Serían parte del Cascade. Estaba empezando a verlo. Ese lugar era distinto a cualquier otro lugar en la Tierra. Encontró unas tallas que le interesaron y, cuando alzo la vista, vió que Pedro había seguido adelante. Lo miró a hurtadillas; tenía las manos en los bolsillos y contemplaba las pinturas. Suspiró. Era tan... todo... No se disculpaba por serlo. La seguridad en sí mismo lo hacía atractivo. Había sido moldeado cuando su madre lo había abandonado. Ya sabía quién era. Le daba envidia. Cuando llegó hasta él no la miró, simplemente dijo:
—Hay algunas piezas interesantes aquí.
Por un instante se preguntó lo que costaría añadir arte original al hotel, pero abandonó la idea de inmediato. ¿Cómo iba a preocuparse por unos dólares si ella había derrochado dinero en sí misma esa mañana?
—Nunca había estado aquí.
—¿No te gusta el arte? —se dió la vuelta y la miró.
—No le he dedicado mucho tiempo.
Pedro volvió a mirar la pintura que tenía delante. Ella dejó las bolsas en un banco. Era verdad. No había tenido tiempo para cosas como el arte. En la anterior galería se había limitado a seguirlo a él. Ella tenía necesidades más inmediatas, preocupaciones que presionaban más. Como rehacer su vida. Seguir adelante en lugar de quedarse paralizada por el miedo.Y lo había hecho bastante bien hasta esa llamada de teléfono, en la que le habían dicho que Fernando había cumplido su condena. Había pagado su deuda con la sociedad. ¿Qué pasaba con su deuda con ella? ¿Con su madre? ¿Dónde estaba en ese momento? Podía repetir una y otra vez que había rehecho su vida, pero lo único que había hecho había sido huir. Huir y fingir. Ni siquiera sabía dónde estaba su madre, si también había huido, si estaba bien. Llevaba años diciéndose que no importaba, pero con Fernando fuera de la cárcel, había vuelto a pensar en su única pariente viva. Pedro no sabía nada de eso. Ni tenía por qué. No podría contárselo.
—¿Estás bien?
—¿Perdón?
—Paula, estás pálida como un fantasma. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Enséñame las pinturas que te gustan —respondió, obligándose a dejar de pensar en su padrastro.
La tomó de la mano y le enseñó las que más le gustaban. Ella asintió y comentó algunas cosas.Las pinturas que le gustaban eran preciosas. Casi todo eran paisajes con las Rocosas como tema.
—Las que quieras me parecerán bien.
—¿No tienes opinión? ¿No vas a sacar la calculadora y obligarme a hacer un presupuesto?
—Vas a hacer lo que te dé la gana igualmente. ¿Para qué discutir?
—Porque es lo que se me da mejor.
—No quiero discutir. Las pinturas me parecen bien. Son muy bonitas.
—Pero... —se acercó más a ella—, ¿Cómo te hacen sentir?
—Pedro, son óleos sobre lienzo —no quería hablar de sentimientos.
Ese día se había sentido como si fuera la chica que siempre había querido ser. Hacer lo que quería, comprar lo que quería, sentir lo que quería. Y nadie la castigaba por ello. Se había tomado una mañana libre y nadie se lo había recriminado. Después había vuelto a la realidad. Pedro podía hacerle olvidar, pero aterrizar luego era muy duro.
—Sí, y el Cascade es un montón de piedras en la ladera de una colina. Hasta tú sabes decir algo mejor que eso.
—Me temo que no soy muy aficionada al arte.
—No tienes que serlo para tener sentimientos, Paula.
—¡Por supuesto que tengo sentimientos! —afirmó rotunda.
Se dió la vuelta avergonzada. Ya no sabía quién era. Él la seguía presionando, exigiéndole cosas, pero ella no se sentía preparada para enfrentarse a todas.
—Mira éstas —dijo él—. Dime lo que sientes. Deja que te hablen.
Con un suspiro se puso delante de los cuadros. Cuando se ponía así era imposible pararlo.No eran paisajes. Eran cuadros muy distintos, colores e impresiones. Pasó por delante sin sentir ninguna conexión. Deseando sólo volver al hotel. Estaba cansada, estaba agotada. Todo el día había sido especial, pero tenía dudas de que él entendiera lo mucho que había significado para ella. Se había sentido parte de algo, algo basado en una mentira. Entonces volvió la vista y lo vió. Brochazos azules con un núcleo rojo brillante que explotaba en millones de gotas.No tenía sentido, pero le dijo algo y se acercó levantando la mano, pero sin llegar a tocarlo.
—¿Paula?
Ignoró su voz, pero sabiendo que él estaba allí. Había algo dentro de ella que Pedro había liberado. Y estaba en ese óleo sobre lienzo mirándola. No podía explicar por qué, pero sabía que ese cuadro tenía que ser suyo.
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