jueves, 21 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 30

Ella negó con la cabeza. Debía marcharse de allí. Había ciertas cosas que nunca podría tener, y el corazón de Pedro era una de ellas.

—Mira, a lo mejor podemos empezar de nuevo —le sugirió—. Ya sabes, olvidar lo que pasó ayer.

—Eres muy optimista si crees que voy a olvidar ciertas cosas —se encogió de hombros—. Pero si tú puedes olvidar… Yo puedo intentarlo.

Por desgracia, ella tampoco podría olvidarlo con facilidad. Ni la conversación. Ni las sonrisas ni las risas. Ni tampoco el hecho de que él la hubiera deseado. Físicamente, al menos.

—De acuerdo —dijo como si no estuviera temblando por dentro—. Si quieres desayunar cuando termines, pasa por casa.

—Creía que ibas a la iglesia —dijo él.

—He cambiado de opinión —forzó una sonrisa—. Aquí no se considera un gran delito. Y preparar desayunos se me da muy bien — temiendo que él encontrara algún motivo para rechazar su oferta, añadió—: Puedes rechazar la oferta si quieres, vecino —y se dirigió a la camioneta.

Pedro arrancó de nuevo el cortacésped. Ella suspiró y continuó avanzando hacia la camioneta, pero al ver que él se acercaba con el cortacésped lo miró asombrada.

—¿Qué vas a preparar?

—¿Qué te apetece?

Pedro la miró.

—Buena pregunta —murmuró.

Paula notó que se le aceleraba el corazón y se le secaba la boca. Era una mujer adulta y no podía perder la capacidad de pensar sólo porque un hombre la mirara así.

—¿Tortitas? ¿Gofres? —se aclaró la garganta—. ¿Tostadas francesas?

 —Sorpréndeme —dijo él, y sonrió antes de alejarse con el cortacésped.

—Entonces, ¿Te espero? —gritó ella.

—Eso parece —dijo él.

Paula se preguntaba cuánto tiempo tardaría en cortar el césped. También si tendría ingredientes para preparar un buen desayuno. Se dirigió a la casa y, nada más entrar, se detuvo al ver a Gonzalo tumbado en el sofá del salón.

 —¿Cuándo has llegado?

—Hace un momento.

Parecía destrozado y, a pesar de que iba pensando en prepararle el desayuno a Pedro, Paula se acercó a su hermano.

 —¿Qué pasa?

—Le he dicho a Ailén que teníamos que dejar de vernos.

 —Ah —murmuró ella y se sentó en la mesa de café para mirar a su hermano—. No pareces muy contento.

—No lo estoy —se cubrió los ojos con el brazo—. Pero era lo correcto.

—¿Por qué?

 —Por Karina, evidentemente. Este verano es un asco.

—Gonza, ¿Estás enamorado de Karina?

—No lo sé —contestó Gonzalo al cabo de un rato.

—¿Y de Ailén?

 —Sí.

Habló sin dudarlo. Ella lo miró.

—Si Karina no es la chica que te hace feliz, ¿Por qué no rompes con ella?

 —¿Cómo? Llevamos juntos desde hace tiempo —se levantó del sillón—. Es una relación cómoda. Y no he dicho que no la quiera.

—No. Has dicho que no estás seguro de si estás enamorado de ella. A lo mejor hay una pequeña diferencia, pero creo que es importante. Y si de veras Karina te importa, ella merece algo más que un chico que se queda a su lado por comodidad. Quizá deberías pensar en ello.

—Voy a ver si el ganado tiene agua y a dar de comer a los caballos —contestó él, y se dirigió al jardín.

Paula suspiró.

—Bueno, al menos ya es algo —dijo ella en voz alta.

Gonzalo tenía veintiún años y ya se había enamorado al menos de una chica. A juzgar por su expresión, no era algo pasajero.  Cuando ella tenía veintiún años, sólo estaba enamorada de la danza. Negando con la cabeza, se dirigió a la cocina y abrió la nevera. No tenía suficientes huevos para hacerlos revueltos o fritos, pero podía hacer gofres. Sacó la plancha de hierro y preparó la masa. Terminaría de cocinarlos cuando llegara Pedro. Sacó el beicon del congelador, cortó una cebolla y preparó unas patatas para hacer una especie de croquetas. Después, cortó unas naranjas y las puso en un cuenco.  Cuando ya lo tenía todo preparado, se disponía a subir al piso de arriba para cambiarse de ropa cuando sonó el teléfono.

—¿Diga?

—Tenemos bebé en camino —dijo Jimena con alegría.

—¿Cuándo se ha puesto de parto Andrea?

—Poco antes del amanecer. Antonio ha llamado hace un par de minutos. Dice que cree que todavía le faltan unas horas. Papá y mamá están yendo hacia allá.

 —¿Tú vas a ir?

—No puedo. Hoy llega un caballo desde Idaho. Algo grave, por lo que me han dicho. No quiero que llegue cuando yo no esté, así que iré a verlos esta noche o por la mañana. La comida sigue en pie. Trae a tu sexy vecino. Te avisaré cuando nazca el bebé.

Antes de que Paula pudiera decirle que Pedro no querría ir, su prima ya había colgado. Se percató de que el beicon empezaba a echar humo y se acercó al fuego para darle la vuelta antes de que se quemara. Después tuvo que airear la cocina para que se fuera el humo. Y ya no le quedaba tiempo para ir a cambiarse de ropa porque llamaban al timbre. Pedro había llegado. Echó parte de la masa en la plancha de hierro y se dirigió a abrir.

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