martes, 19 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 33

Pedro vió la  mirada  de  Paula fija  en  el  suelo.  Seguía  asustada.  Recordó  un  instante  su  vibración,  su  risa  la  noche  que  habían  bailado  juntos.  Ningún  hombre,  cliente o no, tenía derecho a amedrentarla. A usar la fuerza contra ella.

—Acabo  de  darme  cuenta,  señor  Reilly.  Lo  sentimos  muchísimo,  pero  el Cascade  no  tiene  ninguna  habitación  vacía  en  este  momento.  Estoy  seguro  de  que  podrá  encontrar  alojamiento  en  cualquiera  de  los  estupendos  establecimientos  de  Banff. Por favor, salga de aquí.

—¡Y un cuerno! ¡Voy a hacer que en las oficinas centrales se enteren de esto!

Su intento de resolver la situación había fallado y Pedro sabía que no podía tener a alguien así alojado en el hotel. Esa situación tenía que terminar ya. Si hacía algo así en  un  vestíbulo,  ¿Qué  podría  hacer  en  una  habitación  con  una  camarera?  Tenía  la  obligación de proteger a su personal. Un deber con Paula.

—Por  favor,  hágalo.  Estoy  seguro  de  que  mi  asistente  enviará  su  queja  con  la  máxima celeridad.

—Hijo de...

Pedro lo interrumpió. Cualquier pretensión de ser amigable había desaparecido.

—Estoy   seguro   de   que   las   autoridades   locales   estarán   encantadas   de   proporcionarle  transporte  si  no  dispone  del  suyo  propio  —hizo  un  gesto  con  los  dedos   sobre   la   pierna   sabiendo   que   dos   personas   de   seguridad   del   hotel   se   presentarían en segundos. Habría preferido no tener que recurrir a la policía, pero todo tenía un límite.

Reilly  cuadró  los  hombros,  recogió  su  maleta  del  suelo  y  salió  del  vestíbulo  jurando. Paula lo miró con el rostro aún demudado.

—Lo siento, Pedro. No sabía que...

—No te disculpes. Ven conmigo.

Lo siguió.

—¿Adónde vamos?

—A mi suite para que puedas recomponerte.

Él abrió la puerta y ella entró delante. Se acercó al minibar y sirvió un poco de brandy. Se lo dió.

—Bébete esto. Te devolverá el color a las mejillas.

Paula bebió un sorbo que le ardió en la garganta. Pedro estaba enfadado. Ella había manejado todo mal y estaba enfadado con ella. Al menos, iba a tener el detalle de decírselo en privado.

—Pedro, lo siento —bebió otro sorbo y le devolvió la copa.

—¿Sientes qué?

—Es mi trabajo manejar a los clientes y hoy no he sabido hacerlo.

—Por Dios, ¡no te disculpes por la conducta de ese animal!

Mari dió un paso atrás por el estallido.Él temperó su tono por la reacción.

—Yo  soy  quien  lo  siente,  Paula.  Cuando  he  visto  que  te  agarraba...  parecía  como si te fueras a desmayar.

—¿No estás enfadado conmigo?

—No, cariño —se acercó y la rodeó con los brazos—. No estoy enfadado.

Sintió que las lágrimas le inundaban los ojos mientras los cerraba.

—Lo he visto tocarte y me han dado ganas de agarrarlo del cuello y sacarlo a la calle —le dijo al oído—. Pero ése no es el estilo Alfonso. Al menos, no el de los hoteles. Alfonso es clase y elegancia, no peleas en el vestíbulo. Aunque se lo mereciera.

—Me  alegro  de  que  no  lo  hicieras.  Yo...  odio  la  violencia.  Pero  tenía  miedo,  Pedro. Mucho miedo.

—Me he dado cuenta y he tenido que contenerme.

Salió de entre sus brazos.

—Puedes  pensar  que  has  sido  amable,  pero  he  visto  la  mirada  furiosa  en  tus  ojos.  Oh,  Pedro,  me  he  alegrado  tanto  de  verte...  Sabía  que  no  permitirías  que  me  pasase nada.

—No dejaré que te hagan daño —le pasó un dedo por la mejilla.

—Pero sé que hombres como Reilly pueden hacerlo —empezó a temblar.

Paula sintió los temblores en su interior y fue incapaz de controlarlos. Se quedó fría y de repente no podía respirar.

—¡Porco mondo!

Apenas  registró  la  exclamación  de  Pedro mientras  él  le  agarraba  los  brazos  y  la  llevaba hasta el sofá. Le dijo algo en italiano. La respiración se le aceleró y empezó a ver puntos grises.

—¡Maldita  sea!  ¡Pau,  pon  la  cabeza  entre  las  piernas!  —ordenó  mientras  le  empujaba la cabeza. Ella cerró los ojos—. Respira, cariño —su voz se volvió suave y ella se concentró en respirar.

Reilly se había ido. Fernando se había ido. Nadie le haría daño.Si se lo repetía muchas veces, quizá llegara a creerlo.En  unos  minutos  recuperó  el  control.  Las  sacudidas  la  habían  atacado  tan  rápido  y  fuerte  que  no  le  había  dada  tiempo  a  prepararse.  Las  había  sufrido  con  frecuencia hacía tiempo. había bajado la guardia desde que pasaba los días con Pedro. Estaba a salvo con él. Se ocupaba de ella y saberlo le hacía sentir ganas de echarse a llorar. Siempre había estado sola. Esa vez no, estaba Pedro.

—Pensaba que ibas a pegarle —murmuró abrazada a las rodillas.

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