parecía tan sorprendente? Por supuesto que tenía un hombre en su vida, ¡La mujer no había aprendido a besar así en un convento!

–Buenos días.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 24

–¿Culparte? ¿Cómo iba a hacer tal cosa? Solo eres una víctima inocente a la que le pasan cosas. Como, por ejemplo, verse implicada en una relación con hombres casados...

–Tienes razón –murmuró ella–. Escoge los puntos fuertes de mi vida –contestó sintiéndose incómoda.

Era legítimo que quisiera proteger a Paulina, pero no estaba bien que se convirtiera en víctima cuando simplemente había sido una mera observadora de lo que le había pasado a su prima. No era ella la que había perdido el bebé y casi su propia vida. Era Paulina. Que tuviera que recordárselo demostraba que había llegado demasiado lejos para tratar de protegerla.

–¡Basta! –exclamó junto a la puerta de la habitación de Jas y se volvió para mirar a Pedro a los ojos–. No es culpa mía si has discutido con tu novia. No la pagues conmigo y no me utilices como sustituta. No sé por qué lo has hecho, y no quiero que lo hagas, pero no me ha gustado que me utilizaras de ese modo solo por estar allí.

–No parecía disgustarte en ese momento.

–No me diste mucha oportunidad de hacer nada, solo... No quiero que me entrevistes para el trabajo de sustituta –entornó los ojos y le advirtió–. Así que, si me pones la mano encima otra vez, yo... –la había tocado y ella no había deseado que parara. Quería más. Mucho más–. ¡No vuelvas a hacerlo! –soltó.

Él echó la cabeza hacia atrás y contestó:

–No aparezcas en mi puerta medio desnuda.

Paula se cubrió el rostro con las manos y trató de recuperar la compostura antes de seguirlo hasta el interior de la habitación. Pedro ya estaba junto a la cama de su sobrina.

–¿Cómo estás, pequeña?

–Quiero que venga mamá.

–Lo sé, cariño. ¿Cómo te encuentras? ¿Mejor?

La pequeña asintió.

–Ha sido el paño mágico de Paula. Me frotó la frente con él y me encuentro mucho mejor. ¿Tú tienes un paño mágico?

–No tengo nada mágico.

–Una canción... ¿Una nana? –dió una palmadita sobre la cama para que se sentara.

Pedro se tumbó a su lado, junto a un grupo de conejitos de color rosa.

–El rosa te queda bien –dijo Paula, cuando sus miradas se cruzaron.

Conteniéndose delante de su sobrina, Pedro contestó con tono neutral:

–Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.

Paula sonrió a Valentina, miró a su tío con frialdad y se marchó.

–No, quiero que te quedes, Paula –se quejó Valentina.

Paula se volvió y suspiró.

–Creo que no hay sitio para todos. Me iré y...

–¡Aquí! –Valentina señaló un sitio a su derecha que no estaba ocupado por su tío.

Cuando Paula no respondió a su petición, empezaron a temblarle los labios. Cedió al ver la primera lágrima.

–Está bien, me tumbaré aquí hasta que te quedes dormida.

«Estoy compartiendo la cama con Pedro Alfonso. ¡Seguro que no hay muchas vírgenes de veintitantos años que puedan decir eso!». Se preguntaba qué diría él si lo supiera. Marcos, su ex novio, se había quedado alucinado y ella sospechaba que la idea de casarse con una mujer virgen había sido el motivo por el que había dejado de presionarla para tener relaciones sexuales con ella. Y se había sentido aliviada. Cuando Marcos la dejó, se justificó haciendo algunas referencias a su frigidez y a ella no le pareció injusto. Después Pedro la había besado.

–No, no te vayas. ¿Me lo prometes?

Paula suspiró:

–Te lo prometo.

Valentina miró a uno y otro lado.

–Esto es divertido.

Los dos adultos se miraron por encima de la cabeza de la niña. Paula puso una media sonrisa al ver que Pedro la miraba con humor. Cuando se percató de lo que estaba haciendo, bajó la mirada y se puso seria. Lo último que deseaba era que él sintiera que tenían una relación de cualquier tipo. Era fundamental que lo considerara su enemigo. Y después de lo que había sucedido aquella noche, era más importante que nunca. La única manera de mantenerlo a una distancia prudencial y evitar que la volviera a besar era pensando en él como un autómata frío y arrogante.

–Tío Pedro, cántame la canción que solías cantarle a mamá cuando estaba triste.

Y justo cuando Paula pensaba que aquella situación no podía ser más surrealista, Pedro comenzó a cantar. Tenía buena voz y, aunque ella no comprendía la letra en italiano, la melodía era suave y tranquilizante. Cerró los ojos. Cuando los abrió, estaba sola en la cama. El reloj de la mesilla marcaba las nueve y media. Se levantó de la cama de un salto.

Culpable: Capítulo 23

Él carraspeó y, sin decir palabra, dio un paso adelante y la agarró por la cintura estrechándola contra su cuerpo. Paula fue incapaz de hacer nada. Sintió como una explosión en el techo y se le cortó la respiración. Permaneció inmóvil durante unos instantes y, al notar el cuerpo musculoso de Pedro contra el suyo, se derritió por dentro y gimió contra sus labios antes de abrir la boca para recibirlo. Era incapaz de pensar, aturdida por el aroma que desprendía el cuerpo de Pedro y por el roce de su miembro erecto. Cuando su espalda golpeó contra la pared de piedra, sintió dolor, pero no el suficiente como para desear que aquello terminara. Se percató de que estaba de pie contra la pared opuesta a la puerta abierta de la habitación. Notó que cada vez le temblaban las piernas a medida que el fuerte deseo se apoderaba de ella. Al cabo de unos instantes no podría hacer nada, así que debía hacerlo cuanto antes. Reunió la fuerza necesaria, apoyó las manos sobre el torso desnudo de Pedro y lo empujó. Negó con la cabeza. ¿Cómo podía ser que un error tan grande pudiera parecer algo tan maravilloso?

–No. No, necesito... –se calló al ver que él le acariciaba el muslo derecho y metía la mano bajo el camisón.

Él la miró a los ojos y sonrió.

–Sé lo que necesitas.

Ella se estremeció. Lo más aterrador era que él parecía saber exactamente lo que ella necesitaba, o al menos lo que deseaba. Luchó contra su poderío sensual, consciente de que en cuanto aceptara lo que él le ofrecía, en cuanto se abandonara al placer, todo habría terminado. Se armó de valor y lo empujó de nuevo por el torso. Pedro la agarró de los codos y tiró de ella contra su cuerpo, de forma que pudiera sentir su miembro erecto en la entrepierna. A Paula se le nubló la visión. Él se había inclinado para besarla y ella se puso de puntillas para recibirlo a mitad de camino.

–Valentina está enferma... ven... –le dijo con unos labios que no parecían los suyos, hinchados por los besos y ansiosos por suplicarle que no dejara de besarla.

Pedro pestañeó y negó con la cabeza como si acabara de despertar de un sueño. Respiró hondo y la soltó.

–¿Por qué no lo has dicho antes? –preguntó.

Ella se quedó boquiabierta al oír la reprimenda. ¿Cómo era posible que alguien besara de ese modo? ¿O que acariciara con tanto ardor y que luego hablara con tanta frialdad? Se retiró de la pared y trató de agarrar el cinturón del albornoz. Le temblaban tanto las manos que decidió abrazarse antes de decir:

–No me has dado mucha oportunidad.

–¿Estás segura de que está enferma? Cuando está nerviosa tiene pesadillas...

–Estoy segura –contestó ella, frotándose los brazos.

Era surrealista que estuvieran hablando de ese modo. No había nada en la forma de comportarse de Pedro que indicara que momentos antes había estado a punto de llevarla a la cama. Si hubieran sido capaces de llegar tan lejos. Bajó la mirada y suspiró avergonzada. Se lo habría permitido. Pedro se pasó la mano por el cabello oscuro y la miró de forma acusadora.

–¿Valen está enferma y la has dejado sola? –«¡Y has aparecido en mi puerta con ese aspecto!».

Se fijó en que el albornoz de raso que llevaba dejaba entrever que el botón de arriba de su camisón estaba desabrochado y dejaba al descubierto parte de sus pechos. Aunque lo hubiera llevado abrochado hasta el cuello, no habría podido controlar el deseo que lo invadía por dentro. ¡Mal momento! Nunca habría un momento bueno para que esa bruja provocativa apareciera medio vestida en su puerta. El error era intentar racionalizar la atracción que sentía por ella. La locura era algo que no se podía racionalizar.

–Regresa con Valen. Iré en cuanto me vista –dijo él.

Paula respiró hondo y se marchó. Segundos más tarde, él apareció a su lado.

–No te asustes –lo tranquilizó–. No creo que sea nada grave.

–¿Me puedes repetir cuál es tu cualificación médica?

Ella respondió entre dientes y aceleró el paso para poder seguirlo.

–Cúlpame si así te sientes mejor, pero es posible que no sea culpa de nadie. Los niños tienen dolores de estómago, fiebre... A veces solo necesitan un abrazo para encontrarse mejor.

Culpable: Capítulo 22

–Tengo sed.
Paula agarró el vaso vacío que había sobre la mesilla y se dirigió a la cocina para rellenarlo de agua.

–Solo bebe un sorbito. Humedécete los labios, ¿Mejor?

Valentina asintió y Paula besó la frente de la pequeña.

–Quiero que venga mamá –dijo con voz temblorosa.

Paula estaba segura de que, si Carolina hubiese visto a su hija en ese momento, habría tomado el primer avión de regreso. ¡Y Valentina se habría olvidado de que estaba enferma!

–Lo sé, cariño. ¿Qué te parece si llamo a tu tío Pedro?

Valentina asintió.

–Sí, quiero que venga el tío Pedro.

–No tardaré mucho. Acurrúcate y yo... –«iré a sacar a tu tío de la cama. Y de los brazos de su amada». Sintió una náusea y pensó si no tendría el mismo virus que Valentina–. Vuelvo enseguida –le prometió.

Cuando el primer día el ama de llaves le hizo un tour de la casa, Paula prestó mucha atención. Recordaba que la señora Mack le había mostrado la escalera que llevaba hasta los aposentos privados del señor Alfonso y le había dicho que no se podía pasar. Pero, a las tres de la madrugada, esa norma podía pasarse por alto. El tío de Valentina le echaría la culpa. Había estado esperando a que metiera la pata y probablemente estaría encantado de tener un motivo. «No es cierto y lo sabes», oyó que le decía una vocecita. Por muchos fallos que tuviera, no comportarse de manera protectora con su sobrina no era uno de ellos. De ninguna manera dejaría sufrir a la niña para demostrar que tenía razón. Pedro encontraría la manera de argumentar que había sido culpa de ella, y quizá no estaba tan equivocado. Ella había visto que Valentina tenía las mejillas sonrojadas a la hora de acostarla y en lugar de tomarle la temperatura le había dado un baño caliente. Era posible que Carolina dijera que ella era la que estaba a cargo, pero Paula sabía que en una situación como esa no esperaría que ella tomara una decisión unilateral. Lo más importante era que ella solo era... ¿Cómo la había llamado? Una cuidadora. Lo había dicho a modo de insulto, pero era una descripción precisa de su función. El hermano de Angel era la persona apropiada para decidir qué debían hacer y si había algún hombre capaz de tomar decisiones era el tío de Valentina. Tampoco tendría mucho tiempo para ello. ¡Y no creía que la indecisión fuera su estilo! Solo las mujeres altas, rubias y de piernas largas.

Al final de la escalera había un pasillo con cuatro habitaciones. En una de ellas se filtraba la luz por debajo de la puerta y se oía música en el interior. Ella frunció el ceño. ¿Pedro no dormía? ¿O es que tenía insomnio? Cuando encontró la explicación se sintió estúpida. No estaba durmiendo, estaba... Estaban... Negó con la cabeza para borrar las imágenes que se formaban en su cabeza y apretó la mano contra su vientre. No quería saber lo que Pedro y la bella Candela estaban haciendo tras aquella puerta. Respiró hondo, se armó de valor y llamó. Inquieta, esperó a que abrieran.

Candela no hablaba en serio cuando le sugirió a Pedro que, dadas las circunstancias, a lo mejor prefería no compartir la cama con ella esa noche.

–Aunque, si lo que sugieres es que hagamos un trío, sabes que estoy dispuesta a probar cosas nuevas –añadió.

Cuando él le contestó que tenía trabajo por hacer y que quizá fuera mejor que ella pasara la noche en la habitación de invitados, se quedó sorprendida y un poco molesta.  Y, debido a su escaso sentido del humor, allí estaba Pedro a las tres de la mañana, despierto y sin visos de quedarse dormido.

–¡Maldita pelirroja! –exclamó mientras cerraba el agua de la ducha.

Compartir casa con esa mujer le estaba robando años de vida. Al salir de la ducha oyó que llamaban a la puerta. Agarró una toalla y se la enrolló en la cintura antes de ir a abrir. Nadie lo molestaría a esas horas a no ser que fuera una emergencia.

Paula llamó de nuevo con más insistencia. Estaba a punto de abrir y gritar cuando se abrió la puerta. Pedro podía ser un machista, pero sin duda era el hombre más sexy del planeta. Siempre iba elegante e inmaculado, y esa noche las gotas de agua brillaban sobre su cuerpo bronceado y desnudo de cintura para arriba. La imagen de Pedro hizo que olvidara por qué estaba allí.

Él la miró con expresión casi feroz. El brillo de su mirada era intenso, como si estuviera tratando de alcanzar su alma, pero parecía que no la estuviera mirando a ella. Y podía ser, los hombres nunca la miraban de ese modo.

–Yo... –se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo–. Siento molestarte.

Culpable: Capítulo 21

Después de dejar a Valetina frente a la pantalla del ordenador para que charlara con su madre, Paula entró en la habitación contigua para contestar una llamada. Era su tía Juana, y la llamaba para darle la noticia de que Paulina había empezado a sentir dolores la noche anterior. Todos habían ido al hospital pero había sido una falsa alarma. Paula se rió cuando su tía le contó los detalles del viaje hasta allí, le mando un beso para Paulina y deseó poder estar con ellos. Cuando finalizó la llamada, Paula sintió que la nostalgia se apoderaba de ella. Echaba de menos a su familia. Paulina no solo era su prima, también su mejor amiga y, si Paula hubiera estado allí, habría estado en el parto y habría podido brindar con los abuelos, que habían decidido quedarse unas semanas más en Canadá antes de regresar a casa. Respiró hondo y decidió que tener a Paulina sana y salva junto a su marido Sergio en otro país era mucho mejor que tener a una Paulina infeliz viviendo a poca distancia. Iría a visitarlos en Navidad.

Cuando regresó a la habitación de Valentina, minutos más tarde, la niña estaba soplando besos a la pantalla.

–Ve a cepillarte los dientes, bonita, y mami te contará otro cuento mañana.

Paula esperó a que la niña saliera de la habitación y se inclinó para apagar la pantalla del ordenador. Al ver que Carolina estaba llorando preguntó:

–¿Qué ocurre? –se sentó frente al ordenador.

Carolina negó con la cabeza y se secó las lágrimas.

–La echo mucho de menos. Me encantaría... –suspiró y puso una trémula sonrisa que estuvo a punto de partirle el corazón a Paula–. No me hagas caso, tengo un mal día. Ya sabes, sol, arena, palmeras – dijo con ironía–. Es una vida dura. No te imaginas lo agotador que es estar obligada a vivir una vida de lujo en un hotel de cinco estrellas, llevar ropa preciosa y dejar que te maquillen profesionales.

Paula no se dejó engañar. Sabía que Carolina lo habría dejado todo a cambio de poder abrazar a su hija mientras le leía el cuento de antes de irse a dormir.

–Ignórame. ¿Cómo estás tú? ¿Y cómo se está comportando mi hermano?

Paula no tenía intención de mencionar a la invitada pero se encontró diciendo:

–Ha traído una mujer a casa.

Carolina se quedó boquiabierta.

–No me lo puedo creer. ¿Y cómo es?

Paula trató de ser justa en su descripción, aunque cuando Carolina comentó «Suena horrible», pensó que quizá no había tenido éxito.

Paula miró el reloj de la mesilla y vió que eran las tres de la madrugada. No se había quedado dormida hasta las dos. Agarró la almohada para cubrirse la cabeza con ella cuando oyó una especie de gemido. Escuchó con atención y oyó que gimoteaban otra vez. Salió de la cama, se puso el albornoz y corrió por el pasillo. La habitación de Valentina estaba dos puertas más allá. La pequeña estaba sentada en la cama, llorando y con las mejillas muy coloradas.

–Estoy enferma.

–Pobrecita –Paula acarició la frente de la pequeña y valoró la situación–. Lo sé, cariño, no te preocupes, enseguida lo solucionaremos.

Bañó a Valentina con una esponja y la vistió con un pijama más fresquito. Después, la dejó sentada en una butaca mientras cambiaba las sábanas de la cama. Al ver que estaba tiritando, comentó:

–Ay, mi niña.

Cinco minutos más tarde Jas estaba otra vez acostada y parecía tranquila y a punto de dormirse. Después de haber estado cuatro años a cargo de una clase de treinta niños de seis años, Paula estaba acostumbrada a las enfermedades infantiles y sabía que lo primero que había que hacer era llamar a los padres. Pero en esa situación no era posible. Puesto que Carolina no estaba, tendría que conformarse con la segunda opción. «La segunda opción». Estaba segura de que era un término que normalmente no aplicaban a Pedro Alfonso, puesto que el hombre estaba acostumbrado a ser un vencedor. Para algunas personas eso podía resultar atractivo. Sin embargo, a Paula no le atraían los hombres que tenían que demostrar que eran los mejores, aquellos a los que la gente buscaba como líderes. Por un lado, le gustaba tomar sus propias decisiones, pero se alegraba de que en esa situación no le correspondiera hacerlo.

martes, 18 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 20

No era difícil imaginar aquellas uñas pintadas de color rojo acariciando la piel bronceada de Pedro. Si él continuaba molestándola, a pesar de que su novia estuviera en el castillo, lo ignoraría.

–Mira lo que tengo, Paula.

Paula se fijó en la casita que le entregaba la pequeña. Estaba tallada en madera y tenía todos los detalles. La giró en su mano antes de devolvérsela a Valentina.

–Ya tienes una buena colección.

Valentina quería construir un pueblo entero con las piezas que su tío le regalaba después de cada uno de sus viajes.

–Casi tengo una calle entera y la iglesia también. Gracias, tío Pedro.

–De nada –agarró el brazo de Candela–. Esta es mi sobrina Valentina. Dile hola a la señorita Gove, Valen.

–Hola.

–No tenía ni idea de que tenías una sobrina. ¡Es lindísima! Puedes llamarme tía Candela.

–¿Por qué? No eres mi tía.

La mujer rubia se inclinó hacia Jas, pero se echó atrás sobresaltada.

–¡Cielos, estás llena de barro!

–Paula también –contestó Valentina a modo de defensa.

–Pero yo no tengo azúcar por toda la boca –contestó Paula y sacó un pañuelo de papel de su bolsillo para limpiarle los labios a la niña.

El comentario llamó la atención de la pareja y Paula se sonrojó al ver que la miraban. Era difícil averiguar lo que él pensaba, pero la mujer parecía divertida.

–Madre mía, y ella también –arrugó la nariz–. ¿Eres la niñera?

Sin saber cómo responder, Paula miró a Pedro.

–La señorita Chaves va a ayudar a Carolina durante unas semanas trabajando como cuidadora.

Valentina tiró de la manga de su tío.

–Llámala Paula. No es mi profesora –se rio.

La rubia agarró el brazo de Pedro y rompió el silencio.

–Admiro a las profesoras –dijo de forma inesperada–. Aunque es un trabajo que nunca podría hacer –admitió–. Estoy segura de que tu trabajo también te da muchas satisfacciones y sin tanta responsabilidad.

Paula puso una falsa sonrisa y decidió que las primeras impresiones solían ser acertadas.

–Vaya comentario –murmuró ella, mirando a Pedro fijamente.

–Los niños son el futuro –dijo él.

–Es cierto –dijo Candela.

Y Paula trató de actuar con normalidad mientras Candela actuaba como si él hubiera dicho algo muy profundo y no evidente.

–Creo que la gente que cuida de ellos debería ser irreprochable, ¿No cree, señorita Chaves?

–A mí no me pregunte, yo trabajo por dinero, estatus y prestigio. Vamos, Valen, tenemos que limpiarnos.

Antes de agarrar la mano de la pequeña, Paula creyó ver cierto brillo de diversión en los ojos de Pedro pero, no, debía de ser un efecto de la luz. Él no tenía sentido del humor... Solo un cuerpo estupendo y mucho atractivo sexual.

«Da igual cuántas veces la tumbe verbalmente que Paula siempre se levanta, se recupera y continua luchando», pensó Pedro. Esperaba que ella hubiera metido la pata pero no lo había hecho. Su preocupación inicial por el bienestar de su sobrina bajo el cuidado de Paula había disminuido, pero empezaba a preocuparle su propio bienestar. Se estaba volviendo loco con su presencia.

–Parece que he hecho un mal trabajo –dijo Candela mientras las observaba marchar–. Creo que he ofendido a tu niñera –bromeó.

–No es mi niñera –contestó él sin apartar la mirada de la mujer pelirroja.  Su forma de andar era como ella... ¡Provocadora! El balanceo de sus caderas, su manera de... Apretó los dientes y trató de ignorar el deseo que lo corroía por dentro–. Es una auténtica pesada – vió que Candela lo miraba asombrada y forzó una sonrisa–. La ha elegido Carolina, no yo.

–Pues líbrate de ella.

–Me encantaría –una vida sin que aquellos ojos azules lo juzgaran.

Una casa sin el sonido de aquella risa ni aquel perfume que invadía las habitaciones. Sabía que su problema tenía una sencilla solución. Quizá tuviera que vivir bajo el mismo techo que ella, pero siempre podía mudarse a la casita exterior. No le resultaría difícil evitar las habitaciones impregnadas de su aroma, ni permanecer a distancia del sonido de su risa. Pero eso significaría dar prioridad a su comodidad frente al bienestar de Valentina. Necesitaba permanecer vigilante, tenía que estar allí para intervenir si era necesario. Su comodidad personal no tenía nada que ver con todo aquello.

–Nunca te he visto así –comentó Louise mirándolo a la cara–. Puedo echarle un vistazo al contrato si ese es el problema.

–Dudo mucho que tenga contrato.

Candela lo miró asombrada.

–Entonces, legalmente...

Pedro respiró hondo.

–Te agradezco la oferta, Candela, pero lo tengo todo controlado.

De repente, Candela soltó una carcajada.

–Es ella, ¿No es eso? La niñera. Hay algo entre ustedes.

–Por supuesto que no.

Pero Candela no estaba dispuesta a abandonar.

–Me preguntaba por qué me habías invitado aquí. Querías poner celosa a esa chica, ¿No es eso? –soltó una risita.

Pedro frunció el ceño.

–¡No seas ridícula!

–Bueno, bueno. Por una vez en la vida, te toca a tí hacer el esfuerzo para conquistar a alguien.

Culpable: Capítulo 19

El «supuesto tío» había pasado las Navidades con una mandíbula rota en el hospital y Carolina y él las habían pasado en un hotel. Después de eso, su hermana  había pasado los fines de semana con él y en un internado entre semana. Pedro trató de ignorar los recuerdos y los errores que había cometido en el presente. Solo era un fin de semana y no pensaba invitar a Candela a quedarse a vivir allí. Dudaba que la exitosa abogada con la que había disfrutado de una corta y agradable relación el año anterior estuviera dispuesta a mancharse la ropa jugando con una niña.

Cuando Candela apareció en una reunión como la representante legal de una empresa rival, Pedro se encontró frente a la solución perfecta para los síntomas de frustración sexual que estaba experimentando. Después de la reunión, Candela se había acercado  y le había preguntado si tenía pareja. Cuando él le contestó que no, ella dejó claro que no le importaría retomar la relación con él. El único inconveniente era que tenía que atender una cena de negocios en París esa misma noche, pero le aseguró que al día siguiente estaría disponible. Regresaría a Londres temprano y tendría todo el fin de semana libre.

–El fin de semana tengo que ir a Escocia. ¿Por qué no me acompañas? –la invitó sin pensarlo bien.

Una vez que ella había aceptado la oferta, ya no había nada que hacer. Pasar un fin de semana con Candela en su cama sería la manera perfecta para evitar que aquella pelirroja pudiera convertirse en una obsesión.

–Tienes una casa preciosa. Espero que estos libros los tengas asegurados –dijo ella, pasando el dedo por el lomo de cuero.

Pedro miró a su acompañante mientras ella examinaba los libros de la estantería. En ese momento, se abrió la puerta.

–Lo siento –Paula entró detrás de la niña e intentó agarrarla, pero la pequeña se escabulló y corrió hacia Pedro con la mano extendida.

–¿Qué me has traído?

–¿Quién te ha dicho que te he traído algo, pequeña? –miró a su sobrina mientras rasgaba el papel del regalo que le había sacado del bolsillo, y al instante se percató de la presencia de Paula.

Ni siquiera la presencia de Candela sirvió para protegerlo del fuerte deseo que lo invadió por dentro. Enseguida reconoció que el hecho de haber invitado a la bella abogada no tenía nada que ver con el placer de disfrutar de su compañía ni con la idea de compartir una ardiente relación sexual. Su intención era demostrarle a Paula Chaves que había hombres que podían besarla y marcharse sin mirar atrás. Y se daba cuenta de que la necesidad de demostrar algo, aunque fuera a sí mismo, era una debilidad en sí misma. Deseaba verla celosa... Y eso no era un síntoma de indiferencia. Suspiró y posó la mirada sobre el rostro de Paula. Se fijó en sus mejillas sonrojadas, en su nariz salpicada de pecas, y en su manera de sonreír al mirar a Valentina. Ella volvió la cabeza y lo miró a los ojos. Pedro experimentó un fuerte deseo.

–Tío Pedro, hemos levantado una piedra y contado todos los bichitos que había debajo. ¡Eran asquerosos! No te imaginas la cantidad que había. ¿Tío Pedro?

Pedro apartó la mirada de aquellos ojos azules y atendió a la niña que estaba tirándole de la manga.

–¿Me estás escuchando?

Él se aclaró la garganta y contestó.

–¿Un millón?

–No, tonto, veintidós.

Su manera de mirarla provocó que Paula recordara el beso que habían compartido. Nunca había querido saber cómo era la verdadera pasión, esa que hacía que algunas mujeres sensatas como Paulina actuaran de manera estúpida con hombres que no eran buenos para ellas. Seguía pensando que siempre había otra elección, pero comprendía por qué algunas mujeres tomaban la elección equivocada. Ella no lo haría pero... Observó a Pedro sonreír y se le aceleró el corazón. Con el rostro relajado parecía mucho más joven y atractivo. Apretó los dientes y miró de reojo a la otra mujer. Era alta y elegante, vestida con una blusa de seda y unos pantalones de lino que resaltaban sus interminables piernas y su pequeña cintura. Su aspecto era inmaculado y hacía que ella se sintiera inadecuada, pero, por otro lado, la ventaja era que al tenerla por allí Pedro no tendría tiempo de estar tan pendiente de lo que ella hacía. La idea de que él estuviera agotado después de haber pasado una noche de pasión desaforada con aquella mujer no fue de mucho consuelo para Paula.

Culpable: Capítulo 18

Al día siguiente Paula pasó la mañana evitando todos los lugares en los que pudiera encontrarse con Pedro. Sentía su presencia en cada esquina y había empezado a sobresaltarse al ver su propia sombra, hasta tal punto que Valentina le había preguntado si estaba bien. ¡Y eso que tenía cinco años! ¿Y qué diablos hacía escondiéndose como si hubiera hecho algo por lo que tuviera que sentirse culpable? Él era quien la había besado, aunque ella lo hubiera correspondido. Había reaccionado ante aquel beso con entusiasmo, algo que nunca habría imaginado posible. Debía olvidarse del beso y continuar. Y eso implicaba que tendría que ver a aquel hombre en algún momento. Debía ser positiva y tomar la iniciativa. Así sería ella la que elegiría el campo de batalla y las condiciones. Lo irónico fue ser que cuando decidió enfrentarse a él descubrió que ni siquiera estaba en la casa. Pedro se había marchado a Roma temprano. Así que continuó haciendo su trabajo y cuidando de Valentina. Ver el mundo a través de los ojos de una niña era algo que nunca le aburría. Ese era el motivo por el que le encantaba enseñar, y Valentina era una niña encantadora.

El viernes Pedro regresó a Killaran, pero no estaba solo. Paula, que en esos momentos estaba paseando con Valentina, no pudo ver a la mujer que salió del helicóptero con él, pero la noticia se extendió por el castillo en cuestión de segundos. Antes de que entraran al recibidor, todos los empleados sabían que era una mujer bella, con el cabello rubio, de unos treinta y algo años, divorciada y una exitosa abogada de empresa. Se llamaba Candela Gove. Paula ni siquiera se había quitado el abrigo antes de que el grupo de empleados que estaba en la cocina le contara todos los detalles del momento. Hablando bajito para que Jasmine no la escuchara, preguntó:

–¿No será la primera vez que ha traído a una chica a casa?

Resultó que estaba equivocada. Al parecer, aunque a menudo realizaba convites en el castillo, Pedro nunca había llevado a una amante a Killaran.

–Así que parece que esta mujer debe de ser especial.

La única pregunta que se hacía todo el mundo era cuándo celebrarían la boda, y si ella merecía estar con él.

–¿Tú qué opinas, Paula?

–¡Creo que merece que sintamos lástima por ella! –su comentario hizo que todo el mundo la mirara porque, curiosamente, los empleados parecían bastante protectores hacia su jefe.

Paula se encogió de hombros.

–¿Qué? ¿De veras creen que un depredador sexual va a cambiar su forma de ser por haberse casado?

Antes de que los empleados pudieran responder, una vocecita los interrumpió.

–¿Qué es un depredador sex...?

Paula se volvió y se sonrojó al ver que Valentina estaba detrás con una magdalena.

–¿Estabas hablando del tío Pedro? –sus ojos verdes se iluminaron–. ¿Ya está en casa?

–Creo que acaba de llegar, cariño.

La niña salió corriendo de la habitación antes de que Paula pudiera detenerla. Al salir detrás de ella, tiró una taza de café que había sobre una mesa y eso retrasó su salida. La pequeña Valentina llegó a la biblioteca antes de que pudiera alcanzarla.

–No, Valen, puede que tu tío esté muy ocupado –de pronto imaginó a Pedro con la mujer alta y rubia entre los brazos y se estremeció.

–No estará tan ocupado como para no hacerme caso –contestó la pequeña con seguridad antes de abrir la puerta.

Incluso antes de salir del helicóptero Pedro ya se había arrepentido de haber invitado a Candela. No era que tuviera un problema con ella, solo que prefería mantener separadas las diferentes áreas de su vida. Además, aunque su hermana nunca lo había comentado, él sabía que ella agradecía que no paseara a sus amantes delante de su hija. Ambos tenían la experiencia personal de lo que era tomar cariño a alguien que un buen día desaparecía sin más, aunque había veces que Carolina se había alegrado de que desaparecieran. Para Pedro, los «supuestos tíos» se convirtieron en un problema menor cuando cumplió los dieciséis años. Casi de la noche a la mañana, pasó de ser un niño a convertirse en un chico alto y musculoso. Para Carolina, el problema empeoró cuando creció y Pedro no estaba a su lado para protegerla porque se había marchado a estudiar en la universidad. Pedro puso una expresión sombría al recordar que un día se había encontrado con su hermana de catorce años forcejeando con un «supuesto tío» baboso que movió una ramita de muérdago al verlo.

Culpable: Capítulo 17

–Lo que el corazón desee, Pedro...

A su madre siempre le habían atraído los hombres casados. Sin embargo, cuando rompía la relación con ellos nunca quedaba afectada. No se podía decir lo mismo de los hombres que se enamoraban de ella. Pedro siempre se había preguntado si habría cambiado de actitud en el caso de que en alguna ocasión la hubieran abandonado a ella después de pensar que estaba en el paraíso. Nunca sucedió. Y con esa mujer pasaba lo mismo. Pero ella no era una víctima. No como su amigo Fernando que había estado a punto de abandonar a su esposa por ella. Pero él no estaba casado. Era un ser libre y su corazón no estaba comprometido con nadie. Podía ser el tipo de hombre que algún día le diera a esa bruja provocadora un poco de su propia medicina. Un hombre que no corría el peligro de quedarse atrapado por el tono sexy de su voz o por la mirada dolida de sus grandes ojos azules. Quería mantenerse alejado de ella. Apartarla de su vida. En esos momentos, ella lo miraba enfadada.

–Sé que crees que soy una especie de destrozamatrimonios, pero no... –se calló un momento. «¿Qué estoy haciendo? No me importa lo que piense sobre mí. Y no le debo ninguna explicación. Mejor que piense que la zorra soy yo y no Paulina, que ni siquiera está aquí para defenderse»–. No estoy tan desesperada.

–¿Desesperada?

–Bueno, la única persona con la que podría ser mala eres tú – soltó una carcajada y esperó, pero él no se inmutó.

No habría interpretado sus palabras como una proposición, ¿No?

–Y te prometo que eso no va a suceder.

Pedro le dedicó una sonrisa depredadora. Ella sintió un revoloteo en el estómago y trató de actuar como si no pasara nada.

–¿Porque me encuentras físicamente repulsivo? –sugirió él, con la seguridad de un hombre al que nunca habían contrariado en su vida.

En ese momento, ella lo odiaba de verdad.

–El físico no lo es todo.

Él se rió y Paula, la persona más pacífica del mundo, quería asesinarlo.

–¡Por supuesto que no! Una mujer sensata como tú nunca saldría con un hombre que no tuviera dinero para mimarla con pequeños lujos de la vida.

Él arqueó una ceja y ella se sonrojó. ¡Parecía una virgen enfadada! ¿Quizá eso fuera parte de su encanto?

Pedro puso una mueca de disgusto. Algunos hombres encontraban excitantes a las mujeres inexpertas, pero él no era uno de ellos. Se sentía atraído por mujeres abiertas de mente y que tuvieran tanta experiencia como él en el tema sexual. Había muchas mujeres así. El error con Paula Chaves era dejarse llevar por las apariencias. Esa mujer tenía tanta experiencia sexual como cualquiera de sus compañeras, a pesar de que tratara de disimularlo. Le gustaban las personas directas y sinceras, y su falsedad lo enfadaba. Pero su enfado no evitó que deseara arrancarle la ropa mientras la besaba de manera apasionada y sabía que, en el momento en que la tocara, no habría vuelta atrás.

–Estoy segura de que te lo habrán dicho cientos de veces, pero tu modestia es una de las cosas más encantadoras de ti –comentó Paula–. Odio tener que decírtelo, pero creo que puedo tener algo mejor que un ex piloto de carreras con tendencia megalómana. No estás mal, pero no eres tan irresistible como crees.

Pedro arqueó las cejas y la miró un instante. Después se fijó en sus labios y sintió un fuerte calor en la entrepierna. Se acercó a ella, la agarró por la cintura y la estrechó contra su cuerpo antes de inclinar la cabeza y besarla en la boca con decisión. De pronto, el calor se convirtió en fuego. No era un beso delicado, sino exigente. Con el que trataba de ejercer el control.

Antes de cerrar los ojos, Paula se percató de que el brillo de los ojos de Pedro era tan intenso que sintió que se derretía por dentro. Ella trató de sobreponerse. Pedro  besaba muy bien. ¿Y qué? Era de esperar. Solo un beso, pero su aroma masculino y el calor de su cuerpo se habían apoderado de ella, así como la sensación de su miembro erecto presionado contra su pelvis. Tras la sorpresa inicial, ella se movió contra él para incrementar la erótica fricción. Le rodeó el cuello y abrió la boca para recibir la invasión de su lengua. Más tarde se enfrentaría al conflicto. Por el momento, se abandonaría y permitiría que el deseo la consumiera. Lo quería. La cabeza le daba vueltas, las piernas no le respondían, tenía el corazón acelerado y notaba el pulso en cada parte de su cuerpo. ¡No solo era un beso! Aquella era una clase magistral de seducción. Puesto que había perdido el control de su cuerpo, Paula intentó mantener el control de su mente y distanciarse de lo que estaba sucediendo. Él se separó de ella un instante, pero no le soltó la barbilla. Estaba lo suficientemente cerca como para que ella pudiera sentir su cálida respiración sobre los labios, pero a suficiente distancia como para que ella pudiera escapar de la nube de sensualidad que la envolvía.

La realidad se impuso como un jarro de agua fría. Jadeando, apoyó las manos sobre su torso musculoso y lo empujó. Él la soltó y Paula dió varios pasos hacia atrás tambaleándose. Pedro no sabía con cuál de los dos estaba más furioso: con ella, por embelesarlo, o con él mismo, por su manera de reaccionar. Si alguna vez se había preguntado por qué Paul había podido hacer esa estupidez, ya lo sabía.

–¡Márchate! –exclamó él.

Paula estaba temblando y era incapaz de moverse. Sentía una mezcla de vergüenza, odio hacia sí misma y asombro.

–No puedes echarme... No eres tú el que paga mi sueldo.

–No te estaba echando, estaba diciéndote... –arqueó las cejas–. Lo siento, estaba pidiéndote que te fueras de mi vista a menos que te apetezca repetir.

Paula recuperó las fuerzas y se apresuró para salir de allí. No era la opción más digna pero, sin duda, la más sensata.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 16

–Te dejaré tranquilo.

Pedro se secó la boca con el dorso de la mano. Un par de segundos más y se convencería de que solo con besarla tendría suficiente, el siguiente paso sería decidir que podría acostarse con ella sin consecuencias. No estaba seguro de por qué la deseaba tanto, pero sabía que no se quedaría tranquilo hasta que sacara a aquella mujer de su casa, de su vida y de su cabeza. Y le habría resultado más fácil si Valentina no se hubiera llevado tan bien con Paula Chaves. Incapaz de contenerse, posó la mirada sobre sus labios. Una vez más, los imaginó hinchados por los besos. Irritado por su falta de control, trató de no pensar en ello.

–¿Dónde está mi sobrina?

Paula se volvió desde la puerta.

–Está jugando en casa de una amiga –se retiró un mechón de pelo de la mejilla, molesta por el tono defensivo que había empleado.

–¿Así que en cuanto tienes la primera oportunidad le cedes tu responsabilidad a otra persona?

Al oír sus palabras, Paula apretó los dientes y lo miró con frustración. Aquello era ridículo.

–Valen está jugando con una amiga. No la he encerrado en su habitación para irme de compras ni nada peor –negó con la cabeza y se dirigió hacia él enfadada.

Se colocó frente a Pedro con las manos sobre las caderas, alzó la barbilla y le preguntó:

–En cualquier caso, ¿Por qué estás aquí hoy? ¿Es posible que quisieras quedarte para acosarme un poco más?

–¿Acosarte?

Su tono la hizo estremecer. Debía terminar con aquella conversación y salir de allí cuanto antes. «Siempre has de terminar lo que empezaste», pensó. Aquello solo podía terminar de una manera. La tensión sexual que había entre ambos era potente.

–No acoso a las mujeres.

–Sabes a lo que me refiero –dijo ella, tratando de escapar de su turbia mirada.

–Aunque algunas me han acosado a mí.

–Me alegro por tí –mintió–. Ya te has asegurado de que no consiga el trabajo. ¿No te parece suficiente? ¿O es que tienes que continuar con esta persecución? –tartamudeó.

–Te dije cómo sería la situación, así que no te enfades.

–¡Lo sé! Tu casa, tus reglas. Lo comprendo y sé que estás esperando a que meta la pata, pero lo que no sé es qué piensas que voy a hacer. ¿Invitar a los hombres casados de los alrededores y montar una orgía en el jardín con Valentina de observadora?

Pedro masculló algo en italiano y ella se calló de golpe. Lo miró y se mordió el labio inferior. No tenía que haber mordido el anzuelo. Él la miró fijamente y ella no fue capaz de adivinar lo que estaba pensando, pero las tensas facciones de su rostro indicaban que estaba muy enfadado.

–No es muy agradable sentir que me vigilan como si estuviera siendo juzgada –murmuró.

–Si no te gusta, hay una solución... Haz las maletas y márchate.

–¡Cielos! ¿Esto es un ejemplo de la famosa hospitalidad de las Highlands o de la calidez italiana?

Observó que él apretaba los labios para no responder y que adoptaba una actitud de superioridad que hizo que Paula perdiera los nervios y soltara lo primero que se le pasó por la cabeza.

–¿Cuál es tu problema? ¿Te doy miedo o algo así?

Él echó la cabeza hacia atrás y no dijo nada. Estiró la mano y le acarició la mejilla con un dedo. Ella cerró los ojos y no pudo evitar volver el rostro hacia la palma de su mano como si fuera una flor en busca de la luz solar. Una ola de calor la invadió por dentro. Entonces, justo cuando comenzaron a flaquearle las piernas, él la apartó. Paula dió un paso atrás. Él se retiró de su lado y ella se estremeció.

–¿Qué tratabas de demostrar con eso?

Con la mano temblorosa, él se frotó la barbilla. ¿Demostrar? ¿De veras pensaba que lo había hecho de manera intencionada? El problema era que no podía evitar reaccionar así ante Paula, y ella actuaba como si no se diera cuenta. La idea de que él estuviera comportándose como aquellos pobres perdedores que había visto durante su infancia no le gustaba. Hombres inteligentes que habían quedado como estúpidos gracias a su madre. Ella nunca había sido cruel de forma intencionada, solo perseguía aquello que le gustaba. «Lo que el corazón desee, Cesare...». Era como si la oyera, encogiéndose de hombros ante cualquier indicio de crítica.

Culpable: Capítulo 15

Durante su segundo día en Killaran, después de dejar a Valentina en casa de su amiga Camila, Paula se dedicó a explorar una zona de la costa que a Valentina le habría resultado difícil recorrer, aunque a veces era complicado convencer a la pequeña de que tenía ciertas limitaciones. Cuando regresó a la casa, se sentía mucho más relajada y de buen humor. Además, se alegraba de que ese día Pedro no aparecería en el momento más inesperado. El día anterior había tenido la sensación de estar vigilada y allá donde iba se encontraba con él. Así que, cuando la señora Mack, que trabajaba como ama de llaves, le contó que los lunes por la mañana Pedro se marchaba a Roma y que regresaba a mitad de semana, sintió ganas de besarla. Pasar unos días a la semana sin él haría que la situación fuera más soportable. No esperaba que él se retractara, pero pensaba que aceptaría la situación y que permitiría que realizara el trabajo, contentándose con mirarla con el ceño fruncido cuando se cruzaran ocasionalmente. Pero, a juzgar por lo que había sucedido el día anterior, se había equivocado, aquello no terminaría pronto. Y ella no podía hacer nada al respecto.

Valentina era la sobrina de Pedro y ella no podía impedir que la viera. Además, la niña lo adoraba. Pero no permitiría que él la machacara, Paula tenía claro que para Pedro las cosas tenían que ser a su manera. Él tenía que estar al mando y mostrar su fortaleza. «Conmigo no será así», pensó ella. Sabía que él estaba buscando una excusa para deshacerse de ella, y no estaba dispuesta a dársela. Tratando de no pensar en el propietario del castillo, miró el reloj y vió que faltaba una hora para ir a recoger a Valentina. Recordó que se había descargado un libro para leer durante el viaje, y decidió entrar en el castillo por la puerta lateral. El lugar era un auténtico laberinto, pero ya sabía que la ruta más directa hasta su departamento era entrando por la puerta principal y atravesando un pasillo interior. Si hubiese tenido la oportunidad de encontrarse con el hombre que se había nombrado a sí mismo su juez y su verdugo, nunca habría elegido esa ruta, pero ese día estaría a salvo. A ambos lados del pasillo había docenas de puertas, y las paredes estaban llenas de carteles políticos antiguos. Una de las habitaciones tenía la puerta abierta, y no pudo evitar fijarse en las estanterías llenas de libros y en el fuego de la chimenea reflejado en un espejo enorme. Aunque opinaba que leer en la tableta tenía muchas ventajas, no le parecía lo mismo que un libro de verdad. Asomó la cabeza por la puerta y se decidió a entrar. Respiró hondo y suspiró:

–¡Es posible que esté loca pero me encanta el olor de los libros!

–Hay olores peores –como el aroma que desprendía su cuerpo, y que él había percibido cuando ella estaba en el pasillo.

Paula volvió la cabeza y vió que Pedro se levantaba de una silla que estaba frente a la ventana. Tragó saliva y sintió un nudo en el estómago.

–No estás aquí.

Él arqueó las cejas y la miró de forma irónica.

–Quiero decir, pensaba que estabas de viaje, si no, no habría...

–Te pillé.

–Lo siento si he entrado donde no debía pero esta sala es maravillosa –dijo ella.

–Estoy de acuerdo.

La miró fijamente en silencio y ella no pudo evitar imaginar escenas salvajes con aquel hombre. Era fácil pensar en su musculatura fuerte y en su piel suave. Paula pestañeó para tratar de borrar las imágenes eróticas que invadían su cabeza.

–Es aquí donde trabajo cuando estoy en casa –no había estado trabajando. La tensión que sentía hacía que le resultara imposible concentrarse.

–Lo siento si te he molestado –dijo, y al ver que sonaba poco convincente, añadió–. De veras.

Se fijó en que apretaba los dientes y se preguntó por qué se habría empeñado en hacer las cosas bien si su disculpa solo había servido para conseguir que pareciera todavía más enfadado. Si no lo hubiera visto comportarse de otro modo con su sobrina, habría pensado que era su actitud habitual. El hombre que había visto Valentina no se parecía en nada a aquel monstruo despreciativo y autocrático. Ella dió un paso hacia la puerta.

Culpable: Capítulo 14

Lo odiaba. Él era el tipo de hombre del que ella había prometido mantenerse alejada, el tipo de hombre con el que uno podía obsesionarse. Con aplomo, se enfrentó a su mirada de acero. Y, de golpe, todo su aplomo se desvaneció. Paula tragó saliva y dio un paso hacia atrás.

–Tendrás muchas oportunidades para verme –dijo él, percatándose de que su rostro mostraba cierta expresión de pánico. Para ser una mujer que supuestamente tenía experiencia mintiendo y engañando, no se le daba muy bien ocultar sus sentimientos.

–Yo... Yo... Pensaba que viajabas a menudo.

Él la miró con ironía.

–Soy mi propio jefe.

–Me alegro por tí. ¡A mí me encantaría tener un trabajo fijo!

–¿Se supone que debo sentirme culpable por que estés desempleada? Si dejaste el trabajo antes de tener otro, debías de estar muy segura de tus posibilidades, ¿O es que te fuiste antes de que te echaran?

–Estoy segura de que soy buena en lo que hago –contestó ella con dignidad–. Y, si te hubieras molestado en leer mi currículum, sabrías que la escuela en la que trabajaba ha cerrado.

Él la miró a los ojos. Ya sabía todo lo que necesitaba saber sobre esa mujer sin leer su currículum.

–¿Y la situación laboral es tan mala que te viste obligada a trasladarte a la otra punta del país?

–¿Estás diciendo que solo busca trabajo la gente que ha sido rechazada en algún empleo?

–Estoy diciendo que una mujer como tú no duraría ni diez minutos aquí antes de aburrirse, y que los niños merecen continuidad.

Ella alzó la barbilla y contestó:

–Señor Alfonso, no sabe nada de las mujeres como yo.

Él soltó una carcajada.

–Te sorprenderías.

Paula levantó las manos irritada.

–No importa lo que yo diga, ¿Verdad? Nunca me escucharás porque ya te has formado una opinión sobre mí.

–Mi opinión personal no tiene nada que ver con todo esto.

–Afortunado tú –repuso Paula con tono de mofa.

–Mi hermana es su propia jefa.

Deseando que su blusa fuera más gruesa, Paula se cruzó de brazos para disimular la reacción física que había tenido su cuerpo ante el magnetismo animal que se escondía tras la aparente indiferencia que mostraba aquel hombre. ¿Cómo era posible odiar a un hombre y seguir siendo una víctima de su potente atractivo?

–Hablas como si fuera algo malo –suspiró–. Aunque supongo que para tí lo es.

Era evidente que él no era el tipo de hombre que consideraba como algo positivo el hecho de que una mujer tuviera opinión propia. Era fácil imaginar cuál era el tipo de mujer que le gustaba, aquellas que actuaban como si cada palabra suya fuera oro puro, solo porque era un hombre rico y famoso. Bueno, y probablemente también por otros motivos. Tenía que admitir que, aunque Pedro Alfonso no fuera rico, muchas mujeres pasarían por alto sus fallos con tal de disfrutar de su cuerpo musculoso y tremendamente masculino. Paula respiró hondo y lo miró de nuevo a los ojos tratando de recordar que ella no era una de esas mujeres. Ella prefería a los hombres tranquilos y centrados. Hombres como su ex, Marcos. ¡Y no era que su relación hubiese sido maravillosa! Reconocía que había cometido un error, pero al menos no se había quedado embarazada sin querer ni había llegado a un intento de suicidio. Opinaba que era mucho mejor que la abandonara un hombre al que no amaba que uno sin el que no pudiera vivir. Cerró los ojos con fuerza. Nunca se permitiría ser víctima de algo como lo que había vivido Paulina, ¡Nunca permitiría que un hombre le hiciera eso!

–Parece que mi hermana confía en tí.

Paula abrió los ojos y posó la mirada sobre sus labios sensuales. Al instante, sintió un nudo en el estómago.

–Si no cumples con sus expectativas, te arrepentirás –dijo él.

–¿Eso es una amenaza, Pedro Alfonso? –preguntó ella al cabo de unos instantes.

Él arqueó las cejas.

–Es un hecho, Paula Chaves–contestó él.

Paula alzó la barbilla y entornó sus ojos azules. Él le sostuvo la mirada un instante y después se fijó en la base de su cuello y el comienzo de su escote, imaginando cómo sería besarla en ese lugar mientras cubría con su mano la provocativa curva de sus senos. Respiró hondo y contestó:

–No tolero que mis empleados sean incompetentes.

–No soy tu empleada –contestó Paula–. Ahora, si me indicas el camino, podré sacar las cosas del coche y empezar mi trabajo.

–Estás en mi casa. Y yo pongo las reglas –dijo él con tono helador.

Pasó a su lado y se marchó. Paula permaneció inmóvil unos minutos porque no se atrevía a caminar con sus piernas temblorosas. Siempre había pensado que los hombres autoritarios escondían inseguridades, y se había mostrado despreciativa con las mujeres que se prendaban de ellos. ¡Si Pedro tenía alguna inseguridad, la disimulaba demasiado bien!

Culpable: Capítulo 13

Y no habría tenido que reconocerlo si ella se hubiera marchado, pero no lo había hecho, y fingir que una situación no existía no servía de nada. No tenía más remedio que enfrentarse al problema y buscar una solución. Quizá Carolina  confiara en ella para cuidar de Valentina, pero Pedro creía que la señorita Chaves se pasaría de la raya en menos de dos semanas y sería él quien estaría allí.

Paula respiró hondo y se colocó delante de Pedro.

–Lo siento, no debería estar aquí, pero es que me confundí en la tercera escalera –su risa temblorosa contrastaba con el frío silencio.

Pedro se sorprendió al ver que la mujer a la que había estado maldiciendo mentalmente aparecía entre las sombras. Contra la pared de piedra su rostro ovalado parecía más pálido. Llevaba el cabello suelto y alborotado, y sus mechones ondulados caían sobre su espalda. Los pantalones vaqueros que llevaba se ceñían a la curva de sus caderas, y el top de rayas azules que llevaba sujeto con un cinturón resaltaba el color cobalto de sus ojos. Mientras él trataba de interpretar su mirada, experimentó un fuerte calor en la entrepierna y sintió lástima por su amigo, que había sido incapaz de resistirse al atractivo de su boca sensual. Mezclado con el sentimiento de lástima, había otro sentimiento que, sospechosamente, se parecía demasiado a la envidia.

Paula atribuyó al vértigo la desagradable sensación de mareo que provocó que se agarrara a la barandilla de la balconada con vistas al enorme recibidor. Se humedeció los labios y trató de disimular el hecho de que había estado escuchando.

–No tengo muy claro dónde debía estar.

«En mi cama». Por un momento, Pedro estuvo a punto de verbalizar su
pensamiento. Tragó saliva e intentó controlar el deseo que lo invadía por dentro. Las debilidades lo enfurecían.

–¿Dónde quieres estar? –preguntó.

«En cualquier sitio menos aquí», pensó preguntándose cómo había sido capaz de aceptar ese trabajo. Debía de haber regresado a casa y buscar otro empleo. Y, en cuanto a vivir bajo el mismo techo que un hombre que la despreciaba tanto como ella a él, ¿en qué estaba pensando? Se fijó en las facciones de su rostro. Quizá lo odiara, pero eso no lo convertía en menos atractivo. «¡Maldita sea!», pensó. Paula sabía que debía recuperar la compostura. Si huía con el rabo entre las piernas, haría lo que él quería que hiciera, y lo que ella deseaba hacer, pero ese no era el objetivo. ¿Y cuál era el objetivo? Deseaba ayudar a Carolina y ¿Por qué aquella madre soltera no podía intentar hacer un buen trabajo por culpa de su hermano? Se quedaría allí y, al final, Pedro tendría que admitir que la había subestimado. Lo miró a los ojos y dijo:

–Intentaba encontrar la puerta por la que entré.

Él arqueó una ceja y la miró de manera hostil.

–¿Ya te marchas?

«No te hagas ilusiones», pensó ella.

–Cuando me comprometo con algo lo llevo a cabo.

–Es admirable, siempre y cuando ese algo no sea el marido de otra mujer. Imagino que has aceptado este trabajo como venganza para molestarme.

–No, no es ese el motivo, pero es un aliciente más –admitió ella–. Siento decirte esto, pero no todo gira a tu alrededor –se mordió el labio y se arrepintió de sus palabras, no por la expresión de rabia que había en su mirada sino porque no tenía sentido provocarlo mientras ella estuviera allí.

–He aceptado este trabajo porque...

Buena pregunta. ¿Por qué había aceptado ese trabajo?

–¿Cómo iba a perderme la oportunidad de verte cada día y disfrutar de una de nuestras maravillosas discusiones?

De pronto se acordó de Paulina, meses después de finalizar su aventura amorosa, describiendo cómo deseaba escuchar la voz de su amado o verlo un instante a pesar de todo lo que le había hecho. Inquieta por la conexión mental que había hecho y preguntándose si entre todo el sarcasmo que había en sus palabras no habría ni una pizca de verdad, Paula estuvo a punto de dejarse llevar por el pánico... Respiró hondo para tranquilizarse. No era ese tipo de mujer, y, si algún día deseaba a un hombre, ¡No sería a aquel!

jueves, 6 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 12

-¿Había pasado antes por ese pasillo?

Paula miró a su alrededor tratando de decidir si reconocía los tapices de la pared. Negó con la cabeza. No tenía ni idea de dónde estaba y debía haber prestado más atención. Sin embargo, había avanzado escuchando las historias que le contaba la pequeña Valentina acerca del castillo y de su tío, quien para la niña era una especie de héroe. Al pensar en él, sintió un nudo en el estómago. Recordó su mirada de acero, su boca... Se cubrió la mejilla con la mano y respiró hondo para tratar de borrar la imagen que se había formado en su cabeza.

–¿Lo has hecho?

¿Cómo era posible que se hubiera cruzado con él en aquel lugar tan grande? ¿Acaso lo había conjurado con la imaginación?

–Creía que habíamos acordado... –se dirigía hacia ella discutiendo con Carolina de manera furiosa.

Paula reaccionó deprisa y se ocultó entre las sombras con el corazón acelerado. Carolina respondió a su hermano sin parecer intimidada.

–Tú hablaste, yo te escuché, y después le pedí a Paula Chaves que se quedara hasta que empiece el curso. Ella puede ayudar a Valen a recuperar las lecciones que se ha perdido y cuidar de ella mientras yo estoy fuera.

–Tiene que haber una alternativa. Hablaré con la agencia.

–Claro, y te enviarán a una chica que pasará más tiempo coqueteando contigo que ocupándose de Valen. No es culpa tuya que seas tan atractivo, querido hermano, pero Paula es perfecta. No le caes bien.

–Esa mujer...

–Mira Pedro, antes de que empieces... Tú tienes un problema con Paula. Yo no. Sé que consideras que Fernando no puede hacer nada malo y me parece bien, puedes estar en deuda con él para siempre si quieres, pero es humano, y los humanos cometen errores. Mírame a mí.

–Esa mujer no tiene nada que ver contigo.

–No. Ella no se quedó embarazada. Es absurdo pensar que todo fue culpa suya. ¿Quieres saber lo que pienso?

–No.

–Muy bien. Tengo que estar fuera todo el mes. No es lo ideal, lo sé, pero no hay nada que pueda hacer al respecto, y con Paula...

–No tienes por qué trabajar.

–Y tú no tienes que ser un seductor en serie, y lo eres. Lo siento, pero no voy a aprovecharme de mi hermano mayor.

–No es cuestión de aprovecharse.

Paula notó la irritación en su voz y puso una mueca. Aquel hombre tenía la sensibilidad de un ladrillo. Debería admirar a su hermana por querer ser independiente y no lo contrario.

–Se trata de Valen, no de tu orgullo.

–No intentes chantajearme emocionalmente. Esto no tiene que ver conmigo ¿Verdad? Esa mujer te afecta demasiado ¿No es eso?

-Tienes razón, se trata de lo que es mejor para Valen. Lo siento si no te gusta, pero ella va a quedarse y, por el amor de Dios, sé amable con ella.

Pedro murmuró algo que Paula no comprendió. ¡No debería estar escuchando! Experimentó cierto sentimiento de culpa y supo que lo correcto sería salir de su escondite. «Eres una cobarde», se criticó en silencio y permaneció donde estaba.

–Vas a tener que aguantarte, hermanito.

Durante unos instantes discutieron en italiano y, después, Paula oyó la risa de Carolina y el sonido de sus zapatos de tacón alejándose. Otros pasos más fuertes se oían cada vez más cerca. Debía elegir entre permanecer oculta entre las sombras y confiar en que no la viera o salir a la luz.


¿Era cierto que Paula lo tenía obnubilado? Pedro frunció el ceño pensativo. Sí, la pelirroja lo había cautivado. La imagen de sus labios sensuales y sus luminosos ojos azules invadió su cabeza. Apretó los dientes y trató de no pensar en ella, pero no le resultó sencillo. Para ser un hombre que tenía mucho autocontrol, aquello era irritante. Apenas se había encontrado con esa mujer veinticuatro horas antes y desde entonces no había dejado de pensar en ella. Paula iba a vivir bajo su mismo techo, así que debía mantener su libido y su imaginación bajo control. Reconocía que lo más irritante de la situación era que su hermana lo había argumentado tan bien que incluso había hecho que la mujer pareciera una víctima. ¿Y respecto a la insinuación de que él tenía prejuicios contra ella? Quizá estuviera obligado a aceptar la situación, pero no iba a aceptar esa opinión, aunque comprendía por qué su hermana la mantenía. Desde su punto de vista, aquella era la solución ideal para su problema. Ideal para Carolina pero no para él, ya que tendría que tratar con una mujer a la que despreciaba y deseaba con la misma intensidad.

Culpable: Capítulo 11

Paula experimentó algo parecido a la envidia. ¿Alguna vez había hecho algo sin pensar en las consecuencias? Quizá por su prudencia habitual, a todo el mundo le había resultado extraño que ella hubiese buscado un empleo fuera de la ciudad en la que había pasado casi toda la vida.

–Mira, ojalá pudiera ayudarte –Carolina le caía bien y le habría gustado ayudarla.

–Puedes hacerlo. Quiero que la ayudes a ponerse al día en sus clases.

Paula negó con la cabeza.

–No puedo. Por supuesto siento mucho que tu hija haya estado enferma...

–Ha faltado durante todo el último trimestre.

–Estoy segura de que enseguida recuperará el ritmo. A esa edad es fácil.

De pronto, Paula lo comprendió todo.

–¡Ah! Eres esa modelo... Carolina –era la mujer con el cuerpo perfecto que había hecho la campaña publicitaria de prendas de lencería y cuyos anuncios habían invadido los autobuses de Londres el año anterior.

–Ahora mismo soy la mamá de Valen y sé que esto funcionará. No tendrás que preocuparte por Pedro –añadió–. El castillo es muy grande. Valen y yo tenemos un departamento en el ala oeste, así que tenemos independencia total. Por supuesto, él estará allí si lo necesitases.

–No lo necesitaré.

–¿Lo harás?

Paula abrió los ojos con asombro.

–No, quería decir... –tragó saliva–. ¿Tu hermano sabe que estás aquí?

–Se lo mencioné.

–¿Y no le preocupa que pudiera contagiarle algo a tu hija? – Paula no pudo ocultar la amargura en su tono de voz.

Carolina colocó la mano sobre su hombro.

–Pedro es mi hermano y le debo mucho, pero yo soy la madre de Valen y soy quien toma las decisiones respecto a su bienestar.

–Pero, si trabajas, ¿No tienes una niñera?

–Sí, Valen tiene una niñera pero la pobre Victoria se cayó de la bicicleta y se rompió una pierna. Irá escayolada seis semanas más. Estaría dispuesta a continuar trabajando si se lo pidiera pero ni me lo planteo –suspiró–. Mira, olvídalo. Esto no es asunto tuyo. No debería haber venido, y créeme cuando te digo que no eres la única que está intimidada por mi hermano mayor –se abrochó la chaqueta y se retiró un mechón de pelo de la cara.

–No estoy intimidada por tu hermano.

–Por supuesto que no –la tranquilizó Carolina.

–Haré lo que me pides.

Carolina sonrió y empezó a sacar el teléfono móvil del bolsillo.

–¿Estás segura?

–Completamente.

Carolina llamó por teléfono.

–Hola, Eduardo. Sí. Trae a Valen –miró la bolsa que Paula tenía sobre la cama–. Estupendo, ya has recogido. Tienes pocas cosas pero no importa. Pararemos por el camino para comprar algo más. ¿Qué talla usas?

Paula pestañeó.

–¿Tu hija está aquí? ¿Pretendes que vaya ahora mismo?

–Paula, tengo que tomar un vuelo a medianoche y...

–Debías de estar muy segura de que iba a aceptar tu oferta.

La mujer se encogió de hombros.

–Soy optimista por naturaleza.

Paula la miró de arriba abajo. Antes de que pudiera contestar, se abrió la puerta y entró una niña de cabello oscuro. Valentina Alfonso sonreía con timidez mostrando el diente que le faltaba. Era completamente adorable.

Culpable: Capítulo 10

–¿Hay algo en lo que pueda ayudarla, señorita Alfonso?

–Me llamo Carolina. Y sí lo hay. ¿A qué hora sale su tren? ¿Tiene tiempo para tomar un café? En la esquina hay un buen sitio.

Paula negó con la cabeza a pesar de que tenía tiempo de sobra.

–Lo siento –contestó.

–Probablemente te estés preguntando qué es lo que quiero.

–Siento curiosidad –admitió Paula.

–Tengo una hija –dijo, y le mostró que no llevaba anillo–. Y no, no estoy casada. Nunca lo he estado. Valentina es una niña estupenda. Me encantaría poder pasar más tiempo con ella. Es difícil hacer equilibrios. Soy afortunada porque mi trabajo es bastante flexible. Normalmente no trabajo durante sus vacaciones y, por supuesto, aunque Pedro es estupendo, no puede estar todo el tiempo con ella. Es una víctima de su propio éxito –miró a Paula y soltó una carcajada–. No tienes ni idea de quién es, ¿Verdad?

–Sé lo que es... Lo siento, sé que es tu hermano.

–Oh, no te contengas por mí. Pedro puede cuidar de sí mismo.

–Sé que su familia es la propietaria del castillo y la finca. Supongo que eso lo convierte en alguien importante. Localmente, al menos.

–Sí, los Alfonso han estado aquí siempre, pero la finca no es rentable. Pasarán años antes de que lo sea, a pesar del dinero que él ha invertido en ella durante los últimos cinco años. Mi padre, que en paz descanse, era muy reticente al cambio y mi madre, antes de marcharse, gastaba mucho dinero. Su divorcio salió muy caro. En cualquier caso, me estoy yendo por las ramas. No creo que te interese saber más acerca de mi familia.

Al contrario, Paula estaba escuchando atentamente todos los detalles.

–Deduzco que no eres seguidora de las carreras de Fórmula Uno.

–No es lo mío.

–Bueno, resulta que a él lo consideran famoso –acostumbrada a ver cómo las mujeres perseguían a su hermano, a Carolina le sorprendía que aquella chica no tuviera ni idea de quién era él.

–Fue campeón durante dos años seguidos. Por supuesto, eso fue antes del accidente. Después se dedicó a la gestión del equipo Romero.

«¡Un accidente!». Paula siempre cambiaba de canal cuando oía alguna noticia relacionada con un accidente. La palabra la hizo estremecer.

–¿Y resultó...? –no terminó la frase. Posiblemente él había resultado herido pero, si tenía alguna cicatriz, Paula no se la había visto. Aunque tampoco lo conocía tan bien. Sin avisar, una imagen muy detallada se formó en su cabeza.

Se aclaró la garganta y dijo:

–¿Romero? –sí, había oído hablar del equipo italiano–. Entonces, ¿No vive aquí?

–El equipo tiene su base en Italia, pero, después de que mi padre muriera, Pedro tomó la decisión de venir a vivir aquí. Por supuesto, viaja muchísimo –puso una mueca–. Los dos lo hacemos. Una ironía teniendo en cuenta cómo lo odiábamos de pequeños. Mi madre se quedó con nuestra custodia después del divorcio –explicó–. Ella tiene lo que se llama un umbral muy bajo para el aburrimiento, así que no permanece mucho tiempo en el mismo sitio.

Miró a Paula y sonrió.

–Nosotros tampoco. Cuando Valen nació, decidí que tendría seguridad y un hogar estable.

Parecía evidente que su hermano y ella no habían disfrutado de ese tipo de infancia y Anna sintió lástima por ellos. Ella había quedado huérfana y tampoco había tenido una infancia perfecta pero, al menos, sus tíos la habían criado en un ambiente cálido y lleno de ternura, y la habían tratado tan bien como a su hija Paulina.

–Siempre me siento culpable cuando viajo por motivos de trabajo pero... –Carolina negó con la cabeza–. Ahora desearía no haber aceptado este trabajo. Es un compromiso demasiado grande.

Paula había visto esa expresión de culpabilidad en muchas madres trabajadoras que intentaban hacer equilibrios para cuidar de sus hijos y, sin embargo, consiguió mantenerse distante. El hecho de mostrarse demasiado empática en el pasado había hecho que se aprovecharan de ella y no estaba dispuesta a que eso le sucediera otra vez.

–Cuando Valen se puso enferma dejé de trabajar tres meses. En mi profesión, la gente no tiene mucha memoria. Te consideran bueno o malo en función del último trabajo. Pensé que sería difícil... En cualquier caso, cuando me ofrecieron el papel en Face of Floriel, lo acepté. Entonces... –suspiró antes de continuar–. No pensar en las consecuencias es la historia de mi vida.

Culpable: Capítulo 9

Carolina alisó los papeles que había recogido del asiento trasero.

–¿Esa era la señorita Chaves? –le preguntó a su hermano–. Intuyo que no ha conseguido el trabajo. Una lástima. Quizá lo que necesitamos sea a alguien que se comporte como ella lo ha hecho contigo.

–Esto es un asunto privado, Caro –repuso el hermano.

Carolina leyó una de las referencias adjuntas.

–Pone que es empática con los niños y que es...

Pedro la interrumpió enfadado.

–Sí, lo sé, es perfecta.

Su hermana se quedó pensativa.

–¿Sabes?, creo que podría ser...

–Deja eso, Caro –le ordenó al ver que pasaba la página.

–Siento curiosidad –admitió–. ¿Quién es mejor que ella?

–Su currículum laboral es muy bueno.

–Quieres decir que es otra de las víctimas de Fernando.

–¿Qué diablos quieres decir con «otra de las víctimas»?

–Sé que en lo que se refiere a ese hombre no eres imparcial. No me mires así. Quiero a Fernando y es encantador, pero reconoce que es...

Sin avisar, Pedro detuvo el coche a un lado de la calzada.

–¿Intentas decirme que se te ha insinuado?

Al ver que su hermana soltaba una carcajada, suspiró y arrancó de nuevo. Avanzaron en silencio unos instantes y Carolina preguntó:

–¿Y si lo hubiera hecho?

–Lo mataría –contestó Pedro.

–Así que, ¿El hecho de que te haya salvado la vida lo autoriza a liarse con la señorita Chaves pero no con tu hermana?

–Cállate, Caro.

Ella miró a su hermano, sonrió, y continuó leyendo el currículum que describía a una persona con la que hasta los padres más paranoicos dejarían tranquilos a sus hijos.

–Hola, ¿Paula?

Paula, que estaba a punto de marcharse, se volvió y vió a la bella mujer de cabello moreno que había visto con Pedro Alfonso en la puerta de la habitación del hotel en el que se había visto obligada a pasar la noche. Esa mañana, la mujer morena llevaba unos pantalones vaqueros metidos dentro de unas botas altas de tacón y una chaqueta de cuero con cuello de piel. Tenía el cabello largo y moreno, y lo llevaba recogido en una coleta. A su lado, Paula sentía que su aspecto era inadecuado.

–No creo que a su novio le guste que la vean hablando conmigo.

–No me importa mucho lo que opine Pedro.

Su hermano no había reaccionado bien ante el comentario que ella le había hecho durante el desayuno acerca de que la actitud que tenía hacia esa mujer estaba influenciada por su madre y que, aunque alguien salvara la vida de otra persona, no significaba que fuera un santo. Además, cuando ella le contó su maravillosa idea él le sugirió que había perdido la cabeza.

–Y no es mi novio, es mi hermano.

–¡Su hermano! –«¿todos los miembros de la familia serán así de atractivos?».

La exclamación de Paula provocó que la chica sonriera.

–Me gustaría decir que él tiene el atractivo y yo la inteligencia pero estaría mintiendo. Inteligente o no, a veces Pedro puede comportarse como un estúpido siendo completamente leal a sus amigos, incluso aunque ellos no... –se calló a mitad de frase como si hubiese decidido morderse la lengua–. Por supuesto, pedir perdón no es algo que le resulte sencillo.

Paula resopló. La idea de que aquel hombre odioso quisiera disculparse era como una broma. Sabía que la hermana no tenía la culpa de nada, así que forzó una sonrisa, pero no pudo evitar comentar:

–Sobre todo cuando siempre tiene la razón.

–¡Uf! –exclamó la hermana–. Entonces, ¿Va a regresar a Londres?

Paula miró el reloj. Habían informado de que solo debían viajar aquellas personas para las que fuera estrictamente necesario, ya que todavía había posibilidad de inundaciones. Además, debido a la situación, esperaban que los trenes salieran con retraso.

–No tengo muchos motivos para quedarme aquí.

–Imagino que tendrá planes para las vacaciones de verano.

El comentario provocó que Paula suspirara. Sus vacaciones de verano quizá se alargaran más de lo que a ella le habría gustado. Pero había trabajado como profesora suplente en alguna ocasión y podría volver a hacerlo.

martes, 4 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 8

–¿Podría dejar de llamarme así?

–¿Prefieres que te llame Pauli?

Ella pestañeó. Le resultaba extraño oír cómo aquel hombre la llamaba por el diminutivo con el que llamaban a su prima.

–Me llamo Paula. Y mis amigos me llaman Pau –tragó saliva. De pronto se sentía lejísimos de todos sus amigos.

–¿Ha oído alguna vez la frase quien siembra, cosecha, señorita Chaves?

–Si fuera cierto, caería algo del cielo y ¡Aplastaría su cabeza!

Una risa hizo que Paula se fijara en la mujer de cabello moreno, y vió que sonreía y levantaba los pulgares como signo de aprobación. Pedro miró a su hermana y después a Paula otra vez.

–¿Le importaría bajar el tono de voz?

–¿Por qué? Supongo que no es un secreto que usted es un abusón.

–Podemos intercambiar algunos insultos, si es lo que desea. ¿Cómo llamaría a una mujer que intenta seducir a hombres casados?

Paula lo miró boquiabierta.

–¿Perdón?

–Fernando Dane es un buen amigo mío.

Al oír el nombre, Paula palideció. De pronto, lo comprendió todo. ¡Aquel hombre creía que ella era Paulina!

–Ahora ya no tiene nada que decir.

Ella lo miró fijamente. Así que Fernando Dane y aquel hombre eran amigos.

–Un matrimonio contraído en el paraíso –murmuró ella.

–El matrimonio de Fernando sigue siendo fuerte, a pesar de que sus esfuerzos por separarlos.

–¿Mis esfuerzos? –negó con la cabeza–. Perdone, ¿Lo he comprendido bien? ¿Cree que su amigo Fernando es una víctima? –Paula soltó una carcajada.

Su prima había tardado mucho en recuperarse de la relación amorosa que había mantenido con el hombre casado que le había roto el corazón. Paulina, cuyo único pecado había sido ser confiada y seguir los deseos de su corazón. Y también había sido muy valiente. Otra persona se había quedado destrozada por lo que había sucedido, pero no Paulina. La admiración que Anna sentía por su prima estaba teñida de preocupación. Sí, Paulina había encontrado la felicidad, pero fácilmente podía haberse encontrado con otro hombre igual que Fernando Dane.

Paulina se había arriesgado, pero solo la idea de seguir su ejemplo hacía que Paula se estremeciera horrorizada. Todavía tenía pesadillas acerca de la noche en que había encontrado a su prima junto a un frasco semivacío de pastillas y una botella de licor. Sin embargo, había sacado algo positivo de aquella experiencia, saber que nunca permitiría que su corazón gobernara su cabeza. Miró a Pedro una vez más y resopló disgustada.

–Ha sido una pregunta estúpida, por supuesto que lo cree.

–Fernando también tuvo parte de culpa –admitió él, mirándola con impaciencia.

–Por lo menos lo reconoce –ladeó la cabeza y lo miró con desdén–. Así es como yo sé la historia. Un hombre casado que seduce a una chica inexperta y diez años más joven, un hombre que le dice que la quiere y que va a abandonar a su esposa para irse con ella –demasiado furiosa como para considerar sus palabras, soltó una carcajada y continuó–. Sí, la chica sabía que lo que hacía no estaba bien –la imagen de Paulina agarrada al frasco de pastillas invadió su memoria–. Pero lo hizo de todas maneras. Miente a su familia y, cuando él la abandona y regresa con su esposa, ella cree que su vida no tiene sentido. No estoy segura de cómo llamaría a un hombre así, pero le aseguro que «víctima» no sería la palabra.

Al menos no le había contado toda la historia. Aun así, Paula se sentía culpable y traicionera. Le había prometido a Paulina que nunca contaría a nadie lo que sabía, y era una promesa que había mantenido hasta ese momento. El único consuelo era que ese hombre pensaba que ella era la persona que había sido víctima de los actos de su amigo y, aunque odiaba que la consideraran como una víctima ingenua, prefería que la juzgara a ella antes de que despreciara a Paulina. Que pensara lo que quisiera. Estaba dispuesta a defender a su prima de sus burlas y acusaciones.

Pedro frunció el ceño. Aquella mujer había conseguido que él dudara brevemente acerca del hombre que le había salvado la vida. Era consciente de que, probablemente, ella había contado tantas veces aquella versión de lo sucedido que había llegado a creérselo. Resultaba más sencillo creer una mentira que admitir que había intentado seducir a un hombre casado. Respecto a la fidelidad dentro del matrimonio, Cesare lo tenía muy claro. O se era fiel o no se debía haber pronunciado unos votos que no se podían mantener. Ese era el motivo por el que él no pensaba contraer matrimonio. ¿Amar a la misma mujer durante toda la vida? ¿O incluso durante un año? Imposible. Y, si uno elegía la vía del matrimonio, descarriarse no era una opción. Era cierto que Fernando no se había comportado bien pero, al menos, había recapacitado a tiempo para salvar el matrimonio. En el fondo, Fernando era un buen hombre capaz de realizar actos desinteresados. Si no hubiese sido así, Pedro no estaría vivo,  su amigo le había salvado la vida de forma desinteresada.

–Sube al coche, Caro –le dijo a su acompañante antes de volverse para darle la espalda a Paula.

Furiosa, Paula dió un paso adelante y se acercó al borde de la acera. En ese momento, pasó un autobús y le manchó el traje al salpicarla con el agua de un charco.

–Ni siquiera ha disminuido la velocidad –se quejó ella, mirando su traje manchado.

Justo antes de meterse en el coche, Pedro volvió la cabeza. Sin decir nada, la miró de arriba abajo y sonrió. «¡Le odio!».

Culpable: Capítulo 7

–Sé que Valen necesita mucha atención y que puede resultar agotador. ¿Qué tal ha ido la fisioterapia esta semana? ¿Ha colaborado? Espero que te acordaras de...

La voz de su hermana se desvaneció entre la multitud de viajeros que salían de la estación. Una mujer llamó su atención. Tenía el cabello de color cobrizo y se dirigía hacia su hermano mirándolo fijamente con sus ojos azules, como si fuera un ángel vengativo. Al verla, él esperó. No había provocado ese encuentro, pero tampoco pensaba evitarlo. A medida que ella se acercaba, notó que el molesto sentimiento de culpa que no había querido reconocer se disipaba. La mujer que se aproximaba no parecía una gatita maltratada, sino más bien una mujer sexy que se movía con la gracia de un felino. La mujer que habría provocado el caos en la pequeña comunidad. Al ver que ella se volvía para recolocarse la bolsa que llevaba en el hombro, apretó los dientes. No pudo evitar fijarse en su trasero firme y redondeado y, al instante, experimentó un fuerte calor en la entrepierna. Era la prueba de que aquella mujer representaba un peligro para los hombres. ¡Y en un par de meses podría haber encandilado a todos los casados de la zona!

–¿La conoces? –preguntó Carolina, mirando a su hermano con curiosidad.

–Mantente al margen de todo esto, Caro.

Paula miró de arriba abajo a la mujer despampanante que acompañaba a Pedro Alfonso y se fijó en su vestido, en los zapatos de tacón de aguja y en su cazadora de cuero de motorista. Una combinación atrevida que ella lucía con mucho estilo. Paula enderezó los hombros, respiró hondo y señaló a Pedro de manera acusadora.

–¡Tú! –exclamó.

Él arqueó una ceja y ladeó la cabeza.

–¿Señora Chaves?

–Me has pisoteado, y me gustaría saber por qué.

–Es mala perdedora, señorita Chaves.

Ella alzó la barbilla y dijo orgullosa:

–Pero una profesora excelente.

Él frunció el ceño al ver que ella se abrazaba pero continuaba temblando.

–¿Por qué no llevas abrigo?

–Lo he perdido –contestó entre dientes y desconcertada–. ¿Por qué lo has hecho? –preguntó. Le resultaba imposible comprender cómo alguien era capaz de haber hecho algo parecido.

–Mi trabajo es asegurarme de que la escuela tenga el mejor director posible y, simplemente, tú no estás a la altura del trabajo – agarró el codo de la mujer morena–. Si me disculpas.

–¡No! –exclamó ella, y lo agarró del brazo.

Él la miró sorprendido y le sujetó la mano. Paula la retiró y la frotó contra su muslo para borrar la sensación de sus fuertes dedos.

–Hay algo más. Lo sé...

–¿Aparte de su incompetencia?

–Los demás pensaron que era competente. Y lo soy –comentó enfadada y se contuvo para no darle una bofetada–. Hasta que llegaste, el comité pensaba que era la persona adecuada para el trabajo.

–En el papel parecía la candidata adecuada.

El comentario hizo que Carolina se fijara en la carpeta que su hermano había lanzado al asiento de atrás.

–¿Adecuada? –preguntó Paula.

Pedro apartó la mirada de sus labios sensuales.

–Estoy seguro de que está acostumbrada a sonreír para conseguir lo que quiere. Ser guapa no garantiza tener privilegios en la vida

Paula pestañeó. ¿Guapa? Esperaba encontrar sarcasmo en su mirada, pero solo vió rabia y algo más que no era capaz de definir pero que provocó que se le formara un nudo en el estómago. No era una mujer guapa. «Por un momento pensé que eras Martina». Había escuchado ese comentario montones de veces en su vida y por fin lo había comprendido. Su prima mayor, a la que admiraba y quería, era una mujer guapa. La belleza era algo sutil. Tenía pecas, la boca demasiado grande y la nariz ligeramente torcida. No estaba mal, pero Paulina era despampanante. Su prima podía haber disfrutado de cualquier hombre, sin embargo, se había enamorado del canalla que había estado a punto de arruinarle la vida.

–Si hay alguien que tenga privilegios... –soltó una carcajada–. ¿Sabes lo que creo? Creo que te gusta demostrar que eres importante porque no lo eres, en realidad eres un abusón –él la miró tan sorprendido que ella estuvo a punto de reírse–. ¿Cuál es tu entretenimiento? ¿Dar patadas a los perritos?

–No me parece un comentario apropiado, señorita Chaves.

No era un cachorrito, pero aquella mujer sexy y pelirroja tenía algo de felino.