martes, 12 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 32

—Le estaba diciendo —dijo el señor Reilly sin apaciguarse—, que ese arreglo es completamente inaceptable.

Paula apretó  los  dientes.  El  hombre  le  había  dado  la  espalda  a  Macarena  de  un  modo grosero. Era trabajo suyo suavizar a los clientes ásperos.

—Soy   la   directora,   quizá   pueda   servir   de   ayuda.   ¿Qué   habitación   había   reservado?

—La Primrose —dijo Macarena por encima del hombro del cliente.

La Primroseera  una  de  sus  mejores  habitaciones,  pero  no  existía  en  ese  momento.

—Me temo que la habitación que reservó está siendo sometida a una profunda reforma.  Para compensarlo,  señor  Reilly,  podemos  acomodarlo  en  una  suite  de ejecutivo  de  la  tercera  plata  sin  coste  adicional.  Estoy  segura  de  que  encontrará  la  habitación muy satisfactoria. Es mucho más grande...

—Reservé  esa habitación hace tres  meses   y  ocuparé  esa  habitación   —la interrumpió cortante—. No quiero una suite, quiero la Primrose.

Paula respiró  hondo.  Todo  en  Reilly  hacía  de  detonador  en  ella:  su  grosería,  su  tono autoritario, el modo beligerante de hablar...

—Lo   siento,  pero  es  imposible,   esa  habitación  es  parte  del  proceso  de  modernización —sonrió apelando a su sentido común—. En este momento está llena de  tablas  y  herramientas.  Como  directora  le  presento  mis  disculpas  y  estaremos  encantados  de  ofrecerle  otra  habitación  con  desayuno  incluido.  Se  lo  aseguro,  señor  Reilly,  nuestras  suites de  ejecutivo  son  impresionantes  —su  voz  sonaba  cálida  y  confiada, pero por dentro temblaba.

Trató  de  recordar  los  ejercicios  que  le  habían  enseñado  en  la  terapia.  Iban  en  contra  de  todo  lo  que  había  aprendido  de  pequeña.  Miró  por  encima  del  hombre  a  Macarena.

—¿Te ocupas de todo, Macarena?

—Sí, señorita Chaves.

Paula sonrió y se alejó un par de pasos.

—Si cree que eso es bastante, se equivoca, señoritinga ¡No se marche así!

Una  pesada  mano  la  agarró  de  la  muñeca  haciéndole  daño.  Paula gritó  y  se  encogió  de  miedo  antes  de  poder  pensar.  Cerró  los  ojos  esperando  lo  que  vendría  después.  El  sonido  del  gemido  de  conmoción  de  Macarena vibró  dentro  de  ella.  Se  tranquilizó. Sólo era peor cuando mostraba dolor o temor.

—¿Hay algún problema?

Paula alzó  la  vista,  vió  a  Pedro y  deseó  echarse  a  llorar  de  agradecimiento.  Pedro tenía los  ojos  sombríos  de  furia  y  miró  como  un  ángel  vengador  al  hombre  que  la  agarraba. No se había alegrado más en toda su vida de ver a alguien.

—Nada  que  no  pueda  manejar  —dijo  el  hombre  desdeñoso  dando  un  tirón  de  la muñeca.

Paula no pudo reprimir un gesto de dolor y al instante, un músculo se tensó en la mandíbula de Pedro.

—Le  sugiero  enérgicamente  que  suelte  el  brazo  de  la  dama  —dijo  las  palabras  con suavidad, pero en un tono de una dureza innegable.

Como Reilly no la soltó de inmediato, añadió—: Mientras aún pueda.

—Sólo   hemos   tenido   un   pequeño   desacuerdo   —respondió   el   hombre,   decepcionado por tener que soltar a Paula.

Una vez libre, Paula se frotó la muñeca con la otra mano. Sabía que debería decir algo, pero las palabras no le salían. Se quedó muda mirando a Pedro.

—¿Estás bien,  Pau?   —preguntó Pedro dejando de  mirar  un  momento   al   hombre.

Parecía sinceramente preocupado. Pedro jamás permitiría que le sucediese nada. Ella  asintió  y  respiró  hondo  para  calmarse.  Lo  único  que  deseaba  era  que  Reilly  desapareciera.

—Quizá yo pueda ayudarlo —sugirió Pedro, tenso y con tono envenenado.

Paula contuvo  la  respiración  con  la  esperanza  de  que  Pedro  no  recurriera  a  la  violencia.  Provocar  una  escena  era  lo  que  deseaba  ese  hombre,  conocía  a  los  de  su  clase,  los  que  querían  provocar  peleas,  quienes  pensaban  que  la  fuerza  física  lo  resolvía todo.

—¿Y quién es usted?

—Pedro Alfonso, dueño del hotel.

—Señor Alfonso—dijo Reilly con una repentina sonrisa—, creo que quizá debería enseñar a su personal el principio de que el cliente siempre tiene la razón. Reservé la habitación Primrose hace meses y ahora me mandan a una del tercer piso.

Paula habló  por  primera  vez.  Alzó  la  barbilla  y  deseó  que  la  voz  no  le  saliera  temblorosa.

—He cambiado al señor Reilly a una suite del tercer piso.

—El Alfonso Cascade siente mucho las molestias, como estoy seguro de que le habrá dejado claro nuestra directora, la señorita Chaves—Reilly abrió la boca para decir algo, pero  Pedro no  le  dejó—.  Sin  embargo,  no  toleramos  los  abusos  de  ninguna  clase  con  nuestro  personal.  Ella  le  había  reservado  generosamente  una  de  nuestras  suites más exclusivas que estoy seguro de que encontrará más que satisfactoria.

—Le aseguro que no —miró a Paula.

Paula bajó  la  vista.  No  quería  desafiarlo  de  ningún  modo.  Pedro le  iba  permitir  quedarse. Era  lo  más  inteligente  desde  el  punto  de  vista  del  negocio,  pero  no  pudo  evitar sentirse decepcionada. No quiso levantar la vista. Si  él  tenía  que  pensar  que  había  ganado,  estaba  bien.  Era  mejor  que  la  alternativa.

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