martes, 19 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 27

Él se encogió de hombros.

—No lo sé. Encajan muy bien.

—Es cierto. Ninguno de los que han estado aquí ha estado casado tanto tiempo —miró al fuego—. O incluso no se ha casado —dijo refiriéndose a sí misma.

—Eres joven. Tienes mucho tiempo por delante.

Ella se rió y tiró el palo al fuego.

—No soy tan joven, y no hace falta que hables como si fueras muy mayor —se puso en pie y se quitó el jersey de los hombros—. Ven.

Pedro miró la mano que ella le ofrecía.

—¿Dónde?

—Al agua.

Él negó con la cabeza.

—Estás loca. El agua está helada.

—Pero ahora te parecerá caliente —le aseguró—. En cuanto te acostumbres.

Pedrp se puso en pie a pesar de que no la creía. Había disfrutado del agua cuando hacía sol. Pero era oscuro y sólo se veía el brillo de las brasas y la luz de la luna. Paula se desabrochó los pantalones en el borde del agua y se quedó en biquini. Se dirigió a la roca donde estaba la cuerda y, en lugar de lanzarse desde ella, se metió en el agua despacio.

 —Métete, Pedro —le dijo—. El agua está estupenda. Él lo dudaba, pero estaba ardiendo por dentro. Se acercó a la roca y se metió en el agua también.

—No está caliente —dijo él, y vió que ella sonreía.

—Lo estará —le prometió—. Hay cosas que llevan su tiempo. Dale unos minutos. Y después no querrás salir del agua —se tumbó boca arriba.

Su biquini de color rojo contrastaba con su piel pálida.  Pedro se pasó la mano por el rostro.

 —Cuando era más joven solía venir aquí por las noches.

—¿Venías aquí con Taggart?

—¿Te sorprenderías si te dijera que sí?

—¿Sorprenderme? —negó con la cabeza—. ¿Ponerme celoso? —se encogió de hombros.

Ella lo miró sorprendida y nadó a su lado.

 —Resulta que no. Ya te lo he dicho. Sólo éramos amigos.

 —¿Y con alguien más?

Ella se rió.

—Por desgracia, no —volvió a tumbarse boca arriba y su cabello acarició el pecho de Pedro.

Él no se movió.

—Es cierto que fantaseé un par de veces con ello —continuó.

Pedro se puso tenso. ¿Cuáles serían sus fantasías en esos momentos? La pregunta revoloteaba en su cabeza a pesar de que se contuvo para no hacerla.

—Parece que tu padre y Susana se han hecho muy amigos.

—Sí —Pedro estaba más interesado en ella que en su padre y Susana.

 Y no podía evitar sentirse culpable por ello. Racionalmente, sabía que no tenía motivo para sentirse culpable.

Pero el peso del anillo de boda que llevaba en la mano le indicaba lo contrario.

—Hoy hace tres años que murió mi esposa — dijo de pronto—. Sólo pasaron tres meses desde que la encontré inconsciente en el salón de casa hasta que el cáncer se la llevó para siempre.

 —Pedro —Paula nadó hacia él—. Lo siento —lo rodeó por los hombros y lo abrazó.

Ésa no era la respuesta que él necesitaba.

—¿Por qué no lo dijiste antes? —le acarició la espalda un instante y se separó de él.

—No debería habértelo dicho ahora —y no lo habría hecho si hubiese sabido que ella iba a abrazarlo en lugar de mantener más la distancia. Alguien necesitaba tener autocontrol y Pedro no estaba seguro de que pudiera ser él.

—¿Por qué no? —lo siguió hasta la orilla—. Pensaba que empezábamos a ser amigos.

 Entonces, él se volvió, la rodeó por la cintura y la estrechó contra su cuerpo.  Con tanta fuerza que sus pezones erectos presionaban contra su torso. Paula lo rodeó por la cintura con las piernas.

 —¿Eres así con todos tus amigos?

Ella separó los labios y lo miró, negando con la cabeza.

—Entonces, no estoy seguro de que seamos amigos —murmuró él.

Entre sus cuerpos sólo estaba la tela de los bañadores. La idea era demasiado tentadora. Y retirarlos era demasiado fácil. Entonces, no habría nada entre sus cuerpos. Ni siquiera el agua templada. Porque él notaría algo más cálido y suave. Pedro llevó la mano hasta la parte baja de su espalda, donde el biquini cubría su trasero. Ella separó los labios y apretó las piernas sobre su cintura, estrechándolo contra su cuerpo. Él podía sentir la presión de sus senos contra su torso.

 —Entonces, ¿Qué somos? —susurró ella.

Podrían ser amantes si él quisiera. Pero ¿Y luego qué? Aunque era lo último que deseaba hacer, se obligó a soltarla. Aquella noche no caería en la tentación. Porque ella merecía más de lo que él podría darle jamás.

—Será mejor si lo dejamos en que somos vecinos —dijo él, con incredulidad—. Vecinos cercanos.

 Esa vez, Paula no trató de detenerlo cuando él se disponía a salir del agua.

—Creo que somos algo más —dijo ella—. No pasa nada porque admitas que tienes miedo. Puede que yo también lo tenga.

Él la miró mientras agarraba una toalla.

—A veces la gente tiene miedo por un buen motivo.

—No hay nada que temer respecto a mí —le aseguró ella.

 Él estuvo a punto de reír. Pero no había nada de divertido en todo aquello.

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