jueves, 28 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 41

Sonaron las copas y Paula probó el seco y burbujeante champán sintiendo cada vez más que estaba en un sueño, uno bueno esa vez, y que en cuanto se despertara el hechizo se rompería. Llegaron  los  primeros  platos,  después  los  segundos;  más  champán  y  empezó a darse cuenta de que las cosas tenían los contornos más desdibujados cada vez  que  bajaba  la  copa.  Pedro reía  y  contaba  historias  de  su  juventud  con  Carolina,  escapadas  junto  con  su  amigo  Daniel,  que  siempre  acababan  en  algún  problema.  Sentía  tristeza  porque  ella  no  tenía  esa  clase  de  recuerdos.  Entonces  Pedro rió,  le  acarició  la  mano  por  debajo  de  la  mesa  y  la  tristeza  desapareció.  Había  aprendido  a  vivir  el  momento  hacía  mucho.  No  iba  a  empezar  a  desear  tener  lo  que  no  había  tenido nunca.

—Cuando  llegué  —dijo  Pedro acariciándole  una  mano—,  sólo  quería  hacer  una  cosa...  transformar  el  hotel  en  algo  más  Alfonso.  Pero  mi  tiempo  aquí  me  ha  dado  mucho más, Pau y tengo que agradecértelo a tí.

Paula no pudo responder. Lo miró a los ojos y vió que su mirada era sincera. No había  atisbos  de  amor,  pero  sólo  una  tonta  lo  habría  esperado.  Su  afirmación  era  completamente  correcta.  Había  sido  más  de  lo  que  ambos  esperaban.  Tenía  que  conformarse  con  eso.  Luca  no  estaba  enamorado  de  ella  y  ella  lo  superaría  con  el  tiempo.

—Ha  sido  un  placer  conocerte,  Pedro.  Y  conocerme  mejor  a  mí  misma.  Te  debo  mucho. Sólo siento no saber cómo compensarte.

Había luchado contra él al principio, pero después lo había dejado entrar en su corazón  y  le  había  revelado  lo  que  nadie  más  sabía.  Y  al  confiar  en  él,  se  había  enamorado.Terminaron el postre y el último bocado supo a despedida. Paula buscó su bolso, pero Pedro alzó una mano y dijo:

—¿Adónde vas?

—A casa, pensaba que la cena se había terminado.

—Aún no estoy listo para que termine —la agarró del brazo con suavidad. Con la otra mano tiró de una cinta y cerró las cortinas.

—Pedro...

—Necesito  decirte  algo  aquí  —la  interrumpió—.  Siento  lo  de  ayer  por  la  mañana,  no  tengo  excusa.  Sólo  puedo  decir  que  ahora  entiendo  cómo  te  debiste  de  sentir.

No lloraría. No estropearía esa maravillosa noche con lágrimas. En el momento en que la había besado en las mejillas había sabido que la mañana anterior no había sido real. Sus disculpas significaban más de lo que él creía.

—Me  sentí  herida  por  tu  conducta,  pero  porque  la  entendía.  Tu  reacción  tenía  sentido, lo que te había contado no había sido cualquier cosa.

—Pero no lo entiendes, Pau, ésa es la cuestión. No entiendes nada.

Pedro dió un paso hacia ella y sintió que sus pechos se encontraban con el tejido de su chaqueta. Sin pensarlo, alzó la mano y recorrió con el dedo el perfil de su dura mandíbula.

—Entonces, ayúdame a entender.

Él no respondió. En lugar de eso, la agarró de la muñeca y la besó en los labios. Ella  abrió  la  boca  dejando  que  su  lengua  entrara,  saboreando  la  mezcla  de  champán  y  chocolate.  Con  la  otra  mano  él  la  atrajo  más  cerca.  Los  sonidos  del  comedor  llegaban  amortiguados  por  las  cortinas  del  reservado.  Los  labios  de  Pedro recorrieron  su  mejilla  hasta  la  oreja  y  después  bajaron  por  el  cuello  dejando  una hilera de besos que hacían que se le doblaran las rodillas.

—Pe-Pedro—tartamudeó  preguntándose  cómo  sería  entregarse  a  un  hombre  por primera vez después de ese horrible día de hacía siete años.

Echó  la  cabeza  hacia  atrás  sintiendo  su  cabello  sobre  los  hombros  mientras  él  seguía  con  los  besos  hasta  la  base  del  cuello.  No  había  ninguna  razón  para  que  la  tocara así a menos... a menos... Sintió  los  dedos  de  él  en  la  espalda,  los  sintió  bajar  unos  centímetros  la  cremallera ansiando que la tocara. Dejó de importarle dónde estaban, pero de pronto él dio un paso atrás.

—No puedo hacerlo, Pau. No es justo.

—No te entiendo —dijo con el cuerpo aún vibrando por sus caricias.

Pedro se agachó y le puso sobre los hombros el chal, que estaba en el suelo.

—No puedo acostarme contigo esta noche sabiendo que mañana...

Dudó  y  provocó  con  ello  un  silencio  tan  horrible  que  Paula pensó  que  iba  a  gritar.  Finalmente  se  decidió  a  preguntar  lo  que  no  se  había  atrevido  a  plantear  esa  mañana.

—¿Cuándo volverás?

Por primera vez esa noche, él esquivó la mirada.

—No tengo idea de volver. Una vez resuelto lo de París volveré a Florencia para pasar las fiestas con mi familia.

Una familia en la que ella no estaba incluida. Se le cayó el alma a los pies. Estaba claro. A pesar de lo que habían compartido, a pesar de la atracción que claramente  sentían,  no  había  sido  lo  bastante  como  para  retenerlo  allí.  Permaneció  inmóvil  sin  sentirse  segura  de  qué  decir.  Hasta  que  había  planteado  la  pregunta  había  una  diminuta  esperanza,  pero  sólo  se  había  engañado  a  sí  misma.  Siempre  había sabido que se iría, ¿por qué se sentía traicionada? Porque no estaba preparada para que se fuera. Eso era lo que le había hecho. Le había  enseñado  a  tener  esperanza.  Y  en  el  proceso  había  terminado  por  romperle  el  corazón haciendo lo que siempre había dicho qué haría: marcharse.

—Dí algo, Pau.

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