—Le estaba diciendo —dijo el señor Reilly sin apaciguarse—, que ese arreglo es completamente inaceptable.
Paula apretó los dientes. El hombre le había dado la espalda a Macarena de un modo grosero. Era trabajo suyo suavizar a los clientes ásperos.
—Soy la directora, quizá pueda servir de ayuda. ¿Qué habitación había reservado?
—La Primrose —dijo Macarena por encima del hombro del cliente.
La Primroseera una de sus mejores habitaciones, pero no existía en ese momento.
—Me temo que la habitación que reservó está siendo sometida a una profunda reforma. Para compensarlo, señor Reilly, podemos acomodarlo en una suite de ejecutivo de la tercera plata sin coste adicional. Estoy segura de que encontrará la habitación muy satisfactoria. Es mucho más grande...
—Reservé esa habitación hace tres meses y ocuparé esa habitación —la interrumpió cortante—. No quiero una suite, quiero la Primrose.
Paula respiró hondo. Todo en Reilly hacía de detonador en ella: su grosería, su tono autoritario, el modo beligerante de hablar...
—Lo siento, pero es imposible, esa habitación es parte del proceso de modernización —sonrió apelando a su sentido común—. En este momento está llena de tablas y herramientas. Como directora le presento mis disculpas y estaremos encantados de ofrecerle otra habitación con desayuno incluido. Se lo aseguro, señor Reilly, nuestras suites de ejecutivo son impresionantes —su voz sonaba cálida y confiada, pero por dentro temblaba.
Trató de recordar los ejercicios que le habían enseñado en la terapia. Iban en contra de todo lo que había aprendido de pequeña. Miró por encima del hombre a Macarena.
—¿Te ocupas de todo, Macarena?
—Sí, señorita Chaves.
Paula sonrió y se alejó un par de pasos.
—Si cree que eso es bastante, se equivoca, señoritinga ¡No se marche así!
Una pesada mano la agarró de la muñeca haciéndole daño. Paula gritó y se encogió de miedo antes de poder pensar. Cerró los ojos esperando lo que vendría después. El sonido del gemido de conmoción de Macarena vibró dentro de ella. Se tranquilizó. Sólo era peor cuando mostraba dolor o temor.
—¿Hay algún problema?
Paula alzó la vista, vió a Pedro y deseó echarse a llorar de agradecimiento. Pedro tenía los ojos sombríos de furia y miró como un ángel vengador al hombre que la agarraba. No se había alegrado más en toda su vida de ver a alguien.
—Nada que no pueda manejar —dijo el hombre desdeñoso dando un tirón de la muñeca.
Paula no pudo reprimir un gesto de dolor y al instante, un músculo se tensó en la mandíbula de Pedro.
—Le sugiero enérgicamente que suelte el brazo de la dama —dijo las palabras con suavidad, pero en un tono de una dureza innegable.
Como Reilly no la soltó de inmediato, añadió—: Mientras aún pueda.
—Sólo hemos tenido un pequeño desacuerdo —respondió el hombre, decepcionado por tener que soltar a Paula.
Una vez libre, Paula se frotó la muñeca con la otra mano. Sabía que debería decir algo, pero las palabras no le salían. Se quedó muda mirando a Pedro.
—¿Estás bien, Pau? —preguntó Pedro dejando de mirar un momento al hombre.
Parecía sinceramente preocupado. Pedro jamás permitiría que le sucediese nada. Ella asintió y respiró hondo para calmarse. Lo único que deseaba era que Reilly desapareciera.
—Quizá yo pueda ayudarlo —sugirió Pedro, tenso y con tono envenenado.
Paula contuvo la respiración con la esperanza de que Pedro no recurriera a la violencia. Provocar una escena era lo que deseaba ese hombre, conocía a los de su clase, los que querían provocar peleas, quienes pensaban que la fuerza física lo resolvía todo.
—¿Y quién es usted?
—Pedro Alfonso, dueño del hotel.
—Señor Alfonso—dijo Reilly con una repentina sonrisa—, creo que quizá debería enseñar a su personal el principio de que el cliente siempre tiene la razón. Reservé la habitación Primrose hace meses y ahora me mandan a una del tercer piso.
Paula habló por primera vez. Alzó la barbilla y deseó que la voz no le saliera temblorosa.
—He cambiado al señor Reilly a una suite del tercer piso.
—El Alfonso Cascade siente mucho las molestias, como estoy seguro de que le habrá dejado claro nuestra directora, la señorita Chaves—Reilly abrió la boca para decir algo, pero Pedro no le dejó—. Sin embargo, no toleramos los abusos de ninguna clase con nuestro personal. Ella le había reservado generosamente una de nuestras suites más exclusivas que estoy seguro de que encontrará más que satisfactoria.
—Le aseguro que no —miró a Paula.
Paula bajó la vista. No quería desafiarlo de ningún modo. Pedro le iba permitir quedarse. Era lo más inteligente desde el punto de vista del negocio, pero no pudo evitar sentirse decepcionada. No quiso levantar la vista. Si él tenía que pensar que había ganado, estaba bien. Era mejor que la alternativa.
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