Pedro se resistió al deseo de llamar a casa de Paula por sexta o séptima vez. Había pasado allí demasiado tiempo. Y nada se lo había dejado más claro que la llamada que había tenido que hacer esa misma mañana mientras ella aún dormía. No sabía que alguien pudiese dormir tanto. Pasó la tarde esperando a que se despertara, pero no lo había hecho. Se había comido los aperitivos que había en el minibar. Y finalmente, a eso de la medianoche, se había acostado en el sofá y se había quedado dormido.Era la primera vez que una mujer dormía en su cama y él no estaba con ella. Sonó un timbre y miró la pantalla del ordenador. Otro mensaje de su padre, una actualización de sus intereses en París que habían sufrido un incendio. Su padre lo estaba presionando para que terminara allí y se hiciera cargo de lo de Francia.Pero fueron sus últimas palabras las que le hicieron pasarse los dedos por el pelo. Carolina tiene problemas y París no puede esperar. Tienes que volver. La familia te necesita.Las palabras le dolieron. La familia lo era todo para él. Excepto... excepto que le había entregado su vida entera a la familia desde que era un niño. Había sido el hermano mayor que Carolina necesitaba. Se había ocupado de la casa por su padre. Y había querido hacerlo. Había sido feliz haciéndolo. Pero había ocasiones en que deseaba ser sólo Pedro. Tener su propia vida. Dejar de ser definido por la marca Alfonso. Estaba empezando a cansarse de estar a disposición de su padre.
"Escribiré a Caro y al director de París. Iré en cuanto pueda, pero mi prioridad es esto." Escribió. Lo firmó y lo envió, después se recostó en la silla. Dios, había más verdad en esa línea de la que pensaba. No era sólo el Cascade lo que era su prioridad, sino también Paula. Ella era importante. ¿Pero qué quería él? Había querido su propio lugar en Alfonso durante mucho tiempo, pero ¿Eso era compatible con lo que quería Paula? Apenas. Ella quería el cuento de hadas y él no se los creía. Lo mejor que podía hacer por ella era asegurarse de que mantenía los pies en el suelo y dejar la dirección del Cascade en sus eficaces manos. No sería suficiente para él, pero sí para ella. Paula no era ambiciosa, buscaba algo más sustancial. Se había construido una vida, quería estabilidad, no aventuras. Era extraño cómo esa idea lo atraía, especialmente un día como ése. Normalmente habría estado emocionado por ir a París, era una de sus ciudades favoritas. Pero en esa ocasión lo sentía como una imposición porque se lo ordenaban.Y aunque había mandado esa respuesta, sabía que tenía que ir. Alguien de la empresa tenía que hacer acto de presencia. No estaba claro cuál era el problema con Carolina, pero sabía que su padre la pondría a ella primero. Así que era cosa de él hacerse cargo del negocio. Aunque... ¿Cómo iba a despedirse de Paula en ese momento?
—La sala Panorama está terminada, ¿La has visto?
Paula se detuvo junto a su escritorio. Algo estaba distrayendo a Pedro y ella no sabía qué era. Tamborileó con un bolígrafo encima de la mesa.
—No, todavía no he pasado por ahí hoy.
Desde la noche que había pasado en su habitación se había asegurado de mantener las distancias. Era evidente que a Pedro le importaba. No habría actuado como lo había hecho si no le hubiera importado, pero también sabía que su pasado pesaba demasiado y su situación no conducía a profundos sentimientos ni compromisos. Pedro alzó la vista y sonrió.
—¿No la has visto? ¿Has sido pesadísima con la decoración y aún no la has visto? —se aclaró la garganta—. Puede rivalizar con cualquiera de los comedores y demás instalaciones. Te lo prometo. He reservado mesa para dos esta noche. Como despedida.
—¿Despedida?
Se quedó paralizada. ¿Tan pronto? No había esperado que fuera tan pronto.
-Me han llamado de París. Me voy por la mañana.
Pedro vió cómo se le demudaba el color y se maldijo. Podía haberse quedado un día más. La palidez de su piel le recordó cómo la había visto: pequeña e indefensa en su enorme cama. No podía quitarse de la cabeza su imagen dormida. No podía borrar la fantasía de esa cortina de pelo cayendo sobre él mientras hacían el amor... Se dió la vuelta bruscamente y se pasó la mano por el cabello.
—Pedro, ¿Estás bien?
Estaba harto de fingir. Aquello era una locura. No podía haberse enamorado de Paula. Un flirteo era una cosa, pero no pretendía tener sentimientos serios hacia ninguna mujer. Y era evidente que Paula era la mujer equivocada. Era frágil y temerosa y trataba de superar algo más grande de lo que él podía comprender. Se merecía a un hombre que la proveyera de la estabilidad que merecía. No un hombre que iba de un lado a otro. Lo suyo jamás funcionaría. Y al mirarla en ese momento se dió cuenta de cómo debía de haberle parecido a ella el día anterior. Sólo había pensado en sí mismo y levantado barreras. Se había equivocado y ella no. La había tratado sin ninguna consideración, como a una querida. Con amabilidad pero sin auténtico cariño. Quería reparar su error. Mostrarle que ella era distinta.
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