—¿Qué pasó ese día, Paula?
Su voz le dio valor. Después de lo que había hecho, contárselo era lo lógico, aunque difícil.
—Me marché de casa y me sentí dividida porque por un lado dejaba a mi madre, pero por otro me sentía segura. Mi madre me llamó y me dijo que iba a abandonarlo —se dió cuenta de que tenía los ojos resecos. Recordó la alegría que había sentido porque a lo mejor podían retomar su relación—. Yo le dije que podía ir a ayudarla, pero cuando llegué él se había adelantado. Había descubierto las maletas y cuando la ví estaba sangrando e inconsciente en el suelo con un brazo roto y una fractura de cráneo. Su ropa estaba tirada por todas partes hecha jirones.
—Dio mio —sólo fue capaz de decir Pedro.
—Sucede, Pedro, con mucha más frecuencia de la que debería —le puso la otra mano encima para tomar fuerzas—. Me encontró allí con el teléfono en la mano para llamar a la policía. Me lo quitó de la mano y me golpeó con él. Cuando me desperté, mi madre seguía inconsciente y yo tenía una conmoción, costillas rotas y lesiones internas donde él... —se le quebró la voz un poco—. Donde él me había dado patadas una y otra vez. Nos dejó allí, Pedro. Nos dejó para que muriéramos. Pero el cartero vió manchas de manos ensangrentadas en la puerta y en la barandilla de la escalera. Llamó a la policía y el resto es historia.
—Sólo que no es historia —le alzó la barbilla suavemente con un dedo—. Nada semejante desaparece por completo, no puede. Oh, Pau—se llevó las manos a los labios y las besó con los ojos cerrados.
Paula miró la ternura con la que la besaba. ¿De dónde había salido? ¿Por qué estaba allí, exactamente lo que necesitaba cuando lo necesitaba?
—Lo siento tanto... Nadie debería pasar jamás por algo así —le susurró en las yemas de los dedos.
Y entonces se inclinó hacia delante y la besó en los labios.Ella se entregó a su abrazo. Él era fuerte y creaba una barrera entre ella y el feo pasado. Cuando estaba con él era la Paula que siempre había querido ser, libre del dominio que Fernando había ejercido sobre ella durante años. El beso fue suave, tentador, dulce. No sabía que él pudiera ser tan dulce. Tampoco sabía que ella fuera capaz de amar, pero así era. Amaba a Pedro. Y no sabía qué hacer.
—Y ahora está fuera de la cárcel y tienes miedo de que venga por tí. ¿Y tu madre?
—Las autoridades me mantienen informada mientras este en condicional. Por supuesto pienso en ello y me pregunto si me odia por mandarlo a la cárcel. Pero tampoco me permito pensarlo mucho porque es paralizante. He pasado demasiados años mirando por encima del hombro. Y es de esas cosas a las que llegas a acostumbrarte.
—¿Y tu madre?
—No hablo con mi madre con frecuencia... parece haber un muro entre nosotras. Ni siquiera sé dónde vive. Yo... —carraspeó—. Una parte de mí aún se pregunta por qué permitió que aquello sucediera. Por qué se quedó con un hombre que la golpeaba. Que me golpeaba. ¿Por qué no intentó salir de ahí? —miró a Pedro—. ¿Qué clase de madre hace tanto daño a su propia hija? ¿Qué clase de madre no pone el bienestar de su hija por encima de todo? Hay veces que pienso en la casa que me gustaría, los hijos que podría tener algún día. ¿Los haría pasar por algo así? Sé que no podría. He tratado de entenderlo, pero no puedo. Lo único que se me ocurre es que estuviera demasiado asustada como para hacer nada.
—Yo tampoco lo sé —dijo Pedro—. Apenas recuerdo a mi madre.
—Dijiste que los había abandonado a Caro y a tí. Eso debió de ser duro.
—Sólo recuerdo la sensación de no importarle —Paula abrió mucho los ojos por el odio en su expresión—. Nos abandonó cuando yo era un niño. Mi padre nos crió a Caro y a mí —caminó hasta la ventana.
—Lo siento —murmuró—. Tuvo que ser horrible para tí. ¿Volvió a casarse tu padre?
—No tiene importancia —carraspeó—. Fue hace mucho tiempo. Y no es nada comparado con lo tuyo. Nada.
Hablaba con vehemencia y Paula supo que era para ocultar su dolor. Y por un momento se olvidó de ella misma y se preguntó por el niño que habría sido y cómo había sufrido. Quizá la cucharita de plata con que había nacido no había brillado tanto como ella había pensado. ¡Cómo deseó poderlo ayudar como él la había ayudado a ella!Se había enamorado de Pedro y eso le iba a romper el corazón. A Pedro le importaba, sí, lo sabía, pero ¿Amor? Por decisión propia, él no amaba. Tenía que dar un paso atrás. Desnudar sus almas era bueno, pero no era tan tonta como para pensar que tendría un final feliz. Pedro no vivía allí. No era de allí. Era de Italia y su lugar estaba allí con su familia y el imperio Alfonso y lo que estaba sucediendo entre ellos era un accidente en sus vidas. Necesario, quizá, pero pasajero. ¿Cómo iba a decirle lo que sentía de verdad?
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