jueves, 21 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 37

—Prácticamente puedo oír tu mente trabajar, Pau—dijo sin darse la vuelta—. Por favor, déjalo.

Paula se levantó y se acercó a la ventana para quedarse de pie tras él. Lo rodeó con los brazos y apoyó la mejilla en su espalda. Pedro tragó  para  deshacer  el  nudo  que  tenía  en  la  garganta.  Lo  que  él  había  pasado  en  su  infancia  no  era  nada  comparado  con  el  infierno  que  ella  había  vivido.  Trató de imaginársela en el suelo, herida, y no pudo. Le parecía demasiado terrible. ¿Qué  clase  de  hombre  le  hacía  algo  así  a  otro  ser  humano?  ¿A  una  mujer  que  se  suponía que amaba?

—Está nevando —murmuró él.

¿Por  qué  la  gente  hería  a  quienes  se  suponía  que  quería?  Sabía  que  no  podía  dejar  a  Paula pasar  sola  por  aquello,  aunque  eso  le  trajera  recuerdos  que  aborrecía,  como  los  de  reconfortar  a  Carolina cuando  su  madre  los  había  abandonado.  Su  abuela  siempre  había  estado  ahí  para  ayudar.  ¿Qué  diría  ella  en  ese  momento?  Sabía  exactamente  lo  que  diría  y  no  le  gustó  la  respuesta.  Le  habría  dicho  que  dejara  el  rencor y perdonara.

Paula suspiró  apoyada  en  su  espalda  y  él  cerró  los  ojos.  Menudo  día.  Se  alegró  de  haber  manejado  a  Reilly  como  lo  había  hecho.  Una  respuesta  física  habría  asustado aún más a Paula. Todo el día había pesando sólo en Paula y eso no era bueno. Ella   no  necesitaba  a  un  hombre  como  él.  Necesitaba  alguien  en  quien  poder  apoyarse. Alguien que le diera estabilidad y seguridad y formara un hogar con ella. Incluso había hablado del deseo de tener hijos.  Él siempre había sido el heredero de Alfonso,  el  que  todo  el  mundo  asumía  que  ocuparía  el  lugar  de  su  padre.  Y  seguía  luchando contra él. Miró el reflejo de la habitación en los cristales. No había nada personal en ella, ni  cuadros,  ni  adornos,  nada  que  la  convirtiera  en  un  hogar  y  así  era  como  vivía  él.  Era  lo  que  era.  Finalmente  la  olvidaría.  Pero  con  sus  brazos  alrededor,  lo  único  que  deseaba era abrazarla.

—Quédate esta noche, Pau.

—Pedro, yo... —se incorporó y separó la mejilla de la espalda.

—No en mi cama —por una vez en su vida aquello no tenía nada que ver con el sexo.  Se  dio  la  vuelta  para  mirarla—.  Simplemente,  quédate.  Me  preocuparé  mucho  por tí si te vas a casa. Puedes quedarte con la cama. Dormiré en el sofá.

—Lo que has hecho hoy por mí no lo ha hecho nadie nunca. No puedo abusar más de tu tiempo.

—No  abusas de mi  tiempo   —se  miraron en silencio—.   Espera aquí   —desapareció  en  el  dormitorio  y  volvió  con  una  camiseta—.  No  tengo  pijama  para  dejarte.

—Gracias —aceptó la camiseta.

Ella desapareció en el dormitorio y oyó la puerta del cuarto de baño cerrarse. Al no  oír  nada  después  de  unos  minutos,  decidió  ver  qué  pasaba.  Estaba  en  su  cama,  con  el  edredón  hasta  la  barbilla.  Se  había  dormido  antes  de  que  hubiera  podido  preguntarle si quería comer algo.Mari  se  despertó  por  la  luz  del  sol  que  se  colaba  por  la  ventana.  Se  apartó  el  pelo  de  la  cara  y  vio  que  esta  en  la  cama  de  Pedro.  Había  pasado  allí  la  noche.  Y  ni  siquiera  se  había  acordado  de  ir  a  casa,  ni  de  Bobby.  Tuvo  la  esperanza  de  que  hubiera salido por la portezuela del porche.

Miró  el  reloj:  las  nueve  de  la  mañana.  ¡Había  dormido  de  un  tirón  y  no  había  sufrido  ninguna  de  las  pesadillas  que  la  asaltaban  últimamente!  Sintió  un  poco  de  inquietud al pensar que todo el personal estaría ya en el hotel y ella sólo tenía la ropa del  día  anterior.  Tenía  que  haber  usado  la  cabeza  por  la  noche.  Bueno,  nada  había  sido lógico la noche anterior.

—Buenos días —dijo Pedro desde la puerta.

—Pedro, lo siento mucho, he dormido... —se sentó en la cama.

—Aquí toda la noche —terminó él la frase con una sonrisa—. Casi quince horas.

—Debía de estar más cansada de lo que pensaba —dijo, un poco confusa.

Sintió  que  se  estaba  ruborizando.  Tenía  que  salir  de  aquella  situación  con  un  poco  de  ingenio.  A  la  luz  del  día  se  dio  cuenta  de  que  haberle  revelado  sus  verdaderos sentimientos había sido un error.

—Creo que dormir así te hacía falta desde hacía mucho —respondió él.

Llamaron a la puerta y Paula lo miró desconcertada. Él se limitó a encogerse de hombros.

—He  pedido  que  nos  traigan  el  desayuno,  debes  de  estar  muerta  de  hambre,  ayer no cenaste.

Se  fue  a  abrir  la  puerta  mientras  Paula se  vestía  y  se  recogía  el  pelo.  Cuando  salió del dormitorio un camarero empujaba un carrito lleno de bandejas.

—Gracias,  Gerardo—Pedro le  dió  un  billete,  el  camarero  asintió  y  sonrió  en  dirección a Paula.

—¿Qué va a pensar el personal de todo esto?

—Ya has estado aquí.

—No así. No saliendo de tu dormitorio.

Pedro acercó el carrito a la mesa.

—No te preocupes. Estoy acostumbrado. Siempre se olvida.

Paula cerró la boca. Luca estaba acostumbrado a esas situaciones. Ella no.

—Siento  lo  de  ayer.  No  debería  haber  vaciado  mis  preocupaciones  en  tí—se sentía obligada a disculparse.

De pronto hubo una sensación de incomodidad entre los dos. Quizá él se sentía molesto por conocer todos sus secretos. No podía culparlo por ello.

—Está  bien.  Es  bueno  lo  que  has  hecho.  Imagino  que  te  sientes  mejor  por  haberlo sacado. Lo comprendo, Paula, de verdad.

¿Por qué  actuaba  él  de  un  modo  tan  distinto?  La  noche  anterior  le  había  agarrado  la  mano  y  ella  le  había  contado  sus  más  profundas  preocupaciones.  La  había abrazado y ella había llorado. En ese momento... Dios, la estaba tratando como si fuera una de sus aventuras.

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