martes, 12 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 31

Era  lo  bastante  listo  como  para  saber  que  Paula no  se  había  enamorado  de  él.  Estaba  impresionada  por  los  cambios,  por  las  nuevas  experiencias,  pero  no  era  tan  tonto como para pensar que era él, como ella había dicho.  Al final volvería a Italia y seguirían siendo amigos. La  idea  no  le  pareció  tan  agradable  como  unas  semanas  antes.  Lo  que  lo  esperaba en casa le pareció poco sugerente. Más que nunca deseó ser libre y tener su propio lugar. Salir de la sombra. Ser Pedro, no sólo hijo y hermano.

—¿Has  terminado?  —preguntó  ella  volviendo  a  su  lado—.  He  pensado  hacer  algo de compra para mí antes de que cierren. Pero si no... puedo quedarme.

Quería que se quedara con él, y no le gustó saberlo. No le gustó saber que había perdido el control de una situación que él mismo había orquestado.

—No, puedes irte, nos vemos mañana.

—¿Seguro?

Por  un  impulso  repentino  la   besó en los labios  preguntándose  por qué demonios sabía a fresa.

—Seguro —sonrió.

—Muy  bien.  No  te  olvides  de  que  tenemos  una  reunión  por  la  mañana  con  el  diseñador de exteriores.

—Allí estaré.

Paula agarró las bolsas y él volvió a mirar la pintura en la que no podía ver un corazón latiendo. Se tomó un momento para mover los hombros y aliviar la tensión. Habían sido días demasiado largos. No había habido más besos y se había dicho a sí misma que  era  lo  mejor,  aunque  se  sintiera  decepcionada.  Se  lo  recordaba  cada  vez  que  se  quedaba mirando su perfecta boca en medio de una reunión.

Unos días antes había entrado donde estaba él hablando por teléfono con Carolina. Se había detenido insegura sobre qué hacer, pero Luca le había hecho un gesto para que  entrara.  Hablaban  en  italiano  un  poco  tenso,  aunque  al  final  el  tono  se  había  suavizado.

—Te quiero, Caro. Ciao.

—Estás preocupado por ella. ¿Va todo bien?

—Irá —había dicho con una pequeña sonrisa—. Por cierto, te manda saludos.

Su  relación  de  proximidad  le  hacía  desear  la  familia  que  nunca  había  tenido.Ver a Pedro con su hermana, bromeando, discutiendo, le hacía anhelarlo.Por  primera  vez  se  sentía  libre  de  ser  ella  misma.  Pedro no  tenía  expectativas  sobre  ella  y  eso  era  liberador.  Sonreía  como  si  la  sonrisa  fuera  sólo  para  ella.  Sus  besos  le  habían  quitado  el  aliento.  Aunque  sabía  que  era  una  imprudencia,  deseaba  que volviera a besarla.

El  argumento  decisivo  había  sido  la  llegada  de  una  entrega  el  sábado  por  la  mañana. Había abierto el paquete y había admirado la pintura que la había cautivado en la  galería.  Que  se  hubiese  gastado  tanto  dinero  en  un  regalo  para  ella  lo  decía  todo.  No hacía falta una nota, pero había una: Cuando le habla a tu corazón, sabes que es el bueno. Nadie le había hecho nunca un regalo así. Y no era por el dinero. Sabía que esa cantidad no era nada para Pedro. Y tampoco había sido por las apariencias; si hubiera querido  impresionarla,  le  habría  regalado  joyas.  Aquello  era  algo  más  personal.  Era  perfecto.Sin  embargo,  aún  no  se  lo  había  agradecido. 


El  sábado  había  dejado  paso  al  domingo  y  había  pasado  el  día  limpiando  y  haciendo  la  compra.  No  se  había  dado  cuenta de cómo estaba la nevera, pero sí de que el comedero de Bobby estaba vacío. Era lunes y la oportunidad no había surgido. No estaba segura de lo que le diría. Lo había visto de pasada esa mañana, caminando por el vestíbulo, y el corazón le había dado  un  salto.  Se  estaba  enamorando  de  él.  No  había  querido  una  relación,  pero  no  podía  evitar  sus  sentimientos.  Veía  demasiadas  cosas  en  Pedro que  querer.  Al  principio  se  había  hecho  una  imagen  errónea  de  él.  La  verdad  era  otra:  era  un  jefe  consciente  y  preocupado  que  trabajaba  duro  y  extremadamente  capaz.  No  era  el  irresponsable playboy que había esperado. Nada parecido.Si  le  daba  las  gracias  por  el  cuadro  en  ese  momento,  lo  más  probable  era  que  quedara como una tonta y dijera algo demasiado sentimental. Tenía que mantener la cabeza  clara.  Pronto  se  habría  marchado,  ella  superaría  sus  sentimientos.  Estaría  bien. Vería esos días como un tiempo bonito. Entró en el vestíbulo y recorrió con la mirada los cambios que avanzaban. Sólo estaba  operativa  la  mitad  de  su  superficie  y  la  otra  mitad  se  estaba  reformando.  Se  preguntó si no habría sido mejor cerrar el hotel unos meses, pero el personal estaba haciendo  un  trabajo  fantástico.  Más  de  uno  le  había  dicho  que  estaba  encantado  de  participar en todo aquello. Y tenía que admitir que Pedro tenía razón. Era bueno en su trabajo. El hotel iba a quedar impresionante. Se dio la vuelta y vió en el mostrador de recepción a un hombre. Algo en él la puso  nerviosa.  No  sabía  por  qué,  pero  se  sintió  incómoda.  Macarena,  que  atendía  la  recepción,  tenía  una  sonrisa  en  los  labios,  pero  se  dió  cuenta  de  que  era  forzada.  El  hombre hacía gestos con las manos y; Paula lo oyó alzar la voz por encima del ruido de la obra. Era  su  trabajo  manejar  esa  clase  de  situaciones  por  desagradables  que  fueran.  Cuadró los hombros, puso su mejor sonrisa y se acercó al mostrador.

—Buenas tardes y bienvenido al Alfonso Cascade. ¿Puedo hacer algo por usted?

—Buenas  tardes,  señorita  Chaves—dijo Macarena—.  Le  explicaba  al  señor  Reilly  que  hemos  cambiado  su  reserva  a  una  habitación  de  la  tercera  planta  debido  a  las  reformas.

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