La casa estaba a oscuras cuando Paula entró. En esas ocasiones el corazón siempre le latía más deprisa. No importaba cuántas veces se dijera que todo era cosa del pasado, sabía que no era así. Siempre había un resto de temor acechando tras las puertas cerradas. En cuanto entró, encendió la luz de la cocina y eso alivió parte de su ansiedad. Pedro se marchaba. Todo el caos de las últimas semanas se terminaría, como si jamás hubiera sucedido. Volvería a su vida. Eso era lo que había querido. Sin prestarle mucha atención, recorrió con los dedos el correo que había dejado antes sobre la mesa, ansiosa por prepararse para la cena. Se detuvo en un sobre blanco y rojo que significaba que era urgente y lo abrió. Dentro había otro sobre con el membrete de la policía de Toronto. Sostuvo el sobre con manos temblorosas. Después de mirarlo unos minutos, lo abrió y sacó una hoja. Se había terminado. Se sentó pesadamente en la silla de la cocina. Bobby se acercó, se sentó a su lado y le apoyó la cabeza en la rodilla. Esa era su vida. La suya. Y desde ese momento, la suya sola. El pasado se había ido, disuelto en unos pocos párrafos.Tuvo que leerla una vez más para asegurarse:
"Querida señorita Chaves: Le escribo para informarle de la muerte de Fernando Langston. Murió el 25 de noviembre, cuando el vehículo que conducía se salió de la carretera. El alcohol fue un factor determinante en su accidente".
Se enjugó las lágrimas. Se había terminado. Ya no podría hacer daño a nadie. Siguió leyendo una anotación al final de la hoja:
"Sé que éste no es el procedimiento, pero quería notificárselo yo mismo. Como el resto de agentes implicados en este caso, he pensado con frecuencia en usted y en su madre. Sólo puedo decir que espero que esté bien y que esto quizá sea alguna clase de solución para usted y la señora Langston. Atentamente, Patricio Moore".
Recordó al agente Moore. Había sido tranquilo, firme, amable cuando la había interrogado en el hospital y después cuando había declarado en el juicio. De algún modo, que fuera él quien le diera la noticia, cerraba el círculo. Se preguntó dónde estaría su madre esa noche, leyendo una carta idéntica, sintiendo el mismo alivio... y arrepentimiento.Su primer impulso fue decírselo a Pedro, pero era lo último que debía hacer. Se habían despedido esa noche. Y ya le había contado suficientes problemas. No, ya era hora de seguir sola.Se acercó donde había colgado el cuadro que él le había regalado. Recorrió la superficie con los dedos con la carta en la otra mano. En ese momento supo no sólo por qué la pintura le había hablado, sino también lo que le había dicho.Era la vida, la vida a la que él la había despertado. Y se había dado cuenta de que, al abrirse a la vida, también se había abierto al dolor. Y valía la pena. Las lágrimas le corrieron por las mejillas. Se había jurado que había curado las heridas que Fernando le había infligido, pero no había sido así, sólo las había tapado. Y entonces había conocido a Pedro, él le había hecho afrontarlo y ella se había enamorado de él. Pero estaba tan dañada que ni siquiera tenía el coraje de luchar por él. Incluso esa noche sólo había aceptado lo que él había dicho, que se marchaba. Arrugó la carta y la tiró al fuego. Las últimas semanas se había preguntado si sólo se había sentido atraída por Pedro por lo que le había hecho Fernando. Porque él la protegía. Porque necesitaba sentirse segura tras su salida de prisión. Pero nada de eso era cierto. Mientras el papel se reducía a cenizas en el fuego, supo sin ninguna duda que era libre. Y esa libertad no consiguió en absoluto liberarla del anhelo de Pedro. La pintura le recordó todo: la sonrisa de Pedro, sus ojos, cómo la desafiaba y la besaba, cómo habían podido hablar de su maltrato y cómo había llegado a confiar en él...
Pero el hombre que le había destrozado la vida había muerto de repente. Ya no tendría que mirar al volver las esquinas. Ya no tendría que esperar los informes de los agentes de la libertad condicional, o preocuparse por si decidía ir por ella. Aunque había un punto de culpabilidad en el hecho de que un hombre tuviera que morir para que ella fuera libre.Podría olvidarse de Fernando; y tenía el trabajo y la vida que siempre había querido, pero se sentía completamente vacía. Cuadró los hombros. Recordó la nota que acompañada al cuadro: Cuando le habla a tu corazón, sabes que es el bueno.Había estado completamente equivocada. No había tenido nada que ver con Fernando. Era por Pedro. Él era quien le hablaba a su corazón. Él era el bueno. Podía aceptar lo que le había dicho esa noche o podía luchar por él. Y no sabía si sería lo bastante valiente para hacerlo.
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