martes, 19 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 35

Pedro se sentó en el sofá al lado de ella, mirándola. Su cálida mano sujetaba la de ella y Paula se agarró a esa sensación de conexión para mantener el control. Una vez pronunciadas  las  palabras,  todo  parecía  irreal.  Como  si  no  pudiera  haber  sucedido. Pero sí, había sucedido y él le acarició la mano en respuesta.Nunca hablaba de ese día. Jamás. Pero quizá en ese momento lo necesitaba. Esa tarde  le  había  enseñado  que  esa  vida  no  había  quedado  atrás  como  pensaba.  Y  la  aterradora   verdad era que   Fernando estaba fuera de la prisión  y  saberlo   había   debilitado  su  barrera  de  protección  más  de  lo  que  le  gustaba  admitir.  Pedro era  lo  único que la sustentaba en ese momento.Lo  miró  a  los  ojos.  La  miraba  tranquilo  esperando  que  empezara,  dándole  el  tiempo que necesitaba. Era un hombre en el que apoyarse. No el rico heredero de las revistas. Ese no era el Pedro real.  El Pedro real estaba sentado a su lado y era un puerto seguro en la tormenta.Miró  la  sensual  curva  de  sus  labios  y  se  sintió  sorprendida  de  que  un  hombre  así  besase  a  una  mujer  como  ella  y  más  de  una  vez.  Cosas  así  no  sucedían.  La  vida  real no era así. Desde  luego,  esas  cosas  no  le  sucedían  a  una  chica  corriente  de  Ontario,  pero  ahí  estaba  él,  esperando.  Sin  prisa,  sin  discutir.  Por  primera  vez  en  su  vida  deseaba  abrirse a otro ser humano.

—Paula, no tienes que contármelo si es demasiado difícil. Está bien.

Paula se llevó su mano a la boca y la besó. Cerró los ojos. Cuando estaba con él, Fernando perdía su poder.

—Cuando tenía seis años, mi madre se casó con Fernando Langston —se concentró en el rostro de Pedro para mantener las imágenes alejadas—. Nunca conocí a mi padre auténtico.  Ella  me  había  criado  sola  hasta  ese  momento  y  me  dijo  que  las  cosas  mejorarían, que tendríamos una familia nueva. Pero no resultó así.

—No fue el cuento de hadas que esperabas.

—El maltrato no empezó desde el principio, pero eso ahora no importa. Lo que importa  es  que  cuando  empezó  creció  deprisa  y  descontroladamente  y  nosotras  estábamos  aterrorizadas.  Él  tenía  todo  el  control.  Nos  gobernaba  por  el  miedo  y  era  horrible. Esos años fueron...No  pudo  seguir. 

Los  recuerdos  la  inundaron  y  se  le  cerró  la  garganta.  La  imagen de ella paralizada en un rincón mientras él gritaba a su madre. La furia en su rostro  mientras  la  golpeaba  con  los  puños.  Las  muchas  noches  que  había  intentado  defenderla sólo para recibir el mismo trato. Los años de mangas largas y maquillaje. El miedo a hablar y la sensación de culpabilidad al oír los golpes del otro lado de la pared, demasiado paralizada para hacer nada.  El  andar de puntillas siempre temerosa de decir algo inadecuado o hacer algo mal. Años esperando oír decir a su madre que aquello se había terminado, pero eso nunca sucedió.

Por primera vez, Paula olvidó todos los atestados policiales, la terapia, todas las formas  en  que  se  había  dicho  que  había  progresado  y  sencillamente  lloró...  lloró  lagrimas frías y desoladoras. Pedro la rodeó con sus brazos cálidos, sólidos, seguros. Lloró por la infancia que había perdido, la culpa que aún sentía, el miedo que nunca acababa de desaparecer y el hecho de que, por fin, había llegado al punto en que podía llorar por todo.Luca  lo  había  hecho  posible.  Por  algún  milagro  la  había  empujado  a  vivir  y  le  había mostrado la realidad. Después  de  unos  minutos  se  recostó  en  el  sillón  y  se  secó  los  ojos.  Pedro fue  al  cuarto de baño y volvió con una caja de pañuelos de papel. Le ofreció un par de ellos.

—Siento haber llorado encima de tí.

—Por  favor,  no  te  disculpes  —se  sentó  en  el  borde  de  la  mesita  de  café  mirándola—. Sólo quiero asegurarme de que estás bien.

En ese momento sonó el teléfono y Pedro lo miró con el ceño fruncido.

—Atiéndelo —dijo Paula, pero Pedro sacudió la cabeza.

—Puede esperar.

El  teléfono  siguió  sonando  y  él  se  levantó  a  atenderlo.  Paula se  sintió  agotada.  Sólo se había sentido así de agotada el día que tuvo que testificar en el juicio. Oyó  a  Pedro hablar  por  teléfono.  Sus  ojos  seguían  fijos  en  ella,  que  trataba  de recolocarse el pelo.

—Lo siento, pero estoy con algo mucho más importante ahora mismo. Tendrás que ocuparte tú. Llamaré mañana —colgó el teléfono y volvió con ella, se sentó en la mesa y le agarró las manos—. Lo siento.

—Si tienes que irte, por mí está bien. Estoy bien.

—No estás bien. Y puede esperar. Ahora, mi prioridad eres tú.

Jamás, en toda su vida, nadie le había dicho algo así. Nadie la había puesto en primer  lugar.  Pero  Pedro,  el  adicto  al  trabajo,  había  dejado  lo  que  fuera  que  lo  reclamaba. Se humedeció los labios.

—Hoy  se  me  han  olvidado  todas  las  cosas  que  aprendí  en  la  terapia  y  sólo  he  sentido el miedo, la responsabilidad. Si hubiera hecho otra cosa no habría sucedido... —tragó,  le  costaba  seguir—.  Oh,  pensaba  que  ya  lo  había  superado.  He  trabajado  muchísimo  y  de  pronto  parecía  como  si  no  hubiese  pasado  todo  ese  tiempo.  Y  entonces has aparecido tú. Me he alegrado tanto de verte...

—Te había agarrado, no podía permitirlo —le acarició en una mejilla.

—En ese momento estaba atrapada, había retrocedido siete años. Ese día... —su voz casi se desvaneció un momento.

Todo  estaba  en  el  atestado  policial.  En  su  historial  médico.  Pero  nunca  se  lo  había contado a nadie a quien no estuviera pagando para ello.

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