—Te gusta.
Ella asintió sin apartar los ojos de la pintura.
—No sé por qué... no es nada.
—Pero... —la interrumpió él.
—Pero me dice algo —lo miró por encima del hombro—. No sé decirte qué es. Sólo sé que me siento conectada de algún modo —volvió a mirar al cuadro.
—Así que mi Pau primero siente y después piensa. Estoy sorprendido —sus palabras, su aliento, le acariciaban la piel detrás de la oreja.
Sintió calor cuando la llamó «Mi Pau». Le hacía sentirse protegida. Recordó cómo había descrito la vista desde su habitación ese primer día. Libertad. ¿Se había sentido ella libre alguna vez en su vida? ¿Como si a la vuelta de cada esquina hubiera una puerta abierta?¿La había cambiado tanto Pedro? ¿Cómo había podido burlar tan fácilmente todas sus defensas?
—¿Sorprendido? ¿Pensabas que no tenía sentimientos, Pedro? —había ocultado tanto esos sentimientos...
Pensaba que mostrarlos le daba poder a la gente sobre ella. Era mejor pensar y esperar. Había pensado mucho en Pedro y lo había dejado acercarse poco a poco a pesar de las reservas. No podía evitarlo, lo mismo que no podía decir qué era lo que la atraía de la pintura.
—Por supuesto que no —le colocó un mechón detrás de la oreja—. Simplemente, me preguntaba qué los haría salir.
Paula se detuvo un momento, pero se estaba haciendo más atrevida. Tratar con él a diario lo había provocado. Había aprendido a confiar un poco en él. Y sí, la volvía loca cuando andaba dando órdenes por ahí, pero también le tocaba el corazón cuando era amable con ella, como si ya conociese sus secretos. Después de años de planear cada momento, cada aspecto de su vida, su habilidad para abrir el envoltorio era excitante. Deseaba que la volviera a besar como había hecho en la terraza. Como había hecho unos minutos antes. Lo miró a los ojos y dijo:
—¿Qué pasaría si te dijera que has sido tú?
—Dime por qué esta pintura —dejó de mirarla para mirar el cuadro.
Volvió a mirarlo con el corazón desbocado. Había pasado el momento, pero no eran imaginaciones suyas la conexión entre ambos. No estaba segura de por qué esa pintura en particular. No era un cuadro de nada en concreto, sólo color.
—Es paz —murmuró acercándose más. Sin pensarlo le tomó la mano—. Es tranquilidad y satisfacción y un corazón que late —lo miraba y sentía dolor, esperanza, algo que había abandonado hacía muchos años.
La esperanza tenía que ver con el futuro y ella vivía día a día. Pedro pensaría que era una tontería, así que se lo guardó y no dijo nada. Pedro sonrió. La había llamado «Mi Pau» sin pensarlo y le conmocionaba darse cuenta de que pensaba en ella de ese modo. Había querido compartir el arte con ella, pero las cosas se habían acelerado. El modo en que ella lo había mirado, cómo le había respondido, había hecho sonar dentro de él todas las alarmas. Era culpa suya. Había ignorado las señales y se había dicho que no lo esta afectando tanto. Porque se había propuesto que fuese así. Él era partidario de las aventuras ocasionales, pero nada en sus sentimientos hacia Paula era sencillo o casual. Era algo con lo que no había contado. Habría sido un mentiroso si no hubiera admitido que había buscado una excusa para verla ese día. El beso de la noche anterior lo había afectado más de lo esperado. Y le alegraba saber que a ella también. Había cambiado algo. Había algo más que el disfrute de su compañía. Había una conexión con ella que no había previsto. Se había dado cuenta cuando ella había reaccionado ante la pintura. Y cuando después se habían encontrado sus miradas. Y cuando la había besado antes esa tarde.
—Ése es el significado del arte, Paula. No tiene que tener sentido. Sólo tiene que significar algo.
Se acercó al cuadro y miró el precio.
—Es una locura.
Pedro miró la etiqueta. No era desorbitado, pero recordó que él estaba acostumbrado al dinero de su familia. Para alguien en la situación de Paula imaginó que sería muy diferente.
—Piensa en la reacción que ha suscitado en tí y después trata de cuantificarla. ¿Puedes ponerle precio a eso?
—Puedo y lo hago —sonrió mientras miraba con deseo el lienzo.
Él no pudo evitar echarse a reír. Paula era encantadoramente práctica. Le recordó lo lejos que estaban sus mundos. No era para él. Él no era para ella. Era la clase de mujer que buscaba estabilidad a largo plazo y él viajaba por todo el mundo con su trabajo.
—Puedo permitírmelo si no como el año que viene. Por eso el arte está en los museos y no en los comedores —echó a andar—. Aun así no sé por qué me ha impactado tanto.
—No necesitas saber por qué. Algunas veces, entender le roba toda la magia a algo.
Paula siguió por la pared mirando las demás obras y él la contemplaba. Quizá estuviera haciendo todo demasiado complicado. La atracción no hacía un cuento de hadas. Y era el último en creer en los cuentos de hadas. Ya creía Carolina por los dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario