martes, 5 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 28

—No nos preocupemos ahora de eso. Estás estupenda. Es evidente que te hacía falta el spa.

Paula se  llevó  la  mano  al  pelo  para  alisárselo,  pero  se  detuvo.  Había  sido maravilloso. El estrés se había derretido con el calor de las piedras.

—Gracias.

Aunque  sabía  que  los  días  de  spa  y  compras  serían  algo  a  lo  que  no  se  acostumbraría.  Era  Paula Chaves,  de  un  pueblo  de  Ontario.  Pedro era  un  Alfonso  de  Alfonso Resorts.  Era  comprensible  que  lo  hubiera  encontrado  seductor,  pero  también  le  recordaba que sería algo temporal. Esas cosas sencillamente no duraban. Cuando llegaron al coche, él le dió un beso en la sien.

—Estás radiante —le murmuró al oído.

El  lugar  donde  la  había  besado  ardía.  Él  actuaba  como  si  hicieran  esas  cosas  todos los días. Y la sensación de cuento de hadas de la noche anterior volvió.

—Es el tratamiento facial —replicó cortante poniéndose el cinturón.

Empezaron  por  una  galería  pequeña  en  Banff  Avenue.  Paula examinó  cada pieza,   desde las esculturas  en  esteatita hasta las pinturas.  Mientras seguía el  recorrido, se sentía como llevada por un torbellino, sólo que cada vez que se daba la vuelta, Pedro estaba unos pasos por detrás de ella. Siempre pendiente de ella. Con un tono  para  los  galeristas  y  uno  mucho  más  suave  e  íntimo  para  ella.  Era  difícil  ignorarlo. Incluso aunque hubiera querido hacerlo. La  compra  terminó  y  se  llevaron  algunos  objetos  pequeños.  Cuando  sintió  la  mano de Pedro sobre el hombro, dió un asalto por el contacto.

—¿Nerviosa?

Si  él  supiera...  No  estaba  segura  de  que  fuera  capaz  de  acostumbrarse  alguna  vez a movimientos súbitos como ése, incluso aunque fuese Pedro quien los hacía.

—No te había visto detrás.

—Es maravilloso. La sombra te vuelve los ojos grises.

—Normalmente tengo los ojos de un azul ordinario.

Se  dió  la  vuelta  para  mirarlo  esperando  verlo  sonreír,  pero  la  estaba  mirando  fijamente con expresión sombría.

—Tus ojos, Paula, son cualquier cosa menos ordinarios —murmuró y la besó en los labios.

Ella le agarró el brazo. Sus labios eran suaves. Pedro se separó lentamente. Paula recordó  de  un  modo  borroso  que  estaban  en  medio  de  una  tienda,  pero  todo  desapareció cuando se movió unos centímetros para volver a besarlo. Cerró los ojos y Pedro le  agarró  la  mejilla  con  la  mano  que  tenía  libre.  La  ternura  del  gesto  le  hizo  desear echarse a llorar.No se había dado cuenta, no había pensado que la ausencia de afectividad había dejado en ella un vacío enorme. No había querido el contacto, la ternura, ni siquiera la  amabilidad.  No  había  querido  ser  vulnerable.  Aún  no  quería,  pero  cuando  él  la  tocaba de ese modo y la besaba así, como si fuera algo precioso, anhelaba más. Como la lluvia suave tras una larga sequía. Pedro interrumpió el beso cuando fuera sonó el claxon de un coche.

—Pedro—susurró ella.

Había ido con él para ver lo que compraba. Para asegurarse de que no gastaba mucho.Sólo  que  había  fracasado.  Le  había  permitido  entrar  y...  ¡Dios!  Las  alarmas  saltaron.  Sentía  algo  por  él.  ¡Ella  no  tenía  sentimientos!  Tenía  que  mantener  así  las  cosas. Pedro no estaba realmente interesado en ella, no era su tipo de mujer. Lo sabía. Por suerte, uno de los dos pensaba racionalmente. Aun  así  la  idea  de  que  Pedro no  estuviera  interesado  en  ella  le  producía  una  profunda decepción. ¿Cómo podía ser cuando se suponía que era lo que ella quería? No quería estar más unida a él, ¿Verdad? Lo miró con los ojos llenos de confusión. Y  lo  que  la  conmocionó  fue  que  en  los  de  él  vió  lo  mismo.  No  dijo  nada,  pero  ella lo supo.

—Aquí  tienen  —dijo  el  vendedor  entregándoles  unas  bolsas—.  El  resto  lo  enviaremos al hotel.

Paula se  dió la  vuelta  y  se  apoyó  en  Pedro,  que  la  rodeó  con  un  brazo  por  la  cintura.  Deseó  pedirle  que  no  fuera  tan  dulce  con  ella.  Y  oyó  cómo  le  respondía  sin  palabras: «Déjame entrar». Salieron de la tienda y fueron a la siguiente andando. Mientras él le sujetaba la puerta, murmuró:

—Seguramente no es muy buena idea dejar que vuelva a suceder.

—¿No? —preguntó ella entrando en la tienda.

—Eres la directora y, yo, el propietario. No será bueno para nuestra imagen.

Paula  casi  se  echó  a  reír.  ¿Pedro preocupado  por  las  apariencias?  Era  él  quien  recorría el hotel en vaqueros y no con traje. Era él quien salía en las revistas cada vez con una mujer.

—Te recuerdo que tú me has besado.

—Creía que me habías devuelto el beso.

Algo se había liberado  en  el  interior  de  Paula en  esos  días.  En  lugar  de  arredrarse, dijo:

—Esa no es la cuestión ahora.

—Alfonso tiene una imagen que mantener, Paula.

—¿Quién eres y qué has hecho con Pedro?

Él  sonrió  en  respuesta.  Paula avanzó  hacia  el  interior  de  la  tienda.  Se  sentía  secretamente agradada porque él quisiera poner en el hotel obras de artistas locales.

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