Bajaron del coche y Pedro agarró las sillas plegables y las toallas. Cuando llegaron a la poza, lo primero que vió fue a Paula. Llevaba la parte de arriba de un biquini de color rojo y un pantalón corto, tan bajo en la cintura que él no pudo evitar preguntarse si llevaba algo más debajo. Estaba de pie en una roca, agarrándose a una cuerda y a punto de balancearse para lanzarse al agua dando un grito. Tras sumergirse salió riéndose y quitándose el cabello de la cara, y cuando miró en su dirección, el brillo de sus ojos azules lo afectó de lleno.
—¡Hola! —nadó hacia ellos hasta que llegó a donde hacía pie y salió del agua.
—Han venido —sonrió—. Empezaba a pensar que a lo mejor habían cambiado de opinión. Me alegro de que no sea así —sonrió y se agachó para saludar a Abril.
La pequeña se rió y se abrazó a su cintura.
—Si te vas a mojar dándome un abrazo —dijo Paula—, lo mejor es que te des un baño. Tienes que recuperar el tiempo perdido. Llevamos en el agua más de una hora.
Abril se volvió hacia su padre.
—¿Puedo?
Pedro asintió.
—Para eso hemos venido.
Al instante, Abril se había quitado el vestido y las sandalias, quedándose con el bañador morado que llevaba debajo. Agarró a Paula de la mano y se metió en el agua con ella. El padre de Pedro apoyó las manos sobre los hombros de sus hijos.
—Eso es bueno —dijo Horacio, y se dirigió hacia la poza. Allí estaba Susana Reeves en una tumbona, mirando cómo se acercaba.
Pedro dejó las sillas y las toallas en el suelo y se agachó para recoger a Bugsy, que se había quedado tirada junto al vestido de Abril. Después, abrió las sillas.
—Toma —Daniel Forrest se acercó a él y le entregó una lata de cerveza—. Parece que la necesitas.
—¿Lo parece?
Daniel esbozó una sonrisa y se sentó en una de las sillas de Pedro con una cerveza en la mano.
—¿Has cambiado de opinión acerca del trabajo que te propuse?
Pedro contuvo un suspiro y se sentó.
—No.
—Pensaba que un hombre como tú se aburriría de jugar a los pequeños trabajos como el que estás haciendo para Miguel y Alejandra.
—Entonces, estabas equivocado —Pedro se llevó la cerveza a los labios—. Me crié trabajando en la construcción igual que en el rancho. Fue sólo tras la muerte de mi esposa cuando decidí estudiar arquitectura — miró hacia Paula, que estaba de pie en una roca con su hija—. ¿Es profunda la poza?
—Lo bastante como para que no se hagan daño al saltar —le aseguró Daniel—. ¿Por qué dejaste la arquitectura?
Pedro miró al otro hombre.
—No es asunto tuyo —contestó.
Pedro no parecía desconcertado. Quizá había dejado de lado una carrera profesional exitosa, pero desde luego nunca había dirigido una empresa como Forco, que contrataba a gente de todo el país.
—Mi padre está interesado en tu tía —comentó para cambiar de tema.
—Ella también parece interesada en él. ¿Supone un problema? — Daniel se echó hacia delante.
—No —contestó Pedro—. Ningún problema.
Daniel se quedó en silencio un momento.
—¿Al menos estarías dispuesto a venir a ver la finca?
Pedro agarró la cerveza con fuerza. Antes de encontrar una manera bastante educada para dar su negativa, la voz de una mujer lo interrumpió.
—Dejen de hablar de cosas serias —la mujer se sentó en el regazo de Daniel con una sonrisa—. Soy Jimena —se presentó y rodeó el cuello de Daniel con un brazo.
—Mi esposa —dijo Daniel.
—Y ustedes están hablando de trabajo —dijo Jimena mirando a su marido a los ojos.
—¿Y?
—Que es un día para divertirse —miró a Pedro—. Divertirse —repitió.
—¿Desde cuándo piensas que lo relacionado con tus queridos caballos no es divertido? —le preguntó Daniel.
—Bueno, eso es cierto —dijo Jimena con una sonrisa—. Pero tus hijos están a punto de volver loca a la pobre Karen, así que quizá deberías bañarte con ellos otra vez.
Daniel suspiró y la levantó de su regazo.
—Está bien —le dió la cerveza y se dirigió hacia el agua—. Seguiremos hablando —le dijo a Pedro.
—Hablar no hará que cambie de opinión —dijo Pedro.
Pero Daniel esbozó una sonrisa y se metió en el agua salpicando los pies de Pedro. Jimena se sentó en la silla que había dejado libre su marido y se llevó la botella de cerveza a los labios.
—Paula no es tan dura como parece — dijo al cabo de un momento.
—¿Perdón? —preguntó Pedro, y apretó los dientes.
Jimena lo miró.
—Ha perdido dos años de su vida con un hombre que no tenía la intención de darle lo que se merece.
—Pensaba que era la bailarina principal.
—No me refería a la danza.
Pedro no quería saber a qué se estaba refiriendo la prima de Paula. O peor aún, no quería enfrentarse al hecho de que sabía muy bien a qué se refería.
—No quiero volver a verla sufrir —dijo Jimena.
—¿Ella sabe que vas por ahí haciendo advertencias?
—No. Y cuando lo descubra va a matarme.
—No puedo culparla —dijo él.
Jimena sonrió.
—Todo el mundo cree que se ha vuelto una neoyorquina dura, pero los que la conocemos sabemos que es de otra manera.
—Sabía que no tenía que haber venido —murmuró él.
—Vaya, yo creo que es estupendo que hayas venido.
—¿De veras?
—Sólo quería que supieras que Paula tiene un corazón sensible, así que, por favor ve con cuidado.
—No voy a ningún sitio.
—Ah —se puso en pie y lo miró—. Eso sí que es una lástima —dejó la cerveza sobre la silla y se dirigió al agua.
Pedro se presionó el puente de la nariz y se preguntó en qué lío se estaba metiendo.
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