jueves, 21 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 40

—Estoy   bien.   Sólo   pensaba...   que   han   sido   unas   semanas   llenas   de   acontecimientos. Pensaba que podríamos despedirnos como se merece.

Ella  lo  miraba  con  los  ojos  muy  abiertos,  con  comprensión.  Quería  asegurarse  de  que  su  marcha  no  le  causara  más  dolor.  No  se  lo  merecía,  no  después  de  lo  que  había pasado. Sólo sabía que tenía que hablar con ella esa noche y poner fin a su relación sin hacerse  daño.  Estaría  ahí  para  protegerla,  para  vigilar  si  su  padrastro  decidía  ir  por  ella.  Quizá  no  podía  ofrecerle  la  vida  que  quería,  pero  sí  podría  asegurarse  de  que  estuviera bien.

—Será estupendo, Pedro—su voz era suave y fue directa a su corazón.

—Tengo  algunas  llamadas  que  hacer  primero  —dijo  brusco  y,  sin  añadir  palabra, ella salió de la oficina.

Pedro empezó a poner en marcha su plan. Paula miró  su  reflejo  y  frunció  el  ceño  preguntándose  por  enésima  vez  por  qué  se  ponía  ese  vestido.  Pero  la  sala  Panorama  era  un  espacio  formal  y  sabía  que  el  vestido  perfecto  era  el  que  se  había  comprado  al  final  del  día  de  las  galerías.  Aún  bajo el efecto de los besos de Pedro había mirado el vestido en un escaparate y en un segundo lo había comprado. La seda roja del vestido era tan poco de su estilo como el  corte  que  dejaba  un  hombro  al  descubierto.  Otro  momento  de  locura  habían  sido  las sandalias de lentejuelas rojas sin talón. No  se  sentía  cómoda.  No  sabía  cómo  decir  adiós  graciosamente,  no  cuando  quería  más.  Incluso  aunque  querer  más  le  diera  miedo,  tanto  que  le  temblaban  las  rodillas. Su  vida había carecido de  afectos    demasiado tiempo y  quería tan  desesperadamente ser romántica. Aunque fuera sólo esa noche. Se echó el chal por encima y cuadró los hombros.  Era imposible, lo sabía. Y que Pedro le importara como lo hacía aun sabiendo que no era para ella, dejaba un sabor amargo. Se  dió  la  vuelta  en  dirección  alas  escaleras  de  mármol  y  enseguida  vió  a  Pedro,  que la esperaba arriba. El corazón le golpeó en el pecho.

—Adelante —murmuró para sí.

Por  unos  segundos  no  pudo  moverse  mientras  se  miraban.  Pareció  subir  las  escaleras  a  cámara  lenta  agarrada  al  pasamano.  La  noche  de  secretos  compartidos  pareció  no  existir,  el  tenso  desayuno  había  borrado  de  la  memoria  ese  momento  mientras  caminaba  hacia  él  con  las  sandalias  resonando  contra  el  mármol  italiano,  con la respiración contenida. Al llegar arriba, él le tomó las manos y le besó las dos mejillas y tuvo que cerrar los ojos para pensarlo dos veces. Se separó de él y lo tomó del brazo.

—Estás bellísima. Preciosa, Paula. Más hermosa de lo que podría describir.

Así  era  el  Pedro que  recordaba,  no  el  extraño  del  desayuno  o  el  distante  jefe  de  por la tarde. Fuera lo que fuera que había provocado el cambio, estaba con el hombre cálido  y  que  le  hablaba  como  si  fuera  la  única  mujer  en  el  mundo.  Entraron  en  el  comedor y se quedó boquiabierta. Era más de lo que había soñado, incluso a pesar de haber  visto  los  planos.  Todo  era  regio,  como  entrar  en  un  cuento  de  hadas  con  el  príncipe  del  brazo.  Las  arañas  brillaban  con  destellos  de  colores,  las  mesas  de  manteles  prístinos  estaban  montadas  con  porcelana  de  color  crema  y  dorada  y  la  cristalería  brillaba.  Las  velas  cubrían  todo  con  su  luz.  Los  camareros  de  esmoquin  eran la guinda.Era el castillo que Luca había imaginado al principio y era perfecto. Sabía que el final se acercaba, aunque en su corazón algo le decía que podía ser un principio.

—Oh, Pedro. Mira lo que has hecho —se detuvo y miró todo parpadeando.

—No sólo yo. Tú, Paula. Me inspiraste el día que me llevaste al ático.

—¿Yo? —lo miró sorprendida.

—Tú me has inspirado. ¿Cuesta tanto creerlo?

—Sí —susurró viendo que él miraba sus labios.

No se atrevería a besarla allí. El momento quedó suspendido en el aire.Había  estado  esperando.  A  ella.  Esa  noche  quería  vivir  el  cuento  de  hadas.  Pretender  por  unas  horas  que  era  princesa.  Creer  que  era  la  elegida.  Sabía  que  terminaría pronto. Esa noche era suya y no la echaría a perder con dudas y temores.Se inclinó hacia delante ligeramente, los labios separados, lo bastante cerca para sentir que el aliento de él se mezclaba con el suyo.

—¿Señor Alfonso? Su mesa está lista.

Paula dió un paso atrás y se ruborizó. El brazo de Pedro le rodeó la cintura.

—Gracias.

Paula miró  a  su  alrededor.  Estaba  segura  de  que  los  rumores  habrían  empezado a funcionar desde que la habían visto en su habitación por la mañana.

—¡Oh,  señorita  Chaves!  ¡Mírese!  Parece  una  estrella  de  cine  —la  camarera  se  dió  cuenta de la impertinencia y de inmediato añadió—: Oh, disculpe.

Paula sonrió sintiéndose radiante.

—No te disculpes —respondió Pedro—. Estoy de acuerdo contigo.

La camarera los acompañó a un reservado decorado en rojo y dorado. Su mesa esperaba, con champán frío listo para servirse. Se sentaron y ella dijo:

—Pedro,  es  asombroso.  Jamás  he  visto  nada  así.  Y,  desde  luego,  no  lo  esperaba  aquí, en lo que fue el Bow Valley Inn.

—Por la reforma —dijo él alzando su copa de champán.

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