martes, 19 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 34

—Y he tenido ganas cuando le he visto tocarte. Pero muchas veces hay mejores maneras  de  solucionar  las  cosas  que  con  los  puños.  Ahora  se  ha  marchado  y  no  volverá. A ningún hotel Alfonso. Me aseguraré de ello.

No podía saber lo mucho que esas palabras significaban para ella. El  calor  de  su  cuerpo  desapareció  un  momento  y  lo  oyó  trastear  en  el  bar.  Cuando volvió le puso un vaso de agua en la mano.

—Esto funcionará  mejor  que el  brandy   —sugirió   tranquilo   mientras   ella   agarraba el vaso.

Bebió un buen sorbo y se preguntó qué podía contarle para que entendiera. Que entendiera por qué había reaccionado así y lo mucho que significaba para ella tenerlo a su lado.

—Paula, ¿Había algo que pudieras hacer para contentar a Reilly?

—Magia  para  que  la  habitación  Primrosesaliera  de  nuestra  nueva  zona  de  masajes. Pero debería haber encontrado algún modo. Hemos sido nosotros quienes le hemos causado las molestias. Tenía derecho a estar enfadado y...

—No te atrevas a excusarlo. Ni te atrevas, Paula. No hay ninguna excusa por la que un hombre pueda levantarle la mano a una mujer. Jamás.

En el momento en que Reilly le había agarrado el brazo había olvidado todo lo que había aprendido desde ese día hacía siete años. Se había olvidado de cómo estar bien y en lugar de eso se había sentido mal. Y Pedro tenía razón, estaba excusándolo. Eso  lo  había  hecho  muy  bien.  Se  había  echado  la  culpa  a  sí  misma,  a  jugar  al  «si  sólo...».  Si  hubiera  sido  más  inteligente,  más  guapa,  él  se  habría  portado  mejor.  Si  hubiera dicho algo diferente, o si no hubiera dicho nada... Si no lo hubiera mirado a los ojos, si hubiera cocido la pasta un poco más, si sólo, si sólo...Y durante unos segundos lo había creído de verdad. Si hubiera dicho otra cosa, quizá Reilly no la habría agarrado. Siete años de progresos tirados por la alcantarilla.

—Paula—se arrodilló delante de ella—. Corazón. He visto la cara que tenías cuando te ha agarrado. Estabas pálida. Esto ya te ha sucedido antes, ¿Verdad?

No lloraría, no lo haría. Afirmó con la cabeza tímidamente.

—Oh, Paula, lo siento muchísimo.

Ese  amable  y  dulce  Pedro estaba  desmontando  sus  defensas  completamente.  Cada  lugar  que  tocaban  sus  manos  lo  sentía  caliente  y  tranquilo.  Cada  palabra  que  decía curaba algo dentro de ella. No quería su lástima. Quería su comprensión y... su amor. Era todo lo que siempre había querido y que no había conocido.

—Todo tiene sentido ahora —continuó él—. Ese día en el ático, todas esas veces que no querías ser tocada... ¿Quién fue, Paula? ¿Un ex marido?

Ella negó con la cabeza.

—Un novio entonces.

Volvió a sacudir la cabeza.

—No, nada de eso —podía confiar en Pedro, lo sabía en el fondo de su corazón—. Fue mi padrastro.

Pedro dijo  algo  en  italiano  que  ella  no  entendió,  pero  cuyo  significado  era  evidente.

—¿Te golpeaba?

—Sí. A mí... y a mi madre.

Pedro se levantó, se acercó al bar y se sirvió una copa. Volvió a su lado.

—¿Dónde está ahora?

Paula cruzó  las  manos  sobre  el  regazo.  Trató  de  no  pensar  en  las  palizas.  En  cómo Fernando se iba por ella después de haberse cansado de pegar a su madre.

—Estaba...   estaba en  la cárcel, pero ahora está  fuera.   Salió en  libertad condicional el día antes de que tú y yo fuéramos... —se detuvo, respiró hondo—. El día del ático.

—¿Por qué no me lo has dicho antes?

Alzó la vista. No estaba enfadado con ella, estaba enfadado por ella. Listo para protegerla.

—Has dicho que está en libertad condicional. ¿Vendrá por tí? Maldita sea, Pau, ¡Podría haberte protegido! Deberías haberme dicho algo en lugar de pasar por esto tú sola.

—¿Qué te habría dicho?

—Si hubiera sabido que estabas asustada —dejó la copa—, si hubiera conocido la  razón  por  la  que  no  te  gustaba el  contacto,  te  juro,  Pau,  que  no  te  habría  presionado. No soy cruel.

—¿Y qué te habría dicho? ¿Hola, jefe nuevo, por favor no se lo tome a mal, no me  gusta  el  contacto  físico  porque  mi  padrastro  era  un  sádico  que  me  golpeaba  constantemente? Una bonita forma de romper el hielo, ¿No crees?

—Todas las veces que te he abrazado, las veces que te he sentido temblar... Dio, Pau, lo siento.

Pensó que él se merecía la verdad, al menos una parcial.

—No  temblaba  de  miedo,  Pedro.  Contigo  no.  ¿No  te  das  cuenta  de  cuánto significa para mí que me hayas defendido hoy? Nadie ha hecho algo así por mí antes. Yo...  yo...  —se  interrumpió.  No  podía  decirle  cómo  se  sentía,  era  algo  demasiado  nuevo—.  Por  favor,  no  pienses  nunca  que  he  tenido  miedo  de  tí.  Nunca  me  he  sentido en peligro físico.

«Sólo en peligro por lo que siento por tí», pensó. Ésa era la parte que no podía contarle.  Era  lo  único  que  no  podía  permitirse.  Había  sabido  desde  el  principio  que  entre  los  dos  nunca  habría  nada  serio.  Era  Pedro Alfonso,  con  residencia  en  Florencia, heredero de un imperio. Eran de mundos diferentes. No podía enterarse de que cada día que pasaba se enamoraba más de él. ¿Qué iba a hacer con esos sentimientos? No se sentía preparada para manejarlos, mucho menos para compartirlos.

—¿Tienes miedo de tu padrastro ahora? ¿Qué pasa con tu madre? ¿Dónde está?

No  estaba  segura  de  cuánto  contarle.  Era  una  larga  historia.  No  dijo  nada  y  habló él.

—Perdona, me estoy entrometiendo. No quieres hablar de ello y lo respeto.

—No —se   levantó   del   sofá—.   No trato de excluirte,Pedro, tienes que comprenderlo.  Aquí  nadie  sabe  nada  de  esto,  empecé  una  nueva  vida,  la  levanté  desde las ruinas. Y pensaba que la había dejado atrás. Hice una terapia. Pensaba que estaba  bien,  pero me  he  dado  cuenta  de  que  no  puedo  dejarla  atrás,  Reilly  me lo  ha  demostrado.  Y  justo  ahora...  —lo  necesitaba.  A  Pedro,  complicado,  arrogante  y  temporal—.  Justo  ahora  eres  el  único  que  me  puede  ayudar  a  no  perderla.  Hoy  ha  vuelto todo. Te... te necesito, Pedro.

Esperó que él huyera gritando, pero le tendió la mano, ella la agarró y él dijo:

—Cuéntame.

—Fernando  Langston  ha  pasado  siete  años  en  la  cárcel  por  haber  intentado  asesinar a mi madre... y a mí.

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