jueves, 14 de febrero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 23

—Lo han llamado para que fuera a ver a un caballo enfermo —dijo Celina—. Intentará venir más tarde.

—¿Hay noticias de Andrea?

 Jimena negó con la cabeza.

—Esta mañana he hablado con la impaciente de mi hermana. No está muy contenta porque todavía no ha tenido el bebé. La semana pasada tuvo una cita con el médico y le dijeron que, si no se ponía de parto, tendrían que provocárselo.

—¿Vas a ir a ayudarla unos días?

—No, no va a ir —dijo Daniel desde la orilla.

 Jimena sonrió.

—Tiene miedo de quedarse a solas con Tomás y los niños — susurró—. Odia cambiar pañales. El otro día lo pillé tratando de sobornar a Pablo para que lo hiciera él.

—El típico hombre —dijo Noelia, con un montón de platos de papel en una mano y su hijo Ariel, de un año, en la otra—. Adrián siempre se las arregla para desaparecer cuando hay que cambiar un pañal.

 Paula agarró los platos y se agachó para saludar al pequeño. Él sonrió y le acarició la cara con una sonrisa.

—¿Puedo tomarlo en brazos?

—Por supuesto —sonrió Noelia, y Paula agarró al pequeño para abrazarlo. El niño balbuceó y ella sonrió.

—No sé qué estás diciendo, pero es fascinante.

—Habla sin parar —dijo Adrián, cargado con una cesta de hielo que dejó sobre la mesa—. ¿A que sí? —le preguntó a su hijo.

—Papá, papá…

—Eso sí que se entiende —admitió Paula, y se lo entregó a su padre.

Adrián colocó a su hijo sobre sus hombros y dijo:

—Parece que ya está aquí la mayor parte de la gente —saludó a Daniel y a Gabriel—. Rafael y Analía están de camino. Creo que incluso he visto a Melina sentada en la parte de atrás con Martina.

 —Y Benjamín y Esteban han ido a por cerveza —añadió Celina, nombrando a dos de sus primos—. Regresarán en cualquier momento.

Paula se frotó las manos en los vaqueros.

—Yo he invitado a alguien más —admitió ella, y notó que varios la miraban.

 —Cuantos más, mejor —dijo Adrián mientras se dirigía a la orilla.

—A tu simpático vecino, ¿Quizá? —preguntó Sabrina.

—Sí —Paula se encogió de hombros—. A toda la familia Alfonso — miró a Susana Reeves—. Aquella noche en el Colbys parecía que Horacio estaba muy encandilado contigo. Y Abril se llevará muy bien con los niños. Es muy tímida, pero lo pasará bien.

Sabrina asintió, pero no iba a dejarse engañar.

—Sabes que estoy de acuerdo con Adri. Cuantos más, mejor. Pero ¿Estás segura de que no te estás metiendo en nada más?

 —Sólo quiero que lo pasen bien —insistió Paula—. Y quizá ver una sonrisa en el rostro de Pedro.

—Te deseo suerte con eso —murmuró Jimena mientras abría una bolsa de patatas fritas—. Daniel quedó con él para ver si estaba interesado en construir los establos para nuestro rancho y dijo que nunca había conocido a alguien tan serio.

 —¿Pedro está trabajando en Crossing West? — Jimena había conocido a Daniel Forrest cuando trabajaba para él como domadora de caballos. Después, se habían casado y estaban viviendo en Crossing West.

 —No —contestó Jimena—. Pedro rechazó la propuesta de Daniel. No dió ninguna explicación —esbozó una sonrisa—. Pero como ya sabemos, no hay mucha gente que rechace las ofertas de mi marido. Sólo consiguió que Dani esté más decidido a conseguir que Pedro acepte realizar el proyecto. Dice que es uno de los arquitectos más conocidos de su generación, pero que abandonó la práctica hace unos años.

—Bueno, pues dijo que vendría. Así que espero que a todo el mundo le parezca bien.

 —Por supuesto —le aseguró Sabrina.

—Claro que sí —dijo Jimena—. Mi marido aprovechará para tratar de sacar ventaja de la situación, pero a lo mejor consigo mantenerlo ocupado de otra manera —batió las pestañas.

—Quitándote la camiseta que llevas encima del bañador —dijo Celina—. Suele funcionar.

 Jimena se rió y se quitó la camiseta. El bañador que llevaba resaltaba su figura. Se dirigió al agua y todos se rieron al ver que Daniel volvía la cabeza para mirar a su esposa.

 —Siguen siendo recién casados —dijo Sabrina.

—Para mí, todos están recién casadas —comentó Paula.

Al fin y al cabo, nadie llevaba más de tres o cuatro años casada. Benjamín y Esteban regresaron con las cervezas y Paula los ayudó a guardarlas en las neveras. Cuando terminaron, se quitó la camiseta y se dirigió hasta una de las rocas que había en la poza. Se agarró a la cuerda que colgaba de los árboles y se balanceó en ella varias veces antes de tirarse al agua.

—¡Oh, cielos! —dijo riéndose cuando salió a la superficie—. ¡Me había olvidado de lo fría que está!

Pedro oía los gritos y las risas desde el lugar donde había estacionado la camioneta.

 —Estás haciendo lo correcto —dijo Horacio, que estaba sentado a su lado.

Pedro miró a su padre y puso una mueca. Los años anteriores no le había servido de nada pasar el aniversario de su esposa encerrado como un ermitaño, pero dudaba seriamente que pasarlo entre desconocidos fuera a resultarle mejor.  ¿Por qué diablos había aceptado ir allí?

 —Vamos, papá —Abril se movió para que le quitara el cinturón de seguridad.

 Quizá el motivo por el que había ido era porque su hija había dejado de susurrar. Llevaba una semana sin hacerlo y lo único que había cambiado en su vida eran las clases de ballet con Paula. Se alegraba por ello, pero eso no significaba que le gustara la fascinación que su hija sentía por aquella mujer. Tarde o temprano, ella se marcharía, y no quería que Abril sufriera por ello.

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