jueves, 14 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 22

Él giró la cabeza y la miró de arriba abajo.

—Lo sabía. ¿Y bien?

Ella se movió a su lado y levantó las manos.

—¿Dónde tengo que…?

Él le agarró una mano y se la colocó en la base del armario.

—He puesto una tabla para sujetar el peso, pero viene bien otro par de manos —se estiró de nuevo y encendió el taladro.

Si ella giraba la cabeza, su nariz rozaría el pecho de Pedro. Se mordió la lengua y cerró los ojos. Pero no le sirvió de nada porque comenzó a imaginarse lo que sentiría al acariciar ese torso desnudo. Abrió los ojos. Probablemente, Pedro tenía razón. Lo mejor era que permanecieran lo más lejos posible el uno del otro.  Nada de invitaciones de buenos vecinos. Se dedicarían a hacer lo que tenían que hacer. Él  terminaría la obra en casa de sus padres. Y ella, pasaría tiempo con Abril. Y no con el padre de Abril, un hombre tremendamente sexy pero emocionalmente inaccesible. Se percató de que miraba con deseo la fina línea de vello que se extendía desde sus pectorales hasta el abdomen. Todos los hombres que conocía en Nueva York se habrían depilado.  Apretó los labios y tragó saliva. Por suerte, momentos más tarde, cesó el ruido estridente y él se retiró de su lado.

—Puedes soltar ya —dijo al fin—. El armario está colocado.

Ella se sonrojó y bajó las manos.

—Estás avanzando mucho aquí.

Él se agachó para recoger la botella de agua que había en el suelo y sus pantalones se ciñeron a su trasero.

 —Debería terminar hoy con los armarios —se volvió hacia ella—. Después puedo mover los electrodomésticos y limpiar el cuarto de la lavadora antiguo —se llevó la botella a los labios y bebió.

 Ella se percató de que no le estaba escuchando porque lo estaba mirando atentamente.

—Eso estaría bien —dijo al fin, y se dirigió hacia la puerta—. ¿Necesitas más agua o algo?

Él negó con la cabeza.

—De acuerdo —Paula salió de allí y suspiró. Era una cobarde, eso es lo que era.

Sólo era una invitación para pasar el día con su familia. Abril lo pasaría bien por que habría muchos niños. Y Pedro podría llevarse a su padre si quería. No era una invitación para hacer algo especial ellos dos solos. De todos modos, probablemente él iba a rechazar la invitación. Aunque había aceptado su propuesta respecto a Abril cuando ella no esperaba que lo hiciera. Confusa, se apoyó contra la puerta del cuarto de la lavadora.

 —¿Ocurre algo? —preguntó él al verla.

—No —sonrió ella—. Mañana hemos quedado unos cuantos familiares para darnos un baño y comer en el campo —se humedeció los labios—. Iremos al Double-C. Mis abuelos viven allí y no se tarda mucho en llegar…

 —He oído hablar de ese lugar —dijo él, y ella se sonrojó.

—Ya —metió las manos en los bolsillos para disimular su nerviosismo—. Puedo garantizar un baño de agua helada, cerveza fría, refrescos, y la mejor carne, del Double-C, por supuesto. Abril me dijo que sabe nadar y…

—De acuerdo.

Ella se quedó boquiabierta y no pudo decir palabra.

—A menos que quieras seguir hablando —dijo él, con tono ligeramente divertido—. Haz lo que tengas que hacer, porque sé que ése es tu estilo de todas maneras. Pero quiero terminar con los armarios. Y sí, Abril nada como un pez.

—De acuerdo, entonces. Mañana al mediodía. ¿Quieres que los vaya a recoger?

—No.

—Muy bien. Cuando llegues al rancho, continúa hacia el este de la casa grande. La poza está rodeada de árboles y lilos, no es difícil de encontrar. Nos podemos sentar en el suelo, pero lleven sillas si quieren. Y toallas. No hace falta nada más.

Él asintió y regresó al cuarto donde estaba trabajando. Paula regresó a la casa. Necesitaba una ducha de agua fía. Permanecer en aquella casa con Pedro trabajando al otro lado hacía que sintiera claustrofobia. Así que agarró el bolso y salió de allí.

—Me voy al pueblo —gritó por si él podía oírla.

Pero mientras conducía hacia Weaver en una de las camionetas de su padre supo que, en realidad, estaba huyendo. Era evidente que el interés que sentía por Beckett Ventura iba más allá de su relación como vecinos.


—¿Dónde está Gonzalo? —preguntó Sabrina cuando Paula se bajó del vehículo que había estacionado junto a los otros, cerca de la poza.

Paula se acercó a su camioneta para sacar la comida y se fijó en que ninguno de los vehículos era el de Pedro.

—Le dejé un mensaje en su contestador. Esta mañana he visto que había dejado una nota en la nevera diciendo que vendría si podía —se volvió para darle a Sarah parte de la comida—. Ésa es la prueba de que anoche estaba en casa y de que se ha vuelto a ir esta mañana. No tengo ni idea de qué es lo que lo mantiene tan ocupado.

Llegaron al claro entre los árboles donde Celina y Jimena ya estaban colocando la comida en una mesa plegable. Karen y Valentina, los dos hijos mayores de Sabrina, estaban al borde del agua. Gabriel, el marido de Sabrina, estaba en el agua con Bruno, su hijo de cuatro años en brazos. Paula también vio a Mateo y Pablo, los hijos adoptivos de Jimena., que también estaban en el agua. Su padre, Daniel, estaba vigilándolos desde la orilla con Tomás, el bebé que tenía con Jimena en brazos. Su tía Susan estaba leyendo en una tumbona.

— ¿Dónde está Ezequiel? —Paula no había visto al marido de Celina.

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