jueves, 28 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 42

Se sentó en la silla.

—No  hay  nada  que  decir,  Pedro.  Los  dos  sabíamos  que;  este  momento  llegaría.  Supongo que simplemente esperaba que volvieras.

—Sabíamos que era algo temporal.

—Pensaba que te quedarías a supervisar el resto de la reforma, eso es todo.

Pedro se sentó también.

—Yo  también.  La  idea  era  quedarme  algunas  semanas  más,  pero  tengo  que  estar en otro sitio. Sé que dejo el Cascade en buenas manos, Pau. Y estoy sólo a una llamada o un correo electrónico si me necesitas. Tengo completa confianza en tí.

Le  dejaba  el  resto  del  trabajo  a  ella.  Creía  en  su  capacidad.  Se  suponía  que  debería sentirse feliz, pero no era así, se sentía mal por estar sin él.

—He hablado con mi padre y vamos a nombrarte directora permanente.

Eso era lo que siempre había querido, lo que pretendía cuando había ido a vivir a  Banff.  En  ese  momento  le  parecía  un  premio  de  consolación.  ¿Cuándo  había  empezado a querer más?Se  miró  las  rodillas.  Sabía  cuándo.  Cuando  había  dejado  de  darle  a  Fernando el  poder y había empezado a vivir por sí misma.

—Gracias, Pedro. Es... es lo que siempre he querido y aprecio tu fe en mí. No te decepcionaré.

Pedro la  miró  y  se  preguntó  cómo  podía  haberlo  estropeado  todo  de  un  modo  tan espectacular. Debería haber mantenido las cosas en el tono formal de la mañana. Paula era  importante  para  él.  Había  permitido  que  llegara  a  serlo  y  eso  no  era  justo para ninguno de los dos.  Había tratado de recordárselo todo el día, pero había perdido la cabeza cuando la había visto al pie de las escaleras.Y  después  la  había  besado  y  acariciado  y  deseado  hacer  el  amor  con  tanta  fuerza  que  casi  se  había  perdido.  Hasta  que  se  había  dado  cuenta  de  que  no  estaba  bien  hacerle  daño.  Y  la  conocía  lo  bastante  como  para  saber  que  hacer  el  amor  una  vez y marcharse sería egoísta. Lo mejor que podía hacer era darle lo que quería desde el principio: la dirección total  del  hotel.  Daba  lo  mismo  que  eso  no  lo  hiciera  completamente  feliz  a  él.  La  llamada  de  su  padre  lo  había  irritado  desde  el  primer  momento.  Estaba  cansado  de  ser su chico de los recados y ya sabía que quería más. Aun así, su primera lealtad era hacia  la  familia  y  el  imperio  Alfonso.  Había  hecho  esa  elección  hacía  años.  No  podía  tener las dos cosas.

—Nunca me decepcionarás, Pau. Jamás.

Señaló el anillo que él llevaba en el dedo.

—Ese anillo es importante para tí, ¿Verdad? —dijo con voz tranquila—. Siempre te lo he visto puesto.

Él  asintió  y  apoyó  la  mano  en  la  rodilla.  Quizá  si  le  explicaba  la  historia  del  anillo, ella entendía por qué tenía que marcharse.

—Mi  abuela  se  lo  dió  a  mi  abuelo.  Se  convirtió  en  el  lema  de  los  Alfonso:  belleza, lealtad, fuerza.

—Tienes tanta historia, Pedro. Te envidio.

—Algunas  veces  no  es  lo  que  parece  —respondió  rápidamente,  y  después  sacudió la cabeza. Sus problemas con Alfonso no los iba a resolver ella—. Sólo significa  responsabilidades.  Tengo  deberes  con  mi  familia  y  ésa  es  la  vida  que  me  dieron;  aunque también la elegí. Me ancla.

—Pero...

Se  levantó  y  paseó  hasta  un  extremo  de  la  mesa,  se  detuvo  y  cerró  los  ojos  un  momento. Cuando se dió la vuelta le tendió la mano y ella se la tomó.

—Los dos sabíamos que esto no sería para siempre y que mi trabajo me llevaría lejos —inspiró  con  fuerza—.  También  sabemos  que  lo  que  compartimos  es  especial.  Tú eres especial, Pau.

—Te  olvidarás  de  mí  —miró  a  otro  lado—.  Seré  otra  de  esas  mujeres  que  has  conocido.

—No. Eso quita valor a lo que hemos compartido.

—Parece que lo dices de verdad —lo miró fijamente.

—Así  es  —se  llevó  la  mano  a  los  labios  y  la  besó—.  Me  importas  mucho.  Este  momento  ha  llegado  como  sabíamos  que  ocurriría.  Debo  volver  a  mi  vida  y,  tú,  seguir  aquí  con  la  tuya.  No  hay  otra  elección.  Sólo  quiero  que  nos  separemos  sin  amargura,  pero  respetando  lo  que  hay  entre  nosotros.  Para  que  sepas  que...  —hizo una pausa. Podía con ello, aunque fuera la explicación más difícil que había dado en su vida. Decidió ser sincero—. Para que sepas que significas algo para mí.

—Me estás poniendo muy  difícil  enfadarme  contigo   —dijo  entre   risas  y   gemidos.

—Si te resulta más fácil enfadándote, entonces hazlo. Sólo quiero que seas feliz, Pau.

Y  por  primera  vez  en  su  vida  supo  que  era  cierto.  Quería  la  felicidad  de  ella  antes  que  la  suya.  No  quería  convertirse  en  su  padre.  Su  padre  había  dedicado  su  vida  a  la  felicidad  de  su  esposa  para  no  quedarse  con  nada.  Había  visto  a  su  padre  destruido  por  su  madre.  También  recordaba  el  momento  precioso  en  que  su  propia  inocencia, su fe en la felicidad, se había roto cruelmente. Y sabía que todo eso no era nada comparado con el poder que Paula podría tener sobre su corazón.

Ella  se  dió  la  vuelta  y  se  pasó  un  dedo  bajo  las  pestañas  para  secarse  una  lágrima  antes  de  que  le  corriera  por  la  mejilla.  ¿Cómo  podía  explicarle  que  su  felicidad  estaba  estrechamente  vinculada  a  él?  ¡Tenía  razón  en  todo!  Sabían  que llegaría  ese  momento.  Recordó  estar  entre  sus  brazos  mientras  le  contaba  lo  de  Fernando y  sentirse  segura  y  amada.  Y  todo  eso  se  desvanecería  con  él  cuando  se  marchara. Habría dado cualquier cosa por que se quedara.

—Y yo que lo seas tú —respondió ella. Lo miró a los ojos deseando estar entre sus brazos una vez más.

De pronto fue consciente de que no podría besarlo más y una sensación de vacío la invadió.

—¿Pedro? —él  la  agarraba  con  tanta  fuerza  que  dolía—.  ¿Me  besarías  una  vez  más?

Oyó el ruego en su propia voz, pero no le importó. Se levantó y se acercó para que  la  abrazara,  sintiendo  que  sus  manos  le  acariciaban  el  cuello  mientras  la  besaba  en las sienes.Apenas podía respirar, el pecho le subía y bajaba en respiraciones superficiales mientras  su  boca  jugaba  con  la  de  ella  tratándola  como  si  fuese  una  preciosa  porcelana.  Cerró  los  ojos  cuando  la  besó  en  las  mejillas.  Ese  beso  le  hizo  echarse  a  temblar  por  su  inocencia  y  pureza.  Se  cayó  el  chal  al  suelo,  pero  no  le  importó.  Dos  palabras  vibraban  en  su  boca,  pero  no  las  pronunció.  Había  algo  sutil  y  frágil  entre  ellos y no iba a romper esa conexión anunciando en voz alta su amor.

—Tengo  que  irme  —dijo  en  un  jadeo  echándose  atrás  y  agarrando  su  bolso—. Lo siento, no puedo hacerlo.

Salió en tromba del reservado antes de que Pedro pudiese decir ni una palabra. Él se agachó a recoger el chal. La llamada de su padre podía irse al infierno. Había intentado reconstruir el estatu quo con Paula y todo lo que había conseguido era  complicar  más  las  cosas.  Se  pasó  una  mano  por  el  rostro.  Nunca  antes  había  tenido esos problemas. Se le daba bien seguir adelante. Y no podía entender por qué esa vez era diferente. Simplemente,  se  había  implicado  demasiado,  eso  era  todo.  Estaba  haciendo  el  tonto  pensando  que  aquello  era  amor.  Acarició  el  suave  tejido  del  chal.  Que  se  marchara era lo mejor para los dos.

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