jueves, 7 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 20

«Y todo por culpa del canalla que le había sido infiel», pensó él.

—¿Vas a ser capaz de volver a bailar?

—De un modo u otro —dijo, bajando la mirada.

¿Y qué quería decir con eso? Ella se humedeció los labios y lo miró.

—Abril está muy sola —dijo de golpe.

—Tiene amigas.

—No es ese tipo de soledad —dijo ella.

Él se levantó de la silla.

—¿Qué pretendes que haga? ¿Que vaya a buscarme una esposa que no quiero para darle una madre?

—Por supuesto que no. Pero ¿Cuántas mujeres adultas hay en la vida de Abril?

—La madre de Camila Pope —dijo él, consciente de que Nadia Pope trabajaba en el turno de noche en el hospital y de que era Juan Pope la que cuidaba a Camila y a Abril en las pocas ocasiones que su hija pasaba allí la noche—. Y su profesora, la señorita Crowder.

 —Diana Crowder. La conozco. Estoy segura de que Abril quiere pasar más tiempo en el colegio.

—Le gusta el colegio —dijo él.

—Lo sé. Abril me lo contó —lo miró—. Es normal que quiera pasar tiempo con una mujer que le presta atención. Incluida yo.

—Es porque eres bailarina —contestó él—. Una bailarina. Eso es lo que le fascina.

—En parte. Mira, sé que no soy psicóloga infantil. Sólo soy una bailarina pero, puedo decirte, Pedro, que sé lo que ella está sintiendo. Y es algo con lo que me gustaría ayudar —levantó la mano antes de que él empezara a hablar—. Ya sé que no quieres mi ayuda para nada. Pero eres un buen padre. Quieres a tu hija y seguro que sabes que hay algunas cosas que ni siquiera el mejor de los padres puede darle a una hija. Eso no significa que ella te quiera menos.

Pedro se cruzó de brazos para cubrir el vacío que sentía en el pecho.

—Has venido aquí a pasar el verano por eso — le dijo señalando la pierna lesionada—. ¿Estás aburrida o qué?

 —¿Tanto te cuesta creer que tu hija me cae bien?

 No era difícil de creer.  Era difícil de aceptar.

 —Abril le cae bien a todo el mundo. Aparte de por la rabieta que ha pillado esta mañana, es demasiado buena.

—¿Una rabieta?

—No importa —se pasó la mano por el rostro, pero no consiguió borrar la idea de que Paula tenía razón.

 La miró y comentó:

—Permitir que Abril se apegue a tí no es la solución. Sólo estás de visita. Tarde o temprano vas a marcharte. ¿Y cómo se quedará mi hija?

Ella asintió.

—Eso es cierto, pero todavía estaré aquí varias semanas. ¿Cuándo comienza la escuela otra vez?

—La última semana de agosto.

—Eso es dentro de un poco más de un mes. No tengo que regresar a Nueva York hasta septiembre, después del Día del trabajo —se humedeció los labios y se inclinó hacia delante, permitiendo sin querer que Pedro viera su ropa interior de encaje a través del escote—. Para entonces estará muy ocupada porque estará en primero.

Él agarró el vaso para contener el deseo de acariciarle los pechos.

—Muy bien —dijo él, sólo para poder salir de allí cuanto antes—. ¿Qué tienes en mente exactamente?

 Su mirada se iluminó como si ella supiera que había ganado. Bajó el pie al suelo y se irguió.

—Me gustaría darle clases de baile.

 Pedro no comprendía cómo no lo había imaginado. ¿Quizá porque su cerebro estaba nublado por el deseo?

—No voy a pedirte dinero, ni nada —dijo ella al ver que él no respondía—. No se trata de eso.

 —Qué extraño —dijo él—. Pensé que de eso se trataba.

 Ella lo miró sorprendida y se rió.

—Vaya, parece que tienes sentido del humor.

Él puso una mueca. Así que ella creía que era un ogro. No sabía por qué la idea lo molestaba, cuando nunca lo había molestado.

 —A veces.

Ella seguía sonriendo.

—Bueno, a lo mejor eso sucede cada vez más a menudo —pestañeó y llevó el vaso hasta el fregadero—. No quiero interferir con el horario del campamento de verano, por supuesto —dijo ella mientras abría el grifo del agua para limpiar el vaso.

 —¿Cuándo y dónde? No hay estudio de danza en Weaver.

 Ella negó con la cabeza y se volvió hacia él.

—No hace falta. Podemos hacerlo aquí. Bueno, podríamos hacerlo en cualquier sitio. No necesitamos un salón de baile para aprender las cinco posiciones básicas. Pero el suelo del granero será perfecto. ¿Quizá por las mañanas antes de que vaya al campamento? ¿O por las tardes? Cuando tú creas que sea mejor. Después de todo, tengo tiempo de sobra.

—¿Ahora se trata de lo que yo crea?

Ella lo miró en silencio.

—Por las mañanas —dijo él—. ¿Qué mañanas?

 —¿Todas?

—Eres una de esas mujeres a las que les dan la mano y se toman el brazo ¿no?

 —¿Eso es un sí? —preguntó con una amplia sonrisa.

¿Cómo se suponía que podía resistirse a algo así?

 —Sí. Durante la semana.

Ella dió un pequeño saltito y aplaudió, poniendo una mueca de dolor al caer al suelo.

 —Ése es uno de los grandes errores de todo esto. Ya te has excedidom y por eso te han puesto una prótesis. ¿Cómo va a mejorar tu estado con todo esto? —dijo mientras dejaba el vaso en el fregadero.

—La prótesis no impide que doble mi rodilla, sólo la estabiliza cuando lo hago —hizo un pequeño plié para demostrárselo—. Y hay muchas cosas que puedo enseñarle a Abril sin tener que hacerlas. Entonces, ¿Empezamos mañana?

Él se cruzó de brazos.

—Antes del campamento. Suponiendo que no vuelvan a cancelarlo. Abril puede venir conmigo o su abuelo puede traerla y llevarla.

Ella lo miró como si le hubiera concedido su mayor deseo.

—Estás haciendo algo bueno, Pedro. Todo va a salir bien.

—Espero que tengas razón.

—Nadie podrá reemplazar a Brenda —dijo ella—. Ni para tí, ni para Abril. Pero creo de veras que esto será bueno para ella —posó las manos sobre los brazos de Pedro.

El calor de sus manos lo invadió por dentro. Comenzó a girarse, pero ella se humedeció los labios, miró a otro lado y bajó las manos para ir a buscar las muletas. Quizá fuese bueno para su hija. Pero un infierno para él. Y al ver que sus mejillas se habían sonrojado pensó que, en eso, ella estaría de acuerdo con él.

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