martes, 29 de enero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 12

Entonces, regresó el camarero con la segunda ronda y tomó nota de la comida. Melina llegó poco después. Una vez que estuvieron todas, Paula se relajó y disfrutó de su compañía. Sí, había echado mucho de menos aquello cuando estuvo fuera. Mientras jugaba con el borde de la copa de vino miró a la gente que había en el bar. Al ver la cabeza de un hombre con el cabello castaño se puso tensa. Sabrina se percató y le preguntó en voz baja:

—¿Tienes algún problema con el hombre que trabaja en casa de tus padres?

 —Para nada —contestó ella, apartando la vista de Pedro mientras él atravesaba el bar hasta una mesa.

 Él estaba con otros dos hombres. A juzgar por su parecido, Paula dedujo que el mayor debía de ser su padre y que el más joven debía de ser Nicolás. Gracias a la conversación con Abril que había tenido el día anterior, se había enterado de que Nicolás era el hermano mayor de Abril.

Pero Sabrina miró a Paula y ella suspiró y dijo:

—No sé qué pensar de él, ¿De acuerdo?

 Sabrina sonrió.

—Eso significa que al menos estás pensando algo.

—Acabo de salir de una relación y no estoy interesada en empezar otra. No me interesan los hombres —les había contado que Marcos se había ido con otra, pero no había asociado ese detalle con su lesión de rodilla. Y tampoco había comentado que el futuro de su carrera profesional pendía de un hilo.

—Todos los hombres, quizá sea exagerar, pero cuando se trata de Pedro Alfonso, probablemente sea lo mejor —murmuró Sabrina—. Es un hombre triste. He oído que la mitad de las solteras, y algunas casadas, se han insinuado ante él y que ni siquiera ha pestañeado.

Paula dudó un instante y continuó mirándolo. Estaba sentado en una mesa al otro lado del local y no podía verlo muy bien.

—¿Sabes lo que pasó?

—¿Con su mujer? —Sabrina negó con la cabeza—. Una compañera de trabajo tuvo a Abril en su clase el año pasado. Su esposa murió de cáncer hace unos años. Abril sólo tenía tres años. Carla me dijo que, meses más tarde, Pedro se mudó con toda la familia.

 Quizá se hubiera mudado de ciudad, pero por lo que Paula había visto, no había avanzado nada.

—En cualquier caso, si lo que quieres es superar lo de Lars, no creo que el señor Ventura sea la mejor opción —murmuró Sabrina.

—Por cierto, ¿Has sabido algo de Marcos desde que te marchaste? — preguntó Andrea.

 Paula negó con la cabeza.

—No. Según mi amiga Isabella, que es la supervisora de vestuario, está muy ocupado con la encantadora Natalia.

—Marcos era un idiota —dijo Jimena,  y señaló a Paula con el tenedor—. Y no merece ni un minuto de tu sufrimiento. Lo mejor para tí es que vuelvas al mercado.

—¿Sólo piensas en el sexo? —preguntó Andrea.

Jimena sonrió y se encogió de hombros.

—¿No estás de acuerdo conmigo? Todas se rieron cuando Andrea admitió que no era así.

 Paula negó con la cabeza y se levantó de la silla. No quería pensar en el sexo. Sobre todo porque sus pensamientos se centraban en Pedro.

 —Enseguida vuelvo.

Se dirigió al baño que estaba al fondo del local. De camino, se fijó en la mesa en que estaba Pedro, pero él nunca miró hacia ella. Se preguntaba dónde habría dejado a Abril. Se preguntaba si él conseguiría poner una sonrisa durante la visita de su hijo. Se preguntaba por qué no podía dejar de pensar en aquel hombre.

Había cola en el baño de mujeres y, cuando regresó a la mesa, había mucha más gente en ella. La noche de chicas se había truncado gracias a la presencia de los maridos. Después de saludarla y de darle la bienvenida, juntaron más mesas y pidieron más bebida y comida. Había un gran bullicio, y mucha gente. Era viernes noche en Colbys. Eso era estar en casa. Y más tarde, mientras las parejas se dirigían a la pista de baile o a saludar a otros amigos, Paula permaneció sentada en la mesa con el pie en alto y observando. Cuando estaba en Nueva York se había sentido como en casa. Sin embargo, allí también se sentía como en casa. ¿Y cuál de las dos era su casa? Jugueteó con la copa de vino y miró hacia la barra. Había más gente que antes y la gente que había ido a cenar con los niños ya se estaba marchando.

—¿Quiere algo más? —le preguntó el camarero.

—Estoy bien, gracias —contestó ella.

Él se marchó y Paula se encontró mirando directamente a Pedro, que había aparecido tras el camarero.  Se puso tensa.  Él se fijó en la pierna que tenía estirada y en cómo el vestido cubría su rodilla.

 —Parece que tienes la costumbre de excederte.

Ella levantó la copa y lo saludó.

 —Buenas noches para tí también, pedro.

 Él frunció los labios y comentó:

—Parece que todos te han abandonado.

—Igual que a tí —dijo ella.

Su hijo, Nicolás, estaba bailando con Melina. Su padre, estaba bailando con Susana Reeves, que había llegado con su sobrino Daniel, el marido de Jimena.

Pedro asintió. Ella bebió un sorbo de vino y lo miró. Esa noche llevaba una camisa de seda de color beis, unos vaqueros de color negro y unas botas y estaba muy sexy. Paula retiró la pierna de la silla. Gracias a que se había aplicado hielo y se había tomado una aspirina, le dolía menos que antes. Y estaba agradecida por ello.

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