Se le secó la boca. Había pensado que hacía bien en depositar en él su confianza, pero el modo en que la trataba esa mañana la decepcionó. Había esperado más de él. Una tontería porque, en el fondo de su corazón, sabía que no había futuro. Él no la amaba.
—Vamos, come algo, debes de tener mucha hambre.
—Tengo que ir a casa a cambiarme —se alisó los pantalones.
—No hace falta. Tengo algunas cosas de la boutique. Puedes ducharte aquí.
Paula apretó los dientes.La estaba tratando como... como si nada trascendental hubiera sucedido entre los dos. Estaba tomando las riendas y decidiendo qué hacer y cuándo. Luca levantó la tapa de uno de los platos. El olor a tostadas lo llenó todo, el tentador aroma a vainilla y canela. Le sonó el estómago. No había cenado. ¡Se merecía que se sentara y se comiera todo!
—Pensaba que ese privilegio estaba reservado a tus aventuras —dijo cáustica metiéndose las manos en los bolsillos.
Le había contado toda su vida y la trataba como a una extraña. Sólo había una explicación. Había sido demasiado. Sus problemas eran demasiado para él y había sido tonta al pensar que Luca podría manejarlo. Había esperado de él más de lo que podía dar. Ella no era sofisticada, era un problema y él se retiraba educadamente.Apenas podía odiarlo por ello. Simplemente, deseó marcharse, pero algo en ella le decía que tenía que manejar la situación con dignidad y compostura. Aún tenían que trabajar juntos. Luca ignoró la voz interior que le decía que rebajara el tono. Miraba a Paula y veía su rostro de la noche anterior mientras le hablaba de su padrastro. Había tenido que ayudarla. Lo había querido. Pero en ese momento, a la luz del día, tenía que dar un paso atrás. Aquello se parecía demasiado a una relación y no estaba preparado. La última vez que había salido en serio con una mujer había interferido con el trabajo. Se había enamorado de Laura, había confiado en ella. Le había dicho que la amaba. Hasta que se había dado cuenta de que ella no lo quería a él, sino a sus relaciones como Alfonso.Lo que sentía por Paula no tenía que haber ocurrido. No deberían haberse besado. Su mirada permaneció fría, aunque sabía que ella tenía razón. Aquello era exactamente lo que habría hecho con cualquier mujer a la mañana siguiente.
—Eso es un poco exagerado.
—Lo siento, Pedro. Creo que aún estoy un poco alterada por lo de ayer. Comeré algo —se acercó a la mesa y se sentó, llenándose un plato.
Debería haberlo pensado mejor antes de flirtear con Paula. Ella no era de esa clase y necesitaba escapar de fuera lo que fuera que compartían. Él no lo llamaría una relación. Las relaciones hacían sufrir a la gente. Como había sufrido su padre. Como él con Laura.
Laura había usado cosas que él le había contado para hacerle daño.«Paula no haría algo así», le dijo una voz interior. Pero esa vez lo que más le preocupaba era hacerle daño a ella, ya había sufrido bastante. Dejarlo en una amistad era la mejor opción, ¿No? Paula no necesitaba a un hombre que le rompiera el corazón. Lo que necesitaba era un amigo.
—Zumo recién exprimido —le sirvió un buen vaso—. Vitamina C para todo el día.
-Gracias —bebió un sorbo y dejó el vaso para agarrar el tenedor—. ¿No vas a comer nada?
—Claro —dijo él y se sentó enfrente.
Paula comió un bocado, después otro preguntándose cuánto tiempo resistiría esa agonía. Ese desayuno era una completa farsa después de la intimidad del día anterior.No había nada que objetar a la conducta de él. Nada. Era perfectamente educado. Pero era evidente que estaba marcando las distancias. Deseó preguntarle si lo de la noche anterior había significado algo para él. Decirle cuánto había apreciado que hubiera cuidado de ella, pero no pudo. Él actuaba como si todo no hubiera significado nada. Como si desayunar juntos en su habitación fuera algo normal. Nada más personal que... una reunión de trabajo. Se sentía en carne viva por los sucesos del día anterior y ser consciente de que se había enamorado de él. Porque él la tratara así. Se preguntó si se habría imaginado su comprensión.Dejó el tenedor en la mesa y mantuvo en su sitio la máscara que se había puesto. Lo había juzgado mal, depositado su confianza en alguien equivocado.
—Gracias por el desayuno. Tengo que irme —se levantó evitando mirarlo.
—No hace falta. Puedes cambiarte aquí, Paula. Seguro que la ropa que te he pedido te queda bien. Puedes ir a tu oficina desde aquí.
Lo había planeado todo. Había dedicado su tiempo a pensarlo. Su consideración casi la afectaba. Nada que hubiera hecho o dicho esa mañana le habría sentado peor que su amabilidad.
—Lo tenías todo planeado, ¿No, Pedro? —trató de contener el temblor en la voz—. Pensaba que yo era la de los planes y tú el impulsivo, pero me equivocaba. Lo tenías planeado desde el principio, cómo hacerte con la directora difícil, cómo manejar a tu hermana, cómo manejarme a mí.
—¿Perdón?
Paula se alisó la blusa y miró para asegurarse de que no se dejaba nada. Vió una horquilla en el sofá y la recogió. Se la metió en el bolsillo evitando siempre mirarlo.
—Lo comprendo. No hace falta que me despidas con un desayuno y... y tanta consideración.
Pedro se puso de pie y la miró con gesto de desaprobación.
—Nada de lo que he hecho esta mañana ha sido por obligación, Paula.
—Seguro. No podías despertarme y echarme, no es de buena educación, no cuando se supone que... ¿Qué se supone que volverá a pasar, Pedro? —finalmente lo miró y no supo lo que pensaba.
—Confieso que no estoy seguro de qué es lo apropiado para decir en esta situación. Nunca he pasado por ella antes.
La miró fijamente. Nunca había estado en una situación en que le preocuparan más los sentimientos de la mujer que los suyos. Entonces, ¿por qué estaba enfadada? Había tratado de hacerlo bien. Ocuparse de ella, hacerle el día más fácil, incluso había pedido desayuno para los dos. Había tratado de demostrarle que lo que había pasado el día anterior no suponía ninguna diferencia para él. Incluso la respetaba aún más. Y ella estaba furiosa con él. Paula empezó a marcharse con el corazón hundido. Seguramente ésa fuera una situación nueva para él. Lo necesitaba tanto que era obvio que había imaginado cosas que no eran reales. Si hubieran sido reales, la habría despertado con una sonrisa. Le habría preguntado cómo estaba y ella le habría dicho que estaba bien. Y quizá la habría besado como anhelaba que hiciera. Pero lo había asustado. Y ni siquiera tenía la decencia de ser sincero.
—Me voy. Gracias por la ropa, pero no.
—¿Adónde vas? —por fin en su tono había algo más que maneras educadas. Ella se detuvo, pero después abrió la puerta—. Paula, tenemos una reunión con la gente del spa en una hora.
—Estoy segura de que podrás hacerte cargo, me voy a tomar el día libre.
Salió al pasillo y cerró la puerta tras ella. Respiró hondo. Era el momento de volver a hacer lo que se le daba mejor: confiar en sí misma.
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