jueves, 21 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 31

Allí estaba. Con su sombrero y los pantalones vaqueros. Ella no estaba segura de cómo lo prefería. Si con sombrero vaquero o con el cinturón de herramientas.

—¿Vas a dejarme pasar? —preguntó él al cabo de un momento.

 Ella se sonrojó y se echó a un lado.

—Lo siento. Estaba pensando en otra cosa. Mi prima, Andrea, se ha puesto de parto esta mañana —menos mal que tenía una excusa—. Acabo de hablar con Jimena. Son hermanas. Bueno, a lo mejor te fijaste en Andrea la noche del Colbys —se volvió para dirigirse a la cocina—. Ella estaba enorme —colocó las manos por delante del vientre—, y aun así parecía que hubiera salido de una revista.

 El beicon volvía a echar humo y ella tuvo que correr hasta el fogón. Pedro tosió una pizca.

—A lo mejor si abrimos la ventana —sugirió, y se acercó a abrirla.

—Puedo cocinar sin quemarlo todo —dijo ella.

—Muy bien —se sentó a la mesa y agarró uno de los pedazos de naranja para metérselo en la boca.

—Lo dices con escepticismo. Puedo cocinar.

Él dejó el sombrero sobre la mesa y esbozó una sonrisa.

—Ayer hice los bollos —le dijo—. Esos pegajosos que ví que tenías en la mano en más de una ocasión.

—Estaban ricos —dijo él—. Y también los brownies que hiciste. ¿Por qué estás disgustada?

 Ella suspiró y se volvió para abrir la plancha de los gofres. Se había pegado. Arriba y abajo, y no pudo evitar que se rompiera por la mitad.

 —¡Por favor! —soltó la plancha de hierro sobre el fregadero y miró a Pedro—. No me lo digas. Encima las naranjas están amargas.

Él tuvo el detalle de no sonreír demasiado.

—Están muy dulces — le aseguró.

Ella se rió.

—Al menos todavía tenemos las croquetas — porque todavía no se habían quemado—. Y Gofres, cuando limpie este desastre.

—Me habría bastado con un gofre —dijo él—. Es una de mis cosas favoritas.

 —Estoy segura de que tratas de ser agradable — se volvió hacia el fregadero. Seguro que su mujer había sido una gran cocinera—. Será mejor que lo dejes. No estoy acostumbrada.

 —Brenda hacía los gofres muy mal —dijo él.

Parecía que le había leído la mente. Ella lo miró y arqueó las cejas una pizca.

—Ah.

—Siempre los hacía yo. Todos los sábados por la mañana. Si no, desayunaríamos productos congelados.

Ella no pudo evitar sonreír.

 —Ya. ¿Estabas encargado de hacer algo más?

—El café —levantó su taza vacía—. Aunque el tuyo es mejor que el mío. Ella lo miró sorprendida.

Él sonrió una pizca.

—Me he servido café del que haces por las ma ñanas en un par de ocasiones, cuando estabas en el granero haciendo tus cosas.

—Me alegro de que no lo hayas tirado—dijo ella.

 Al ver que él seguía sujetando la taza vacía, se sonrojó y le sirvió uno. Después terminó de recoger los pedazos de gofre, engrasó la plancha mejor y puso otra ración de masa. Más tarde, sacó las croquetas del fuego.

—Espero que no te importe la cebolla —dejó la mantequilla y el sirope sobre la mesa y se comió un pedazo de naranja antes de regresar junto a la plancha de gofres.

Esta vez le había quedado perfecto. Se lo sirvió a Pedro y le dijo:

—Empieza a comer —se acercó al fregadero y se limpió una mancha de naranja que se le había caído en el vestido—. Voy a ponerme algo que pueda mancharme con el próximo desastre que haga.

—Paula.

Ella lo miró.

—Siéntate y descansa, ¿Quieres? —partió el gofre en dos y puso una mitad en el plato de ella—. Y come.

 —No, yo ya no como gofres. — Entonces, ¿Por qué los has preparado?

—Porque pensé que te gustarían.

A Gonzalo le gustan.

—Tú nunca comes gofres.

 —Bueno, nunca no —se sentó en la silla—. Tienen muchas calorías —agarró un pedazo de naranja.

 —Y como eres bailarina no quieres tantas calorías —dijo él.

—Así es. Cada gramo se nota, ¿Sabes? Ya fue bastante malo cuando me comí todos los espaguetis que me envió tu padre la primera noche.

 Él negó con la cabeza.

—Si me preguntas, te diré que podrías engordar algún que otro kilo.

 —Bueno, eso no es lo que dirá Marcos si regreso a Nueva York.

—¿Si regresas?

—Cuando regrese —rectificó ella.

—¿Y por qué quieres regresar a trabajar con él?

—Porque mi trabajo está allí.

 —Baila en otro sitio.

—Si fuera tan fácil. He estado en esa compañía casi diez años. Y he trabajado muy duro para llegar allí. Empezar de nuevo… —negó con la cabeza—, no es una opción.

—¿Por tu rodilla?

—O por mi edad —admitió—. Elige la opción que te guste.

—Pero esperan que regreses. Después del Día del trabajo.

—Así es —pero no esperaban que regresara como estrella de la compañía.

Algo que no pensaba admitir ante nadie. Todavía no. Se levantó para sacar el siguiente gofre y lo miró.

 —¿Sí?

Él le tendió su plato. Ella sonrió y le sirvió el gofre en el dentro del plato lleno de sirope. Después se sentó de nuevo. Prepararía otro gofre si él quería más. Si no, guardaría la masa por si Gonzalo quería uno más tarde. Se comió un poco de la cebolla que había junto a la croqueta que él no se había comido y, al verla, Pedro comentó:

—Supongo que tampoco comes patatas.

Ella se encogió de hombros.

—No muy a menudo.

—Te pierdes algunos de los placeres de la vida.

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