Era de noche cuando Paula se despertó lentamente. En ese momento de media ensoñación tuvo una momentánea sensación que le hizo abrir los ojos de repente para ver a Pedro a su lado, mirándola con gesto serio.
—Paula, nunca volveré a dejarte como lo hice aquella noche. Por eso nunca querías quedarte conmigo en la cama, ¿Verdad? Temías que al despertar, esa mañana volviera a repetirse…
Paula asintió tímidamente y él la besó con intensidad, para demostrarle su amor, su devoción por ella.
—Siento haberte hecho daño.
—Pues no lo sientas. Ahora tenemos una segunda oportunidad.
Pedro acarició su vientre desnudo.
—¿Crees que esa segunda oportunidad podría incluir intentar tener otro bebé?
—No tienes que decirlo sólo porque…
—No, pero me alegraría que sucediera cuando tú estés preparada.
—Creo que con la facilidad que tenemos para quedarnos embarazados, puede que incluso ya lo estemos…, pero por si acaso, no tiene nada de malo intentarlo de nuevo…
Seis semanas después, volvieron a casarse en una ceremonia sencilla en el jardín de la villa con el centelleante Mediterráneo como testigo. Juan, Diego y Simón habían viajado desde Inglaterra para estar con Paula. Ésta recorrió descalza el pasillo de hierba del brazo de Juan, vestida con un traje sin tirantes de seda color crema que le caía sobre los tobillos. Su melena suelta, adornada con peonías, le caía sobre la espalda y no llevaba joyas a excepción de los pendientes de diamante que su marido le había regalado el día antes. Pedro contuvo las lágrimas al verla acercarse a él; nunca en su vida había visto una imagen tan maravillosa. Él también estaba descalzo y llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca abierta en el cuello. Sus ojos no rompieron el contacto ni un segundo y, cuando llegó el momento del beso, después de intercambiar los votos, Pedro le tomó la cara entre las manos y, antes de rozar sus labios, le susurró:
—Juro amarte siempre y besarte tanto como me sea posible, señora Alfonso.
Paula contuvo las lágrimas y sonrió nerviosa.
—Bien. Pues date prisa y bésame, señor Alfonso —y lo hizo durante un largo, largo rato… hasta que los invitados comenzaron a aplaudir, a reír y a suplicarles finalmente que pararan para poder seguir con la celebración.
Ocho meses más tarde, y al despertar de la siesta, Paula sonreía adormilada al sentir unas fuertes manos apartarle a su hija del pecho.
—Es hora de que Olivia Malena y su papá estén un ratito juntos para que mamá descanse.
Paula abrió los ojos justo a tiempo de recibir un largo beso en la boca; antes de que Pedro, o Pepe, como lo llamaba con frecuencia, le guiñara un ojo y cruzara el jardín hacia la bahía con su hija acurrucada en su pecho. Ella se alzó para ver a su marido alejarse con unos pantalones de bolsillos y su suave y bronceado torso desnudo. El corazón le dió un brinco, como le sucedía siempre que lo veía. Y después, al no querer quedarse atrás, se levantó, se cubrió las caderas con un pareo, y fue a reunirse con su familia en la orilla del mar. Pedro la rodeó con un posesivo brazo y la mirada que compartieron lo dijo todo. Ella lo abrazó por la cintura y, juntos los tres, se quedaron en la playa contemplando la puesta de sol otro maravilloso día.
FIN
Ay hermoso final!!
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