Sonaron las copas y Paula probó el seco y burbujeante champán sintiendo cada vez más que estaba en un sueño, uno bueno esa vez, y que en cuanto se despertara el hechizo se rompería. Llegaron los primeros platos, después los segundos; más champán y empezó a darse cuenta de que las cosas tenían los contornos más desdibujados cada vez que bajaba la copa. Pedro reía y contaba historias de su juventud con Carolina, escapadas junto con su amigo Daniel, que siempre acababan en algún problema. Sentía tristeza porque ella no tenía esa clase de recuerdos. Entonces Pedro rió, le acarició la mano por debajo de la mesa y la tristeza desapareció. Había aprendido a vivir el momento hacía mucho. No iba a empezar a desear tener lo que no había tenido nunca.
—Cuando llegué —dijo Pedro acariciándole una mano—, sólo quería hacer una cosa... transformar el hotel en algo más Alfonso. Pero mi tiempo aquí me ha dado mucho más, Pau y tengo que agradecértelo a tí.
Paula no pudo responder. Lo miró a los ojos y vió que su mirada era sincera. No había atisbos de amor, pero sólo una tonta lo habría esperado. Su afirmación era completamente correcta. Había sido más de lo que ambos esperaban. Tenía que conformarse con eso. Luca no estaba enamorado de ella y ella lo superaría con el tiempo.
—Ha sido un placer conocerte, Pedro. Y conocerme mejor a mí misma. Te debo mucho. Sólo siento no saber cómo compensarte.
Había luchado contra él al principio, pero después lo había dejado entrar en su corazón y le había revelado lo que nadie más sabía. Y al confiar en él, se había enamorado.Terminaron el postre y el último bocado supo a despedida. Paula buscó su bolso, pero Pedro alzó una mano y dijo:
—¿Adónde vas?
—A casa, pensaba que la cena se había terminado.
—Aún no estoy listo para que termine —la agarró del brazo con suavidad. Con la otra mano tiró de una cinta y cerró las cortinas.
—Pedro...
—Necesito decirte algo aquí —la interrumpió—. Siento lo de ayer por la mañana, no tengo excusa. Sólo puedo decir que ahora entiendo cómo te debiste de sentir.
No lloraría. No estropearía esa maravillosa noche con lágrimas. En el momento en que la había besado en las mejillas había sabido que la mañana anterior no había sido real. Sus disculpas significaban más de lo que él creía.
—Me sentí herida por tu conducta, pero porque la entendía. Tu reacción tenía sentido, lo que te había contado no había sido cualquier cosa.
—Pero no lo entiendes, Pau, ésa es la cuestión. No entiendes nada.
Pedro dió un paso hacia ella y sintió que sus pechos se encontraban con el tejido de su chaqueta. Sin pensarlo, alzó la mano y recorrió con el dedo el perfil de su dura mandíbula.
—Entonces, ayúdame a entender.
Él no respondió. En lugar de eso, la agarró de la muñeca y la besó en los labios. Ella abrió la boca dejando que su lengua entrara, saboreando la mezcla de champán y chocolate. Con la otra mano él la atrajo más cerca. Los sonidos del comedor llegaban amortiguados por las cortinas del reservado. Los labios de Pedro recorrieron su mejilla hasta la oreja y después bajaron por el cuello dejando una hilera de besos que hacían que se le doblaran las rodillas.
—Pe-Pedro—tartamudeó preguntándose cómo sería entregarse a un hombre por primera vez después de ese horrible día de hacía siete años.
Echó la cabeza hacia atrás sintiendo su cabello sobre los hombros mientras él seguía con los besos hasta la base del cuello. No había ninguna razón para que la tocara así a menos... a menos... Sintió los dedos de él en la espalda, los sintió bajar unos centímetros la cremallera ansiando que la tocara. Dejó de importarle dónde estaban, pero de pronto él dio un paso atrás.
—No puedo hacerlo, Pau. No es justo.
—No te entiendo —dijo con el cuerpo aún vibrando por sus caricias.
Pedro se agachó y le puso sobre los hombros el chal, que estaba en el suelo.
—No puedo acostarme contigo esta noche sabiendo que mañana...
Dudó y provocó con ello un silencio tan horrible que Paula pensó que iba a gritar. Finalmente se decidió a preguntar lo que no se había atrevido a plantear esa mañana.
—¿Cuándo volverás?
Por primera vez esa noche, él esquivó la mirada.
—No tengo idea de volver. Una vez resuelto lo de París volveré a Florencia para pasar las fiestas con mi familia.
Una familia en la que ella no estaba incluida. Se le cayó el alma a los pies. Estaba claro. A pesar de lo que habían compartido, a pesar de la atracción que claramente sentían, no había sido lo bastante como para retenerlo allí. Permaneció inmóvil sin sentirse segura de qué decir. Hasta que había planteado la pregunta había una diminuta esperanza, pero sólo se había engañado a sí misma. Siempre había sabido que se iría, ¿por qué se sentía traicionada? Porque no estaba preparada para que se fuera. Eso era lo que le había hecho. Le había enseñado a tener esperanza. Y en el proceso había terminado por romperle el corazón haciendo lo que siempre había dicho qué haría: marcharse.
—Dí algo, Pau.
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