jueves, 14 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 21

-Bueno, ¿Cómo van la nueva bailarina y su atractivo padre?

Paula sujetó el teléfono entre la oreja y el hombro y aplaudió despacio para marcar el ritmo a Abril y a su amiga Camila, que estaban ensayando junto a la barra de ballet.

—Su padre no lo sé, pero ella se está multiplicando —le dijo a Sabrina.

 —Te lo advertí —dijo su prima—. Si se corre la voz de que estás dando clases de ballet en el granero, empezarán a aparecer niñas. Deberías retirarte y abrir un local en el pueblo.

Paula dejó de aplaudir y sujetó el teléfono con la mano.

 —Estupendo, chicas. Sigan así.

Ambas niñas volvieron la cabeza con una sonrisa.

—Enseguida vuelvo —les dijo—. Sigan practicando. Eso es el noventa por ciento del ballet. Práctica.

Se acercó a la puerta del granero y continuó hablando con Sabrina.

—En serio, Sabri, son tan lindas que me vuelven loca —admitió.

Era la octava clase que daba y Camila se había incorporado a partir de la quinta. Miró en dirección a la casa, donde Pedro estaba trabajando. No pudo verlo. Prácticamente había terminado el exterior de la ampliación y estaba trabajando en el interior.  Y a pesar de que había aceptado que su hija recibiera clases de ballet, parecía que él se había vuelto todavía más reservado.

 —Tienes en camino a dos Paula Chaves en miniatura —bromeó Sabrina—. A lo mejor tienes una nueva carrera en ciernes. Piensa en la huella que puedes dejar en el futuro del baile.

 —Al menos será una huella en lugar de un manchón, que es todo lo que he conseguido hasta ahora —contestó—. ¿Me llamabas para ver si Karen también puede recibir clases de ballet, o qué?

Sabrina se rió.

—Si quiere ir a clase, no lo ha dicho. No, Celina y yo hemos estado hablando antes y hemos decidido que ya es hora de que pasemos una tarde en el agujero.

 El agujero, como Sabrina lo llamaba, era un pequeño lago que estaba en el Double-C.

—Me parece estupendo —dijo Paula—. Hace un calor horrible.

—Exacto. Mañana es sábado, así que todo el mundo debería estar libre. Asegúrate de que tu hermano se entera. Celina me dijo que incluso Tamara intentará ir sólo para hablar con Gonzalo. Dice que lleva años sin verlo.

Tamara y Gonzalo habían sido grandes amigos en el instituto.

—Hace años que nadie sale con mi hermano — contestó Paula—. Nunca está por aquí. Pero se lo diré si lo veo.

 —Comeremos filetes y mazorcas de maíz a la brasa. A tí te han tocado los postres. A Jimena vamos a encargarle los aperitivos, pero tampoco lo sabe todavía.

—Por suerte, prefiero hacer un postre que comprar bolsas de patatas fritas, que es lo que hará ella —dijo Paula—. ¿A qué hora van a ir para allá?

—Al mediodía o así. Un poco antes si no podemos controlar a los niños. Ya sabes cómo va. Nadamos, comemos y volvemos a nadar, así con un poco de suerte los niños caerán rendidos temprano y nos dejarán pasar una noche tranquila.

—Suena estupendo —le dijo a Sabrina—. Nos veremos entonces.

Guardó el teléfono en el bolsillo trasero de los pantalones cortos y volvió junto a las jóvenes bailarinas. Poco después, el padre de Camila Pope fue a recogerlas para llevarlas al campamento de verano.

Paula se quedó ensayando en el granero pero, aunque había puesto sus músculos al servicio de las diferentes posturas, su mente estaba pendiente de otra cosa.  Por ejemplo, en la ampliación de la casa donde  Pedro estaba trabajando. Sus padres le habían dicho que él no terminaría la obra hasta después de que regresaran de su viaje en agosto. Pero le daba la sensación de que la tendría terminada mucho antes de eso.  El hombre había trabajado como si estuviera poseído y ella sospechaba que uno de los motivos era que cuanto antes terminara, antes dejaría de verla. 

Paula suspiró, obligándose a no dejar caer la pierna lesionada mientras retiraba el tobillo de la barra. Le resultó más duro de lo que esperaba. Normalmente habría ensayado los ejercicios una y otra vez, pero le habían quitado la prótesis unos días antes y no quería tener que volvérsela a poner. Así que, aunque su corazón no estaba satisfecho, decidió parar y regresar a la casa. Pedro ya había construido los escalones que llevaban hasta la entrada trasera de la casa y, aunque ella había decidido evitar meterse en su camino desde que empezó a poner en marcha su plan con Abril, decidió utilizarlos para entrar. Invitar a ese hombre y a su familia a pasar un día de verano, sólo era un gesto de buenos vecinos, ¿Verdad? Pero al verlo trabajar en el nuevo cuarto de la colada, se quedó sin habla. Estaba sin camiseta. Estaba colocando un armario en la pared y tenía los brazos estirados por encima de la cabeza, de forma que se le marcaban todos los músculos de la espalda. El ruido del taladro invadía el ambiente. Era evidente que él no sabía que ella estaba allí. Afortunadamente, porque se había quedado boquiabierta.  De pronto, el ruido paró.

 —Si insistes en quedarte ahí de pie —dijo Pedro con la cabeza dentro del armario—, al menos ayúdame a sujetar esto.

—Creía que no te habías percatado de que estaba aquí.

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