Era lo bastante listo como para saber que Paula no se había enamorado de él. Estaba impresionada por los cambios, por las nuevas experiencias, pero no era tan tonto como para pensar que era él, como ella había dicho. Al final volvería a Italia y seguirían siendo amigos. La idea no le pareció tan agradable como unas semanas antes. Lo que lo esperaba en casa le pareció poco sugerente. Más que nunca deseó ser libre y tener su propio lugar. Salir de la sombra. Ser Pedro, no sólo hijo y hermano.
—¿Has terminado? —preguntó ella volviendo a su lado—. He pensado hacer algo de compra para mí antes de que cierren. Pero si no... puedo quedarme.
Quería que se quedara con él, y no le gustó saberlo. No le gustó saber que había perdido el control de una situación que él mismo había orquestado.
—No, puedes irte, nos vemos mañana.
—¿Seguro?
Por un impulso repentino la besó en los labios preguntándose por qué demonios sabía a fresa.
—Seguro —sonrió.
—Muy bien. No te olvides de que tenemos una reunión por la mañana con el diseñador de exteriores.
—Allí estaré.
Paula agarró las bolsas y él volvió a mirar la pintura en la que no podía ver un corazón latiendo. Se tomó un momento para mover los hombros y aliviar la tensión. Habían sido días demasiado largos. No había habido más besos y se había dicho a sí misma que era lo mejor, aunque se sintiera decepcionada. Se lo recordaba cada vez que se quedaba mirando su perfecta boca en medio de una reunión.
Unos días antes había entrado donde estaba él hablando por teléfono con Carolina. Se había detenido insegura sobre qué hacer, pero Luca le había hecho un gesto para que entrara. Hablaban en italiano un poco tenso, aunque al final el tono se había suavizado.
—Te quiero, Caro. Ciao.
—Estás preocupado por ella. ¿Va todo bien?
—Irá —había dicho con una pequeña sonrisa—. Por cierto, te manda saludos.
Su relación de proximidad le hacía desear la familia que nunca había tenido.Ver a Pedro con su hermana, bromeando, discutiendo, le hacía anhelarlo.Por primera vez se sentía libre de ser ella misma. Pedro no tenía expectativas sobre ella y eso era liberador. Sonreía como si la sonrisa fuera sólo para ella. Sus besos le habían quitado el aliento. Aunque sabía que era una imprudencia, deseaba que volviera a besarla.
El argumento decisivo había sido la llegada de una entrega el sábado por la mañana. Había abierto el paquete y había admirado la pintura que la había cautivado en la galería. Que se hubiese gastado tanto dinero en un regalo para ella lo decía todo. No hacía falta una nota, pero había una: Cuando le habla a tu corazón, sabes que es el bueno. Nadie le había hecho nunca un regalo así. Y no era por el dinero. Sabía que esa cantidad no era nada para Pedro. Y tampoco había sido por las apariencias; si hubiera querido impresionarla, le habría regalado joyas. Aquello era algo más personal. Era perfecto.Sin embargo, aún no se lo había agradecido.
El sábado había dejado paso al domingo y había pasado el día limpiando y haciendo la compra. No se había dado cuenta de cómo estaba la nevera, pero sí de que el comedero de Bobby estaba vacío. Era lunes y la oportunidad no había surgido. No estaba segura de lo que le diría. Lo había visto de pasada esa mañana, caminando por el vestíbulo, y el corazón le había dado un salto. Se estaba enamorando de él. No había querido una relación, pero no podía evitar sus sentimientos. Veía demasiadas cosas en Pedro que querer. Al principio se había hecho una imagen errónea de él. La verdad era otra: era un jefe consciente y preocupado que trabajaba duro y extremadamente capaz. No era el irresponsable playboy que había esperado. Nada parecido.Si le daba las gracias por el cuadro en ese momento, lo más probable era que quedara como una tonta y dijera algo demasiado sentimental. Tenía que mantener la cabeza clara. Pronto se habría marchado, ella superaría sus sentimientos. Estaría bien. Vería esos días como un tiempo bonito. Entró en el vestíbulo y recorrió con la mirada los cambios que avanzaban. Sólo estaba operativa la mitad de su superficie y la otra mitad se estaba reformando. Se preguntó si no habría sido mejor cerrar el hotel unos meses, pero el personal estaba haciendo un trabajo fantástico. Más de uno le había dicho que estaba encantado de participar en todo aquello. Y tenía que admitir que Pedro tenía razón. Era bueno en su trabajo. El hotel iba a quedar impresionante. Se dio la vuelta y vió en el mostrador de recepción a un hombre. Algo en él la puso nerviosa. No sabía por qué, pero se sintió incómoda. Macarena, que atendía la recepción, tenía una sonrisa en los labios, pero se dió cuenta de que era forzada. El hombre hacía gestos con las manos y; Paula lo oyó alzar la voz por encima del ruido de la obra. Era su trabajo manejar esa clase de situaciones por desagradables que fueran. Cuadró los hombros, puso su mejor sonrisa y se acercó al mostrador.
—Buenas tardes y bienvenido al Alfonso Cascade. ¿Puedo hacer algo por usted?
—Buenas tardes, señorita Chaves—dijo Macarena—. Le explicaba al señor Reilly que hemos cambiado su reserva a una habitación de la tercera planta debido a las reformas.
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