martes, 19 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 25

 Al sentir que le caían unas gotas de agua sobre el brazo, levantó la vista y vió que Abril estaba frente a él. El pelo mojado caía sobre su rostro y estaba tiritando.

—¿Ya quieres que te seque? —buscó una toalla, pero ella negó con la cabeza.

—Ven a nadar con nosotras.

Pedro suspiró. Quizá cuanto antes se bañara, antes podrían marcharse.

—Está bien.

Su hija sonrió y corrió hacia el agua. Paula la estaba esperando. Pedro se quitó la camiseta y se lanzó al agua. Cuando salió a la superficie, su hija estaba aplaudiendo y Paula lo miraba con una sonrisa.

—¿Preparada? —le preguntó Paula a la niña.

La pequeña asintió. Y al instante, ambas se abalanzaron sobre él y le hicieron una aguadilla. Pedro rodeó a ambas con los brazos y se impulsó a la superficie.

—Son dos contra uno —le dijo a Abril, lanzándola al aire. Miró a Paula y le preguntó—. ¿Es así como tratas a todos tus invitados?

—Sólo a los especiales —contestó ella, mientras intentaba liberarse. Él la tomó en brazos con facilidad y la colocó sobre su cabeza.

—No te atreverás —dijo ella, agarrada a sus brazos.

Él la lanzó al agua. Cuando asomó la cabeza, le dijo:

—Se me ha caído el bañador al lanzarme.

—¿Lo has encontrado? —no se veía nada debajo del agua.

—Sí.

—Una lástima —dijo él, y al ver que ella ponía cara de sorpresa, se rió.

Paula lo miró.

—Te estás riendo —dijo ella.

—Sabía que iba a pasar —dijo sin dejar de sonreír.

Ella sonrió también y él empezó a reír. De pronto, Paula se sintió como si hubiera ocurrido un milagro delante de sus ojos.

—Quiero tirarme desde la cuerda —Abril se acercó a Paula y le rodeó el cuello con los brazos—. ¿Puedo?

Paula pataleó con más fuerza para mantener la cabeza fuera del agua.

—Pregúntaselo a tu padre —le dijo.

—¿Puedo tirarme, papá?

Pedro miró hacia la cuerda.

—No creo.

—¿Por favor? —Abril lo agarró de un hombro sin soltar a Paula.

Ambos quedaron enfrentados y, al moverse, sus piernas se rozaron, provocando que a Paula se le entrecortara la respiración.

 —En la piscina me tiro del trampolín. Y nado mejor que los mayores de clase de natación. Por favor…

 —Está bien. Pero primero lo haremos los dos juntos.

 Le retiró la mano del cuello de Lucy y rozó su piel con los nudillos. Paula notó que una oleada de calor la invadía por dentro y se retiró una pizca. Pedro se dirigió con Abril hacia la orilla y la llevó en brazos hasta la roca. Ella lo observó mientras subía a su hija a caballito y agarraba la cuerda con la otra mano.

—Vas a desbordar la poza si no dejas de babear —Sabrina se acercó a Paula nadando.

—No estoy babeando —contestó ella.

—No vas a engañarme. Admítelo, Pau —dijo Sabrina—. No se trata de ser buena vecina.

 Paula miró a su prima un instante y enseguida miró a Pedro otra vez.

 —Es un buen hombre. Y me parece agradable ver cómo juega con su hija —se rió al ver que Pedro daba un salto y la pequeña gritaba antes de caer al agua.

—Eso parece. Pero no puedes engañarme, cariño. ¿Cuándo fue la última vez que pensaste en Marcos?

Paula miró a Sabrina de reojo.

—¿Qué?

—Me da la sensación de que no tienes el corazón roto por ese canalla, sino que deseas tener una relación con tu vecino.

 Paula se quedó sin habla y Sabrina añadió:

 —Ten cuidado.

—¿Para no enamorarme de un hombre que no ha superado lo de su esposa? —Paula sonrió al ver que Pedro y Abril se dirigían hacia la orilla para tirarse otra vez. Pedro seguía sonriendo y cada vez que Paula veía su sonrisa notaba cierta presión en el pecho—. No te preocupes —le dijo a Sabrina mientras se dirigía a la orilla—. Sé cuidar de mí misma.

No era necesario que se preocupara de qué era lo que sentía por Pedro. Porque ya era demasiado tarde.

El sol ya se había ocultado cuando el grupo empezó a disminuir. Esteban y Benjamín se marcharon al Colbys, Melina se marchó con ellos porque entraba de guardia en el hospital. Celina y Ezequiel, se marcharon con sus hijos. Sabrina, Gabriel y su clan se marcharon también junto a Jimena, Daniel y los gemelos.  Paula se quedó sentada con los pies cerca del fuego. No tenía ninguna prisa por regresar a Lazy- B. Pedro todavía estaba allí con su hija y su padre, que seguía muy interesado en la tía de Daniel. Analía, que estaba sentada junto a Paula, comentó:

—Siempre pensé que Susana se había quedado en Weaver por Pedro y los gemelos pero, al verla ahora, creo que tenía otros motivos.

 Paula sonrió y asintió. No podía dejar de mirar a  Pedro, que estaba sentado frente a ella al otro lado del fuego.

 —Mira. Ya se van —susurró Analía.

Paula se fijó en que Susana comenzaba a recoger sus cosas mientras que Horacio se acercaba donde estaba Pedro para decirle algo. Vió que Pedro ponía una mueca y que decía:

 —¿En serio?

Horacio susurró algo más y Pedro se dirigió a Paula.

—¿Te importaría llevarnos a Abril y a mí cuando regreses a casa?

—Por supuesto que no —dijo ella, tratando de ocultar su sorpresa.

Él miró a su padre, rebuscó entre las toallas y le dio unas llaves. Al cabo de un momento, Horacio y Susana se dirigieron hacia los vehículos agarrados de la mano.

 —Bueno, bueno, bueno —dijo Rafael cuando se marcharon—. El amor acecha de nuevo.

Analía se rió.

—Me parece precioso.

Paula también se rió. Pero Pedro permaneció en silencio. Por suerte, Martina y Abril se acercaron corriendo antes de que el silencio se volviera incómodo. Las pequeñas iban decididas a convencer a sus padres para que Abril pudiera pasar la noche en casa de Martina.

—La llevaremos a la iglesia con nosotros —le dijo Analía a Pedro—, y después la llevaremos a tu casa, si te parece bien.

 Con una niña agarrada a cada brazo y suplicándole que les diera permiso, Pedro sintió que empezaba a perder el control de la situación. Primero su padre. Después su hija. Deseaba decirles que no tanto como había deseado decirle que no a su padre. Pero Horacio era un hombre adulto y tenía que seguir adelante con su vida. Abril, por otro lado, era su hija pequeña. Una niña que ya no hablaba susurrando y que había perdido la inseguridad con aquellas personas. Miró hacia el otro lado de la hoguera.

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