jueves, 7 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 17

—¿Dónde está tu habitación?

Abril puso una tímida sonrisa y se encaminó en dirección contraria a la que había ido su padre. Paula la siguió. Pero no pudo evitar mirar por el pasillo una vez más. La puerta de la habitación donde había entrado Pedro seguía cerrada.  Entrar en la habitación de Abril era como entrar en un mundo de fantasía. Los muebles, la cama con dosel, las estanterías y los armarios, estaban pintados de blanco. Las dos ventanas que cubrían la otra pared, tenían unas cortinas de color blanco y azul que combinaban con los almohadones y el edredón de la cama.

Paula sabía que Pedro había diseñado y construido la casa, porque Sabrina lo había mencionado, pero se preguntaba si también habría decorado la habitación. Si así era, había hecho un trabajo estupendo. Abril la llevó hasta el escritorio que estaba integrado en el centro de las estanterías. Allí había todo con lo que una niña podía soñar. Juguetes. Juegos. Peluches. Y un montón de fotos enmarcadas. En casi todas aparecía una mujer con el cabello rizado de color caoba y ojos marrones, del mismo tono que los de Abril.


—Abril, ¿Ésta es tu madre? —le preguntó Paula con una de las fotos en la mano, mientras la niña rebuscaba en un montón de papeles.

 —Ajá. Se llamaba Brenda. También es mi segundo nombre —le entregó uno de los dibujos—. Mira.

Paula dejó la foto y agarró el dibujo. En él aparecían dos bailarinas con tutú de color rosa. Una era alta con el cabello rubio y otra más bajita con el cabello castaño. A juzgar por el resto de los dibujos, era un tema habitual.

—Es muy bonito —se sentó en el borde de la cama—. ¿Puedo llevármelo para ponerlo en mi nevera?

 La pequeña asintió.

—Mi abuelo también pone mis dibujos en la nevera.

—Estoy segura. Cuéntame qué sueles hacer en el campamento de verano.

 Abril se sentó a caballito en la silla y apoyó los brazos en el respaldo.

 —Jugamos a la rayuela y hacemos carreras. A veces hacemos una excursión. A la piscina de Joaquín, por ejemplo. Y a veces vemos una película. Aunque son películas de bebés. No como cuando voy al colegio. Allí nos ponen películas de niños mayores.

Paula contuvo una sonrisa.


—Parece muy divertido.

Abril asintió y después se puso seria. Paula no necesitaba volverse para saber que Pedro había regresado. Podía sentir su presencia gracias a que el vello de la nuca se le había erizado.

—Muy bien, cariño. Ya le has enseñado los dibujos a la señorita Chaves. Probablemente ella tenga otras cosas que hacer hoy.

Abril agachó la cabeza y Paula deseó decir que sólo habían estado juntas unos minutos. Pero sabía que discutir con Pedro delante de su hija no serviría de nada.

Se levantó de la cama. Tenía todo el verano por delante y confiaba en volver a ver a la niña, aunque sólo fuera para darle alguno de los tutús que tenía guardados en cajas.

 —Me voy a casa para colgar esto ahora mismo —le dijo a Abril, sujetando el dibujo—. Muchas gracias por regalármelo.

Abril sonrió, pero su sonrisa no era tan radiante como las anteriores.  Paula se agachó y besó a la niña en la frente.

—Me encanta —le susurró—, porque son iguales que tú y yo.

Entonces, le guiñó el ojo y se preparó mentalmente para volverse hacia Pedro.  La expresión de su rostro era tan seria como esperaba. Ella sonrió, y pasó a su lado para salir al pasillo.

—Lávate las manos y cepíllate el cabello —oyó que Pedro le decía a Abril—. Hemos quedado con el abuelo para comer en el pueblo y salimos dentro de unos minutos.

 Paula se dirigió hacia las escaleras y bajó deprisa a pesar de que la rodilla le dolía mucho. Cuando llegó abajo, él no tardó en aparecer a su lado. Los recipientes que ella había llevado estaban en el recibidor y se preguntaba si los brownies irían a la basura en cuanto ella se marchara.

—¿Has pasado un buen fin de semana con tu hijo?

—Sí —él pasó a su lado y abrió la puerta.

—¿Ya se ha ido a Cheyenne?

—Sí.

Aquello era tan productivo como hablar con una roca.

—¿Mañana vas a trabajar en la ampliación de nuestra casa?

—Sí —dijo él, tras un suspiro.

—Si llevas a Abril, me gustaría darle…

—No.

—Pedro, sólo…

—No importa lo que vayas a hacer. No es buena idea.

Ella se puso seria. Miró hacia las escaleras y vió que la niña no estaba.

—¿Por qué no? ¿Es a mí a quien rechazas o a todas las mujeres?

Él apretó los dientes. Había dolor en su mirada.

—¿Importa?

—Sí, cuando afecta a mi amistad con Abril.

De pronto, él la agarró del brazo y la sacó al porche. Entonces, cerró la puerta y la soltó como si le quemara la mano.

 —Mi hija no necesita amigas como tú.

—¿Qué diablos quieres decir con eso?

—No me refería a tí personalmente.

Ella arqueó las cejas y se cruzó de brazos con el dibujo entre los dedos.

—Pues a mí me ha parecido muy personal.

—Solamente intento proteger a Abril. No necesita rodearse de gente que no va a permanecer a su lado.

—¿Estás seguro de que no te refieres a que tú eres el que no necesita rodearse de gente que no va a permanecer a tu lado? —preguntó ella.

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