Se sentó en la silla.
—No hay nada que decir, Pedro. Los dos sabíamos que; este momento llegaría. Supongo que simplemente esperaba que volvieras.
—Sabíamos que era algo temporal.
—Pensaba que te quedarías a supervisar el resto de la reforma, eso es todo.
Pedro se sentó también.
—Yo también. La idea era quedarme algunas semanas más, pero tengo que estar en otro sitio. Sé que dejo el Cascade en buenas manos, Pau. Y estoy sólo a una llamada o un correo electrónico si me necesitas. Tengo completa confianza en tí.
Le dejaba el resto del trabajo a ella. Creía en su capacidad. Se suponía que debería sentirse feliz, pero no era así, se sentía mal por estar sin él.
—He hablado con mi padre y vamos a nombrarte directora permanente.
Eso era lo que siempre había querido, lo que pretendía cuando había ido a vivir a Banff. En ese momento le parecía un premio de consolación. ¿Cuándo había empezado a querer más?Se miró las rodillas. Sabía cuándo. Cuando había dejado de darle a Fernando el poder y había empezado a vivir por sí misma.
—Gracias, Pedro. Es... es lo que siempre he querido y aprecio tu fe en mí. No te decepcionaré.
Pedro la miró y se preguntó cómo podía haberlo estropeado todo de un modo tan espectacular. Debería haber mantenido las cosas en el tono formal de la mañana. Paula era importante para él. Había permitido que llegara a serlo y eso no era justo para ninguno de los dos. Había tratado de recordárselo todo el día, pero había perdido la cabeza cuando la había visto al pie de las escaleras.Y después la había besado y acariciado y deseado hacer el amor con tanta fuerza que casi se había perdido. Hasta que se había dado cuenta de que no estaba bien hacerle daño. Y la conocía lo bastante como para saber que hacer el amor una vez y marcharse sería egoísta. Lo mejor que podía hacer era darle lo que quería desde el principio: la dirección total del hotel. Daba lo mismo que eso no lo hiciera completamente feliz a él. La llamada de su padre lo había irritado desde el primer momento. Estaba cansado de ser su chico de los recados y ya sabía que quería más. Aun así, su primera lealtad era hacia la familia y el imperio Alfonso. Había hecho esa elección hacía años. No podía tener las dos cosas.
—Nunca me decepcionarás, Pau. Jamás.
Señaló el anillo que él llevaba en el dedo.
—Ese anillo es importante para tí, ¿Verdad? —dijo con voz tranquila—. Siempre te lo he visto puesto.
Él asintió y apoyó la mano en la rodilla. Quizá si le explicaba la historia del anillo, ella entendía por qué tenía que marcharse.
—Mi abuela se lo dió a mi abuelo. Se convirtió en el lema de los Alfonso: belleza, lealtad, fuerza.
—Tienes tanta historia, Pedro. Te envidio.
—Algunas veces no es lo que parece —respondió rápidamente, y después sacudió la cabeza. Sus problemas con Alfonso no los iba a resolver ella—. Sólo significa responsabilidades. Tengo deberes con mi familia y ésa es la vida que me dieron; aunque también la elegí. Me ancla.
—Pero...
Se levantó y paseó hasta un extremo de la mesa, se detuvo y cerró los ojos un momento. Cuando se dió la vuelta le tendió la mano y ella se la tomó.
—Los dos sabíamos que esto no sería para siempre y que mi trabajo me llevaría lejos —inspiró con fuerza—. También sabemos que lo que compartimos es especial. Tú eres especial, Pau.
—Te olvidarás de mí —miró a otro lado—. Seré otra de esas mujeres que has conocido.
—No. Eso quita valor a lo que hemos compartido.
—Parece que lo dices de verdad —lo miró fijamente.
—Así es —se llevó la mano a los labios y la besó—. Me importas mucho. Este momento ha llegado como sabíamos que ocurriría. Debo volver a mi vida y, tú, seguir aquí con la tuya. No hay otra elección. Sólo quiero que nos separemos sin amargura, pero respetando lo que hay entre nosotros. Para que sepas que... —hizo una pausa. Podía con ello, aunque fuera la explicación más difícil que había dado en su vida. Decidió ser sincero—. Para que sepas que significas algo para mí.
—Me estás poniendo muy difícil enfadarme contigo —dijo entre risas y gemidos.
—Si te resulta más fácil enfadándote, entonces hazlo. Sólo quiero que seas feliz, Pau.
Y por primera vez en su vida supo que era cierto. Quería la felicidad de ella antes que la suya. No quería convertirse en su padre. Su padre había dedicado su vida a la felicidad de su esposa para no quedarse con nada. Había visto a su padre destruido por su madre. También recordaba el momento precioso en que su propia inocencia, su fe en la felicidad, se había roto cruelmente. Y sabía que todo eso no era nada comparado con el poder que Paula podría tener sobre su corazón.
Ella se dió la vuelta y se pasó un dedo bajo las pestañas para secarse una lágrima antes de que le corriera por la mejilla. ¿Cómo podía explicarle que su felicidad estaba estrechamente vinculada a él? ¡Tenía razón en todo! Sabían que llegaría ese momento. Recordó estar entre sus brazos mientras le contaba lo de Fernando y sentirse segura y amada. Y todo eso se desvanecería con él cuando se marchara. Habría dado cualquier cosa por que se quedara.
—Y yo que lo seas tú —respondió ella. Lo miró a los ojos deseando estar entre sus brazos una vez más.
De pronto fue consciente de que no podría besarlo más y una sensación de vacío la invadió.
—¿Pedro? —él la agarraba con tanta fuerza que dolía—. ¿Me besarías una vez más?
Oyó el ruego en su propia voz, pero no le importó. Se levantó y se acercó para que la abrazara, sintiendo que sus manos le acariciaban el cuello mientras la besaba en las sienes.Apenas podía respirar, el pecho le subía y bajaba en respiraciones superficiales mientras su boca jugaba con la de ella tratándola como si fuese una preciosa porcelana. Cerró los ojos cuando la besó en las mejillas. Ese beso le hizo echarse a temblar por su inocencia y pureza. Se cayó el chal al suelo, pero no le importó. Dos palabras vibraban en su boca, pero no las pronunció. Había algo sutil y frágil entre ellos y no iba a romper esa conexión anunciando en voz alta su amor.
—Tengo que irme —dijo en un jadeo echándose atrás y agarrando su bolso—. Lo siento, no puedo hacerlo.
Salió en tromba del reservado antes de que Pedro pudiese decir ni una palabra. Él se agachó a recoger el chal. La llamada de su padre podía irse al infierno. Había intentado reconstruir el estatu quo con Paula y todo lo que había conseguido era complicar más las cosas. Se pasó una mano por el rostro. Nunca antes había tenido esos problemas. Se le daba bien seguir adelante. Y no podía entender por qué esa vez era diferente. Simplemente, se había implicado demasiado, eso era todo. Estaba haciendo el tonto pensando que aquello era amor. Acarició el suave tejido del chal. Que se marchara era lo mejor para los dos.
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