No había habido oportunidad de hablar en privado. Con Pedro a punto de marcharse, la mañana había estado completamente llena de reuniones. Paula lo miró al otro lado de la mesa. Ya sentía su pérdida y no sabía cómo se las iba a arreglar cuando se hubiera ido. Y no tenía ninguna confianza en que consiguiera convencerlo de que se quedara. Algo había cambiado. El sonido de su voz mientras hablaba con el contratista la llenaba y al mismo tiempo acentuaba su vacío. Jamás, en los siete años que habían pasado desde que había sufrido el ataque, había bajado tanto la guardia. Se había acostumbrado tanto a reaccionar a las cosas que no sabía cómo tomar el control y actuar. Y aunque él pensaba que darle el control del Cascade era lo que ella quería, no estaba más lejos de la realidad. Un mes antes lo habría aceptado gustosa, pero en ese momento no significaba nada, no sin él.Pero no era eso lo que habían acordado y había pasado la mayor parte de la mañana buscando desesperadamente un momento para hablar con él en privado y decirle que había cambiado.
Pedro dió por concluida la reunión y estrechó la mano del contratista. Paula sonrió y le tendió la mano también, sabiendo que ella sería quien se haría cargo desde ese momento. Estaba contenta de que él confiara en ella. Nadie había tenido tanta fe en ella. Pero, ¿A qué precio? Quería todo. Lo último que quería era volver a su antigua vida, ya no tenía color. La puerta de la sala de reuniones acababa de cerrarse y Paula se dió la vuelta para decir algo, aunque no sabía qué. Se alisó la blusa. ¿Debería invitarlo a comer? ¿Sugerir otra cosa? Tenía un nudo en el estómago.
—Con esto terminamos, ¿No? —dijo él.
Paula cerró los ojos, preguntándose si podría articular algún sonido.
—Sí, es la guinda del pastel —dijo, tratando de poner energía en su voz.
—Pau, yo...
—Pedro, sería...
Hablaron los dos a la vez y luego se quedaron en silencio. Él hizo un gesto con la mano para que empezara ella.
—Me preguntaba si te gustaría comer algo antes de salir para el aeropuerto.
—¿Crees que es buena idea?
Paula negó con la cabeza. ¿Se sentiría mejor o peor con eso?
—Seguramente no, pero estoy harta de las buenas ideas.
No dejó de mirarlo, no podía. Quería recordar cómo estaba con su traje italiano, recordar el sonido de su voz, el aroma de su colonia. Desde el momento en que había aparecido y la había defendido, algo había pasado. Quizá fuera una tontería, pero se sentía parte de una unidad. Con él a su lado Fernando no podría hacerle daño. Lo amaba por eso. Lo amaba por darle seguridad y libertad. Se iba y no quería aceptarlo. Ya no necesitaba su protección. Fernando había muerto. Y quería a Pedro más que nunca.
—Paula—se apoyó en la mesa de juntas y cruzó los brazos—. Pau, si hacemos esto, no cambiará nada. Me seguiré marchando.
—No.
—¿No qué? —parecía confuso y descruzó los brazos—. ¿No me vas a decir adiós? ¿Me dejarás ir sin decirme una palabra?
—No te vayas.
—Estarás bien aquí, no me necesitas.
Paula negó con la cabeza. Maldición, iba a abrir la puerta y a marcharse.
—Te necesito. Más de lo que crees. Fernando...
—¿Fernando qué? ¿Se ha puesto en contacto contigo? —la agarró del codo—. ¿Está tratando de encontrarte? Te juro, Paula que si...
—¡No, no! Por supuesto que no, Pedro. Fernando ha muerto.
Pedro le soltó el brazo y la miró aturdido. Ella se echó a reír por su expresión.
—Lo siento, pero deberías ver la cara que has puesto.
—¿Qué ha pasado?
—Un accidente de coche. Abrí la carta anoche al llegar a casa.
Pedro se acercó y la abrazó, sorprendiéndola con la fuerza del abrazo.
—Me alegro. Bueno, eso suena horrible, ¿No? Pero me preocupabas. Le había dicho a Guillermo...
—¿Qué le has dicho a Guillermo? —salió de entre sus brazos.
Guillermo era el jefe de seguridad que había contratado ella hacía dos años.
—Le dije que te echara un ojo. Para asegurarme de que estabas protegida.
—¿Y por qué te importa eso?
—¿Cómo puedes preguntarme algo así? —casi explotó, giró sobre sí mismo y volvió a la mesa.
—Eso es lo que te estoy preguntando —sonrió apoyada en la mesa—. ¿Qué te importa a tí mi protección?
—Porque yo... yo... —tartamudeó y frunció el ceño—. Ya sabes por qué.
Oh, su Pedro. La había ayudado más en unas semanas que meses de terapia. No sabía si alguna vez sabría explicarle lo mucho que había significado para ella. No podía dejarlo marchar sin luchar, así que por primera vez en su vida dejó de ocultarse en la sombra y dio un paso adelante.
jueves, 28 de junio de 2018
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 43
La casa estaba a oscuras cuando Paula entró. En esas ocasiones el corazón siempre le latía más deprisa. No importaba cuántas veces se dijera que todo era cosa del pasado, sabía que no era así. Siempre había un resto de temor acechando tras las puertas cerradas. En cuanto entró, encendió la luz de la cocina y eso alivió parte de su ansiedad. Pedro se marchaba. Todo el caos de las últimas semanas se terminaría, como si jamás hubiera sucedido. Volvería a su vida. Eso era lo que había querido. Sin prestarle mucha atención, recorrió con los dedos el correo que había dejado antes sobre la mesa, ansiosa por prepararse para la cena. Se detuvo en un sobre blanco y rojo que significaba que era urgente y lo abrió. Dentro había otro sobre con el membrete de la policía de Toronto. Sostuvo el sobre con manos temblorosas. Después de mirarlo unos minutos, lo abrió y sacó una hoja. Se había terminado. Se sentó pesadamente en la silla de la cocina. Bobby se acercó, se sentó a su lado y le apoyó la cabeza en la rodilla. Esa era su vida. La suya. Y desde ese momento, la suya sola. El pasado se había ido, disuelto en unos pocos párrafos.Tuvo que leerla una vez más para asegurarse:
"Querida señorita Chaves: Le escribo para informarle de la muerte de Fernando Langston. Murió el 25 de noviembre, cuando el vehículo que conducía se salió de la carretera. El alcohol fue un factor determinante en su accidente".
Se enjugó las lágrimas. Se había terminado. Ya no podría hacer daño a nadie. Siguió leyendo una anotación al final de la hoja:
"Sé que éste no es el procedimiento, pero quería notificárselo yo mismo. Como el resto de agentes implicados en este caso, he pensado con frecuencia en usted y en su madre. Sólo puedo decir que espero que esté bien y que esto quizá sea alguna clase de solución para usted y la señora Langston. Atentamente, Patricio Moore".
Recordó al agente Moore. Había sido tranquilo, firme, amable cuando la había interrogado en el hospital y después cuando había declarado en el juicio. De algún modo, que fuera él quien le diera la noticia, cerraba el círculo. Se preguntó dónde estaría su madre esa noche, leyendo una carta idéntica, sintiendo el mismo alivio... y arrepentimiento.Su primer impulso fue decírselo a Pedro, pero era lo último que debía hacer. Se habían despedido esa noche. Y ya le había contado suficientes problemas. No, ya era hora de seguir sola.Se acercó donde había colgado el cuadro que él le había regalado. Recorrió la superficie con los dedos con la carta en la otra mano. En ese momento supo no sólo por qué la pintura le había hablado, sino también lo que le había dicho.Era la vida, la vida a la que él la había despertado. Y se había dado cuenta de que, al abrirse a la vida, también se había abierto al dolor. Y valía la pena. Las lágrimas le corrieron por las mejillas. Se había jurado que había curado las heridas que Fernando le había infligido, pero no había sido así, sólo las había tapado. Y entonces había conocido a Pedro, él le había hecho afrontarlo y ella se había enamorado de él. Pero estaba tan dañada que ni siquiera tenía el coraje de luchar por él. Incluso esa noche sólo había aceptado lo que él había dicho, que se marchaba. Arrugó la carta y la tiró al fuego. Las últimas semanas se había preguntado si sólo se había sentido atraída por Pedro por lo que le había hecho Fernando. Porque él la protegía. Porque necesitaba sentirse segura tras su salida de prisión. Pero nada de eso era cierto. Mientras el papel se reducía a cenizas en el fuego, supo sin ninguna duda que era libre. Y esa libertad no consiguió en absoluto liberarla del anhelo de Pedro. La pintura le recordó todo: la sonrisa de Pedro, sus ojos, cómo la desafiaba y la besaba, cómo habían podido hablar de su maltrato y cómo había llegado a confiar en él...
Pero el hombre que le había destrozado la vida había muerto de repente. Ya no tendría que mirar al volver las esquinas. Ya no tendría que esperar los informes de los agentes de la libertad condicional, o preocuparse por si decidía ir por ella. Aunque había un punto de culpabilidad en el hecho de que un hombre tuviera que morir para que ella fuera libre.Podría olvidarse de Fernando; y tenía el trabajo y la vida que siempre había querido, pero se sentía completamente vacía. Cuadró los hombros. Recordó la nota que acompañada al cuadro: Cuando le habla a tu corazón, sabes que es el bueno.Había estado completamente equivocada. No había tenido nada que ver con Fernando. Era por Pedro. Él era quien le hablaba a su corazón. Él era el bueno. Podía aceptar lo que le había dicho esa noche o podía luchar por él. Y no sabía si sería lo bastante valiente para hacerlo.
"Querida señorita Chaves: Le escribo para informarle de la muerte de Fernando Langston. Murió el 25 de noviembre, cuando el vehículo que conducía se salió de la carretera. El alcohol fue un factor determinante en su accidente".
Se enjugó las lágrimas. Se había terminado. Ya no podría hacer daño a nadie. Siguió leyendo una anotación al final de la hoja:
"Sé que éste no es el procedimiento, pero quería notificárselo yo mismo. Como el resto de agentes implicados en este caso, he pensado con frecuencia en usted y en su madre. Sólo puedo decir que espero que esté bien y que esto quizá sea alguna clase de solución para usted y la señora Langston. Atentamente, Patricio Moore".
Recordó al agente Moore. Había sido tranquilo, firme, amable cuando la había interrogado en el hospital y después cuando había declarado en el juicio. De algún modo, que fuera él quien le diera la noticia, cerraba el círculo. Se preguntó dónde estaría su madre esa noche, leyendo una carta idéntica, sintiendo el mismo alivio... y arrepentimiento.Su primer impulso fue decírselo a Pedro, pero era lo último que debía hacer. Se habían despedido esa noche. Y ya le había contado suficientes problemas. No, ya era hora de seguir sola.Se acercó donde había colgado el cuadro que él le había regalado. Recorrió la superficie con los dedos con la carta en la otra mano. En ese momento supo no sólo por qué la pintura le había hablado, sino también lo que le había dicho.Era la vida, la vida a la que él la había despertado. Y se había dado cuenta de que, al abrirse a la vida, también se había abierto al dolor. Y valía la pena. Las lágrimas le corrieron por las mejillas. Se había jurado que había curado las heridas que Fernando le había infligido, pero no había sido así, sólo las había tapado. Y entonces había conocido a Pedro, él le había hecho afrontarlo y ella se había enamorado de él. Pero estaba tan dañada que ni siquiera tenía el coraje de luchar por él. Incluso esa noche sólo había aceptado lo que él había dicho, que se marchaba. Arrugó la carta y la tiró al fuego. Las últimas semanas se había preguntado si sólo se había sentido atraída por Pedro por lo que le había hecho Fernando. Porque él la protegía. Porque necesitaba sentirse segura tras su salida de prisión. Pero nada de eso era cierto. Mientras el papel se reducía a cenizas en el fuego, supo sin ninguna duda que era libre. Y esa libertad no consiguió en absoluto liberarla del anhelo de Pedro. La pintura le recordó todo: la sonrisa de Pedro, sus ojos, cómo la desafiaba y la besaba, cómo habían podido hablar de su maltrato y cómo había llegado a confiar en él...
Pero el hombre que le había destrozado la vida había muerto de repente. Ya no tendría que mirar al volver las esquinas. Ya no tendría que esperar los informes de los agentes de la libertad condicional, o preocuparse por si decidía ir por ella. Aunque había un punto de culpabilidad en el hecho de que un hombre tuviera que morir para que ella fuera libre.Podría olvidarse de Fernando; y tenía el trabajo y la vida que siempre había querido, pero se sentía completamente vacía. Cuadró los hombros. Recordó la nota que acompañada al cuadro: Cuando le habla a tu corazón, sabes que es el bueno.Había estado completamente equivocada. No había tenido nada que ver con Fernando. Era por Pedro. Él era quien le hablaba a su corazón. Él era el bueno. Podía aceptar lo que le había dicho esa noche o podía luchar por él. Y no sabía si sería lo bastante valiente para hacerlo.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 42
Se sentó en la silla.
—No hay nada que decir, Pedro. Los dos sabíamos que; este momento llegaría. Supongo que simplemente esperaba que volvieras.
—Sabíamos que era algo temporal.
—Pensaba que te quedarías a supervisar el resto de la reforma, eso es todo.
Pedro se sentó también.
—Yo también. La idea era quedarme algunas semanas más, pero tengo que estar en otro sitio. Sé que dejo el Cascade en buenas manos, Pau. Y estoy sólo a una llamada o un correo electrónico si me necesitas. Tengo completa confianza en tí.
Le dejaba el resto del trabajo a ella. Creía en su capacidad. Se suponía que debería sentirse feliz, pero no era así, se sentía mal por estar sin él.
—He hablado con mi padre y vamos a nombrarte directora permanente.
Eso era lo que siempre había querido, lo que pretendía cuando había ido a vivir a Banff. En ese momento le parecía un premio de consolación. ¿Cuándo había empezado a querer más?Se miró las rodillas. Sabía cuándo. Cuando había dejado de darle a Fernando el poder y había empezado a vivir por sí misma.
—Gracias, Pedro. Es... es lo que siempre he querido y aprecio tu fe en mí. No te decepcionaré.
Pedro la miró y se preguntó cómo podía haberlo estropeado todo de un modo tan espectacular. Debería haber mantenido las cosas en el tono formal de la mañana. Paula era importante para él. Había permitido que llegara a serlo y eso no era justo para ninguno de los dos. Había tratado de recordárselo todo el día, pero había perdido la cabeza cuando la había visto al pie de las escaleras.Y después la había besado y acariciado y deseado hacer el amor con tanta fuerza que casi se había perdido. Hasta que se había dado cuenta de que no estaba bien hacerle daño. Y la conocía lo bastante como para saber que hacer el amor una vez y marcharse sería egoísta. Lo mejor que podía hacer era darle lo que quería desde el principio: la dirección total del hotel. Daba lo mismo que eso no lo hiciera completamente feliz a él. La llamada de su padre lo había irritado desde el primer momento. Estaba cansado de ser su chico de los recados y ya sabía que quería más. Aun así, su primera lealtad era hacia la familia y el imperio Alfonso. Había hecho esa elección hacía años. No podía tener las dos cosas.
—Nunca me decepcionarás, Pau. Jamás.
Señaló el anillo que él llevaba en el dedo.
—Ese anillo es importante para tí, ¿Verdad? —dijo con voz tranquila—. Siempre te lo he visto puesto.
Él asintió y apoyó la mano en la rodilla. Quizá si le explicaba la historia del anillo, ella entendía por qué tenía que marcharse.
—Mi abuela se lo dió a mi abuelo. Se convirtió en el lema de los Alfonso: belleza, lealtad, fuerza.
—Tienes tanta historia, Pedro. Te envidio.
—Algunas veces no es lo que parece —respondió rápidamente, y después sacudió la cabeza. Sus problemas con Alfonso no los iba a resolver ella—. Sólo significa responsabilidades. Tengo deberes con mi familia y ésa es la vida que me dieron; aunque también la elegí. Me ancla.
—Pero...
Se levantó y paseó hasta un extremo de la mesa, se detuvo y cerró los ojos un momento. Cuando se dió la vuelta le tendió la mano y ella se la tomó.
—Los dos sabíamos que esto no sería para siempre y que mi trabajo me llevaría lejos —inspiró con fuerza—. También sabemos que lo que compartimos es especial. Tú eres especial, Pau.
—Te olvidarás de mí —miró a otro lado—. Seré otra de esas mujeres que has conocido.
—No. Eso quita valor a lo que hemos compartido.
—Parece que lo dices de verdad —lo miró fijamente.
—Así es —se llevó la mano a los labios y la besó—. Me importas mucho. Este momento ha llegado como sabíamos que ocurriría. Debo volver a mi vida y, tú, seguir aquí con la tuya. No hay otra elección. Sólo quiero que nos separemos sin amargura, pero respetando lo que hay entre nosotros. Para que sepas que... —hizo una pausa. Podía con ello, aunque fuera la explicación más difícil que había dado en su vida. Decidió ser sincero—. Para que sepas que significas algo para mí.
—Me estás poniendo muy difícil enfadarme contigo —dijo entre risas y gemidos.
—Si te resulta más fácil enfadándote, entonces hazlo. Sólo quiero que seas feliz, Pau.
Y por primera vez en su vida supo que era cierto. Quería la felicidad de ella antes que la suya. No quería convertirse en su padre. Su padre había dedicado su vida a la felicidad de su esposa para no quedarse con nada. Había visto a su padre destruido por su madre. También recordaba el momento precioso en que su propia inocencia, su fe en la felicidad, se había roto cruelmente. Y sabía que todo eso no era nada comparado con el poder que Paula podría tener sobre su corazón.
Ella se dió la vuelta y se pasó un dedo bajo las pestañas para secarse una lágrima antes de que le corriera por la mejilla. ¿Cómo podía explicarle que su felicidad estaba estrechamente vinculada a él? ¡Tenía razón en todo! Sabían que llegaría ese momento. Recordó estar entre sus brazos mientras le contaba lo de Fernando y sentirse segura y amada. Y todo eso se desvanecería con él cuando se marchara. Habría dado cualquier cosa por que se quedara.
—Y yo que lo seas tú —respondió ella. Lo miró a los ojos deseando estar entre sus brazos una vez más.
De pronto fue consciente de que no podría besarlo más y una sensación de vacío la invadió.
—¿Pedro? —él la agarraba con tanta fuerza que dolía—. ¿Me besarías una vez más?
Oyó el ruego en su propia voz, pero no le importó. Se levantó y se acercó para que la abrazara, sintiendo que sus manos le acariciaban el cuello mientras la besaba en las sienes.Apenas podía respirar, el pecho le subía y bajaba en respiraciones superficiales mientras su boca jugaba con la de ella tratándola como si fuese una preciosa porcelana. Cerró los ojos cuando la besó en las mejillas. Ese beso le hizo echarse a temblar por su inocencia y pureza. Se cayó el chal al suelo, pero no le importó. Dos palabras vibraban en su boca, pero no las pronunció. Había algo sutil y frágil entre ellos y no iba a romper esa conexión anunciando en voz alta su amor.
—Tengo que irme —dijo en un jadeo echándose atrás y agarrando su bolso—. Lo siento, no puedo hacerlo.
Salió en tromba del reservado antes de que Pedro pudiese decir ni una palabra. Él se agachó a recoger el chal. La llamada de su padre podía irse al infierno. Había intentado reconstruir el estatu quo con Paula y todo lo que había conseguido era complicar más las cosas. Se pasó una mano por el rostro. Nunca antes había tenido esos problemas. Se le daba bien seguir adelante. Y no podía entender por qué esa vez era diferente. Simplemente, se había implicado demasiado, eso era todo. Estaba haciendo el tonto pensando que aquello era amor. Acarició el suave tejido del chal. Que se marchara era lo mejor para los dos.
—No hay nada que decir, Pedro. Los dos sabíamos que; este momento llegaría. Supongo que simplemente esperaba que volvieras.
—Sabíamos que era algo temporal.
—Pensaba que te quedarías a supervisar el resto de la reforma, eso es todo.
Pedro se sentó también.
—Yo también. La idea era quedarme algunas semanas más, pero tengo que estar en otro sitio. Sé que dejo el Cascade en buenas manos, Pau. Y estoy sólo a una llamada o un correo electrónico si me necesitas. Tengo completa confianza en tí.
Le dejaba el resto del trabajo a ella. Creía en su capacidad. Se suponía que debería sentirse feliz, pero no era así, se sentía mal por estar sin él.
—He hablado con mi padre y vamos a nombrarte directora permanente.
Eso era lo que siempre había querido, lo que pretendía cuando había ido a vivir a Banff. En ese momento le parecía un premio de consolación. ¿Cuándo había empezado a querer más?Se miró las rodillas. Sabía cuándo. Cuando había dejado de darle a Fernando el poder y había empezado a vivir por sí misma.
—Gracias, Pedro. Es... es lo que siempre he querido y aprecio tu fe en mí. No te decepcionaré.
Pedro la miró y se preguntó cómo podía haberlo estropeado todo de un modo tan espectacular. Debería haber mantenido las cosas en el tono formal de la mañana. Paula era importante para él. Había permitido que llegara a serlo y eso no era justo para ninguno de los dos. Había tratado de recordárselo todo el día, pero había perdido la cabeza cuando la había visto al pie de las escaleras.Y después la había besado y acariciado y deseado hacer el amor con tanta fuerza que casi se había perdido. Hasta que se había dado cuenta de que no estaba bien hacerle daño. Y la conocía lo bastante como para saber que hacer el amor una vez y marcharse sería egoísta. Lo mejor que podía hacer era darle lo que quería desde el principio: la dirección total del hotel. Daba lo mismo que eso no lo hiciera completamente feliz a él. La llamada de su padre lo había irritado desde el primer momento. Estaba cansado de ser su chico de los recados y ya sabía que quería más. Aun así, su primera lealtad era hacia la familia y el imperio Alfonso. Había hecho esa elección hacía años. No podía tener las dos cosas.
—Nunca me decepcionarás, Pau. Jamás.
Señaló el anillo que él llevaba en el dedo.
—Ese anillo es importante para tí, ¿Verdad? —dijo con voz tranquila—. Siempre te lo he visto puesto.
Él asintió y apoyó la mano en la rodilla. Quizá si le explicaba la historia del anillo, ella entendía por qué tenía que marcharse.
—Mi abuela se lo dió a mi abuelo. Se convirtió en el lema de los Alfonso: belleza, lealtad, fuerza.
—Tienes tanta historia, Pedro. Te envidio.
—Algunas veces no es lo que parece —respondió rápidamente, y después sacudió la cabeza. Sus problemas con Alfonso no los iba a resolver ella—. Sólo significa responsabilidades. Tengo deberes con mi familia y ésa es la vida que me dieron; aunque también la elegí. Me ancla.
—Pero...
Se levantó y paseó hasta un extremo de la mesa, se detuvo y cerró los ojos un momento. Cuando se dió la vuelta le tendió la mano y ella se la tomó.
—Los dos sabíamos que esto no sería para siempre y que mi trabajo me llevaría lejos —inspiró con fuerza—. También sabemos que lo que compartimos es especial. Tú eres especial, Pau.
—Te olvidarás de mí —miró a otro lado—. Seré otra de esas mujeres que has conocido.
—No. Eso quita valor a lo que hemos compartido.
—Parece que lo dices de verdad —lo miró fijamente.
—Así es —se llevó la mano a los labios y la besó—. Me importas mucho. Este momento ha llegado como sabíamos que ocurriría. Debo volver a mi vida y, tú, seguir aquí con la tuya. No hay otra elección. Sólo quiero que nos separemos sin amargura, pero respetando lo que hay entre nosotros. Para que sepas que... —hizo una pausa. Podía con ello, aunque fuera la explicación más difícil que había dado en su vida. Decidió ser sincero—. Para que sepas que significas algo para mí.
—Me estás poniendo muy difícil enfadarme contigo —dijo entre risas y gemidos.
—Si te resulta más fácil enfadándote, entonces hazlo. Sólo quiero que seas feliz, Pau.
Y por primera vez en su vida supo que era cierto. Quería la felicidad de ella antes que la suya. No quería convertirse en su padre. Su padre había dedicado su vida a la felicidad de su esposa para no quedarse con nada. Había visto a su padre destruido por su madre. También recordaba el momento precioso en que su propia inocencia, su fe en la felicidad, se había roto cruelmente. Y sabía que todo eso no era nada comparado con el poder que Paula podría tener sobre su corazón.
Ella se dió la vuelta y se pasó un dedo bajo las pestañas para secarse una lágrima antes de que le corriera por la mejilla. ¿Cómo podía explicarle que su felicidad estaba estrechamente vinculada a él? ¡Tenía razón en todo! Sabían que llegaría ese momento. Recordó estar entre sus brazos mientras le contaba lo de Fernando y sentirse segura y amada. Y todo eso se desvanecería con él cuando se marchara. Habría dado cualquier cosa por que se quedara.
—Y yo que lo seas tú —respondió ella. Lo miró a los ojos deseando estar entre sus brazos una vez más.
De pronto fue consciente de que no podría besarlo más y una sensación de vacío la invadió.
—¿Pedro? —él la agarraba con tanta fuerza que dolía—. ¿Me besarías una vez más?
Oyó el ruego en su propia voz, pero no le importó. Se levantó y se acercó para que la abrazara, sintiendo que sus manos le acariciaban el cuello mientras la besaba en las sienes.Apenas podía respirar, el pecho le subía y bajaba en respiraciones superficiales mientras su boca jugaba con la de ella tratándola como si fuese una preciosa porcelana. Cerró los ojos cuando la besó en las mejillas. Ese beso le hizo echarse a temblar por su inocencia y pureza. Se cayó el chal al suelo, pero no le importó. Dos palabras vibraban en su boca, pero no las pronunció. Había algo sutil y frágil entre ellos y no iba a romper esa conexión anunciando en voz alta su amor.
—Tengo que irme —dijo en un jadeo echándose atrás y agarrando su bolso—. Lo siento, no puedo hacerlo.
Salió en tromba del reservado antes de que Pedro pudiese decir ni una palabra. Él se agachó a recoger el chal. La llamada de su padre podía irse al infierno. Había intentado reconstruir el estatu quo con Paula y todo lo que había conseguido era complicar más las cosas. Se pasó una mano por el rostro. Nunca antes había tenido esos problemas. Se le daba bien seguir adelante. Y no podía entender por qué esa vez era diferente. Simplemente, se había implicado demasiado, eso era todo. Estaba haciendo el tonto pensando que aquello era amor. Acarició el suave tejido del chal. Que se marchara era lo mejor para los dos.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 41
Sonaron las copas y Paula probó el seco y burbujeante champán sintiendo cada vez más que estaba en un sueño, uno bueno esa vez, y que en cuanto se despertara el hechizo se rompería. Llegaron los primeros platos, después los segundos; más champán y empezó a darse cuenta de que las cosas tenían los contornos más desdibujados cada vez que bajaba la copa. Pedro reía y contaba historias de su juventud con Carolina, escapadas junto con su amigo Daniel, que siempre acababan en algún problema. Sentía tristeza porque ella no tenía esa clase de recuerdos. Entonces Pedro rió, le acarició la mano por debajo de la mesa y la tristeza desapareció. Había aprendido a vivir el momento hacía mucho. No iba a empezar a desear tener lo que no había tenido nunca.
—Cuando llegué —dijo Pedro acariciándole una mano—, sólo quería hacer una cosa... transformar el hotel en algo más Alfonso. Pero mi tiempo aquí me ha dado mucho más, Pau y tengo que agradecértelo a tí.
Paula no pudo responder. Lo miró a los ojos y vió que su mirada era sincera. No había atisbos de amor, pero sólo una tonta lo habría esperado. Su afirmación era completamente correcta. Había sido más de lo que ambos esperaban. Tenía que conformarse con eso. Luca no estaba enamorado de ella y ella lo superaría con el tiempo.
—Ha sido un placer conocerte, Pedro. Y conocerme mejor a mí misma. Te debo mucho. Sólo siento no saber cómo compensarte.
Había luchado contra él al principio, pero después lo había dejado entrar en su corazón y le había revelado lo que nadie más sabía. Y al confiar en él, se había enamorado.Terminaron el postre y el último bocado supo a despedida. Paula buscó su bolso, pero Pedro alzó una mano y dijo:
—¿Adónde vas?
—A casa, pensaba que la cena se había terminado.
—Aún no estoy listo para que termine —la agarró del brazo con suavidad. Con la otra mano tiró de una cinta y cerró las cortinas.
—Pedro...
—Necesito decirte algo aquí —la interrumpió—. Siento lo de ayer por la mañana, no tengo excusa. Sólo puedo decir que ahora entiendo cómo te debiste de sentir.
No lloraría. No estropearía esa maravillosa noche con lágrimas. En el momento en que la había besado en las mejillas había sabido que la mañana anterior no había sido real. Sus disculpas significaban más de lo que él creía.
—Me sentí herida por tu conducta, pero porque la entendía. Tu reacción tenía sentido, lo que te había contado no había sido cualquier cosa.
—Pero no lo entiendes, Pau, ésa es la cuestión. No entiendes nada.
Pedro dió un paso hacia ella y sintió que sus pechos se encontraban con el tejido de su chaqueta. Sin pensarlo, alzó la mano y recorrió con el dedo el perfil de su dura mandíbula.
—Entonces, ayúdame a entender.
Él no respondió. En lugar de eso, la agarró de la muñeca y la besó en los labios. Ella abrió la boca dejando que su lengua entrara, saboreando la mezcla de champán y chocolate. Con la otra mano él la atrajo más cerca. Los sonidos del comedor llegaban amortiguados por las cortinas del reservado. Los labios de Pedro recorrieron su mejilla hasta la oreja y después bajaron por el cuello dejando una hilera de besos que hacían que se le doblaran las rodillas.
—Pe-Pedro—tartamudeó preguntándose cómo sería entregarse a un hombre por primera vez después de ese horrible día de hacía siete años.
Echó la cabeza hacia atrás sintiendo su cabello sobre los hombros mientras él seguía con los besos hasta la base del cuello. No había ninguna razón para que la tocara así a menos... a menos... Sintió los dedos de él en la espalda, los sintió bajar unos centímetros la cremallera ansiando que la tocara. Dejó de importarle dónde estaban, pero de pronto él dio un paso atrás.
—No puedo hacerlo, Pau. No es justo.
—No te entiendo —dijo con el cuerpo aún vibrando por sus caricias.
Pedro se agachó y le puso sobre los hombros el chal, que estaba en el suelo.
—No puedo acostarme contigo esta noche sabiendo que mañana...
Dudó y provocó con ello un silencio tan horrible que Paula pensó que iba a gritar. Finalmente se decidió a preguntar lo que no se había atrevido a plantear esa mañana.
—¿Cuándo volverás?
Por primera vez esa noche, él esquivó la mirada.
—No tengo idea de volver. Una vez resuelto lo de París volveré a Florencia para pasar las fiestas con mi familia.
Una familia en la que ella no estaba incluida. Se le cayó el alma a los pies. Estaba claro. A pesar de lo que habían compartido, a pesar de la atracción que claramente sentían, no había sido lo bastante como para retenerlo allí. Permaneció inmóvil sin sentirse segura de qué decir. Hasta que había planteado la pregunta había una diminuta esperanza, pero sólo se había engañado a sí misma. Siempre había sabido que se iría, ¿por qué se sentía traicionada? Porque no estaba preparada para que se fuera. Eso era lo que le había hecho. Le había enseñado a tener esperanza. Y en el proceso había terminado por romperle el corazón haciendo lo que siempre había dicho qué haría: marcharse.
—Dí algo, Pau.
—Cuando llegué —dijo Pedro acariciándole una mano—, sólo quería hacer una cosa... transformar el hotel en algo más Alfonso. Pero mi tiempo aquí me ha dado mucho más, Pau y tengo que agradecértelo a tí.
Paula no pudo responder. Lo miró a los ojos y vió que su mirada era sincera. No había atisbos de amor, pero sólo una tonta lo habría esperado. Su afirmación era completamente correcta. Había sido más de lo que ambos esperaban. Tenía que conformarse con eso. Luca no estaba enamorado de ella y ella lo superaría con el tiempo.
—Ha sido un placer conocerte, Pedro. Y conocerme mejor a mí misma. Te debo mucho. Sólo siento no saber cómo compensarte.
Había luchado contra él al principio, pero después lo había dejado entrar en su corazón y le había revelado lo que nadie más sabía. Y al confiar en él, se había enamorado.Terminaron el postre y el último bocado supo a despedida. Paula buscó su bolso, pero Pedro alzó una mano y dijo:
—¿Adónde vas?
—A casa, pensaba que la cena se había terminado.
—Aún no estoy listo para que termine —la agarró del brazo con suavidad. Con la otra mano tiró de una cinta y cerró las cortinas.
—Pedro...
—Necesito decirte algo aquí —la interrumpió—. Siento lo de ayer por la mañana, no tengo excusa. Sólo puedo decir que ahora entiendo cómo te debiste de sentir.
No lloraría. No estropearía esa maravillosa noche con lágrimas. En el momento en que la había besado en las mejillas había sabido que la mañana anterior no había sido real. Sus disculpas significaban más de lo que él creía.
—Me sentí herida por tu conducta, pero porque la entendía. Tu reacción tenía sentido, lo que te había contado no había sido cualquier cosa.
—Pero no lo entiendes, Pau, ésa es la cuestión. No entiendes nada.
Pedro dió un paso hacia ella y sintió que sus pechos se encontraban con el tejido de su chaqueta. Sin pensarlo, alzó la mano y recorrió con el dedo el perfil de su dura mandíbula.
—Entonces, ayúdame a entender.
Él no respondió. En lugar de eso, la agarró de la muñeca y la besó en los labios. Ella abrió la boca dejando que su lengua entrara, saboreando la mezcla de champán y chocolate. Con la otra mano él la atrajo más cerca. Los sonidos del comedor llegaban amortiguados por las cortinas del reservado. Los labios de Pedro recorrieron su mejilla hasta la oreja y después bajaron por el cuello dejando una hilera de besos que hacían que se le doblaran las rodillas.
—Pe-Pedro—tartamudeó preguntándose cómo sería entregarse a un hombre por primera vez después de ese horrible día de hacía siete años.
Echó la cabeza hacia atrás sintiendo su cabello sobre los hombros mientras él seguía con los besos hasta la base del cuello. No había ninguna razón para que la tocara así a menos... a menos... Sintió los dedos de él en la espalda, los sintió bajar unos centímetros la cremallera ansiando que la tocara. Dejó de importarle dónde estaban, pero de pronto él dio un paso atrás.
—No puedo hacerlo, Pau. No es justo.
—No te entiendo —dijo con el cuerpo aún vibrando por sus caricias.
Pedro se agachó y le puso sobre los hombros el chal, que estaba en el suelo.
—No puedo acostarme contigo esta noche sabiendo que mañana...
Dudó y provocó con ello un silencio tan horrible que Paula pensó que iba a gritar. Finalmente se decidió a preguntar lo que no se había atrevido a plantear esa mañana.
—¿Cuándo volverás?
Por primera vez esa noche, él esquivó la mirada.
—No tengo idea de volver. Una vez resuelto lo de París volveré a Florencia para pasar las fiestas con mi familia.
Una familia en la que ella no estaba incluida. Se le cayó el alma a los pies. Estaba claro. A pesar de lo que habían compartido, a pesar de la atracción que claramente sentían, no había sido lo bastante como para retenerlo allí. Permaneció inmóvil sin sentirse segura de qué decir. Hasta que había planteado la pregunta había una diminuta esperanza, pero sólo se había engañado a sí misma. Siempre había sabido que se iría, ¿por qué se sentía traicionada? Porque no estaba preparada para que se fuera. Eso era lo que le había hecho. Le había enseñado a tener esperanza. Y en el proceso había terminado por romperle el corazón haciendo lo que siempre había dicho qué haría: marcharse.
—Dí algo, Pau.
jueves, 21 de junio de 2018
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 40
—Estoy bien. Sólo pensaba... que han sido unas semanas llenas de acontecimientos. Pensaba que podríamos despedirnos como se merece.
Ella lo miraba con los ojos muy abiertos, con comprensión. Quería asegurarse de que su marcha no le causara más dolor. No se lo merecía, no después de lo que había pasado. Sólo sabía que tenía que hablar con ella esa noche y poner fin a su relación sin hacerse daño. Estaría ahí para protegerla, para vigilar si su padrastro decidía ir por ella. Quizá no podía ofrecerle la vida que quería, pero sí podría asegurarse de que estuviera bien.
—Será estupendo, Pedro—su voz era suave y fue directa a su corazón.
—Tengo algunas llamadas que hacer primero —dijo brusco y, sin añadir palabra, ella salió de la oficina.
Pedro empezó a poner en marcha su plan. Paula miró su reflejo y frunció el ceño preguntándose por enésima vez por qué se ponía ese vestido. Pero la sala Panorama era un espacio formal y sabía que el vestido perfecto era el que se había comprado al final del día de las galerías. Aún bajo el efecto de los besos de Pedro había mirado el vestido en un escaparate y en un segundo lo había comprado. La seda roja del vestido era tan poco de su estilo como el corte que dejaba un hombro al descubierto. Otro momento de locura habían sido las sandalias de lentejuelas rojas sin talón. No se sentía cómoda. No sabía cómo decir adiós graciosamente, no cuando quería más. Incluso aunque querer más le diera miedo, tanto que le temblaban las rodillas. Su vida había carecido de afectos demasiado tiempo y quería tan desesperadamente ser romántica. Aunque fuera sólo esa noche. Se echó el chal por encima y cuadró los hombros. Era imposible, lo sabía. Y que Pedro le importara como lo hacía aun sabiendo que no era para ella, dejaba un sabor amargo. Se dió la vuelta en dirección alas escaleras de mármol y enseguida vió a Pedro, que la esperaba arriba. El corazón le golpeó en el pecho.
—Adelante —murmuró para sí.
Por unos segundos no pudo moverse mientras se miraban. Pareció subir las escaleras a cámara lenta agarrada al pasamano. La noche de secretos compartidos pareció no existir, el tenso desayuno había borrado de la memoria ese momento mientras caminaba hacia él con las sandalias resonando contra el mármol italiano, con la respiración contenida. Al llegar arriba, él le tomó las manos y le besó las dos mejillas y tuvo que cerrar los ojos para pensarlo dos veces. Se separó de él y lo tomó del brazo.
—Estás bellísima. Preciosa, Paula. Más hermosa de lo que podría describir.
Así era el Pedro que recordaba, no el extraño del desayuno o el distante jefe de por la tarde. Fuera lo que fuera que había provocado el cambio, estaba con el hombre cálido y que le hablaba como si fuera la única mujer en el mundo. Entraron en el comedor y se quedó boquiabierta. Era más de lo que había soñado, incluso a pesar de haber visto los planos. Todo era regio, como entrar en un cuento de hadas con el príncipe del brazo. Las arañas brillaban con destellos de colores, las mesas de manteles prístinos estaban montadas con porcelana de color crema y dorada y la cristalería brillaba. Las velas cubrían todo con su luz. Los camareros de esmoquin eran la guinda.Era el castillo que Luca había imaginado al principio y era perfecto. Sabía que el final se acercaba, aunque en su corazón algo le decía que podía ser un principio.
—Oh, Pedro. Mira lo que has hecho —se detuvo y miró todo parpadeando.
—No sólo yo. Tú, Paula. Me inspiraste el día que me llevaste al ático.
—¿Yo? —lo miró sorprendida.
—Tú me has inspirado. ¿Cuesta tanto creerlo?
—Sí —susurró viendo que él miraba sus labios.
No se atrevería a besarla allí. El momento quedó suspendido en el aire.Había estado esperando. A ella. Esa noche quería vivir el cuento de hadas. Pretender por unas horas que era princesa. Creer que era la elegida. Sabía que terminaría pronto. Esa noche era suya y no la echaría a perder con dudas y temores.Se inclinó hacia delante ligeramente, los labios separados, lo bastante cerca para sentir que el aliento de él se mezclaba con el suyo.
—¿Señor Alfonso? Su mesa está lista.
Paula dió un paso atrás y se ruborizó. El brazo de Pedro le rodeó la cintura.
—Gracias.
Paula miró a su alrededor. Estaba segura de que los rumores habrían empezado a funcionar desde que la habían visto en su habitación por la mañana.
—¡Oh, señorita Chaves! ¡Mírese! Parece una estrella de cine —la camarera se dió cuenta de la impertinencia y de inmediato añadió—: Oh, disculpe.
Paula sonrió sintiéndose radiante.
—No te disculpes —respondió Pedro—. Estoy de acuerdo contigo.
La camarera los acompañó a un reservado decorado en rojo y dorado. Su mesa esperaba, con champán frío listo para servirse. Se sentaron y ella dijo:
—Pedro, es asombroso. Jamás he visto nada así. Y, desde luego, no lo esperaba aquí, en lo que fue el Bow Valley Inn.
—Por la reforma —dijo él alzando su copa de champán.
Ella lo miraba con los ojos muy abiertos, con comprensión. Quería asegurarse de que su marcha no le causara más dolor. No se lo merecía, no después de lo que había pasado. Sólo sabía que tenía que hablar con ella esa noche y poner fin a su relación sin hacerse daño. Estaría ahí para protegerla, para vigilar si su padrastro decidía ir por ella. Quizá no podía ofrecerle la vida que quería, pero sí podría asegurarse de que estuviera bien.
—Será estupendo, Pedro—su voz era suave y fue directa a su corazón.
—Tengo algunas llamadas que hacer primero —dijo brusco y, sin añadir palabra, ella salió de la oficina.
Pedro empezó a poner en marcha su plan. Paula miró su reflejo y frunció el ceño preguntándose por enésima vez por qué se ponía ese vestido. Pero la sala Panorama era un espacio formal y sabía que el vestido perfecto era el que se había comprado al final del día de las galerías. Aún bajo el efecto de los besos de Pedro había mirado el vestido en un escaparate y en un segundo lo había comprado. La seda roja del vestido era tan poco de su estilo como el corte que dejaba un hombro al descubierto. Otro momento de locura habían sido las sandalias de lentejuelas rojas sin talón. No se sentía cómoda. No sabía cómo decir adiós graciosamente, no cuando quería más. Incluso aunque querer más le diera miedo, tanto que le temblaban las rodillas. Su vida había carecido de afectos demasiado tiempo y quería tan desesperadamente ser romántica. Aunque fuera sólo esa noche. Se echó el chal por encima y cuadró los hombros. Era imposible, lo sabía. Y que Pedro le importara como lo hacía aun sabiendo que no era para ella, dejaba un sabor amargo. Se dió la vuelta en dirección alas escaleras de mármol y enseguida vió a Pedro, que la esperaba arriba. El corazón le golpeó en el pecho.
—Adelante —murmuró para sí.
Por unos segundos no pudo moverse mientras se miraban. Pareció subir las escaleras a cámara lenta agarrada al pasamano. La noche de secretos compartidos pareció no existir, el tenso desayuno había borrado de la memoria ese momento mientras caminaba hacia él con las sandalias resonando contra el mármol italiano, con la respiración contenida. Al llegar arriba, él le tomó las manos y le besó las dos mejillas y tuvo que cerrar los ojos para pensarlo dos veces. Se separó de él y lo tomó del brazo.
—Estás bellísima. Preciosa, Paula. Más hermosa de lo que podría describir.
Así era el Pedro que recordaba, no el extraño del desayuno o el distante jefe de por la tarde. Fuera lo que fuera que había provocado el cambio, estaba con el hombre cálido y que le hablaba como si fuera la única mujer en el mundo. Entraron en el comedor y se quedó boquiabierta. Era más de lo que había soñado, incluso a pesar de haber visto los planos. Todo era regio, como entrar en un cuento de hadas con el príncipe del brazo. Las arañas brillaban con destellos de colores, las mesas de manteles prístinos estaban montadas con porcelana de color crema y dorada y la cristalería brillaba. Las velas cubrían todo con su luz. Los camareros de esmoquin eran la guinda.Era el castillo que Luca había imaginado al principio y era perfecto. Sabía que el final se acercaba, aunque en su corazón algo le decía que podía ser un principio.
—Oh, Pedro. Mira lo que has hecho —se detuvo y miró todo parpadeando.
—No sólo yo. Tú, Paula. Me inspiraste el día que me llevaste al ático.
—¿Yo? —lo miró sorprendida.
—Tú me has inspirado. ¿Cuesta tanto creerlo?
—Sí —susurró viendo que él miraba sus labios.
No se atrevería a besarla allí. El momento quedó suspendido en el aire.Había estado esperando. A ella. Esa noche quería vivir el cuento de hadas. Pretender por unas horas que era princesa. Creer que era la elegida. Sabía que terminaría pronto. Esa noche era suya y no la echaría a perder con dudas y temores.Se inclinó hacia delante ligeramente, los labios separados, lo bastante cerca para sentir que el aliento de él se mezclaba con el suyo.
—¿Señor Alfonso? Su mesa está lista.
Paula dió un paso atrás y se ruborizó. El brazo de Pedro le rodeó la cintura.
—Gracias.
Paula miró a su alrededor. Estaba segura de que los rumores habrían empezado a funcionar desde que la habían visto en su habitación por la mañana.
—¡Oh, señorita Chaves! ¡Mírese! Parece una estrella de cine —la camarera se dió cuenta de la impertinencia y de inmediato añadió—: Oh, disculpe.
Paula sonrió sintiéndose radiante.
—No te disculpes —respondió Pedro—. Estoy de acuerdo contigo.
La camarera los acompañó a un reservado decorado en rojo y dorado. Su mesa esperaba, con champán frío listo para servirse. Se sentaron y ella dijo:
—Pedro, es asombroso. Jamás he visto nada así. Y, desde luego, no lo esperaba aquí, en lo que fue el Bow Valley Inn.
—Por la reforma —dijo él alzando su copa de champán.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 39
Pedro se resistió al deseo de llamar a casa de Paula por sexta o séptima vez. Había pasado allí demasiado tiempo. Y nada se lo había dejado más claro que la llamada que había tenido que hacer esa misma mañana mientras ella aún dormía. No sabía que alguien pudiese dormir tanto. Pasó la tarde esperando a que se despertara, pero no lo había hecho. Se había comido los aperitivos que había en el minibar. Y finalmente, a eso de la medianoche, se había acostado en el sofá y se había quedado dormido.Era la primera vez que una mujer dormía en su cama y él no estaba con ella. Sonó un timbre y miró la pantalla del ordenador. Otro mensaje de su padre, una actualización de sus intereses en París que habían sufrido un incendio. Su padre lo estaba presionando para que terminara allí y se hiciera cargo de lo de Francia.Pero fueron sus últimas palabras las que le hicieron pasarse los dedos por el pelo. Carolina tiene problemas y París no puede esperar. Tienes que volver. La familia te necesita.Las palabras le dolieron. La familia lo era todo para él. Excepto... excepto que le había entregado su vida entera a la familia desde que era un niño. Había sido el hermano mayor que Carolina necesitaba. Se había ocupado de la casa por su padre. Y había querido hacerlo. Había sido feliz haciéndolo. Pero había ocasiones en que deseaba ser sólo Pedro. Tener su propia vida. Dejar de ser definido por la marca Alfonso. Estaba empezando a cansarse de estar a disposición de su padre.
"Escribiré a Caro y al director de París. Iré en cuanto pueda, pero mi prioridad es esto." Escribió. Lo firmó y lo envió, después se recostó en la silla. Dios, había más verdad en esa línea de la que pensaba. No era sólo el Cascade lo que era su prioridad, sino también Paula. Ella era importante. ¿Pero qué quería él? Había querido su propio lugar en Alfonso durante mucho tiempo, pero ¿Eso era compatible con lo que quería Paula? Apenas. Ella quería el cuento de hadas y él no se los creía. Lo mejor que podía hacer por ella era asegurarse de que mantenía los pies en el suelo y dejar la dirección del Cascade en sus eficaces manos. No sería suficiente para él, pero sí para ella. Paula no era ambiciosa, buscaba algo más sustancial. Se había construido una vida, quería estabilidad, no aventuras. Era extraño cómo esa idea lo atraía, especialmente un día como ése. Normalmente habría estado emocionado por ir a París, era una de sus ciudades favoritas. Pero en esa ocasión lo sentía como una imposición porque se lo ordenaban.Y aunque había mandado esa respuesta, sabía que tenía que ir. Alguien de la empresa tenía que hacer acto de presencia. No estaba claro cuál era el problema con Carolina, pero sabía que su padre la pondría a ella primero. Así que era cosa de él hacerse cargo del negocio. Aunque... ¿Cómo iba a despedirse de Paula en ese momento?
—La sala Panorama está terminada, ¿La has visto?
Paula se detuvo junto a su escritorio. Algo estaba distrayendo a Pedro y ella no sabía qué era. Tamborileó con un bolígrafo encima de la mesa.
—No, todavía no he pasado por ahí hoy.
Desde la noche que había pasado en su habitación se había asegurado de mantener las distancias. Era evidente que a Pedro le importaba. No habría actuado como lo había hecho si no le hubiera importado, pero también sabía que su pasado pesaba demasiado y su situación no conducía a profundos sentimientos ni compromisos. Pedro alzó la vista y sonrió.
—¿No la has visto? ¿Has sido pesadísima con la decoración y aún no la has visto? —se aclaró la garganta—. Puede rivalizar con cualquiera de los comedores y demás instalaciones. Te lo prometo. He reservado mesa para dos esta noche. Como despedida.
—¿Despedida?
Se quedó paralizada. ¿Tan pronto? No había esperado que fuera tan pronto.
-Me han llamado de París. Me voy por la mañana.
Pedro vió cómo se le demudaba el color y se maldijo. Podía haberse quedado un día más. La palidez de su piel le recordó cómo la había visto: pequeña e indefensa en su enorme cama. No podía quitarse de la cabeza su imagen dormida. No podía borrar la fantasía de esa cortina de pelo cayendo sobre él mientras hacían el amor... Se dió la vuelta bruscamente y se pasó la mano por el cabello.
—Pedro, ¿Estás bien?
Estaba harto de fingir. Aquello era una locura. No podía haberse enamorado de Paula. Un flirteo era una cosa, pero no pretendía tener sentimientos serios hacia ninguna mujer. Y era evidente que Paula era la mujer equivocada. Era frágil y temerosa y trataba de superar algo más grande de lo que él podía comprender. Se merecía a un hombre que la proveyera de la estabilidad que merecía. No un hombre que iba de un lado a otro. Lo suyo jamás funcionaría. Y al mirarla en ese momento se dió cuenta de cómo debía de haberle parecido a ella el día anterior. Sólo había pensado en sí mismo y levantado barreras. Se había equivocado y ella no. La había tratado sin ninguna consideración, como a una querida. Con amabilidad pero sin auténtico cariño. Quería reparar su error. Mostrarle que ella era distinta.
"Escribiré a Caro y al director de París. Iré en cuanto pueda, pero mi prioridad es esto." Escribió. Lo firmó y lo envió, después se recostó en la silla. Dios, había más verdad en esa línea de la que pensaba. No era sólo el Cascade lo que era su prioridad, sino también Paula. Ella era importante. ¿Pero qué quería él? Había querido su propio lugar en Alfonso durante mucho tiempo, pero ¿Eso era compatible con lo que quería Paula? Apenas. Ella quería el cuento de hadas y él no se los creía. Lo mejor que podía hacer por ella era asegurarse de que mantenía los pies en el suelo y dejar la dirección del Cascade en sus eficaces manos. No sería suficiente para él, pero sí para ella. Paula no era ambiciosa, buscaba algo más sustancial. Se había construido una vida, quería estabilidad, no aventuras. Era extraño cómo esa idea lo atraía, especialmente un día como ése. Normalmente habría estado emocionado por ir a París, era una de sus ciudades favoritas. Pero en esa ocasión lo sentía como una imposición porque se lo ordenaban.Y aunque había mandado esa respuesta, sabía que tenía que ir. Alguien de la empresa tenía que hacer acto de presencia. No estaba claro cuál era el problema con Carolina, pero sabía que su padre la pondría a ella primero. Así que era cosa de él hacerse cargo del negocio. Aunque... ¿Cómo iba a despedirse de Paula en ese momento?
—La sala Panorama está terminada, ¿La has visto?
Paula se detuvo junto a su escritorio. Algo estaba distrayendo a Pedro y ella no sabía qué era. Tamborileó con un bolígrafo encima de la mesa.
—No, todavía no he pasado por ahí hoy.
Desde la noche que había pasado en su habitación se había asegurado de mantener las distancias. Era evidente que a Pedro le importaba. No habría actuado como lo había hecho si no le hubiera importado, pero también sabía que su pasado pesaba demasiado y su situación no conducía a profundos sentimientos ni compromisos. Pedro alzó la vista y sonrió.
—¿No la has visto? ¿Has sido pesadísima con la decoración y aún no la has visto? —se aclaró la garganta—. Puede rivalizar con cualquiera de los comedores y demás instalaciones. Te lo prometo. He reservado mesa para dos esta noche. Como despedida.
—¿Despedida?
Se quedó paralizada. ¿Tan pronto? No había esperado que fuera tan pronto.
-Me han llamado de París. Me voy por la mañana.
Pedro vió cómo se le demudaba el color y se maldijo. Podía haberse quedado un día más. La palidez de su piel le recordó cómo la había visto: pequeña e indefensa en su enorme cama. No podía quitarse de la cabeza su imagen dormida. No podía borrar la fantasía de esa cortina de pelo cayendo sobre él mientras hacían el amor... Se dió la vuelta bruscamente y se pasó la mano por el cabello.
—Pedro, ¿Estás bien?
Estaba harto de fingir. Aquello era una locura. No podía haberse enamorado de Paula. Un flirteo era una cosa, pero no pretendía tener sentimientos serios hacia ninguna mujer. Y era evidente que Paula era la mujer equivocada. Era frágil y temerosa y trataba de superar algo más grande de lo que él podía comprender. Se merecía a un hombre que la proveyera de la estabilidad que merecía. No un hombre que iba de un lado a otro. Lo suyo jamás funcionaría. Y al mirarla en ese momento se dió cuenta de cómo debía de haberle parecido a ella el día anterior. Sólo había pensado en sí mismo y levantado barreras. Se había equivocado y ella no. La había tratado sin ninguna consideración, como a una querida. Con amabilidad pero sin auténtico cariño. Quería reparar su error. Mostrarle que ella era distinta.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 38
Se le secó la boca. Había pensado que hacía bien en depositar en él su confianza, pero el modo en que la trataba esa mañana la decepcionó. Había esperado más de él. Una tontería porque, en el fondo de su corazón, sabía que no había futuro. Él no la amaba.
—Vamos, come algo, debes de tener mucha hambre.
—Tengo que ir a casa a cambiarme —se alisó los pantalones.
—No hace falta. Tengo algunas cosas de la boutique. Puedes ducharte aquí.
Paula apretó los dientes.La estaba tratando como... como si nada trascendental hubiera sucedido entre los dos. Estaba tomando las riendas y decidiendo qué hacer y cuándo. Luca levantó la tapa de uno de los platos. El olor a tostadas lo llenó todo, el tentador aroma a vainilla y canela. Le sonó el estómago. No había cenado. ¡Se merecía que se sentara y se comiera todo!
—Pensaba que ese privilegio estaba reservado a tus aventuras —dijo cáustica metiéndose las manos en los bolsillos.
Le había contado toda su vida y la trataba como a una extraña. Sólo había una explicación. Había sido demasiado. Sus problemas eran demasiado para él y había sido tonta al pensar que Luca podría manejarlo. Había esperado de él más de lo que podía dar. Ella no era sofisticada, era un problema y él se retiraba educadamente.Apenas podía odiarlo por ello. Simplemente, deseó marcharse, pero algo en ella le decía que tenía que manejar la situación con dignidad y compostura. Aún tenían que trabajar juntos. Luca ignoró la voz interior que le decía que rebajara el tono. Miraba a Paula y veía su rostro de la noche anterior mientras le hablaba de su padrastro. Había tenido que ayudarla. Lo había querido. Pero en ese momento, a la luz del día, tenía que dar un paso atrás. Aquello se parecía demasiado a una relación y no estaba preparado. La última vez que había salido en serio con una mujer había interferido con el trabajo. Se había enamorado de Laura, había confiado en ella. Le había dicho que la amaba. Hasta que se había dado cuenta de que ella no lo quería a él, sino a sus relaciones como Alfonso.Lo que sentía por Paula no tenía que haber ocurrido. No deberían haberse besado. Su mirada permaneció fría, aunque sabía que ella tenía razón. Aquello era exactamente lo que habría hecho con cualquier mujer a la mañana siguiente.
—Eso es un poco exagerado.
—Lo siento, Pedro. Creo que aún estoy un poco alterada por lo de ayer. Comeré algo —se acercó a la mesa y se sentó, llenándose un plato.
Debería haberlo pensado mejor antes de flirtear con Paula. Ella no era de esa clase y necesitaba escapar de fuera lo que fuera que compartían. Él no lo llamaría una relación. Las relaciones hacían sufrir a la gente. Como había sufrido su padre. Como él con Laura.
Laura había usado cosas que él le había contado para hacerle daño.«Paula no haría algo así», le dijo una voz interior. Pero esa vez lo que más le preocupaba era hacerle daño a ella, ya había sufrido bastante. Dejarlo en una amistad era la mejor opción, ¿No? Paula no necesitaba a un hombre que le rompiera el corazón. Lo que necesitaba era un amigo.
—Zumo recién exprimido —le sirvió un buen vaso—. Vitamina C para todo el día.
-Gracias —bebió un sorbo y dejó el vaso para agarrar el tenedor—. ¿No vas a comer nada?
—Claro —dijo él y se sentó enfrente.
Paula comió un bocado, después otro preguntándose cuánto tiempo resistiría esa agonía. Ese desayuno era una completa farsa después de la intimidad del día anterior.No había nada que objetar a la conducta de él. Nada. Era perfectamente educado. Pero era evidente que estaba marcando las distancias. Deseó preguntarle si lo de la noche anterior había significado algo para él. Decirle cuánto había apreciado que hubiera cuidado de ella, pero no pudo. Él actuaba como si todo no hubiera significado nada. Como si desayunar juntos en su habitación fuera algo normal. Nada más personal que... una reunión de trabajo. Se sentía en carne viva por los sucesos del día anterior y ser consciente de que se había enamorado de él. Porque él la tratara así. Se preguntó si se habría imaginado su comprensión.Dejó el tenedor en la mesa y mantuvo en su sitio la máscara que se había puesto. Lo había juzgado mal, depositado su confianza en alguien equivocado.
—Gracias por el desayuno. Tengo que irme —se levantó evitando mirarlo.
—No hace falta. Puedes cambiarte aquí, Paula. Seguro que la ropa que te he pedido te queda bien. Puedes ir a tu oficina desde aquí.
Lo había planeado todo. Había dedicado su tiempo a pensarlo. Su consideración casi la afectaba. Nada que hubiera hecho o dicho esa mañana le habría sentado peor que su amabilidad.
—Lo tenías todo planeado, ¿No, Pedro? —trató de contener el temblor en la voz—. Pensaba que yo era la de los planes y tú el impulsivo, pero me equivocaba. Lo tenías planeado desde el principio, cómo hacerte con la directora difícil, cómo manejar a tu hermana, cómo manejarme a mí.
—¿Perdón?
Paula se alisó la blusa y miró para asegurarse de que no se dejaba nada. Vió una horquilla en el sofá y la recogió. Se la metió en el bolsillo evitando siempre mirarlo.
—Lo comprendo. No hace falta que me despidas con un desayuno y... y tanta consideración.
Pedro se puso de pie y la miró con gesto de desaprobación.
—Nada de lo que he hecho esta mañana ha sido por obligación, Paula.
—Seguro. No podías despertarme y echarme, no es de buena educación, no cuando se supone que... ¿Qué se supone que volverá a pasar, Pedro? —finalmente lo miró y no supo lo que pensaba.
—Confieso que no estoy seguro de qué es lo apropiado para decir en esta situación. Nunca he pasado por ella antes.
La miró fijamente. Nunca había estado en una situación en que le preocuparan más los sentimientos de la mujer que los suyos. Entonces, ¿por qué estaba enfadada? Había tratado de hacerlo bien. Ocuparse de ella, hacerle el día más fácil, incluso había pedido desayuno para los dos. Había tratado de demostrarle que lo que había pasado el día anterior no suponía ninguna diferencia para él. Incluso la respetaba aún más. Y ella estaba furiosa con él. Paula empezó a marcharse con el corazón hundido. Seguramente ésa fuera una situación nueva para él. Lo necesitaba tanto que era obvio que había imaginado cosas que no eran reales. Si hubieran sido reales, la habría despertado con una sonrisa. Le habría preguntado cómo estaba y ella le habría dicho que estaba bien. Y quizá la habría besado como anhelaba que hiciera. Pero lo había asustado. Y ni siquiera tenía la decencia de ser sincero.
—Me voy. Gracias por la ropa, pero no.
—¿Adónde vas? —por fin en su tono había algo más que maneras educadas. Ella se detuvo, pero después abrió la puerta—. Paula, tenemos una reunión con la gente del spa en una hora.
—Estoy segura de que podrás hacerte cargo, me voy a tomar el día libre.
Salió al pasillo y cerró la puerta tras ella. Respiró hondo. Era el momento de volver a hacer lo que se le daba mejor: confiar en sí misma.
—Vamos, come algo, debes de tener mucha hambre.
—Tengo que ir a casa a cambiarme —se alisó los pantalones.
—No hace falta. Tengo algunas cosas de la boutique. Puedes ducharte aquí.
Paula apretó los dientes.La estaba tratando como... como si nada trascendental hubiera sucedido entre los dos. Estaba tomando las riendas y decidiendo qué hacer y cuándo. Luca levantó la tapa de uno de los platos. El olor a tostadas lo llenó todo, el tentador aroma a vainilla y canela. Le sonó el estómago. No había cenado. ¡Se merecía que se sentara y se comiera todo!
—Pensaba que ese privilegio estaba reservado a tus aventuras —dijo cáustica metiéndose las manos en los bolsillos.
Le había contado toda su vida y la trataba como a una extraña. Sólo había una explicación. Había sido demasiado. Sus problemas eran demasiado para él y había sido tonta al pensar que Luca podría manejarlo. Había esperado de él más de lo que podía dar. Ella no era sofisticada, era un problema y él se retiraba educadamente.Apenas podía odiarlo por ello. Simplemente, deseó marcharse, pero algo en ella le decía que tenía que manejar la situación con dignidad y compostura. Aún tenían que trabajar juntos. Luca ignoró la voz interior que le decía que rebajara el tono. Miraba a Paula y veía su rostro de la noche anterior mientras le hablaba de su padrastro. Había tenido que ayudarla. Lo había querido. Pero en ese momento, a la luz del día, tenía que dar un paso atrás. Aquello se parecía demasiado a una relación y no estaba preparado. La última vez que había salido en serio con una mujer había interferido con el trabajo. Se había enamorado de Laura, había confiado en ella. Le había dicho que la amaba. Hasta que se había dado cuenta de que ella no lo quería a él, sino a sus relaciones como Alfonso.Lo que sentía por Paula no tenía que haber ocurrido. No deberían haberse besado. Su mirada permaneció fría, aunque sabía que ella tenía razón. Aquello era exactamente lo que habría hecho con cualquier mujer a la mañana siguiente.
—Eso es un poco exagerado.
—Lo siento, Pedro. Creo que aún estoy un poco alterada por lo de ayer. Comeré algo —se acercó a la mesa y se sentó, llenándose un plato.
Debería haberlo pensado mejor antes de flirtear con Paula. Ella no era de esa clase y necesitaba escapar de fuera lo que fuera que compartían. Él no lo llamaría una relación. Las relaciones hacían sufrir a la gente. Como había sufrido su padre. Como él con Laura.
Laura había usado cosas que él le había contado para hacerle daño.«Paula no haría algo así», le dijo una voz interior. Pero esa vez lo que más le preocupaba era hacerle daño a ella, ya había sufrido bastante. Dejarlo en una amistad era la mejor opción, ¿No? Paula no necesitaba a un hombre que le rompiera el corazón. Lo que necesitaba era un amigo.
—Zumo recién exprimido —le sirvió un buen vaso—. Vitamina C para todo el día.
-Gracias —bebió un sorbo y dejó el vaso para agarrar el tenedor—. ¿No vas a comer nada?
—Claro —dijo él y se sentó enfrente.
Paula comió un bocado, después otro preguntándose cuánto tiempo resistiría esa agonía. Ese desayuno era una completa farsa después de la intimidad del día anterior.No había nada que objetar a la conducta de él. Nada. Era perfectamente educado. Pero era evidente que estaba marcando las distancias. Deseó preguntarle si lo de la noche anterior había significado algo para él. Decirle cuánto había apreciado que hubiera cuidado de ella, pero no pudo. Él actuaba como si todo no hubiera significado nada. Como si desayunar juntos en su habitación fuera algo normal. Nada más personal que... una reunión de trabajo. Se sentía en carne viva por los sucesos del día anterior y ser consciente de que se había enamorado de él. Porque él la tratara así. Se preguntó si se habría imaginado su comprensión.Dejó el tenedor en la mesa y mantuvo en su sitio la máscara que se había puesto. Lo había juzgado mal, depositado su confianza en alguien equivocado.
—Gracias por el desayuno. Tengo que irme —se levantó evitando mirarlo.
—No hace falta. Puedes cambiarte aquí, Paula. Seguro que la ropa que te he pedido te queda bien. Puedes ir a tu oficina desde aquí.
Lo había planeado todo. Había dedicado su tiempo a pensarlo. Su consideración casi la afectaba. Nada que hubiera hecho o dicho esa mañana le habría sentado peor que su amabilidad.
—Lo tenías todo planeado, ¿No, Pedro? —trató de contener el temblor en la voz—. Pensaba que yo era la de los planes y tú el impulsivo, pero me equivocaba. Lo tenías planeado desde el principio, cómo hacerte con la directora difícil, cómo manejar a tu hermana, cómo manejarme a mí.
—¿Perdón?
Paula se alisó la blusa y miró para asegurarse de que no se dejaba nada. Vió una horquilla en el sofá y la recogió. Se la metió en el bolsillo evitando siempre mirarlo.
—Lo comprendo. No hace falta que me despidas con un desayuno y... y tanta consideración.
Pedro se puso de pie y la miró con gesto de desaprobación.
—Nada de lo que he hecho esta mañana ha sido por obligación, Paula.
—Seguro. No podías despertarme y echarme, no es de buena educación, no cuando se supone que... ¿Qué se supone que volverá a pasar, Pedro? —finalmente lo miró y no supo lo que pensaba.
—Confieso que no estoy seguro de qué es lo apropiado para decir en esta situación. Nunca he pasado por ella antes.
La miró fijamente. Nunca había estado en una situación en que le preocuparan más los sentimientos de la mujer que los suyos. Entonces, ¿por qué estaba enfadada? Había tratado de hacerlo bien. Ocuparse de ella, hacerle el día más fácil, incluso había pedido desayuno para los dos. Había tratado de demostrarle que lo que había pasado el día anterior no suponía ninguna diferencia para él. Incluso la respetaba aún más. Y ella estaba furiosa con él. Paula empezó a marcharse con el corazón hundido. Seguramente ésa fuera una situación nueva para él. Lo necesitaba tanto que era obvio que había imaginado cosas que no eran reales. Si hubieran sido reales, la habría despertado con una sonrisa. Le habría preguntado cómo estaba y ella le habría dicho que estaba bien. Y quizá la habría besado como anhelaba que hiciera. Pero lo había asustado. Y ni siquiera tenía la decencia de ser sincero.
—Me voy. Gracias por la ropa, pero no.
—¿Adónde vas? —por fin en su tono había algo más que maneras educadas. Ella se detuvo, pero después abrió la puerta—. Paula, tenemos una reunión con la gente del spa en una hora.
—Estoy segura de que podrás hacerte cargo, me voy a tomar el día libre.
Salió al pasillo y cerró la puerta tras ella. Respiró hondo. Era el momento de volver a hacer lo que se le daba mejor: confiar en sí misma.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 37
—Prácticamente puedo oír tu mente trabajar, Pau—dijo sin darse la vuelta—. Por favor, déjalo.
Paula se levantó y se acercó a la ventana para quedarse de pie tras él. Lo rodeó con los brazos y apoyó la mejilla en su espalda. Pedro tragó para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Lo que él había pasado en su infancia no era nada comparado con el infierno que ella había vivido. Trató de imaginársela en el suelo, herida, y no pudo. Le parecía demasiado terrible. ¿Qué clase de hombre le hacía algo así a otro ser humano? ¿A una mujer que se suponía que amaba?
—Está nevando —murmuró él.
¿Por qué la gente hería a quienes se suponía que quería? Sabía que no podía dejar a Paula pasar sola por aquello, aunque eso le trajera recuerdos que aborrecía, como los de reconfortar a Carolina cuando su madre los había abandonado. Su abuela siempre había estado ahí para ayudar. ¿Qué diría ella en ese momento? Sabía exactamente lo que diría y no le gustó la respuesta. Le habría dicho que dejara el rencor y perdonara.
Paula suspiró apoyada en su espalda y él cerró los ojos. Menudo día. Se alegró de haber manejado a Reilly como lo había hecho. Una respuesta física habría asustado aún más a Paula. Todo el día había pesando sólo en Paula y eso no era bueno. Ella no necesitaba a un hombre como él. Necesitaba alguien en quien poder apoyarse. Alguien que le diera estabilidad y seguridad y formara un hogar con ella. Incluso había hablado del deseo de tener hijos. Él siempre había sido el heredero de Alfonso, el que todo el mundo asumía que ocuparía el lugar de su padre. Y seguía luchando contra él. Miró el reflejo de la habitación en los cristales. No había nada personal en ella, ni cuadros, ni adornos, nada que la convirtiera en un hogar y así era como vivía él. Era lo que era. Finalmente la olvidaría. Pero con sus brazos alrededor, lo único que deseaba era abrazarla.
—Quédate esta noche, Pau.
—Pedro, yo... —se incorporó y separó la mejilla de la espalda.
—No en mi cama —por una vez en su vida aquello no tenía nada que ver con el sexo. Se dio la vuelta para mirarla—. Simplemente, quédate. Me preocuparé mucho por tí si te vas a casa. Puedes quedarte con la cama. Dormiré en el sofá.
—Lo que has hecho hoy por mí no lo ha hecho nadie nunca. No puedo abusar más de tu tiempo.
—No abusas de mi tiempo —se miraron en silencio—. Espera aquí —desapareció en el dormitorio y volvió con una camiseta—. No tengo pijama para dejarte.
—Gracias —aceptó la camiseta.
Ella desapareció en el dormitorio y oyó la puerta del cuarto de baño cerrarse. Al no oír nada después de unos minutos, decidió ver qué pasaba. Estaba en su cama, con el edredón hasta la barbilla. Se había dormido antes de que hubiera podido preguntarle si quería comer algo.Mari se despertó por la luz del sol que se colaba por la ventana. Se apartó el pelo de la cara y vio que esta en la cama de Pedro. Había pasado allí la noche. Y ni siquiera se había acordado de ir a casa, ni de Bobby. Tuvo la esperanza de que hubiera salido por la portezuela del porche.
Miró el reloj: las nueve de la mañana. ¡Había dormido de un tirón y no había sufrido ninguna de las pesadillas que la asaltaban últimamente! Sintió un poco de inquietud al pensar que todo el personal estaría ya en el hotel y ella sólo tenía la ropa del día anterior. Tenía que haber usado la cabeza por la noche. Bueno, nada había sido lógico la noche anterior.
—Buenos días —dijo Pedro desde la puerta.
—Pedro, lo siento mucho, he dormido... —se sentó en la cama.
—Aquí toda la noche —terminó él la frase con una sonrisa—. Casi quince horas.
—Debía de estar más cansada de lo que pensaba —dijo, un poco confusa.
Sintió que se estaba ruborizando. Tenía que salir de aquella situación con un poco de ingenio. A la luz del día se dio cuenta de que haberle revelado sus verdaderos sentimientos había sido un error.
—Creo que dormir así te hacía falta desde hacía mucho —respondió él.
Llamaron a la puerta y Paula lo miró desconcertada. Él se limitó a encogerse de hombros.
—He pedido que nos traigan el desayuno, debes de estar muerta de hambre, ayer no cenaste.
Se fue a abrir la puerta mientras Paula se vestía y se recogía el pelo. Cuando salió del dormitorio un camarero empujaba un carrito lleno de bandejas.
—Gracias, Gerardo—Pedro le dió un billete, el camarero asintió y sonrió en dirección a Paula.
—¿Qué va a pensar el personal de todo esto?
—Ya has estado aquí.
—No así. No saliendo de tu dormitorio.
Pedro acercó el carrito a la mesa.
—No te preocupes. Estoy acostumbrado. Siempre se olvida.
Paula cerró la boca. Luca estaba acostumbrado a esas situaciones. Ella no.
—Siento lo de ayer. No debería haber vaciado mis preocupaciones en tí—se sentía obligada a disculparse.
De pronto hubo una sensación de incomodidad entre los dos. Quizá él se sentía molesto por conocer todos sus secretos. No podía culparlo por ello.
—Está bien. Es bueno lo que has hecho. Imagino que te sientes mejor por haberlo sacado. Lo comprendo, Paula, de verdad.
¿Por qué actuaba él de un modo tan distinto? La noche anterior le había agarrado la mano y ella le había contado sus más profundas preocupaciones. La había abrazado y ella había llorado. En ese momento... Dios, la estaba tratando como si fuera una de sus aventuras.
Paula se levantó y se acercó a la ventana para quedarse de pie tras él. Lo rodeó con los brazos y apoyó la mejilla en su espalda. Pedro tragó para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Lo que él había pasado en su infancia no era nada comparado con el infierno que ella había vivido. Trató de imaginársela en el suelo, herida, y no pudo. Le parecía demasiado terrible. ¿Qué clase de hombre le hacía algo así a otro ser humano? ¿A una mujer que se suponía que amaba?
—Está nevando —murmuró él.
¿Por qué la gente hería a quienes se suponía que quería? Sabía que no podía dejar a Paula pasar sola por aquello, aunque eso le trajera recuerdos que aborrecía, como los de reconfortar a Carolina cuando su madre los había abandonado. Su abuela siempre había estado ahí para ayudar. ¿Qué diría ella en ese momento? Sabía exactamente lo que diría y no le gustó la respuesta. Le habría dicho que dejara el rencor y perdonara.
Paula suspiró apoyada en su espalda y él cerró los ojos. Menudo día. Se alegró de haber manejado a Reilly como lo había hecho. Una respuesta física habría asustado aún más a Paula. Todo el día había pesando sólo en Paula y eso no era bueno. Ella no necesitaba a un hombre como él. Necesitaba alguien en quien poder apoyarse. Alguien que le diera estabilidad y seguridad y formara un hogar con ella. Incluso había hablado del deseo de tener hijos. Él siempre había sido el heredero de Alfonso, el que todo el mundo asumía que ocuparía el lugar de su padre. Y seguía luchando contra él. Miró el reflejo de la habitación en los cristales. No había nada personal en ella, ni cuadros, ni adornos, nada que la convirtiera en un hogar y así era como vivía él. Era lo que era. Finalmente la olvidaría. Pero con sus brazos alrededor, lo único que deseaba era abrazarla.
—Quédate esta noche, Pau.
—Pedro, yo... —se incorporó y separó la mejilla de la espalda.
—No en mi cama —por una vez en su vida aquello no tenía nada que ver con el sexo. Se dio la vuelta para mirarla—. Simplemente, quédate. Me preocuparé mucho por tí si te vas a casa. Puedes quedarte con la cama. Dormiré en el sofá.
—Lo que has hecho hoy por mí no lo ha hecho nadie nunca. No puedo abusar más de tu tiempo.
—No abusas de mi tiempo —se miraron en silencio—. Espera aquí —desapareció en el dormitorio y volvió con una camiseta—. No tengo pijama para dejarte.
—Gracias —aceptó la camiseta.
Ella desapareció en el dormitorio y oyó la puerta del cuarto de baño cerrarse. Al no oír nada después de unos minutos, decidió ver qué pasaba. Estaba en su cama, con el edredón hasta la barbilla. Se había dormido antes de que hubiera podido preguntarle si quería comer algo.Mari se despertó por la luz del sol que se colaba por la ventana. Se apartó el pelo de la cara y vio que esta en la cama de Pedro. Había pasado allí la noche. Y ni siquiera se había acordado de ir a casa, ni de Bobby. Tuvo la esperanza de que hubiera salido por la portezuela del porche.
Miró el reloj: las nueve de la mañana. ¡Había dormido de un tirón y no había sufrido ninguna de las pesadillas que la asaltaban últimamente! Sintió un poco de inquietud al pensar que todo el personal estaría ya en el hotel y ella sólo tenía la ropa del día anterior. Tenía que haber usado la cabeza por la noche. Bueno, nada había sido lógico la noche anterior.
—Buenos días —dijo Pedro desde la puerta.
—Pedro, lo siento mucho, he dormido... —se sentó en la cama.
—Aquí toda la noche —terminó él la frase con una sonrisa—. Casi quince horas.
—Debía de estar más cansada de lo que pensaba —dijo, un poco confusa.
Sintió que se estaba ruborizando. Tenía que salir de aquella situación con un poco de ingenio. A la luz del día se dio cuenta de que haberle revelado sus verdaderos sentimientos había sido un error.
—Creo que dormir así te hacía falta desde hacía mucho —respondió él.
Llamaron a la puerta y Paula lo miró desconcertada. Él se limitó a encogerse de hombros.
—He pedido que nos traigan el desayuno, debes de estar muerta de hambre, ayer no cenaste.
Se fue a abrir la puerta mientras Paula se vestía y se recogía el pelo. Cuando salió del dormitorio un camarero empujaba un carrito lleno de bandejas.
—Gracias, Gerardo—Pedro le dió un billete, el camarero asintió y sonrió en dirección a Paula.
—¿Qué va a pensar el personal de todo esto?
—Ya has estado aquí.
—No así. No saliendo de tu dormitorio.
Pedro acercó el carrito a la mesa.
—No te preocupes. Estoy acostumbrado. Siempre se olvida.
Paula cerró la boca. Luca estaba acostumbrado a esas situaciones. Ella no.
—Siento lo de ayer. No debería haber vaciado mis preocupaciones en tí—se sentía obligada a disculparse.
De pronto hubo una sensación de incomodidad entre los dos. Quizá él se sentía molesto por conocer todos sus secretos. No podía culparlo por ello.
—Está bien. Es bueno lo que has hecho. Imagino que te sientes mejor por haberlo sacado. Lo comprendo, Paula, de verdad.
¿Por qué actuaba él de un modo tan distinto? La noche anterior le había agarrado la mano y ella le había contado sus más profundas preocupaciones. La había abrazado y ella había llorado. En ese momento... Dios, la estaba tratando como si fuera una de sus aventuras.
martes, 19 de junio de 2018
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 36
—¿Qué pasó ese día, Paula?
Su voz le dio valor. Después de lo que había hecho, contárselo era lo lógico, aunque difícil.
—Me marché de casa y me sentí dividida porque por un lado dejaba a mi madre, pero por otro me sentía segura. Mi madre me llamó y me dijo que iba a abandonarlo —se dió cuenta de que tenía los ojos resecos. Recordó la alegría que había sentido porque a lo mejor podían retomar su relación—. Yo le dije que podía ir a ayudarla, pero cuando llegué él se había adelantado. Había descubierto las maletas y cuando la ví estaba sangrando e inconsciente en el suelo con un brazo roto y una fractura de cráneo. Su ropa estaba tirada por todas partes hecha jirones.
—Dio mio —sólo fue capaz de decir Pedro.
—Sucede, Pedro, con mucha más frecuencia de la que debería —le puso la otra mano encima para tomar fuerzas—. Me encontró allí con el teléfono en la mano para llamar a la policía. Me lo quitó de la mano y me golpeó con él. Cuando me desperté, mi madre seguía inconsciente y yo tenía una conmoción, costillas rotas y lesiones internas donde él... —se le quebró la voz un poco—. Donde él me había dado patadas una y otra vez. Nos dejó allí, Pedro. Nos dejó para que muriéramos. Pero el cartero vió manchas de manos ensangrentadas en la puerta y en la barandilla de la escalera. Llamó a la policía y el resto es historia.
—Sólo que no es historia —le alzó la barbilla suavemente con un dedo—. Nada semejante desaparece por completo, no puede. Oh, Pau—se llevó las manos a los labios y las besó con los ojos cerrados.
Paula miró la ternura con la que la besaba. ¿De dónde había salido? ¿Por qué estaba allí, exactamente lo que necesitaba cuando lo necesitaba?
—Lo siento tanto... Nadie debería pasar jamás por algo así —le susurró en las yemas de los dedos.
Y entonces se inclinó hacia delante y la besó en los labios.Ella se entregó a su abrazo. Él era fuerte y creaba una barrera entre ella y el feo pasado. Cuando estaba con él era la Paula que siempre había querido ser, libre del dominio que Fernando había ejercido sobre ella durante años. El beso fue suave, tentador, dulce. No sabía que él pudiera ser tan dulce. Tampoco sabía que ella fuera capaz de amar, pero así era. Amaba a Pedro. Y no sabía qué hacer.
—Y ahora está fuera de la cárcel y tienes miedo de que venga por tí. ¿Y tu madre?
—Las autoridades me mantienen informada mientras este en condicional. Por supuesto pienso en ello y me pregunto si me odia por mandarlo a la cárcel. Pero tampoco me permito pensarlo mucho porque es paralizante. He pasado demasiados años mirando por encima del hombro. Y es de esas cosas a las que llegas a acostumbrarte.
—¿Y tu madre?
—No hablo con mi madre con frecuencia... parece haber un muro entre nosotras. Ni siquiera sé dónde vive. Yo... —carraspeó—. Una parte de mí aún se pregunta por qué permitió que aquello sucediera. Por qué se quedó con un hombre que la golpeaba. Que me golpeaba. ¿Por qué no intentó salir de ahí? —miró a Pedro—. ¿Qué clase de madre hace tanto daño a su propia hija? ¿Qué clase de madre no pone el bienestar de su hija por encima de todo? Hay veces que pienso en la casa que me gustaría, los hijos que podría tener algún día. ¿Los haría pasar por algo así? Sé que no podría. He tratado de entenderlo, pero no puedo. Lo único que se me ocurre es que estuviera demasiado asustada como para hacer nada.
—Yo tampoco lo sé —dijo Pedro—. Apenas recuerdo a mi madre.
—Dijiste que los había abandonado a Caro y a tí. Eso debió de ser duro.
—Sólo recuerdo la sensación de no importarle —Paula abrió mucho los ojos por el odio en su expresión—. Nos abandonó cuando yo era un niño. Mi padre nos crió a Caro y a mí —caminó hasta la ventana.
—Lo siento —murmuró—. Tuvo que ser horrible para tí. ¿Volvió a casarse tu padre?
—No tiene importancia —carraspeó—. Fue hace mucho tiempo. Y no es nada comparado con lo tuyo. Nada.
Hablaba con vehemencia y Paula supo que era para ocultar su dolor. Y por un momento se olvidó de ella misma y se preguntó por el niño que habría sido y cómo había sufrido. Quizá la cucharita de plata con que había nacido no había brillado tanto como ella había pensado. ¡Cómo deseó poderlo ayudar como él la había ayudado a ella!Se había enamorado de Pedro y eso le iba a romper el corazón. A Pedro le importaba, sí, lo sabía, pero ¿Amor? Por decisión propia, él no amaba. Tenía que dar un paso atrás. Desnudar sus almas era bueno, pero no era tan tonta como para pensar que tendría un final feliz. Pedro no vivía allí. No era de allí. Era de Italia y su lugar estaba allí con su familia y el imperio Alfonso y lo que estaba sucediendo entre ellos era un accidente en sus vidas. Necesario, quizá, pero pasajero. ¿Cómo iba a decirle lo que sentía de verdad?
Su voz le dio valor. Después de lo que había hecho, contárselo era lo lógico, aunque difícil.
—Me marché de casa y me sentí dividida porque por un lado dejaba a mi madre, pero por otro me sentía segura. Mi madre me llamó y me dijo que iba a abandonarlo —se dió cuenta de que tenía los ojos resecos. Recordó la alegría que había sentido porque a lo mejor podían retomar su relación—. Yo le dije que podía ir a ayudarla, pero cuando llegué él se había adelantado. Había descubierto las maletas y cuando la ví estaba sangrando e inconsciente en el suelo con un brazo roto y una fractura de cráneo. Su ropa estaba tirada por todas partes hecha jirones.
—Dio mio —sólo fue capaz de decir Pedro.
—Sucede, Pedro, con mucha más frecuencia de la que debería —le puso la otra mano encima para tomar fuerzas—. Me encontró allí con el teléfono en la mano para llamar a la policía. Me lo quitó de la mano y me golpeó con él. Cuando me desperté, mi madre seguía inconsciente y yo tenía una conmoción, costillas rotas y lesiones internas donde él... —se le quebró la voz un poco—. Donde él me había dado patadas una y otra vez. Nos dejó allí, Pedro. Nos dejó para que muriéramos. Pero el cartero vió manchas de manos ensangrentadas en la puerta y en la barandilla de la escalera. Llamó a la policía y el resto es historia.
—Sólo que no es historia —le alzó la barbilla suavemente con un dedo—. Nada semejante desaparece por completo, no puede. Oh, Pau—se llevó las manos a los labios y las besó con los ojos cerrados.
Paula miró la ternura con la que la besaba. ¿De dónde había salido? ¿Por qué estaba allí, exactamente lo que necesitaba cuando lo necesitaba?
—Lo siento tanto... Nadie debería pasar jamás por algo así —le susurró en las yemas de los dedos.
Y entonces se inclinó hacia delante y la besó en los labios.Ella se entregó a su abrazo. Él era fuerte y creaba una barrera entre ella y el feo pasado. Cuando estaba con él era la Paula que siempre había querido ser, libre del dominio que Fernando había ejercido sobre ella durante años. El beso fue suave, tentador, dulce. No sabía que él pudiera ser tan dulce. Tampoco sabía que ella fuera capaz de amar, pero así era. Amaba a Pedro. Y no sabía qué hacer.
—Y ahora está fuera de la cárcel y tienes miedo de que venga por tí. ¿Y tu madre?
—Las autoridades me mantienen informada mientras este en condicional. Por supuesto pienso en ello y me pregunto si me odia por mandarlo a la cárcel. Pero tampoco me permito pensarlo mucho porque es paralizante. He pasado demasiados años mirando por encima del hombro. Y es de esas cosas a las que llegas a acostumbrarte.
—¿Y tu madre?
—No hablo con mi madre con frecuencia... parece haber un muro entre nosotras. Ni siquiera sé dónde vive. Yo... —carraspeó—. Una parte de mí aún se pregunta por qué permitió que aquello sucediera. Por qué se quedó con un hombre que la golpeaba. Que me golpeaba. ¿Por qué no intentó salir de ahí? —miró a Pedro—. ¿Qué clase de madre hace tanto daño a su propia hija? ¿Qué clase de madre no pone el bienestar de su hija por encima de todo? Hay veces que pienso en la casa que me gustaría, los hijos que podría tener algún día. ¿Los haría pasar por algo así? Sé que no podría. He tratado de entenderlo, pero no puedo. Lo único que se me ocurre es que estuviera demasiado asustada como para hacer nada.
—Yo tampoco lo sé —dijo Pedro—. Apenas recuerdo a mi madre.
—Dijiste que los había abandonado a Caro y a tí. Eso debió de ser duro.
—Sólo recuerdo la sensación de no importarle —Paula abrió mucho los ojos por el odio en su expresión—. Nos abandonó cuando yo era un niño. Mi padre nos crió a Caro y a mí —caminó hasta la ventana.
—Lo siento —murmuró—. Tuvo que ser horrible para tí. ¿Volvió a casarse tu padre?
—No tiene importancia —carraspeó—. Fue hace mucho tiempo. Y no es nada comparado con lo tuyo. Nada.
Hablaba con vehemencia y Paula supo que era para ocultar su dolor. Y por un momento se olvidó de ella misma y se preguntó por el niño que habría sido y cómo había sufrido. Quizá la cucharita de plata con que había nacido no había brillado tanto como ella había pensado. ¡Cómo deseó poderlo ayudar como él la había ayudado a ella!Se había enamorado de Pedro y eso le iba a romper el corazón. A Pedro le importaba, sí, lo sabía, pero ¿Amor? Por decisión propia, él no amaba. Tenía que dar un paso atrás. Desnudar sus almas era bueno, pero no era tan tonta como para pensar que tendría un final feliz. Pedro no vivía allí. No era de allí. Era de Italia y su lugar estaba allí con su familia y el imperio Alfonso y lo que estaba sucediendo entre ellos era un accidente en sus vidas. Necesario, quizá, pero pasajero. ¿Cómo iba a decirle lo que sentía de verdad?
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 35
Pedro se sentó en el sofá al lado de ella, mirándola. Su cálida mano sujetaba la de ella y Paula se agarró a esa sensación de conexión para mantener el control. Una vez pronunciadas las palabras, todo parecía irreal. Como si no pudiera haber sucedido. Pero sí, había sucedido y él le acarició la mano en respuesta.Nunca hablaba de ese día. Jamás. Pero quizá en ese momento lo necesitaba. Esa tarde le había enseñado que esa vida no había quedado atrás como pensaba. Y la aterradora verdad era que Fernando estaba fuera de la prisión y saberlo había debilitado su barrera de protección más de lo que le gustaba admitir. Pedro era lo único que la sustentaba en ese momento.Lo miró a los ojos. La miraba tranquilo esperando que empezara, dándole el tiempo que necesitaba. Era un hombre en el que apoyarse. No el rico heredero de las revistas. Ese no era el Pedro real. El Pedro real estaba sentado a su lado y era un puerto seguro en la tormenta.Miró la sensual curva de sus labios y se sintió sorprendida de que un hombre así besase a una mujer como ella y más de una vez. Cosas así no sucedían. La vida real no era así. Desde luego, esas cosas no le sucedían a una chica corriente de Ontario, pero ahí estaba él, esperando. Sin prisa, sin discutir. Por primera vez en su vida deseaba abrirse a otro ser humano.
—Paula, no tienes que contármelo si es demasiado difícil. Está bien.
Paula se llevó su mano a la boca y la besó. Cerró los ojos. Cuando estaba con él, Fernando perdía su poder.
—Cuando tenía seis años, mi madre se casó con Fernando Langston —se concentró en el rostro de Pedro para mantener las imágenes alejadas—. Nunca conocí a mi padre auténtico. Ella me había criado sola hasta ese momento y me dijo que las cosas mejorarían, que tendríamos una familia nueva. Pero no resultó así.
—No fue el cuento de hadas que esperabas.
—El maltrato no empezó desde el principio, pero eso ahora no importa. Lo que importa es que cuando empezó creció deprisa y descontroladamente y nosotras estábamos aterrorizadas. Él tenía todo el control. Nos gobernaba por el miedo y era horrible. Esos años fueron...No pudo seguir.
Los recuerdos la inundaron y se le cerró la garganta. La imagen de ella paralizada en un rincón mientras él gritaba a su madre. La furia en su rostro mientras la golpeaba con los puños. Las muchas noches que había intentado defenderla sólo para recibir el mismo trato. Los años de mangas largas y maquillaje. El miedo a hablar y la sensación de culpabilidad al oír los golpes del otro lado de la pared, demasiado paralizada para hacer nada. El andar de puntillas siempre temerosa de decir algo inadecuado o hacer algo mal. Años esperando oír decir a su madre que aquello se había terminado, pero eso nunca sucedió.
Por primera vez, Paula olvidó todos los atestados policiales, la terapia, todas las formas en que se había dicho que había progresado y sencillamente lloró... lloró lagrimas frías y desoladoras. Pedro la rodeó con sus brazos cálidos, sólidos, seguros. Lloró por la infancia que había perdido, la culpa que aún sentía, el miedo que nunca acababa de desaparecer y el hecho de que, por fin, había llegado al punto en que podía llorar por todo.Luca lo había hecho posible. Por algún milagro la había empujado a vivir y le había mostrado la realidad. Después de unos minutos se recostó en el sillón y se secó los ojos. Pedro fue al cuarto de baño y volvió con una caja de pañuelos de papel. Le ofreció un par de ellos.
—Siento haber llorado encima de tí.
—Por favor, no te disculpes —se sentó en el borde de la mesita de café mirándola—. Sólo quiero asegurarme de que estás bien.
En ese momento sonó el teléfono y Pedro lo miró con el ceño fruncido.
—Atiéndelo —dijo Paula, pero Pedro sacudió la cabeza.
—Puede esperar.
El teléfono siguió sonando y él se levantó a atenderlo. Paula se sintió agotada. Sólo se había sentido así de agotada el día que tuvo que testificar en el juicio. Oyó a Pedro hablar por teléfono. Sus ojos seguían fijos en ella, que trataba de recolocarse el pelo.
—Lo siento, pero estoy con algo mucho más importante ahora mismo. Tendrás que ocuparte tú. Llamaré mañana —colgó el teléfono y volvió con ella, se sentó en la mesa y le agarró las manos—. Lo siento.
—Si tienes que irte, por mí está bien. Estoy bien.
—No estás bien. Y puede esperar. Ahora, mi prioridad eres tú.
Jamás, en toda su vida, nadie le había dicho algo así. Nadie la había puesto en primer lugar. Pero Pedro, el adicto al trabajo, había dejado lo que fuera que lo reclamaba. Se humedeció los labios.
—Hoy se me han olvidado todas las cosas que aprendí en la terapia y sólo he sentido el miedo, la responsabilidad. Si hubiera hecho otra cosa no habría sucedido... —tragó, le costaba seguir—. Oh, pensaba que ya lo había superado. He trabajado muchísimo y de pronto parecía como si no hubiese pasado todo ese tiempo. Y entonces has aparecido tú. Me he alegrado tanto de verte...
—Te había agarrado, no podía permitirlo —le acarició en una mejilla.
—En ese momento estaba atrapada, había retrocedido siete años. Ese día... —su voz casi se desvaneció un momento.
Todo estaba en el atestado policial. En su historial médico. Pero nunca se lo había contado a nadie a quien no estuviera pagando para ello.
—Paula, no tienes que contármelo si es demasiado difícil. Está bien.
Paula se llevó su mano a la boca y la besó. Cerró los ojos. Cuando estaba con él, Fernando perdía su poder.
—Cuando tenía seis años, mi madre se casó con Fernando Langston —se concentró en el rostro de Pedro para mantener las imágenes alejadas—. Nunca conocí a mi padre auténtico. Ella me había criado sola hasta ese momento y me dijo que las cosas mejorarían, que tendríamos una familia nueva. Pero no resultó así.
—No fue el cuento de hadas que esperabas.
—El maltrato no empezó desde el principio, pero eso ahora no importa. Lo que importa es que cuando empezó creció deprisa y descontroladamente y nosotras estábamos aterrorizadas. Él tenía todo el control. Nos gobernaba por el miedo y era horrible. Esos años fueron...No pudo seguir.
Los recuerdos la inundaron y se le cerró la garganta. La imagen de ella paralizada en un rincón mientras él gritaba a su madre. La furia en su rostro mientras la golpeaba con los puños. Las muchas noches que había intentado defenderla sólo para recibir el mismo trato. Los años de mangas largas y maquillaje. El miedo a hablar y la sensación de culpabilidad al oír los golpes del otro lado de la pared, demasiado paralizada para hacer nada. El andar de puntillas siempre temerosa de decir algo inadecuado o hacer algo mal. Años esperando oír decir a su madre que aquello se había terminado, pero eso nunca sucedió.
Por primera vez, Paula olvidó todos los atestados policiales, la terapia, todas las formas en que se había dicho que había progresado y sencillamente lloró... lloró lagrimas frías y desoladoras. Pedro la rodeó con sus brazos cálidos, sólidos, seguros. Lloró por la infancia que había perdido, la culpa que aún sentía, el miedo que nunca acababa de desaparecer y el hecho de que, por fin, había llegado al punto en que podía llorar por todo.Luca lo había hecho posible. Por algún milagro la había empujado a vivir y le había mostrado la realidad. Después de unos minutos se recostó en el sillón y se secó los ojos. Pedro fue al cuarto de baño y volvió con una caja de pañuelos de papel. Le ofreció un par de ellos.
—Siento haber llorado encima de tí.
—Por favor, no te disculpes —se sentó en el borde de la mesita de café mirándola—. Sólo quiero asegurarme de que estás bien.
En ese momento sonó el teléfono y Pedro lo miró con el ceño fruncido.
—Atiéndelo —dijo Paula, pero Pedro sacudió la cabeza.
—Puede esperar.
El teléfono siguió sonando y él se levantó a atenderlo. Paula se sintió agotada. Sólo se había sentido así de agotada el día que tuvo que testificar en el juicio. Oyó a Pedro hablar por teléfono. Sus ojos seguían fijos en ella, que trataba de recolocarse el pelo.
—Lo siento, pero estoy con algo mucho más importante ahora mismo. Tendrás que ocuparte tú. Llamaré mañana —colgó el teléfono y volvió con ella, se sentó en la mesa y le agarró las manos—. Lo siento.
—Si tienes que irte, por mí está bien. Estoy bien.
—No estás bien. Y puede esperar. Ahora, mi prioridad eres tú.
Jamás, en toda su vida, nadie le había dicho algo así. Nadie la había puesto en primer lugar. Pero Pedro, el adicto al trabajo, había dejado lo que fuera que lo reclamaba. Se humedeció los labios.
—Hoy se me han olvidado todas las cosas que aprendí en la terapia y sólo he sentido el miedo, la responsabilidad. Si hubiera hecho otra cosa no habría sucedido... —tragó, le costaba seguir—. Oh, pensaba que ya lo había superado. He trabajado muchísimo y de pronto parecía como si no hubiese pasado todo ese tiempo. Y entonces has aparecido tú. Me he alegrado tanto de verte...
—Te había agarrado, no podía permitirlo —le acarició en una mejilla.
—En ese momento estaba atrapada, había retrocedido siete años. Ese día... —su voz casi se desvaneció un momento.
Todo estaba en el atestado policial. En su historial médico. Pero nunca se lo había contado a nadie a quien no estuviera pagando para ello.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 34
—Y he tenido ganas cuando le he visto tocarte. Pero muchas veces hay mejores maneras de solucionar las cosas que con los puños. Ahora se ha marchado y no volverá. A ningún hotel Alfonso. Me aseguraré de ello.
No podía saber lo mucho que esas palabras significaban para ella. El calor de su cuerpo desapareció un momento y lo oyó trastear en el bar. Cuando volvió le puso un vaso de agua en la mano.
—Esto funcionará mejor que el brandy —sugirió tranquilo mientras ella agarraba el vaso.
Bebió un buen sorbo y se preguntó qué podía contarle para que entendiera. Que entendiera por qué había reaccionado así y lo mucho que significaba para ella tenerlo a su lado.
—Paula, ¿Había algo que pudieras hacer para contentar a Reilly?
—Magia para que la habitación Primrosesaliera de nuestra nueva zona de masajes. Pero debería haber encontrado algún modo. Hemos sido nosotros quienes le hemos causado las molestias. Tenía derecho a estar enfadado y...
—No te atrevas a excusarlo. Ni te atrevas, Paula. No hay ninguna excusa por la que un hombre pueda levantarle la mano a una mujer. Jamás.
En el momento en que Reilly le había agarrado el brazo había olvidado todo lo que había aprendido desde ese día hacía siete años. Se había olvidado de cómo estar bien y en lugar de eso se había sentido mal. Y Pedro tenía razón, estaba excusándolo. Eso lo había hecho muy bien. Se había echado la culpa a sí misma, a jugar al «si sólo...». Si hubiera sido más inteligente, más guapa, él se habría portado mejor. Si hubiera dicho algo diferente, o si no hubiera dicho nada... Si no lo hubiera mirado a los ojos, si hubiera cocido la pasta un poco más, si sólo, si sólo...Y durante unos segundos lo había creído de verdad. Si hubiera dicho otra cosa, quizá Reilly no la habría agarrado. Siete años de progresos tirados por la alcantarilla.
—Paula—se arrodilló delante de ella—. Corazón. He visto la cara que tenías cuando te ha agarrado. Estabas pálida. Esto ya te ha sucedido antes, ¿Verdad?
No lloraría, no lo haría. Afirmó con la cabeza tímidamente.
—Oh, Paula, lo siento muchísimo.
Ese amable y dulce Pedro estaba desmontando sus defensas completamente. Cada lugar que tocaban sus manos lo sentía caliente y tranquilo. Cada palabra que decía curaba algo dentro de ella. No quería su lástima. Quería su comprensión y... su amor. Era todo lo que siempre había querido y que no había conocido.
—Todo tiene sentido ahora —continuó él—. Ese día en el ático, todas esas veces que no querías ser tocada... ¿Quién fue, Paula? ¿Un ex marido?
Ella negó con la cabeza.
—Un novio entonces.
Volvió a sacudir la cabeza.
—No, nada de eso —podía confiar en Pedro, lo sabía en el fondo de su corazón—. Fue mi padrastro.
Pedro dijo algo en italiano que ella no entendió, pero cuyo significado era evidente.
—¿Te golpeaba?
—Sí. A mí... y a mi madre.
Pedro se levantó, se acercó al bar y se sirvió una copa. Volvió a su lado.
—¿Dónde está ahora?
Paula cruzó las manos sobre el regazo. Trató de no pensar en las palizas. En cómo Fernando se iba por ella después de haberse cansado de pegar a su madre.
—Estaba... estaba en la cárcel, pero ahora está fuera. Salió en libertad condicional el día antes de que tú y yo fuéramos... —se detuvo, respiró hondo—. El día del ático.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
Alzó la vista. No estaba enfadado con ella, estaba enfadado por ella. Listo para protegerla.
—Has dicho que está en libertad condicional. ¿Vendrá por tí? Maldita sea, Pau, ¡Podría haberte protegido! Deberías haberme dicho algo en lugar de pasar por esto tú sola.
—¿Qué te habría dicho?
—Si hubiera sabido que estabas asustada —dejó la copa—, si hubiera conocido la razón por la que no te gustaba el contacto, te juro, Pau, que no te habría presionado. No soy cruel.
—¿Y qué te habría dicho? ¿Hola, jefe nuevo, por favor no se lo tome a mal, no me gusta el contacto físico porque mi padrastro era un sádico que me golpeaba constantemente? Una bonita forma de romper el hielo, ¿No crees?
—Todas las veces que te he abrazado, las veces que te he sentido temblar... Dio, Pau, lo siento.
Pensó que él se merecía la verdad, al menos una parcial.
—No temblaba de miedo, Pedro. Contigo no. ¿No te das cuenta de cuánto significa para mí que me hayas defendido hoy? Nadie ha hecho algo así por mí antes. Yo... yo... —se interrumpió. No podía decirle cómo se sentía, era algo demasiado nuevo—. Por favor, no pienses nunca que he tenido miedo de tí. Nunca me he sentido en peligro físico.
«Sólo en peligro por lo que siento por tí», pensó. Ésa era la parte que no podía contarle. Era lo único que no podía permitirse. Había sabido desde el principio que entre los dos nunca habría nada serio. Era Pedro Alfonso, con residencia en Florencia, heredero de un imperio. Eran de mundos diferentes. No podía enterarse de que cada día que pasaba se enamoraba más de él. ¿Qué iba a hacer con esos sentimientos? No se sentía preparada para manejarlos, mucho menos para compartirlos.
—¿Tienes miedo de tu padrastro ahora? ¿Qué pasa con tu madre? ¿Dónde está?
No estaba segura de cuánto contarle. Era una larga historia. No dijo nada y habló él.
—Perdona, me estoy entrometiendo. No quieres hablar de ello y lo respeto.
—No —se levantó del sofá—. No trato de excluirte,Pedro, tienes que comprenderlo. Aquí nadie sabe nada de esto, empecé una nueva vida, la levanté desde las ruinas. Y pensaba que la había dejado atrás. Hice una terapia. Pensaba que estaba bien, pero me he dado cuenta de que no puedo dejarla atrás, Reilly me lo ha demostrado. Y justo ahora... —lo necesitaba. A Pedro, complicado, arrogante y temporal—. Justo ahora eres el único que me puede ayudar a no perderla. Hoy ha vuelto todo. Te... te necesito, Pedro.
Esperó que él huyera gritando, pero le tendió la mano, ella la agarró y él dijo:
—Cuéntame.
—Fernando Langston ha pasado siete años en la cárcel por haber intentado asesinar a mi madre... y a mí.
No podía saber lo mucho que esas palabras significaban para ella. El calor de su cuerpo desapareció un momento y lo oyó trastear en el bar. Cuando volvió le puso un vaso de agua en la mano.
—Esto funcionará mejor que el brandy —sugirió tranquilo mientras ella agarraba el vaso.
Bebió un buen sorbo y se preguntó qué podía contarle para que entendiera. Que entendiera por qué había reaccionado así y lo mucho que significaba para ella tenerlo a su lado.
—Paula, ¿Había algo que pudieras hacer para contentar a Reilly?
—Magia para que la habitación Primrosesaliera de nuestra nueva zona de masajes. Pero debería haber encontrado algún modo. Hemos sido nosotros quienes le hemos causado las molestias. Tenía derecho a estar enfadado y...
—No te atrevas a excusarlo. Ni te atrevas, Paula. No hay ninguna excusa por la que un hombre pueda levantarle la mano a una mujer. Jamás.
En el momento en que Reilly le había agarrado el brazo había olvidado todo lo que había aprendido desde ese día hacía siete años. Se había olvidado de cómo estar bien y en lugar de eso se había sentido mal. Y Pedro tenía razón, estaba excusándolo. Eso lo había hecho muy bien. Se había echado la culpa a sí misma, a jugar al «si sólo...». Si hubiera sido más inteligente, más guapa, él se habría portado mejor. Si hubiera dicho algo diferente, o si no hubiera dicho nada... Si no lo hubiera mirado a los ojos, si hubiera cocido la pasta un poco más, si sólo, si sólo...Y durante unos segundos lo había creído de verdad. Si hubiera dicho otra cosa, quizá Reilly no la habría agarrado. Siete años de progresos tirados por la alcantarilla.
—Paula—se arrodilló delante de ella—. Corazón. He visto la cara que tenías cuando te ha agarrado. Estabas pálida. Esto ya te ha sucedido antes, ¿Verdad?
No lloraría, no lo haría. Afirmó con la cabeza tímidamente.
—Oh, Paula, lo siento muchísimo.
Ese amable y dulce Pedro estaba desmontando sus defensas completamente. Cada lugar que tocaban sus manos lo sentía caliente y tranquilo. Cada palabra que decía curaba algo dentro de ella. No quería su lástima. Quería su comprensión y... su amor. Era todo lo que siempre había querido y que no había conocido.
—Todo tiene sentido ahora —continuó él—. Ese día en el ático, todas esas veces que no querías ser tocada... ¿Quién fue, Paula? ¿Un ex marido?
Ella negó con la cabeza.
—Un novio entonces.
Volvió a sacudir la cabeza.
—No, nada de eso —podía confiar en Pedro, lo sabía en el fondo de su corazón—. Fue mi padrastro.
Pedro dijo algo en italiano que ella no entendió, pero cuyo significado era evidente.
—¿Te golpeaba?
—Sí. A mí... y a mi madre.
Pedro se levantó, se acercó al bar y se sirvió una copa. Volvió a su lado.
—¿Dónde está ahora?
Paula cruzó las manos sobre el regazo. Trató de no pensar en las palizas. En cómo Fernando se iba por ella después de haberse cansado de pegar a su madre.
—Estaba... estaba en la cárcel, pero ahora está fuera. Salió en libertad condicional el día antes de que tú y yo fuéramos... —se detuvo, respiró hondo—. El día del ático.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
Alzó la vista. No estaba enfadado con ella, estaba enfadado por ella. Listo para protegerla.
—Has dicho que está en libertad condicional. ¿Vendrá por tí? Maldita sea, Pau, ¡Podría haberte protegido! Deberías haberme dicho algo en lugar de pasar por esto tú sola.
—¿Qué te habría dicho?
—Si hubiera sabido que estabas asustada —dejó la copa—, si hubiera conocido la razón por la que no te gustaba el contacto, te juro, Pau, que no te habría presionado. No soy cruel.
—¿Y qué te habría dicho? ¿Hola, jefe nuevo, por favor no se lo tome a mal, no me gusta el contacto físico porque mi padrastro era un sádico que me golpeaba constantemente? Una bonita forma de romper el hielo, ¿No crees?
—Todas las veces que te he abrazado, las veces que te he sentido temblar... Dio, Pau, lo siento.
Pensó que él se merecía la verdad, al menos una parcial.
—No temblaba de miedo, Pedro. Contigo no. ¿No te das cuenta de cuánto significa para mí que me hayas defendido hoy? Nadie ha hecho algo así por mí antes. Yo... yo... —se interrumpió. No podía decirle cómo se sentía, era algo demasiado nuevo—. Por favor, no pienses nunca que he tenido miedo de tí. Nunca me he sentido en peligro físico.
«Sólo en peligro por lo que siento por tí», pensó. Ésa era la parte que no podía contarle. Era lo único que no podía permitirse. Había sabido desde el principio que entre los dos nunca habría nada serio. Era Pedro Alfonso, con residencia en Florencia, heredero de un imperio. Eran de mundos diferentes. No podía enterarse de que cada día que pasaba se enamoraba más de él. ¿Qué iba a hacer con esos sentimientos? No se sentía preparada para manejarlos, mucho menos para compartirlos.
—¿Tienes miedo de tu padrastro ahora? ¿Qué pasa con tu madre? ¿Dónde está?
No estaba segura de cuánto contarle. Era una larga historia. No dijo nada y habló él.
—Perdona, me estoy entrometiendo. No quieres hablar de ello y lo respeto.
—No —se levantó del sofá—. No trato de excluirte,Pedro, tienes que comprenderlo. Aquí nadie sabe nada de esto, empecé una nueva vida, la levanté desde las ruinas. Y pensaba que la había dejado atrás. Hice una terapia. Pensaba que estaba bien, pero me he dado cuenta de que no puedo dejarla atrás, Reilly me lo ha demostrado. Y justo ahora... —lo necesitaba. A Pedro, complicado, arrogante y temporal—. Justo ahora eres el único que me puede ayudar a no perderla. Hoy ha vuelto todo. Te... te necesito, Pedro.
Esperó que él huyera gritando, pero le tendió la mano, ella la agarró y él dijo:
—Cuéntame.
—Fernando Langston ha pasado siete años en la cárcel por haber intentado asesinar a mi madre... y a mí.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 33
Pedro vió la mirada de Paula fija en el suelo. Seguía asustada. Recordó un instante su vibración, su risa la noche que habían bailado juntos. Ningún hombre, cliente o no, tenía derecho a amedrentarla. A usar la fuerza contra ella.
—Acabo de darme cuenta, señor Reilly. Lo sentimos muchísimo, pero el Cascade no tiene ninguna habitación vacía en este momento. Estoy seguro de que podrá encontrar alojamiento en cualquiera de los estupendos establecimientos de Banff. Por favor, salga de aquí.
—¡Y un cuerno! ¡Voy a hacer que en las oficinas centrales se enteren de esto!
Su intento de resolver la situación había fallado y Pedro sabía que no podía tener a alguien así alojado en el hotel. Esa situación tenía que terminar ya. Si hacía algo así en un vestíbulo, ¿Qué podría hacer en una habitación con una camarera? Tenía la obligación de proteger a su personal. Un deber con Paula.
—Por favor, hágalo. Estoy seguro de que mi asistente enviará su queja con la máxima celeridad.
—Hijo de...
Pedro lo interrumpió. Cualquier pretensión de ser amigable había desaparecido.
—Estoy seguro de que las autoridades locales estarán encantadas de proporcionarle transporte si no dispone del suyo propio —hizo un gesto con los dedos sobre la pierna sabiendo que dos personas de seguridad del hotel se presentarían en segundos. Habría preferido no tener que recurrir a la policía, pero todo tenía un límite.
Reilly cuadró los hombros, recogió su maleta del suelo y salió del vestíbulo jurando. Paula lo miró con el rostro aún demudado.
—Lo siento, Pedro. No sabía que...
—No te disculpes. Ven conmigo.
Lo siguió.
—¿Adónde vamos?
—A mi suite para que puedas recomponerte.
Él abrió la puerta y ella entró delante. Se acercó al minibar y sirvió un poco de brandy. Se lo dió.
—Bébete esto. Te devolverá el color a las mejillas.
Paula bebió un sorbo que le ardió en la garganta. Pedro estaba enfadado. Ella había manejado todo mal y estaba enfadado con ella. Al menos, iba a tener el detalle de decírselo en privado.
—Pedro, lo siento —bebió otro sorbo y le devolvió la copa.
—¿Sientes qué?
—Es mi trabajo manejar a los clientes y hoy no he sabido hacerlo.
—Por Dios, ¡no te disculpes por la conducta de ese animal!
Mari dió un paso atrás por el estallido.Él temperó su tono por la reacción.
—Yo soy quien lo siente, Paula. Cuando he visto que te agarraba... parecía como si te fueras a desmayar.
—¿No estás enfadado conmigo?
—No, cariño —se acercó y la rodeó con los brazos—. No estoy enfadado.
Sintió que las lágrimas le inundaban los ojos mientras los cerraba.
—Lo he visto tocarte y me han dado ganas de agarrarlo del cuello y sacarlo a la calle —le dijo al oído—. Pero ése no es el estilo Alfonso. Al menos, no el de los hoteles. Alfonso es clase y elegancia, no peleas en el vestíbulo. Aunque se lo mereciera.
—Me alegro de que no lo hicieras. Yo... odio la violencia. Pero tenía miedo, Pedro. Mucho miedo.
—Me he dado cuenta y he tenido que contenerme.
Salió de entre sus brazos.
—Puedes pensar que has sido amable, pero he visto la mirada furiosa en tus ojos. Oh, Pedro, me he alegrado tanto de verte... Sabía que no permitirías que me pasase nada.
—No dejaré que te hagan daño —le pasó un dedo por la mejilla.
—Pero sé que hombres como Reilly pueden hacerlo —empezó a temblar.
Paula sintió los temblores en su interior y fue incapaz de controlarlos. Se quedó fría y de repente no podía respirar.
—¡Porco mondo!
Apenas registró la exclamación de Pedro mientras él le agarraba los brazos y la llevaba hasta el sofá. Le dijo algo en italiano. La respiración se le aceleró y empezó a ver puntos grises.
—¡Maldita sea! ¡Pau, pon la cabeza entre las piernas! —ordenó mientras le empujaba la cabeza. Ella cerró los ojos—. Respira, cariño —su voz se volvió suave y ella se concentró en respirar.
Reilly se había ido. Fernando se había ido. Nadie le haría daño.Si se lo repetía muchas veces, quizá llegara a creerlo.En unos minutos recuperó el control. Las sacudidas la habían atacado tan rápido y fuerte que no le había dada tiempo a prepararse. Las había sufrido con frecuencia hacía tiempo. había bajado la guardia desde que pasaba los días con Pedro. Estaba a salvo con él. Se ocupaba de ella y saberlo le hacía sentir ganas de echarse a llorar. Siempre había estado sola. Esa vez no, estaba Pedro.
—Pensaba que ibas a pegarle —murmuró abrazada a las rodillas.
—Acabo de darme cuenta, señor Reilly. Lo sentimos muchísimo, pero el Cascade no tiene ninguna habitación vacía en este momento. Estoy seguro de que podrá encontrar alojamiento en cualquiera de los estupendos establecimientos de Banff. Por favor, salga de aquí.
—¡Y un cuerno! ¡Voy a hacer que en las oficinas centrales se enteren de esto!
Su intento de resolver la situación había fallado y Pedro sabía que no podía tener a alguien así alojado en el hotel. Esa situación tenía que terminar ya. Si hacía algo así en un vestíbulo, ¿Qué podría hacer en una habitación con una camarera? Tenía la obligación de proteger a su personal. Un deber con Paula.
—Por favor, hágalo. Estoy seguro de que mi asistente enviará su queja con la máxima celeridad.
—Hijo de...
Pedro lo interrumpió. Cualquier pretensión de ser amigable había desaparecido.
—Estoy seguro de que las autoridades locales estarán encantadas de proporcionarle transporte si no dispone del suyo propio —hizo un gesto con los dedos sobre la pierna sabiendo que dos personas de seguridad del hotel se presentarían en segundos. Habría preferido no tener que recurrir a la policía, pero todo tenía un límite.
Reilly cuadró los hombros, recogió su maleta del suelo y salió del vestíbulo jurando. Paula lo miró con el rostro aún demudado.
—Lo siento, Pedro. No sabía que...
—No te disculpes. Ven conmigo.
Lo siguió.
—¿Adónde vamos?
—A mi suite para que puedas recomponerte.
Él abrió la puerta y ella entró delante. Se acercó al minibar y sirvió un poco de brandy. Se lo dió.
—Bébete esto. Te devolverá el color a las mejillas.
Paula bebió un sorbo que le ardió en la garganta. Pedro estaba enfadado. Ella había manejado todo mal y estaba enfadado con ella. Al menos, iba a tener el detalle de decírselo en privado.
—Pedro, lo siento —bebió otro sorbo y le devolvió la copa.
—¿Sientes qué?
—Es mi trabajo manejar a los clientes y hoy no he sabido hacerlo.
—Por Dios, ¡no te disculpes por la conducta de ese animal!
Mari dió un paso atrás por el estallido.Él temperó su tono por la reacción.
—Yo soy quien lo siente, Paula. Cuando he visto que te agarraba... parecía como si te fueras a desmayar.
—¿No estás enfadado conmigo?
—No, cariño —se acercó y la rodeó con los brazos—. No estoy enfadado.
Sintió que las lágrimas le inundaban los ojos mientras los cerraba.
—Lo he visto tocarte y me han dado ganas de agarrarlo del cuello y sacarlo a la calle —le dijo al oído—. Pero ése no es el estilo Alfonso. Al menos, no el de los hoteles. Alfonso es clase y elegancia, no peleas en el vestíbulo. Aunque se lo mereciera.
—Me alegro de que no lo hicieras. Yo... odio la violencia. Pero tenía miedo, Pedro. Mucho miedo.
—Me he dado cuenta y he tenido que contenerme.
Salió de entre sus brazos.
—Puedes pensar que has sido amable, pero he visto la mirada furiosa en tus ojos. Oh, Pedro, me he alegrado tanto de verte... Sabía que no permitirías que me pasase nada.
—No dejaré que te hagan daño —le pasó un dedo por la mejilla.
—Pero sé que hombres como Reilly pueden hacerlo —empezó a temblar.
Paula sintió los temblores en su interior y fue incapaz de controlarlos. Se quedó fría y de repente no podía respirar.
—¡Porco mondo!
Apenas registró la exclamación de Pedro mientras él le agarraba los brazos y la llevaba hasta el sofá. Le dijo algo en italiano. La respiración se le aceleró y empezó a ver puntos grises.
—¡Maldita sea! ¡Pau, pon la cabeza entre las piernas! —ordenó mientras le empujaba la cabeza. Ella cerró los ojos—. Respira, cariño —su voz se volvió suave y ella se concentró en respirar.
Reilly se había ido. Fernando se había ido. Nadie le haría daño.Si se lo repetía muchas veces, quizá llegara a creerlo.En unos minutos recuperó el control. Las sacudidas la habían atacado tan rápido y fuerte que no le había dada tiempo a prepararse. Las había sufrido con frecuencia hacía tiempo. había bajado la guardia desde que pasaba los días con Pedro. Estaba a salvo con él. Se ocupaba de ella y saberlo le hacía sentir ganas de echarse a llorar. Siempre había estado sola. Esa vez no, estaba Pedro.
—Pensaba que ibas a pegarle —murmuró abrazada a las rodillas.
martes, 12 de junio de 2018
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 32
—Le estaba diciendo —dijo el señor Reilly sin apaciguarse—, que ese arreglo es completamente inaceptable.
Paula apretó los dientes. El hombre le había dado la espalda a Macarena de un modo grosero. Era trabajo suyo suavizar a los clientes ásperos.
—Soy la directora, quizá pueda servir de ayuda. ¿Qué habitación había reservado?
—La Primrose —dijo Macarena por encima del hombro del cliente.
La Primroseera una de sus mejores habitaciones, pero no existía en ese momento.
—Me temo que la habitación que reservó está siendo sometida a una profunda reforma. Para compensarlo, señor Reilly, podemos acomodarlo en una suite de ejecutivo de la tercera plata sin coste adicional. Estoy segura de que encontrará la habitación muy satisfactoria. Es mucho más grande...
—Reservé esa habitación hace tres meses y ocuparé esa habitación —la interrumpió cortante—. No quiero una suite, quiero la Primrose.
Paula respiró hondo. Todo en Reilly hacía de detonador en ella: su grosería, su tono autoritario, el modo beligerante de hablar...
—Lo siento, pero es imposible, esa habitación es parte del proceso de modernización —sonrió apelando a su sentido común—. En este momento está llena de tablas y herramientas. Como directora le presento mis disculpas y estaremos encantados de ofrecerle otra habitación con desayuno incluido. Se lo aseguro, señor Reilly, nuestras suites de ejecutivo son impresionantes —su voz sonaba cálida y confiada, pero por dentro temblaba.
Trató de recordar los ejercicios que le habían enseñado en la terapia. Iban en contra de todo lo que había aprendido de pequeña. Miró por encima del hombre a Macarena.
—¿Te ocupas de todo, Macarena?
—Sí, señorita Chaves.
Paula sonrió y se alejó un par de pasos.
—Si cree que eso es bastante, se equivoca, señoritinga ¡No se marche así!
Una pesada mano la agarró de la muñeca haciéndole daño. Paula gritó y se encogió de miedo antes de poder pensar. Cerró los ojos esperando lo que vendría después. El sonido del gemido de conmoción de Macarena vibró dentro de ella. Se tranquilizó. Sólo era peor cuando mostraba dolor o temor.
—¿Hay algún problema?
Paula alzó la vista, vió a Pedro y deseó echarse a llorar de agradecimiento. Pedro tenía los ojos sombríos de furia y miró como un ángel vengador al hombre que la agarraba. No se había alegrado más en toda su vida de ver a alguien.
—Nada que no pueda manejar —dijo el hombre desdeñoso dando un tirón de la muñeca.
Paula no pudo reprimir un gesto de dolor y al instante, un músculo se tensó en la mandíbula de Pedro.
—Le sugiero enérgicamente que suelte el brazo de la dama —dijo las palabras con suavidad, pero en un tono de una dureza innegable.
Como Reilly no la soltó de inmediato, añadió—: Mientras aún pueda.
—Sólo hemos tenido un pequeño desacuerdo —respondió el hombre, decepcionado por tener que soltar a Paula.
Una vez libre, Paula se frotó la muñeca con la otra mano. Sabía que debería decir algo, pero las palabras no le salían. Se quedó muda mirando a Pedro.
—¿Estás bien, Pau? —preguntó Pedro dejando de mirar un momento al hombre.
Parecía sinceramente preocupado. Pedro jamás permitiría que le sucediese nada. Ella asintió y respiró hondo para calmarse. Lo único que deseaba era que Reilly desapareciera.
—Quizá yo pueda ayudarlo —sugirió Pedro, tenso y con tono envenenado.
Paula contuvo la respiración con la esperanza de que Pedro no recurriera a la violencia. Provocar una escena era lo que deseaba ese hombre, conocía a los de su clase, los que querían provocar peleas, quienes pensaban que la fuerza física lo resolvía todo.
—¿Y quién es usted?
—Pedro Alfonso, dueño del hotel.
—Señor Alfonso—dijo Reilly con una repentina sonrisa—, creo que quizá debería enseñar a su personal el principio de que el cliente siempre tiene la razón. Reservé la habitación Primrose hace meses y ahora me mandan a una del tercer piso.
Paula habló por primera vez. Alzó la barbilla y deseó que la voz no le saliera temblorosa.
—He cambiado al señor Reilly a una suite del tercer piso.
—El Alfonso Cascade siente mucho las molestias, como estoy seguro de que le habrá dejado claro nuestra directora, la señorita Chaves—Reilly abrió la boca para decir algo, pero Pedro no le dejó—. Sin embargo, no toleramos los abusos de ninguna clase con nuestro personal. Ella le había reservado generosamente una de nuestras suites más exclusivas que estoy seguro de que encontrará más que satisfactoria.
—Le aseguro que no —miró a Paula.
Paula bajó la vista. No quería desafiarlo de ningún modo. Pedro le iba permitir quedarse. Era lo más inteligente desde el punto de vista del negocio, pero no pudo evitar sentirse decepcionada. No quiso levantar la vista. Si él tenía que pensar que había ganado, estaba bien. Era mejor que la alternativa.
Paula apretó los dientes. El hombre le había dado la espalda a Macarena de un modo grosero. Era trabajo suyo suavizar a los clientes ásperos.
—Soy la directora, quizá pueda servir de ayuda. ¿Qué habitación había reservado?
—La Primrose —dijo Macarena por encima del hombro del cliente.
La Primroseera una de sus mejores habitaciones, pero no existía en ese momento.
—Me temo que la habitación que reservó está siendo sometida a una profunda reforma. Para compensarlo, señor Reilly, podemos acomodarlo en una suite de ejecutivo de la tercera plata sin coste adicional. Estoy segura de que encontrará la habitación muy satisfactoria. Es mucho más grande...
—Reservé esa habitación hace tres meses y ocuparé esa habitación —la interrumpió cortante—. No quiero una suite, quiero la Primrose.
Paula respiró hondo. Todo en Reilly hacía de detonador en ella: su grosería, su tono autoritario, el modo beligerante de hablar...
—Lo siento, pero es imposible, esa habitación es parte del proceso de modernización —sonrió apelando a su sentido común—. En este momento está llena de tablas y herramientas. Como directora le presento mis disculpas y estaremos encantados de ofrecerle otra habitación con desayuno incluido. Se lo aseguro, señor Reilly, nuestras suites de ejecutivo son impresionantes —su voz sonaba cálida y confiada, pero por dentro temblaba.
Trató de recordar los ejercicios que le habían enseñado en la terapia. Iban en contra de todo lo que había aprendido de pequeña. Miró por encima del hombre a Macarena.
—¿Te ocupas de todo, Macarena?
—Sí, señorita Chaves.
Paula sonrió y se alejó un par de pasos.
—Si cree que eso es bastante, se equivoca, señoritinga ¡No se marche así!
Una pesada mano la agarró de la muñeca haciéndole daño. Paula gritó y se encogió de miedo antes de poder pensar. Cerró los ojos esperando lo que vendría después. El sonido del gemido de conmoción de Macarena vibró dentro de ella. Se tranquilizó. Sólo era peor cuando mostraba dolor o temor.
—¿Hay algún problema?
Paula alzó la vista, vió a Pedro y deseó echarse a llorar de agradecimiento. Pedro tenía los ojos sombríos de furia y miró como un ángel vengador al hombre que la agarraba. No se había alegrado más en toda su vida de ver a alguien.
—Nada que no pueda manejar —dijo el hombre desdeñoso dando un tirón de la muñeca.
Paula no pudo reprimir un gesto de dolor y al instante, un músculo se tensó en la mandíbula de Pedro.
—Le sugiero enérgicamente que suelte el brazo de la dama —dijo las palabras con suavidad, pero en un tono de una dureza innegable.
Como Reilly no la soltó de inmediato, añadió—: Mientras aún pueda.
—Sólo hemos tenido un pequeño desacuerdo —respondió el hombre, decepcionado por tener que soltar a Paula.
Una vez libre, Paula se frotó la muñeca con la otra mano. Sabía que debería decir algo, pero las palabras no le salían. Se quedó muda mirando a Pedro.
—¿Estás bien, Pau? —preguntó Pedro dejando de mirar un momento al hombre.
Parecía sinceramente preocupado. Pedro jamás permitiría que le sucediese nada. Ella asintió y respiró hondo para calmarse. Lo único que deseaba era que Reilly desapareciera.
—Quizá yo pueda ayudarlo —sugirió Pedro, tenso y con tono envenenado.
Paula contuvo la respiración con la esperanza de que Pedro no recurriera a la violencia. Provocar una escena era lo que deseaba ese hombre, conocía a los de su clase, los que querían provocar peleas, quienes pensaban que la fuerza física lo resolvía todo.
—¿Y quién es usted?
—Pedro Alfonso, dueño del hotel.
—Señor Alfonso—dijo Reilly con una repentina sonrisa—, creo que quizá debería enseñar a su personal el principio de que el cliente siempre tiene la razón. Reservé la habitación Primrose hace meses y ahora me mandan a una del tercer piso.
Paula habló por primera vez. Alzó la barbilla y deseó que la voz no le saliera temblorosa.
—He cambiado al señor Reilly a una suite del tercer piso.
—El Alfonso Cascade siente mucho las molestias, como estoy seguro de que le habrá dejado claro nuestra directora, la señorita Chaves—Reilly abrió la boca para decir algo, pero Pedro no le dejó—. Sin embargo, no toleramos los abusos de ninguna clase con nuestro personal. Ella le había reservado generosamente una de nuestras suites más exclusivas que estoy seguro de que encontrará más que satisfactoria.
—Le aseguro que no —miró a Paula.
Paula bajó la vista. No quería desafiarlo de ningún modo. Pedro le iba permitir quedarse. Era lo más inteligente desde el punto de vista del negocio, pero no pudo evitar sentirse decepcionada. No quiso levantar la vista. Si él tenía que pensar que había ganado, estaba bien. Era mejor que la alternativa.
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