—No nos preocupemos ahora de eso. Estás estupenda. Es evidente que te hacía falta el spa.
Paula se llevó la mano al pelo para alisárselo, pero se detuvo. Había sido maravilloso. El estrés se había derretido con el calor de las piedras.
—Gracias.
Aunque sabía que los días de spa y compras serían algo a lo que no se acostumbraría. Era Paula Chaves, de un pueblo de Ontario. Pedro era un Alfonso de Alfonso Resorts. Era comprensible que lo hubiera encontrado seductor, pero también le recordaba que sería algo temporal. Esas cosas sencillamente no duraban. Cuando llegaron al coche, él le dió un beso en la sien.
—Estás radiante —le murmuró al oído.
El lugar donde la había besado ardía. Él actuaba como si hicieran esas cosas todos los días. Y la sensación de cuento de hadas de la noche anterior volvió.
—Es el tratamiento facial —replicó cortante poniéndose el cinturón.
Empezaron por una galería pequeña en Banff Avenue. Paula examinó cada pieza, desde las esculturas en esteatita hasta las pinturas. Mientras seguía el recorrido, se sentía como llevada por un torbellino, sólo que cada vez que se daba la vuelta, Pedro estaba unos pasos por detrás de ella. Siempre pendiente de ella. Con un tono para los galeristas y uno mucho más suave e íntimo para ella. Era difícil ignorarlo. Incluso aunque hubiera querido hacerlo. La compra terminó y se llevaron algunos objetos pequeños. Cuando sintió la mano de Pedro sobre el hombro, dió un asalto por el contacto.
—¿Nerviosa?
Si él supiera... No estaba segura de que fuera capaz de acostumbrarse alguna vez a movimientos súbitos como ése, incluso aunque fuese Pedro quien los hacía.
—No te había visto detrás.
—Es maravilloso. La sombra te vuelve los ojos grises.
—Normalmente tengo los ojos de un azul ordinario.
Se dió la vuelta para mirarlo esperando verlo sonreír, pero la estaba mirando fijamente con expresión sombría.
—Tus ojos, Paula, son cualquier cosa menos ordinarios —murmuró y la besó en los labios.
Ella le agarró el brazo. Sus labios eran suaves. Pedro se separó lentamente. Paula recordó de un modo borroso que estaban en medio de una tienda, pero todo desapareció cuando se movió unos centímetros para volver a besarlo. Cerró los ojos y Pedro le agarró la mejilla con la mano que tenía libre. La ternura del gesto le hizo desear echarse a llorar.No se había dado cuenta, no había pensado que la ausencia de afectividad había dejado en ella un vacío enorme. No había querido el contacto, la ternura, ni siquiera la amabilidad. No había querido ser vulnerable. Aún no quería, pero cuando él la tocaba de ese modo y la besaba así, como si fuera algo precioso, anhelaba más. Como la lluvia suave tras una larga sequía. Pedro interrumpió el beso cuando fuera sonó el claxon de un coche.
—Pedro—susurró ella.
Había ido con él para ver lo que compraba. Para asegurarse de que no gastaba mucho.Sólo que había fracasado. Le había permitido entrar y... ¡Dios! Las alarmas saltaron. Sentía algo por él. ¡Ella no tenía sentimientos! Tenía que mantener así las cosas. Pedro no estaba realmente interesado en ella, no era su tipo de mujer. Lo sabía. Por suerte, uno de los dos pensaba racionalmente. Aun así la idea de que Pedro no estuviera interesado en ella le producía una profunda decepción. ¿Cómo podía ser cuando se suponía que era lo que ella quería? No quería estar más unida a él, ¿Verdad? Lo miró con los ojos llenos de confusión. Y lo que la conmocionó fue que en los de él vió lo mismo. No dijo nada, pero ella lo supo.
—Aquí tienen —dijo el vendedor entregándoles unas bolsas—. El resto lo enviaremos al hotel.
Paula se dió la vuelta y se apoyó en Pedro, que la rodeó con un brazo por la cintura. Deseó pedirle que no fuera tan dulce con ella. Y oyó cómo le respondía sin palabras: «Déjame entrar». Salieron de la tienda y fueron a la siguiente andando. Mientras él le sujetaba la puerta, murmuró:
—Seguramente no es muy buena idea dejar que vuelva a suceder.
—¿No? —preguntó ella entrando en la tienda.
—Eres la directora y, yo, el propietario. No será bueno para nuestra imagen.
Paula casi se echó a reír. ¿Pedro preocupado por las apariencias? Era él quien recorría el hotel en vaqueros y no con traje. Era él quien salía en las revistas cada vez con una mujer.
—Te recuerdo que tú me has besado.
—Creía que me habías devuelto el beso.
Algo se había liberado en el interior de Paula en esos días. En lugar de arredrarse, dijo:
—Esa no es la cuestión ahora.
—Alfonso tiene una imagen que mantener, Paula.
—¿Quién eres y qué has hecho con Pedro?
Él sonrió en respuesta. Paula avanzó hacia el interior de la tienda. Se sentía secretamente agradada porque él quisiera poner en el hotel obras de artistas locales.
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