Paula llevaba un jersey sobre los hombros y tenía las piernas estiradas hacia el fuego. Tenía el cabello alborotado y sus ojos eran tan oscuros como la poza que tenían detrás. No estaba seguro de si alguna vez había deseado tanto a una mujer.
—Sí —dijo al fin—. Puedes ir.
Las pequeñas comenzaron a saltar de alegría. Rafael se acercó al fuego y tiró un palillo a las llamas.
—A lo mejor deberían quedarse en tu casa —le dijo a Pedro—. Van a tardar horas en tranquilizarse —se puso en pie y tomó a Martina en brazos para darle un beso. Después la dejó en el suelo—. Agarren sus cosas y luego nos vamos.
Paula se puso en pie y se acercó a las mesas para ayudar a Analía a recoger lo que faltaba. Mientras Analía y Rafael llevaban las neveras portátiles al coche, Pedro se acercó a la mesa.
—Éstas también hay que llevárselas, ¿No?
—No —Paula se volvió y se sentó en una de ellas—. Pueden quedarse aquí. Las utilizaremos más de una vez antes de que termine el verano — balanceó las piernas un par de veces.
—Parece que tienes muy bien la rodilla.
Ella estiró la pierna y dijo:
—Un paso adelante, dos para atrás —murmuró—. Pero sí, hasta el momento va bien.
Pedro estuvo a punto de agarrarle el tobillo, pero vió que Rafael y Analía regresaban y metió la mano en el bolsillo de sus pantalones.
—Abril no tiene ropa limpia —les dijo.
—Puede ponerse algo de Martina —dijo Analía—. Y tenemos varios cepillos de dientes nuevos —le dió una palmadita en el brazo—. No te preocupes por nada, Pedro. Cuidaremos bien de ella —sonrió—. Soy médico —le recordó.
Pedro sonrió. Se acercó a Abril para despedirse de ella con un beso.
—Sé buena.
—Siempre soy buena —dijo ella, medio indignada—. ¿No lo recuerdas?
Él le acarició el cabello.
—Lo recuerdo —le aseguró.
—Hasta mañana —dijo la niña mientras se adentraba entre los árboles agarrada de la mano de Martina.
Pedro sintió un nudo en la garganta. Asintió y observó alejarse a su pequeña. Esperó a oír el ruido del motor del coche.
—Bueno —dijo Paula—, supongo que deberíamos apagar el fuego.
Tenía razón. Debían apagar el fuego y salir de allí para retirarse a un lugar seguro. Pero cuando se bajó de la mesa para dirigirse a la hoguera, él no pudo evitar sujetarla del brazo.
—No es tan tarde —dijo él.
—No —dijo ella, y lo miró—. No lo es. ¿Quieres quedarte?
Él retiró la mano de su brazo y metió las dos manos en los bolsillos del pantalón.
—Sí, quiero quedarme.
—Muy bien.
Paula sacó una botella de agua del bolso y se dirigió a las sillas otra vez. Al sentarse el jersey se cayó de sus hombros. Él se fijó en la curvatura de su cuello y se sentó en otra silla, bastante lejos de ella.
—Esto es ridículo —se quejó Paula, arrastrando su silla junto a la de él—. Estoy segura de que no he tenido piojos desde cuarto curso.
Él soltó una carcajada.
—Dudo que nadie pudiera pensar que tenías piojos. Ni siquiera cuando estabas en cuarto.
Ella sonrió y se llevó la botella de agua a los labios.
—Sin embargo, yo tuve un montón —miró hacia el fuego—. Brenda era la única que era inmune a ellos.
—¿Cómo se conocieron?
—En el instituto. Ella ha sido a la única mujer a la que he amado.
—Tuviste suerte —se movió y el jersey se deslizó por su brazo—. Bueno, no por el hecho de haberla perdido, sino por haber encontrado a alguien a quien amar de verdad.
—¿Tú no querías al cerdo canalla?
—Sí —suspiró ella—. Al menos eso creía. Y pensaba que algún día tendríamos algo más.
—¿Algo más? ¿Que se casarían?
—Y tendríamos familia —admitió ella—. Lo que las mujeres quieren tarde o temprano, supongo. Incluida yo —se arropó con el jersey—. Pero sólo estaba engañándome a mí misma. Marcos no quería nada de eso. Tenía que haberme dado cuenta. Y ahora me doy cuenta de que sobre todo hirió mi orgullo.
—¿Y antes que él?
Ella se encogió de hombros.
—Nada digno de recordar. Estaba demasiado centrada en mi carrera —sonrió—. Pero mucho antes que él salí con Ezequile durante algún tiempo.
—¿Taggart? —frunció el ceño—. ¿El marido de Celina?
—El mismo. Supongo que es a él a quien podría llamar mi primer amor. Cuando cumplí los trece años vino a la fiesta que Alejandra y mi padre celebraron para mí. Aunque yo tenía la pierna destrozada, bailamos en el granero —sonrió—. Se me derritió el corazón.
—¿Y qué pasó?
—Nos hicimos mayores. Éramos amigos y nos veíamos mucho durante el instituto. Pero yo estaba más interesada en bailar que en otra cosa. Él estaba más interesado en Leandra, aunque no tuvo el valor de admitirlo hasta que fue demasiado tarde y ella se casó con su compañero de habitación en la universidad.
—Vaya.
—Tardaron mucho tiempo y tuvieron grandes dramas antes de que pudieran encontrar un camino en común —agarró un palo y removió las brasas—. Llevan sólo unos años casados, pero es difícil imaginárselos con otras parejas. Son perfectos el uno para el otro.
—Creía que llevaban casados mucho tiempo.
Ella lo miró un instante y sonrió.
—¿Por qué?
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