jueves, 28 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 44

No  había  habido  oportunidad  de  hablar  en  privado.  Con  Pedro a  punto  de  marcharse, la mañana había estado completamente llena de reuniones. Paula lo miró al  otro  lado  de  la  mesa.  Ya  sentía  su  pérdida  y  no  sabía  cómo  se  las  iba  a  arreglar  cuando se hubiera ido. Y no tenía ninguna confianza en que consiguiera convencerlo de que se quedara. Algo había cambiado. El sonido de su voz mientras hablaba con el contratista la llenaba  y  al  mismo  tiempo  acentuaba  su  vacío.  Jamás,  en  los  siete  años  que  habían  pasado  desde  que  había  sufrido  el  ataque,  había  bajado  tanto  la  guardia.  Se  había  acostumbrado  tanto  a  reaccionar  a  las  cosas  que  no  sabía  cómo  tomar  el  control  y  actuar.  Y  aunque  él  pensaba  que  darle  el  control  del  Cascade  era  lo  que  ella  quería,  no estaba más lejos de la realidad. Un mes antes lo habría aceptado gustosa, pero en ese momento no significaba nada, no sin él.Pero  no  era  eso  lo  que  habían  acordado  y  había  pasado  la  mayor  parte  de  la  mañana  buscando  desesperadamente  un  momento  para  hablar  con  él  en  privado  y  decirle que había cambiado.

Pedro dió  por  concluida  la  reunión  y  estrechó  la  mano  del  contratista.  Paula sonrió  y  le  tendió  la  mano  también,  sabiendo  que  ella  sería  quien  se  haría  cargo  desde ese momento. Estaba contenta de que él confiara en ella. Nadie había tenido tanta  fe  en  ella.  Pero,  ¿A  qué  precio?  Quería  todo.  Lo  último  que  quería  era  volver  a  su antigua vida, ya no tenía color. La  puerta  de  la  sala  de  reuniones  acababa  de  cerrarse  y  Paula se  dió  la  vuelta  para  decir  algo,  aunque  no  sabía  qué.  Se  alisó  la  blusa.  ¿Debería  invitarlo  a  comer?  ¿Sugerir otra cosa? Tenía un nudo en el estómago.

—Con esto terminamos, ¿No? —dijo él.

Paula cerró los ojos, preguntándose si podría articular algún sonido.

—Sí, es la guinda del pastel —dijo, tratando de poner energía en su voz.

—Pau, yo...

—Pedro, sería...

Hablaron los dos a la vez y luego se quedaron en silencio. Él hizo un gesto con la mano para que empezara ella.

—Me preguntaba si te gustaría comer algo antes de salir para el aeropuerto.

—¿Crees que es buena idea?

Paula negó con la cabeza. ¿Se sentiría mejor o peor con eso?

—Seguramente no, pero estoy harta de las buenas ideas.

No dejó de mirarlo, no podía. Quería recordar cómo estaba con su traje italiano, recordar el sonido de su voz, el aroma de su colonia. Desde  el  momento  en  que  había  aparecido  y  la  había  defendido,  algo  había  pasado.  Quizá  fuera  una  tontería,  pero  se  sentía parte  de  una  unidad.  Con  él  a  su  lado  Fernando no  podría  hacerle  daño.  Lo  amaba  por  eso.  Lo  amaba  por  darle  seguridad y libertad. Se  iba  y  no  quería  aceptarlo.  Ya  no  necesitaba  su  protección.  Fernando había  muerto. Y quería a Pedro más que nunca.

—Paula—se apoyó en la mesa de juntas y cruzó los brazos—. Pau, si hacemos esto, no cambiará nada. Me seguiré marchando.

—No.

—¿No  qué?  —parecía  confuso  y  descruzó  los  brazos—.  ¿No  me  vas  a  decir  adiós? ¿Me dejarás ir sin decirme una palabra?

—No te vayas.

—Estarás bien aquí, no me necesitas.

Paula negó con la cabeza. Maldición, iba a abrir la puerta y a marcharse.

—Te necesito. Más de lo que crees. Fernando...

—¿Fernando qué? ¿Se ha puesto en contacto contigo? —la agarró del codo—. ¿Está tratando de encontrarte? Te juro, Paula que si...

—¡No, no! Por supuesto que no, Pedro. Fernando ha muerto.

Pedro le soltó el brazo y la miró aturdido. Ella se echó a reír por su expresión.

—Lo siento, pero deberías ver la cara que has puesto.

—¿Qué ha pasado?

—Un accidente de coche. Abrí la carta anoche al llegar a casa.

Pedro se acercó y la abrazó, sorprendiéndola con la fuerza del abrazo.

—Me  alegro.  Bueno,  eso  suena  horrible,  ¿No?  Pero  me  preocupabas.  Le  había  dicho a Guillermo...

—¿Qué le has dicho a Guillermo? —salió de entre sus brazos.

Guillermo era el jefe de seguridad que había contratado ella hacía dos años.

—Le dije que te echara un ojo. Para asegurarme de que estabas protegida.

—¿Y por qué te importa eso?

—¿Cómo  puedes  preguntarme  algo  así?  —casi  explotó,  giró  sobre  sí  mismo  y  volvió a la mesa.

—Eso  es  lo  que  te  estoy  preguntando  —sonrió  apoyada  en  la  mesa—.  ¿Qué  te  importa a tí mi protección?

—Porque yo... yo... —tartamudeó y frunció el ceño—. Ya sabes por qué.

Oh, su Pedro. La había ayudado más en unas semanas que meses de terapia. No sabía  si  alguna  vez  sabría  explicarle  lo  mucho  que  había  significado  para  ella.  No  podía  dejarlo  marchar  sin  luchar,  así  que  por  primera  vez  en  su  vida  dejó  de  ocultarse en la sombra y dio un paso adelante.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 43

La  casa  estaba  a  oscuras  cuando  Paula entró.  En  esas  ocasiones  el  corazón  siempre le latía más deprisa. No importaba cuántas veces se dijera que todo era cosa del pasado, sabía que no era así. Siempre había un resto de temor acechando tras las puertas  cerradas.  En  cuanto  entró,  encendió  la  luz  de  la  cocina  y  eso  alivió  parte  de  su  ansiedad.  Pedro se  marchaba.  Todo  el  caos  de  las  últimas  semanas  se  terminaría,  como si jamás hubiera sucedido. Volvería a su vida. Eso era lo que había querido. Sin prestarle mucha atención, recorrió con los dedos el correo que había dejado antes  sobre  la  mesa,  ansiosa  por  prepararse  para  la  cena.  Se  detuvo  en  un  sobre  blanco y rojo que significaba que era urgente y lo abrió. Dentro había otro sobre con el membrete de la policía de Toronto. Sostuvo el sobre con manos temblorosas. Después de mirarlo unos minutos, lo abrió y sacó una hoja. Se había terminado. Se  sentó  pesadamente  en  la  silla  de  la  cocina.  Bobby se  acercó,  se  sentó  a  su  lado  y  le  apoyó  la  cabeza  en  la  rodilla.  Esa  era  su  vida.  La  suya.  Y  desde  ese  momento, la suya sola. El pasado se había ido, disuelto en unos pocos párrafos.Tuvo que leerla una vez más para asegurarse:

"Querida señorita Chaves: Le escribo para informarle de la muerte de Fernando Langston. Murió  el  25  de  noviembre,  cuando  el  vehículo  que  conducía  se  salió  de  la  carretera.  El  alcohol fue un factor determinante en su accidente".

Se  enjugó  las  lágrimas.  Se  había  terminado.  Ya  no  podría  hacer  daño  a  nadie.  Siguió leyendo una anotación al final de la hoja:

"Sé que éste no es el procedimiento, pero quería notificárselo yo mismo. Como el resto de agentes implicados en este caso, he pensado con frecuencia en usted y en su madre. Sólo puedo decir  que  espero  que  esté  bien  y  que  esto  quizá  sea  alguna  clase  de  solución  para  usted  y  la  señora Langston. Atentamente, Patricio Moore".

Recordó  al  agente  Moore.  Había  sido  tranquilo,  firme,  amable  cuando  la  había  interrogado  en  el  hospital  y  después  cuando  había  declarado  en  el  juicio.  De  algún  modo, que fuera él quien le diera la noticia, cerraba el círculo. Se  preguntó  dónde  estaría  su  madre  esa  noche,  leyendo  una  carta  idéntica,  sintiendo el mismo alivio... y arrepentimiento.Su primer impulso fue decírselo a Pedro, pero era lo último que debía hacer. Se habían despedido esa noche. Y ya le había contado suficientes problemas. No, ya era hora de seguir sola.Se  acercó  donde  había  colgado  el  cuadro  que  él  le  había  regalado.  Recorrió  la  superficie con los dedos con la carta en la otra mano. En ese momento supo no sólo por qué la pintura le había hablado, sino también lo que le había dicho.Era  la  vida,  la  vida  a  la  que  él  la  había  despertado.  Y  se  había  dado  cuenta  de  que, al abrirse a la vida, también se había abierto al dolor. Y valía la pena. Las lágrimas le corrieron por las mejillas. Se había jurado que había curado las heridas que Fernando le había infligido, pero no había sido así, sólo las había tapado. Y entonces   había   conocido   a   Pedro, él  le había hecho afrontarlo  y ella se había enamorado de él. Pero  estaba  tan  dañada  que  ni  siquiera  tenía  el  coraje  de  luchar  por  él.  Incluso  esa noche sólo había aceptado lo que él había dicho, que se marchaba. Arrugó  la  carta  y  la  tiró  al  fuego.  Las  últimas  semanas  se  había  preguntado  si  sólo se había sentido atraída por Pedro por lo que le había hecho Fernando. Porque él la protegía.  Porque  necesitaba  sentirse  segura  tras  su  salida  de  prisión.  Pero  nada  de  eso  era  cierto.  Mientras  el  papel  se  reducía  a  cenizas  en  el  fuego,  supo  sin  ninguna  duda  que  era  libre.  Y  esa  libertad  no  consiguió  en  absoluto  liberarla  del  anhelo  de  Pedro. La  pintura  le  recordó  todo:  la  sonrisa  de  Pedro,  sus  ojos,  cómo  la  desafiaba  y  la  besaba, cómo habían podido hablar de su maltrato y cómo había llegado a confiar en él...

Pero el hombre que le había destrozado la vida había muerto de repente. Ya no tendría  que  mirar  al  volver  las  esquinas.  Ya  no  tendría  que  esperar  los  informes  de  los  agentes  de  la  libertad  condicional,  o  preocuparse  por  si  decidía  ir  por  ella.  Aunque  había  un  punto  de  culpabilidad  en  el  hecho  de  que  un  hombre  tuviera  que  morir para que ella fuera libre.Podría  olvidarse  de  Fernando;  y  tenía  el  trabajo  y  la  vida  que  siempre  había  querido, pero se sentía completamente vacía. Cuadró los hombros. Recordó la nota que acompañada al cuadro: Cuando le habla a tu corazón, sabes que es el bueno.Había  estado  completamente  equivocada.  No  había  tenido  nada  que  ver  con  Fernando.  Era  por  Pedro.  Él  era  quien  le  hablaba  a  su  corazón.  Él  era  el  bueno.  Podía  aceptar  lo  que  le  había  dicho  esa  noche  o  podía  luchar  por  él.  Y  no  sabía  si  sería  lo  bastante valiente para hacerlo.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 42

Se sentó en la silla.

—No  hay  nada  que  decir,  Pedro.  Los  dos  sabíamos  que;  este  momento  llegaría.  Supongo que simplemente esperaba que volvieras.

—Sabíamos que era algo temporal.

—Pensaba que te quedarías a supervisar el resto de la reforma, eso es todo.

Pedro se sentó también.

—Yo  también.  La  idea  era  quedarme  algunas  semanas  más,  pero  tengo  que  estar en otro sitio. Sé que dejo el Cascade en buenas manos, Pau. Y estoy sólo a una llamada o un correo electrónico si me necesitas. Tengo completa confianza en tí.

Le  dejaba  el  resto  del  trabajo  a  ella.  Creía  en  su  capacidad.  Se  suponía  que  debería sentirse feliz, pero no era así, se sentía mal por estar sin él.

—He hablado con mi padre y vamos a nombrarte directora permanente.

Eso era lo que siempre había querido, lo que pretendía cuando había ido a vivir a  Banff.  En  ese  momento  le  parecía  un  premio  de  consolación.  ¿Cuándo  había  empezado a querer más?Se  miró  las  rodillas.  Sabía  cuándo.  Cuando  había  dejado  de  darle  a  Fernando el  poder y había empezado a vivir por sí misma.

—Gracias, Pedro. Es... es lo que siempre he querido y aprecio tu fe en mí. No te decepcionaré.

Pedro la  miró  y  se  preguntó  cómo  podía  haberlo  estropeado  todo  de  un  modo  tan espectacular. Debería haber mantenido las cosas en el tono formal de la mañana. Paula era  importante  para  él.  Había  permitido  que  llegara  a  serlo  y  eso  no  era  justo para ninguno de los dos.  Había tratado de recordárselo todo el día, pero había perdido la cabeza cuando la había visto al pie de las escaleras.Y  después  la  había  besado  y  acariciado  y  deseado  hacer  el  amor  con  tanta  fuerza  que  casi  se  había  perdido.  Hasta  que  se  había  dado  cuenta  de  que  no  estaba  bien  hacerle  daño.  Y  la  conocía  lo  bastante  como  para  saber  que  hacer  el  amor  una  vez y marcharse sería egoísta. Lo mejor que podía hacer era darle lo que quería desde el principio: la dirección total  del  hotel.  Daba  lo  mismo  que  eso  no  lo  hiciera  completamente  feliz  a  él.  La  llamada  de  su  padre  lo  había  irritado  desde  el  primer  momento.  Estaba  cansado  de  ser su chico de los recados y ya sabía que quería más. Aun así, su primera lealtad era hacia  la  familia  y  el  imperio  Alfonso.  Había  hecho  esa  elección  hacía  años.  No  podía  tener las dos cosas.

—Nunca me decepcionarás, Pau. Jamás.

Señaló el anillo que él llevaba en el dedo.

—Ese anillo es importante para tí, ¿Verdad? —dijo con voz tranquila—. Siempre te lo he visto puesto.

Él  asintió  y  apoyó  la  mano  en  la  rodilla.  Quizá  si  le  explicaba  la  historia  del  anillo, ella entendía por qué tenía que marcharse.

—Mi  abuela  se  lo  dió  a  mi  abuelo.  Se  convirtió  en  el  lema  de  los  Alfonso:  belleza, lealtad, fuerza.

—Tienes tanta historia, Pedro. Te envidio.

—Algunas  veces  no  es  lo  que  parece  —respondió  rápidamente,  y  después  sacudió la cabeza. Sus problemas con Alfonso no los iba a resolver ella—. Sólo significa  responsabilidades.  Tengo  deberes  con  mi  familia  y  ésa  es  la  vida  que  me  dieron;  aunque también la elegí. Me ancla.

—Pero...

Se  levantó  y  paseó  hasta  un  extremo  de  la  mesa,  se  detuvo  y  cerró  los  ojos  un  momento. Cuando se dió la vuelta le tendió la mano y ella se la tomó.

—Los dos sabíamos que esto no sería para siempre y que mi trabajo me llevaría lejos —inspiró  con  fuerza—.  También  sabemos  que  lo  que  compartimos  es  especial.  Tú eres especial, Pau.

—Te  olvidarás  de  mí  —miró  a  otro  lado—.  Seré  otra  de  esas  mujeres  que  has  conocido.

—No. Eso quita valor a lo que hemos compartido.

—Parece que lo dices de verdad —lo miró fijamente.

—Así  es  —se  llevó  la  mano  a  los  labios  y  la  besó—.  Me  importas  mucho.  Este  momento  ha  llegado  como  sabíamos  que  ocurriría.  Debo  volver  a  mi  vida  y,  tú,  seguir  aquí  con  la  tuya.  No  hay  otra  elección.  Sólo  quiero  que  nos  separemos  sin  amargura,  pero  respetando  lo  que  hay  entre  nosotros.  Para  que  sepas  que...  —hizo una pausa. Podía con ello, aunque fuera la explicación más difícil que había dado en su vida. Decidió ser sincero—. Para que sepas que significas algo para mí.

—Me estás poniendo muy  difícil  enfadarme  contigo   —dijo  entre   risas  y   gemidos.

—Si te resulta más fácil enfadándote, entonces hazlo. Sólo quiero que seas feliz, Pau.

Y  por  primera  vez  en  su  vida  supo  que  era  cierto.  Quería  la  felicidad  de  ella  antes  que  la  suya.  No  quería  convertirse  en  su  padre.  Su  padre  había  dedicado  su  vida  a  la  felicidad  de  su  esposa  para  no  quedarse  con  nada.  Había  visto  a  su  padre  destruido  por  su  madre.  También  recordaba  el  momento  precioso  en  que  su  propia  inocencia, su fe en la felicidad, se había roto cruelmente. Y sabía que todo eso no era nada comparado con el poder que Paula podría tener sobre su corazón.

Ella  se  dió  la  vuelta  y  se  pasó  un  dedo  bajo  las  pestañas  para  secarse  una  lágrima  antes  de  que  le  corriera  por  la  mejilla.  ¿Cómo  podía  explicarle  que  su  felicidad  estaba  estrechamente  vinculada  a  él?  ¡Tenía  razón  en  todo!  Sabían  que llegaría  ese  momento.  Recordó  estar  entre  sus  brazos  mientras  le  contaba  lo  de  Fernando y  sentirse  segura  y  amada.  Y  todo  eso  se  desvanecería  con  él  cuando  se  marchara. Habría dado cualquier cosa por que se quedara.

—Y yo que lo seas tú —respondió ella. Lo miró a los ojos deseando estar entre sus brazos una vez más.

De pronto fue consciente de que no podría besarlo más y una sensación de vacío la invadió.

—¿Pedro? —él  la  agarraba  con  tanta  fuerza  que  dolía—.  ¿Me  besarías  una  vez  más?

Oyó el ruego en su propia voz, pero no le importó. Se levantó y se acercó para que  la  abrazara,  sintiendo  que  sus  manos  le  acariciaban  el  cuello  mientras  la  besaba  en las sienes.Apenas podía respirar, el pecho le subía y bajaba en respiraciones superficiales mientras  su  boca  jugaba  con  la  de  ella  tratándola  como  si  fuese  una  preciosa  porcelana.  Cerró  los  ojos  cuando  la  besó  en  las  mejillas.  Ese  beso  le  hizo  echarse  a  temblar  por  su  inocencia  y  pureza.  Se  cayó  el  chal  al  suelo,  pero  no  le  importó.  Dos  palabras  vibraban  en  su  boca,  pero  no  las  pronunció.  Había  algo  sutil  y  frágil  entre  ellos y no iba a romper esa conexión anunciando en voz alta su amor.

—Tengo  que  irme  —dijo  en  un  jadeo  echándose  atrás  y  agarrando  su  bolso—. Lo siento, no puedo hacerlo.

Salió en tromba del reservado antes de que Pedro pudiese decir ni una palabra. Él se agachó a recoger el chal. La llamada de su padre podía irse al infierno. Había intentado reconstruir el estatu quo con Paula y todo lo que había conseguido era  complicar  más  las  cosas.  Se  pasó  una  mano  por  el  rostro.  Nunca  antes  había  tenido esos problemas. Se le daba bien seguir adelante. Y no podía entender por qué esa vez era diferente. Simplemente,  se  había  implicado  demasiado,  eso  era  todo.  Estaba  haciendo  el  tonto  pensando  que  aquello  era  amor.  Acarició  el  suave  tejido  del  chal.  Que  se  marchara era lo mejor para los dos.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 41

Sonaron las copas y Paula probó el seco y burbujeante champán sintiendo cada vez más que estaba en un sueño, uno bueno esa vez, y que en cuanto se despertara el hechizo se rompería. Llegaron  los  primeros  platos,  después  los  segundos;  más  champán  y  empezó a darse cuenta de que las cosas tenían los contornos más desdibujados cada vez  que  bajaba  la  copa.  Pedro reía  y  contaba  historias  de  su  juventud  con  Carolina,  escapadas  junto  con  su  amigo  Daniel,  que  siempre  acababan  en  algún  problema.  Sentía  tristeza  porque  ella  no  tenía  esa  clase  de  recuerdos.  Entonces  Pedro rió,  le  acarició  la  mano  por  debajo  de  la  mesa  y  la  tristeza  desapareció.  Había  aprendido  a  vivir  el  momento  hacía  mucho.  No  iba  a  empezar  a  desear  tener  lo  que  no  había  tenido nunca.

—Cuando  llegué  —dijo  Pedro acariciándole  una  mano—,  sólo  quería  hacer  una  cosa...  transformar  el  hotel  en  algo  más  Alfonso.  Pero  mi  tiempo  aquí  me  ha  dado  mucho más, Pau y tengo que agradecértelo a tí.

Paula no pudo responder. Lo miró a los ojos y vió que su mirada era sincera. No había  atisbos  de  amor,  pero  sólo  una  tonta  lo  habría  esperado.  Su  afirmación  era  completamente  correcta.  Había  sido  más  de  lo  que  ambos  esperaban.  Tenía  que  conformarse  con  eso.  Luca  no  estaba  enamorado  de  ella  y  ella  lo  superaría  con  el  tiempo.

—Ha  sido  un  placer  conocerte,  Pedro.  Y  conocerme  mejor  a  mí  misma.  Te  debo  mucho. Sólo siento no saber cómo compensarte.

Había luchado contra él al principio, pero después lo había dejado entrar en su corazón  y  le  había  revelado  lo  que  nadie  más  sabía.  Y  al  confiar  en  él,  se  había  enamorado.Terminaron el postre y el último bocado supo a despedida. Paula buscó su bolso, pero Pedro alzó una mano y dijo:

—¿Adónde vas?

—A casa, pensaba que la cena se había terminado.

—Aún no estoy listo para que termine —la agarró del brazo con suavidad. Con la otra mano tiró de una cinta y cerró las cortinas.

—Pedro...

—Necesito  decirte  algo  aquí  —la  interrumpió—.  Siento  lo  de  ayer  por  la  mañana,  no  tengo  excusa.  Sólo  puedo  decir  que  ahora  entiendo  cómo  te  debiste  de  sentir.

No lloraría. No estropearía esa maravillosa noche con lágrimas. En el momento en que la había besado en las mejillas había sabido que la mañana anterior no había sido real. Sus disculpas significaban más de lo que él creía.

—Me  sentí  herida  por  tu  conducta,  pero  porque  la  entendía.  Tu  reacción  tenía  sentido, lo que te había contado no había sido cualquier cosa.

—Pero no lo entiendes, Pau, ésa es la cuestión. No entiendes nada.

Pedro dió un paso hacia ella y sintió que sus pechos se encontraban con el tejido de su chaqueta. Sin pensarlo, alzó la mano y recorrió con el dedo el perfil de su dura mandíbula.

—Entonces, ayúdame a entender.

Él no respondió. En lugar de eso, la agarró de la muñeca y la besó en los labios. Ella  abrió  la  boca  dejando  que  su  lengua  entrara,  saboreando  la  mezcla  de  champán  y  chocolate.  Con  la  otra  mano  él  la  atrajo  más  cerca.  Los  sonidos  del  comedor  llegaban  amortiguados  por  las  cortinas  del  reservado.  Los  labios  de  Pedro recorrieron  su  mejilla  hasta  la  oreja  y  después  bajaron  por  el  cuello  dejando  una hilera de besos que hacían que se le doblaran las rodillas.

—Pe-Pedro—tartamudeó  preguntándose  cómo  sería  entregarse  a  un  hombre  por primera vez después de ese horrible día de hacía siete años.

Echó  la  cabeza  hacia  atrás  sintiendo  su  cabello  sobre  los  hombros  mientras  él  seguía  con  los  besos  hasta  la  base  del  cuello.  No  había  ninguna  razón  para  que  la  tocara así a menos... a menos... Sintió  los  dedos  de  él  en  la  espalda,  los  sintió  bajar  unos  centímetros  la  cremallera ansiando que la tocara. Dejó de importarle dónde estaban, pero de pronto él dio un paso atrás.

—No puedo hacerlo, Pau. No es justo.

—No te entiendo —dijo con el cuerpo aún vibrando por sus caricias.

Pedro se agachó y le puso sobre los hombros el chal, que estaba en el suelo.

—No puedo acostarme contigo esta noche sabiendo que mañana...

Dudó  y  provocó  con  ello  un  silencio  tan  horrible  que  Paula pensó  que  iba  a  gritar.  Finalmente  se  decidió  a  preguntar  lo  que  no  se  había  atrevido  a  plantear  esa  mañana.

—¿Cuándo volverás?

Por primera vez esa noche, él esquivó la mirada.

—No tengo idea de volver. Una vez resuelto lo de París volveré a Florencia para pasar las fiestas con mi familia.

Una familia en la que ella no estaba incluida. Se le cayó el alma a los pies. Estaba claro. A pesar de lo que habían compartido, a pesar de la atracción que claramente  sentían,  no  había  sido  lo  bastante  como  para  retenerlo  allí.  Permaneció  inmóvil  sin  sentirse  segura  de  qué  decir.  Hasta  que  había  planteado  la  pregunta  había  una  diminuta  esperanza,  pero  sólo  se  había  engañado  a  sí  misma.  Siempre  había sabido que se iría, ¿por qué se sentía traicionada? Porque no estaba preparada para que se fuera. Eso era lo que le había hecho. Le había  enseñado  a  tener  esperanza.  Y  en  el  proceso  había  terminado  por  romperle  el  corazón haciendo lo que siempre había dicho qué haría: marcharse.

—Dí algo, Pau.

jueves, 21 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 40

—Estoy   bien.   Sólo   pensaba...   que   han   sido   unas   semanas   llenas   de   acontecimientos. Pensaba que podríamos despedirnos como se merece.

Ella  lo  miraba  con  los  ojos  muy  abiertos,  con  comprensión.  Quería  asegurarse  de  que  su  marcha  no  le  causara  más  dolor.  No  se  lo  merecía,  no  después  de  lo  que  había pasado. Sólo sabía que tenía que hablar con ella esa noche y poner fin a su relación sin hacerse  daño.  Estaría  ahí  para  protegerla,  para  vigilar  si  su  padrastro  decidía  ir  por  ella.  Quizá  no  podía  ofrecerle  la  vida  que  quería,  pero  sí  podría  asegurarse  de  que  estuviera bien.

—Será estupendo, Pedro—su voz era suave y fue directa a su corazón.

—Tengo  algunas  llamadas  que  hacer  primero  —dijo  brusco  y,  sin  añadir  palabra, ella salió de la oficina.

Pedro empezó a poner en marcha su plan. Paula miró  su  reflejo  y  frunció  el  ceño  preguntándose  por  enésima  vez  por  qué  se  ponía  ese  vestido.  Pero  la  sala  Panorama  era  un  espacio  formal  y  sabía  que  el  vestido  perfecto  era  el  que  se  había  comprado  al  final  del  día  de  las  galerías.  Aún  bajo el efecto de los besos de Pedro había mirado el vestido en un escaparate y en un segundo lo había comprado. La seda roja del vestido era tan poco de su estilo como el  corte  que  dejaba  un  hombro  al  descubierto.  Otro  momento  de  locura  habían  sido  las sandalias de lentejuelas rojas sin talón. No  se  sentía  cómoda.  No  sabía  cómo  decir  adiós  graciosamente,  no  cuando  quería  más.  Incluso  aunque  querer  más  le  diera  miedo,  tanto  que  le  temblaban  las  rodillas. Su  vida había carecido de  afectos    demasiado tiempo y  quería tan  desesperadamente ser romántica. Aunque fuera sólo esa noche. Se echó el chal por encima y cuadró los hombros.  Era imposible, lo sabía. Y que Pedro le importara como lo hacía aun sabiendo que no era para ella, dejaba un sabor amargo. Se  dió  la  vuelta  en  dirección  alas  escaleras  de  mármol  y  enseguida  vió  a  Pedro,  que la esperaba arriba. El corazón le golpeó en el pecho.

—Adelante —murmuró para sí.

Por  unos  segundos  no  pudo  moverse  mientras  se  miraban.  Pareció  subir  las  escaleras  a  cámara  lenta  agarrada  al  pasamano.  La  noche  de  secretos  compartidos  pareció  no  existir,  el  tenso  desayuno  había  borrado  de  la  memoria  ese  momento  mientras  caminaba  hacia  él  con  las  sandalias  resonando  contra  el  mármol  italiano,  con la respiración contenida. Al llegar arriba, él le tomó las manos y le besó las dos mejillas y tuvo que cerrar los ojos para pensarlo dos veces. Se separó de él y lo tomó del brazo.

—Estás bellísima. Preciosa, Paula. Más hermosa de lo que podría describir.

Así  era  el  Pedro que  recordaba,  no  el  extraño  del  desayuno  o  el  distante  jefe  de  por la tarde. Fuera lo que fuera que había provocado el cambio, estaba con el hombre cálido  y  que  le  hablaba  como  si  fuera  la  única  mujer  en  el  mundo.  Entraron  en  el  comedor y se quedó boquiabierta. Era más de lo que había soñado, incluso a pesar de haber  visto  los  planos.  Todo  era  regio,  como  entrar  en  un  cuento  de  hadas  con  el  príncipe  del  brazo.  Las  arañas  brillaban  con  destellos  de  colores,  las  mesas  de  manteles  prístinos  estaban  montadas  con  porcelana  de  color  crema  y  dorada  y  la  cristalería  brillaba.  Las  velas  cubrían  todo  con  su  luz.  Los  camareros  de  esmoquin  eran la guinda.Era el castillo que Luca había imaginado al principio y era perfecto. Sabía que el final se acercaba, aunque en su corazón algo le decía que podía ser un principio.

—Oh, Pedro. Mira lo que has hecho —se detuvo y miró todo parpadeando.

—No sólo yo. Tú, Paula. Me inspiraste el día que me llevaste al ático.

—¿Yo? —lo miró sorprendida.

—Tú me has inspirado. ¿Cuesta tanto creerlo?

—Sí —susurró viendo que él miraba sus labios.

No se atrevería a besarla allí. El momento quedó suspendido en el aire.Había  estado  esperando.  A  ella.  Esa  noche  quería  vivir  el  cuento  de  hadas.  Pretender  por  unas  horas  que  era  princesa.  Creer  que  era  la  elegida.  Sabía  que  terminaría pronto. Esa noche era suya y no la echaría a perder con dudas y temores.Se inclinó hacia delante ligeramente, los labios separados, lo bastante cerca para sentir que el aliento de él se mezclaba con el suyo.

—¿Señor Alfonso? Su mesa está lista.

Paula dió un paso atrás y se ruborizó. El brazo de Pedro le rodeó la cintura.

—Gracias.

Paula miró  a  su  alrededor.  Estaba  segura  de  que  los  rumores  habrían  empezado a funcionar desde que la habían visto en su habitación por la mañana.

—¡Oh,  señorita  Chaves!  ¡Mírese!  Parece  una  estrella  de  cine  —la  camarera  se  dió  cuenta de la impertinencia y de inmediato añadió—: Oh, disculpe.

Paula sonrió sintiéndose radiante.

—No te disculpes —respondió Pedro—. Estoy de acuerdo contigo.

La camarera los acompañó a un reservado decorado en rojo y dorado. Su mesa esperaba, con champán frío listo para servirse. Se sentaron y ella dijo:

—Pedro,  es  asombroso.  Jamás  he  visto  nada  así.  Y,  desde  luego,  no  lo  esperaba  aquí, en lo que fue el Bow Valley Inn.

—Por la reforma —dijo él alzando su copa de champán.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 39

Pedro se resistió al deseo de llamar a casa de Paula por sexta o séptima vez. Había pasado allí demasiado tiempo. Y nada se lo había dejado más claro que la llamada que había tenido que hacer esa misma mañana mientras ella aún dormía. No  sabía  que  alguien  pudiese  dormir  tanto.  Pasó  la  tarde  esperando  a  que  se  despertara,  pero  no  lo  había  hecho.  Se  había  comido  los  aperitivos  que  había  en  el  minibar. Y finalmente, a eso de la medianoche, se había acostado en el sofá y se había quedado dormido.Era la primera vez que una mujer dormía en su cama y él no estaba con ella. Sonó  un  timbre  y  miró  la  pantalla  del  ordenador.  Otro  mensaje  de  su  padre,  una actualización de sus intereses en París que habían sufrido un incendio. Su padre lo estaba presionando para que terminara allí y se hiciera cargo de lo de Francia.Pero  fueron  sus  últimas  palabras  las  que  le  hicieron  pasarse  los  dedos  por  el  pelo. Carolina tiene problemas y París no puede esperar. Tienes que volver. La familia te necesita.Las palabras le dolieron. La familia lo era todo para él. Excepto... excepto que le había  entregado  su  vida  entera  a  la  familia  desde  que  era  un  niño.  Había  sido  el  hermano  mayor  que  Carolina necesitaba.  Se  había  ocupado  de  la  casa  por  su  padre.  Y  había  querido  hacerlo.  Había  sido  feliz  haciéndolo.  Pero  había  ocasiones  en  que  deseaba ser sólo Pedro. Tener su propia vida. Dejar de ser definido por la marca Alfonso. Estaba empezando a cansarse de estar a disposición de su padre.

"Escribiré a Caro y al director de París. Iré en cuanto pueda, pero mi prioridad es esto." Escribió.  Lo  firmó  y  lo  envió,  después  se  recostó  en  la  silla.  Dios,  había  más  verdad en esa línea de la que pensaba. No era sólo el Cascade lo que era su prioridad, sino también Paula. Ella era importante. ¿Pero qué quería él? Había querido su propio lugar  en  Alfonso durante  mucho  tiempo,  pero  ¿Eso  era  compatible  con  lo  que  quería  Paula? Apenas. Ella quería el cuento de hadas y él no se los creía. Lo mejor que podía hacer por ella era asegurarse de que mantenía los pies en el suelo y dejar la dirección del Cascade en sus eficaces manos. No sería suficiente para él, pero sí para ella. Paula no era ambiciosa, buscaba algo más sustancial. Se había construido una vida, quería estabilidad,  no  aventuras.  Era  extraño  cómo  esa  idea  lo  atraía,  especialmente  un  día  como  ése.  Normalmente  habría  estado  emocionado  por  ir  a  París,  era  una  de  sus  ciudades  favoritas.  Pero  en  esa  ocasión  lo  sentía  como  una  imposición  porque  se  lo  ordenaban.Y  aunque  había  mandado  esa  respuesta,  sabía  que  tenía  que  ir.  Alguien  de  la  empresa tenía que hacer acto de presencia. No estaba claro cuál era el problema con Carolina,  pero  sabía  que  su  padre  la  pondría  a  ella  primero.  Así  que  era  cosa  de  él hacerse cargo del negocio. Aunque... ¿Cómo iba a despedirse de Paula en ese momento?


—La sala Panorama está terminada, ¿La has visto?

Paula se  detuvo  junto  a  su  escritorio.  Algo  estaba  distrayendo  a  Pedro y  ella  no  sabía qué era. Tamborileó con un bolígrafo encima de la mesa.

—No, todavía no he pasado por ahí hoy.

Desde  la  noche  que  había  pasado  en  su  habitación  se  había  asegurado  de  mantener  las  distancias.  Era  evidente  que  a  Pedro le  importaba.  No  habría  actuado  como  lo  había  hecho  si  no  le  hubiera  importado,  pero  también  sabía  que  su  pasado  pesaba   demasiado  y su  situación no conducía a profundos  sentimientos  ni   compromisos. Pedro alzó la vista y sonrió.

—¿No  la  has  visto?  ¿Has  sido  pesadísima  con  la  decoración  y  aún  no  la  has  visto?  —se  aclaró  la  garganta—.  Puede  rivalizar  con  cualquiera  de  los  comedores  y  demás  instalaciones.  Te  lo  prometo.  He  reservado  mesa  para  dos  esta  noche.  Como  despedida.

—¿Despedida?

Se quedó paralizada. ¿Tan pronto? No había esperado que fuera tan pronto.

-Me han llamado de París. Me voy por la mañana.

 Pedro vió cómo se le demudaba el color y se maldijo. Podía haberse quedado un día más. La palidez de su piel le recordó cómo la había visto: pequeña e indefensa en su  enorme  cama.  No  podía  quitarse  de  la  cabeza  su  imagen  dormida.  No  podía  borrar la fantasía de esa cortina de pelo cayendo sobre él mientras hacían el amor... Se dió la vuelta bruscamente y se pasó la mano por el cabello.

—Pedro, ¿Estás bien?

Estaba harto de fingir. Aquello era una locura. No podía haberse enamorado de Paula.  Un  flirteo  era  una  cosa,  pero  no  pretendía  tener  sentimientos  serios  hacia  ninguna  mujer.  Y  era  evidente  que  Paula era  la  mujer  equivocada.  Era  frágil  y  temerosa  y  trataba  de  superar  algo  más  grande  de  lo  que  él  podía  comprender.  Se merecía a un hombre que la proveyera de la estabilidad que merecía. No un hombre que iba de un lado a otro. Lo suyo jamás funcionaría. Y al mirarla en ese momento se dió cuenta de cómo debía  de  haberle  parecido  a  ella  el  día  anterior.  Sólo  había  pensado  en  sí  mismo  y  levantado  barreras.  Se  había  equivocado  y  ella  no.  La  había  tratado  sin  ninguna  consideración, como a una querida. Con amabilidad pero sin auténtico cariño. Quería reparar su error. Mostrarle que ella era distinta.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 38

Se le secó la boca. Había pensado que hacía bien en depositar en él su confianza, pero el modo en que la trataba esa mañana la decepcionó. Había esperado más de él. Una  tontería  porque,  en  el  fondo  de  su  corazón,  sabía  que  no  había  futuro.  Él  no  la  amaba.

—Vamos, come algo, debes de tener mucha hambre.

—Tengo que ir a casa a cambiarme —se alisó los pantalones.

—No hace falta. Tengo algunas cosas de la boutique. Puedes ducharte aquí.

Paula apretó los dientes.La  estaba  tratando  como...  como  si  nada  trascendental  hubiera  sucedido  entre  los dos. Estaba tomando las riendas y decidiendo qué hacer y cuándo. Luca  levantó  la  tapa  de  uno  de  los  platos.  El  olor  a  tostadas  lo  llenó  todo,  el  tentador aroma a vainilla y canela. Le sonó el estómago. No había cenado. ¡Se merecía que se sentara y se comiera todo!

—Pensaba  que  ese  privilegio  estaba  reservado  a  tus  aventuras —dijo  cáustica  metiéndose las manos en los bolsillos.

Le había contado toda su vida y la trataba como a una extraña. Sólo había una explicación. Había  sido  demasiado.  Sus  problemas  eran  demasiado  para  él  y  había  sido  tonta al pensar que Luca podría manejarlo. Había esperado de él más de lo que podía dar. Ella no era sofisticada, era un problema y él se retiraba educadamente.Apenas podía odiarlo por ello. Simplemente, deseó marcharse, pero algo en ella le  decía  que  tenía  que  manejar  la  situación  con  dignidad  y  compostura.  Aún  tenían  que trabajar juntos. Luca  ignoró  la  voz  interior  que  le  decía  que  rebajara  el  tono.  Miraba  a  Paula y  veía su rostro de la noche anterior mientras le hablaba de su padrastro. Había tenido que ayudarla. Lo había querido. Pero  en  ese  momento,  a  la  luz  del  día,  tenía  que  dar  un  paso  atrás.  Aquello  se  parecía  demasiado  a  una  relación  y  no  estaba  preparado.  La  última  vez  que  había  salido en serio con una mujer había interferido con el trabajo. Se había enamorado de Laura,  había  confiado  en  ella.  Le  había  dicho  que  la  amaba.  Hasta  que  se  había  dado  cuenta de que ella no lo quería a él, sino a sus relaciones como Alfonso.Lo  que  sentía  por  Paula no  tenía  que  haber  ocurrido.  No  deberían  haberse  besado.  Su  mirada  permaneció  fría,  aunque  sabía  que  ella  tenía  razón.  Aquello  era  exactamente lo que habría hecho con cualquier mujer a la mañana siguiente.

—Eso es un poco exagerado.

—Lo siento, Pedro. Creo que aún estoy un poco alterada por lo de ayer. Comeré algo —se acercó a la mesa y se sentó, llenándose un plato.

Debería  haberlo  pensado  mejor  antes  de  flirtear  con  Paula.  Ella no  era  de  esa  clase y necesitaba escapar de fuera lo que fuera que compartían. Él no lo llamaría una relación. Las relaciones hacían sufrir a la gente. Como había sufrido su padre. Como él con Laura.

Laura había usado cosas que él le había contado para hacerle daño.«Paula no  haría  algo  así»,  le  dijo  una  voz  interior.  Pero  esa  vez  lo  que  más  le  preocupaba era hacerle daño a ella, ya había sufrido bastante. Dejarlo  en  una  amistad  era  la  mejor  opción,  ¿No?  Paula no  necesitaba  a  un  hombre que le rompiera el corazón. Lo que necesitaba era un amigo.

—Zumo recién exprimido —le sirvió un buen vaso—. Vitamina C para todo el día.

-Gracias —bebió un sorbo y dejó el vaso para agarrar el tenedor—. ¿No vas a comer nada?

—Claro —dijo él y se sentó enfrente.

Paula comió  un  bocado,  después  otro  preguntándose  cuánto  tiempo  resistiría  esa  agonía.  Ese  desayuno  era  una  completa  farsa  después  de  la  intimidad  del  día  anterior.No  había  nada  que  objetar  a  la  conducta  de  él.  Nada.  Era  perfectamente  educado. Pero era evidente que estaba marcando las distancias. Deseó preguntarle si lo de la noche anterior había significado algo para él. Decirle cuánto había apreciado que  hubiera  cuidado  de  ella,  pero  no  pudo.  Él  actuaba  como  si  todo  no  hubiera  significado  nada.  Como  si  desayunar  juntos  en  su  habitación  fuera  algo  normal.  Nada más personal que... una reunión de trabajo. Se sentía en carne viva por los sucesos del día anterior y ser consciente de que se había enamorado de él. Porque él la tratara así. Se preguntó si se habría imaginado su comprensión.Dejó  el  tenedor  en  la  mesa  y  mantuvo  en  su  sitio  la  máscara  que  se  había  puesto. Lo había juzgado mal, depositado su confianza en alguien equivocado.

—Gracias por el desayuno. Tengo que irme —se levantó evitando mirarlo.

—No hace falta. Puedes cambiarte aquí, Paula. Seguro que la ropa que te he pedido te queda bien. Puedes ir a tu oficina desde aquí.

Lo había planeado todo.    Había  dedicado  su  tiempo  a  pensarlo.  Su consideración casi la afectaba. Nada que hubiera hecho o dicho esa mañana le habría sentado peor que su amabilidad.

—Lo  tenías  todo  planeado,  ¿No,  Pedro?  —trató  de  contener  el  temblor  en  la  voz—. Pensaba que yo era la de los planes y tú el impulsivo, pero me equivocaba. Lo tenías  planeado  desde  el  principio,  cómo  hacerte  con  la  directora  difícil,  cómo  manejar a tu hermana, cómo manejarme a mí.

—¿Perdón?

Paula se alisó la blusa y miró para asegurarse de que no se dejaba nada. Vió una horquilla en el sofá y la recogió. Se la metió en el bolsillo evitando siempre mirarlo.

—Lo  comprendo.  No  hace  falta  que  me  despidas  con  un  desayuno  y...  y  tanta  consideración.

Pedro se puso de pie y la miró con gesto de desaprobación.

—Nada de lo que he hecho esta mañana ha sido por obligación, Paula.

—Seguro.  No  podías  despertarme  y  echarme,  no  es  de  buena  educación,  no  cuando se supone que... ¿Qué se supone que volverá a pasar, Pedro? —finalmente lo miró y no supo lo que pensaba.

—Confieso  que  no  estoy  seguro  de  qué  es  lo  apropiado  para  decir  en  esta  situación. Nunca he pasado por ella antes.

La miró fijamente. Nunca había estado en una situación en que le preocuparan más los sentimientos de la mujer que los suyos. Entonces, ¿por qué estaba enfadada?  Había tratado de  hacerlo  bien.  Ocuparse de  ella, hacerle  el día  más  fácil,  incluso  había pedido desayuno para los dos. Había tratado de demostrarle que lo que había pasado  el  día  anterior  no  suponía  ninguna  diferencia  para  él.  Incluso  la  respetaba  aún más. Y ella estaba furiosa con él. Paula empezó a marcharse con el corazón hundido. Seguramente ésa fuera una situación nueva para él. Lo necesitaba tanto que era obvio que había imaginado cosas que no eran reales. Si hubieran sido reales, la habría despertado con una sonrisa. Le habría  preguntado  cómo  estaba  y  ella  le  habría  dicho  que  estaba  bien.  Y  quizá  la  habría besado como anhelaba que hiciera. Pero lo había asustado. Y ni siquiera tenía la decencia de ser sincero.

—Me voy. Gracias por la ropa, pero no.

—¿Adónde  vas?  —por  fin  en  su  tono  había  algo  más  que  maneras  educadas.  Ella  se  detuvo,  pero  después  abrió  la  puerta—.  Paula,  tenemos  una  reunión  con  la  gente del spa en una hora.

—Estoy segura de que podrás hacerte cargo, me voy a tomar el día libre.

Salió  al  pasillo  y  cerró  la  puerta  tras  ella.  Respiró  hondo.  Era  el  momento  de  volver a hacer lo que se le daba mejor: confiar en sí misma.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 37

—Prácticamente puedo oír tu mente trabajar, Pau—dijo sin darse la vuelta—. Por favor, déjalo.

Paula se levantó y se acercó a la ventana para quedarse de pie tras él. Lo rodeó con los brazos y apoyó la mejilla en su espalda. Pedro tragó  para  deshacer  el  nudo  que  tenía  en  la  garganta.  Lo  que  él  había  pasado  en  su  infancia  no  era  nada  comparado  con  el  infierno  que  ella  había  vivido.  Trató de imaginársela en el suelo, herida, y no pudo. Le parecía demasiado terrible. ¿Qué  clase  de  hombre  le  hacía  algo  así  a  otro  ser  humano?  ¿A  una  mujer  que  se  suponía que amaba?

—Está nevando —murmuró él.

¿Por  qué  la  gente  hería  a  quienes  se  suponía  que  quería?  Sabía  que  no  podía  dejar  a  Paula pasar  sola  por  aquello,  aunque  eso  le  trajera  recuerdos  que  aborrecía,  como  los  de  reconfortar  a  Carolina cuando  su  madre  los  había  abandonado.  Su  abuela  siempre  había  estado  ahí  para  ayudar.  ¿Qué  diría  ella  en  ese  momento?  Sabía  exactamente  lo  que  diría  y  no  le  gustó  la  respuesta.  Le  habría  dicho  que  dejara  el  rencor y perdonara.

Paula suspiró  apoyada  en  su  espalda  y  él  cerró  los  ojos.  Menudo  día.  Se  alegró  de  haber  manejado  a  Reilly  como  lo  había  hecho.  Una  respuesta  física  habría  asustado aún más a Paula. Todo el día había pesando sólo en Paula y eso no era bueno. Ella   no  necesitaba  a  un  hombre  como  él.  Necesitaba  alguien  en  quien  poder  apoyarse. Alguien que le diera estabilidad y seguridad y formara un hogar con ella. Incluso había hablado del deseo de tener hijos.  Él siempre había sido el heredero de Alfonso,  el  que  todo  el  mundo  asumía  que  ocuparía  el  lugar  de  su  padre.  Y  seguía  luchando contra él. Miró el reflejo de la habitación en los cristales. No había nada personal en ella, ni  cuadros,  ni  adornos,  nada  que  la  convirtiera  en  un  hogar  y  así  era  como  vivía  él.  Era  lo  que  era.  Finalmente  la  olvidaría.  Pero  con  sus  brazos  alrededor,  lo  único  que  deseaba era abrazarla.

—Quédate esta noche, Pau.

—Pedro, yo... —se incorporó y separó la mejilla de la espalda.

—No en mi cama —por una vez en su vida aquello no tenía nada que ver con el sexo.  Se  dio  la  vuelta  para  mirarla—.  Simplemente,  quédate.  Me  preocuparé  mucho  por tí si te vas a casa. Puedes quedarte con la cama. Dormiré en el sofá.

—Lo que has hecho hoy por mí no lo ha hecho nadie nunca. No puedo abusar más de tu tiempo.

—No  abusas de mi  tiempo   —se  miraron en silencio—.   Espera aquí   —desapareció  en  el  dormitorio  y  volvió  con  una  camiseta—.  No  tengo  pijama  para  dejarte.

—Gracias —aceptó la camiseta.

Ella desapareció en el dormitorio y oyó la puerta del cuarto de baño cerrarse. Al no  oír  nada  después  de  unos  minutos,  decidió  ver  qué  pasaba.  Estaba  en  su  cama,  con  el  edredón  hasta  la  barbilla.  Se  había  dormido  antes  de  que  hubiera  podido  preguntarle si quería comer algo.Mari  se  despertó  por  la  luz  del  sol  que  se  colaba  por  la  ventana.  Se  apartó  el  pelo  de  la  cara  y  vio  que  esta  en  la  cama  de  Pedro.  Había  pasado  allí  la  noche.  Y  ni  siquiera  se  había  acordado  de  ir  a  casa,  ni  de  Bobby.  Tuvo  la  esperanza  de  que  hubiera salido por la portezuela del porche.

Miró  el  reloj:  las  nueve  de  la  mañana.  ¡Había  dormido  de  un  tirón  y  no  había  sufrido  ninguna  de  las  pesadillas  que  la  asaltaban  últimamente!  Sintió  un  poco  de  inquietud al pensar que todo el personal estaría ya en el hotel y ella sólo tenía la ropa del  día  anterior.  Tenía  que  haber  usado  la  cabeza  por  la  noche.  Bueno,  nada  había  sido lógico la noche anterior.

—Buenos días —dijo Pedro desde la puerta.

—Pedro, lo siento mucho, he dormido... —se sentó en la cama.

—Aquí toda la noche —terminó él la frase con una sonrisa—. Casi quince horas.

—Debía de estar más cansada de lo que pensaba —dijo, un poco confusa.

Sintió  que  se  estaba  ruborizando.  Tenía  que  salir  de  aquella  situación  con  un  poco  de  ingenio.  A  la  luz  del  día  se  dio  cuenta  de  que  haberle  revelado  sus  verdaderos sentimientos había sido un error.

—Creo que dormir así te hacía falta desde hacía mucho —respondió él.

Llamaron a la puerta y Paula lo miró desconcertada. Él se limitó a encogerse de hombros.

—He  pedido  que  nos  traigan  el  desayuno,  debes  de  estar  muerta  de  hambre,  ayer no cenaste.

Se  fue  a  abrir  la  puerta  mientras  Paula se  vestía  y  se  recogía  el  pelo.  Cuando  salió del dormitorio un camarero empujaba un carrito lleno de bandejas.

—Gracias,  Gerardo—Pedro le  dió  un  billete,  el  camarero  asintió  y  sonrió  en  dirección a Paula.

—¿Qué va a pensar el personal de todo esto?

—Ya has estado aquí.

—No así. No saliendo de tu dormitorio.

Pedro acercó el carrito a la mesa.

—No te preocupes. Estoy acostumbrado. Siempre se olvida.

Paula cerró la boca. Luca estaba acostumbrado a esas situaciones. Ella no.

—Siento  lo  de  ayer.  No  debería  haber  vaciado  mis  preocupaciones  en  tí—se sentía obligada a disculparse.

De pronto hubo una sensación de incomodidad entre los dos. Quizá él se sentía molesto por conocer todos sus secretos. No podía culparlo por ello.

—Está  bien.  Es  bueno  lo  que  has  hecho.  Imagino  que  te  sientes  mejor  por  haberlo sacado. Lo comprendo, Paula, de verdad.

¿Por qué  actuaba  él  de  un  modo  tan  distinto?  La  noche  anterior  le  había  agarrado  la  mano  y  ella  le  había  contado  sus  más  profundas  preocupaciones.  La  había abrazado y ella había llorado. En ese momento... Dios, la estaba tratando como si fuera una de sus aventuras.

martes, 19 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 36

—¿Qué pasó ese día, Paula?

Su  voz  le  dio  valor.  Después  de  lo  que  había  hecho,  contárselo  era  lo  lógico,  aunque difícil.

—Me  marché  de  casa  y  me  sentí  dividida  porque  por  un  lado  dejaba  a  mi  madre,  pero por  otro  me  sentía  segura.  Mi  madre  me  llamó  y  me  dijo  que  iba  a  abandonarlo —se  dió  cuenta  de  que  tenía  los  ojos  resecos.  Recordó  la  alegría  que  había sentido porque a lo mejor podían retomar su relación—. Yo le dije que podía ir a ayudarla, pero cuando llegué él se había adelantado. Había descubierto las maletas y  cuando  la  ví  estaba  sangrando  e  inconsciente  en  el  suelo  con  un  brazo  roto  y  una  fractura de cráneo. Su ropa estaba tirada por todas partes hecha jirones.

—Dio mio —sólo fue capaz de decir Pedro.

—Sucede,  Pedro,  con  mucha  más  frecuencia  de  la  que  debería  —le  puso  la  otra mano encima para tomar fuerzas—. Me encontró allí con el teléfono en la mano para llamar a la policía. Me lo quitó de la mano y me golpeó con él. Cuando me desperté, mi  madre  seguía  inconsciente  y  yo  tenía  una  conmoción,  costillas  rotas  y  lesiones  internas  donde  él...  —se  le  quebró  la  voz  un  poco—.  Donde  él  me  había  dado  patadas  una  y  otra  vez.  Nos  dejó  allí,  Pedro.  Nos  dejó  para  que  muriéramos.  Pero  el  cartero  vió  manchas  de  manos  ensangrentadas  en  la  puerta  y  en  la  barandilla  de  la  escalera. Llamó a la policía y el resto es historia.

—Sólo que no es historia —le alzó la barbilla suavemente con un dedo—. Nada semejante  desaparece  por  completo,  no  puede.  Oh,  Pau—se  llevó  las  manos  a  los  labios y las besó con los ojos cerrados.

Paula miró  la  ternura  con  la  que  la  besaba.  ¿De  dónde  había  salido?  ¿Por  qué  estaba allí, exactamente lo que necesitaba cuando lo necesitaba?

—Lo  siento  tanto...  Nadie  debería  pasar  jamás  por  algo  así  —le  susurró  en  las  yemas de los dedos.

Y entonces se inclinó hacia delante y la besó en los labios.Ella se entregó a su abrazo. Él era fuerte y creaba una barrera entre ella y el feo pasado. Cuando estaba con él era la Paula  que siempre había querido ser, libre del dominio que Fernando había ejercido sobre ella durante años. El beso fue suave, tentador, dulce. No sabía que él pudiera ser tan dulce. Tampoco sabía que ella fuera capaz de amar, pero así era. Amaba a Pedro. Y no sabía qué hacer.

—Y  ahora  está  fuera  de  la  cárcel  y  tienes  miedo  de  que  venga  por  tí.  ¿Y  tu  madre?

—Las  autoridades  me  mantienen  informada  mientras  este  en  condicional.  Por  supuesto  pienso  en  ello  y  me  pregunto  si  me  odia  por  mandarlo  a  la  cárcel.  Pero  tampoco me permito pensarlo mucho porque es paralizante. He pasado demasiados años  mirando  por  encima  del  hombro.  Y  es  de  esas  cosas  a  las  que  llegas  a  acostumbrarte.

—¿Y tu madre?

—No  hablo  con  mi  madre  con  frecuencia...  parece  haber  un  muro  entre  nosotras.  Ni  siquiera  sé  dónde  vive.  Yo...  —carraspeó—.  Una  parte  de  mí  aún  se  pregunta  por  qué  permitió  que  aquello  sucediera.  Por  qué  se  quedó  con  un  hombre  que la golpeaba. Que me golpeaba. ¿Por qué no intentó salir de ahí? —miró a Pedro—. ¿Qué clase de madre hace tanto daño a su propia hija? ¿Qué clase de madre no pone el bienestar de su hija por encima de todo? Hay veces que pienso en la casa que me gustaría, los hijos que podría tener algún día. ¿Los haría pasar por algo así? Sé que no podría. He tratado de entenderlo, pero no puedo. Lo único que se me ocurre es que estuviera demasiado asustada como para hacer nada.

—Yo tampoco lo sé —dijo Pedro—. Apenas recuerdo a mi madre.

—Dijiste que los había abandonado a Caro y a tí. Eso debió de ser duro.

—Sólo recuerdo la sensación de no importarle —Paula abrió mucho los ojos por el odio en su expresión—. Nos abandonó cuando yo era un niño. Mi padre nos crió a Caro y a mí —caminó hasta la ventana.

—Lo  siento  —murmuró—.  Tuvo  que  ser  horrible  para  tí.  ¿Volvió  a  casarse  tu  padre?

—No  tiene  importancia  —carraspeó—.  Fue  hace  mucho  tiempo.  Y  no  es  nada  comparado con lo tuyo. Nada.

Hablaba  con  vehemencia  y  Paula supo  que  era  para  ocultar  su  dolor.  Y  por  un  momento se olvidó de ella misma y se preguntó por el niño que habría sido y cómo había  sufrido.  Quizá  la  cucharita  de  plata  con  que  había  nacido  no  había  brillado  tanto  como  ella  había  pensado.  ¡Cómo  deseó  poderlo  ayudar  como  él  la  había  ayudado a ella!Se  había  enamorado  de  Pedro y  eso  le  iba  a  romper  el  corazón.  A  Pedro le  importaba, sí, lo sabía, pero ¿Amor? Por decisión propia, él no amaba. Tenía  que  dar  un  paso  atrás.  Desnudar  sus  almas  era  bueno, pero  no  era  tan  tonta  como  para  pensar  que  tendría  un  final  feliz.  Pedro no  vivía  allí.  No  era  de  allí.  Era  de  Italia  y  su  lugar  estaba  allí  con  su  familia  y  el  imperio  Alfonso y  lo  que  estaba  sucediendo entre ellos era un accidente en sus vidas. Necesario, quizá, pero pasajero. ¿Cómo iba a decirle lo que sentía de verdad?

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 35

Pedro se sentó en el sofá al lado de ella, mirándola. Su cálida mano sujetaba la de ella y Paula se agarró a esa sensación de conexión para mantener el control. Una vez pronunciadas  las  palabras,  todo  parecía  irreal.  Como  si  no  pudiera  haber  sucedido. Pero sí, había sucedido y él le acarició la mano en respuesta.Nunca hablaba de ese día. Jamás. Pero quizá en ese momento lo necesitaba. Esa tarde  le  había  enseñado  que  esa  vida  no  había  quedado  atrás  como  pensaba.  Y  la  aterradora   verdad era que   Fernando estaba fuera de la prisión  y  saberlo   había   debilitado  su  barrera  de  protección  más  de  lo  que  le  gustaba  admitir.  Pedro era  lo  único que la sustentaba en ese momento.Lo  miró  a  los  ojos.  La  miraba  tranquilo  esperando  que  empezara,  dándole  el  tiempo que necesitaba. Era un hombre en el que apoyarse. No el rico heredero de las revistas. Ese no era el Pedro real.  El Pedro real estaba sentado a su lado y era un puerto seguro en la tormenta.Miró  la  sensual  curva  de  sus  labios  y  se  sintió  sorprendida  de  que  un  hombre  así  besase  a  una  mujer  como  ella  y  más  de  una  vez.  Cosas  así  no  sucedían.  La  vida  real no era así. Desde  luego,  esas  cosas  no  le  sucedían  a  una  chica  corriente  de  Ontario,  pero  ahí  estaba  él,  esperando.  Sin  prisa,  sin  discutir.  Por  primera  vez  en  su  vida  deseaba  abrirse a otro ser humano.

—Paula, no tienes que contármelo si es demasiado difícil. Está bien.

Paula se llevó su mano a la boca y la besó. Cerró los ojos. Cuando estaba con él, Fernando perdía su poder.

—Cuando tenía seis años, mi madre se casó con Fernando Langston —se concentró en el rostro de Pedro para mantener las imágenes alejadas—. Nunca conocí a mi padre auténtico.  Ella  me  había  criado  sola  hasta  ese  momento  y  me  dijo  que  las  cosas  mejorarían, que tendríamos una familia nueva. Pero no resultó así.

—No fue el cuento de hadas que esperabas.

—El maltrato no empezó desde el principio, pero eso ahora no importa. Lo que importa  es  que  cuando  empezó  creció  deprisa  y  descontroladamente  y  nosotras  estábamos  aterrorizadas.  Él  tenía  todo  el  control.  Nos  gobernaba  por  el  miedo  y  era  horrible. Esos años fueron...No  pudo  seguir. 

Los  recuerdos  la  inundaron  y  se  le  cerró  la  garganta.  La  imagen de ella paralizada en un rincón mientras él gritaba a su madre. La furia en su rostro  mientras  la  golpeaba  con  los  puños.  Las  muchas  noches  que  había  intentado  defenderla sólo para recibir el mismo trato. Los años de mangas largas y maquillaje. El miedo a hablar y la sensación de culpabilidad al oír los golpes del otro lado de la pared, demasiado paralizada para hacer nada.  El  andar de puntillas siempre temerosa de decir algo inadecuado o hacer algo mal. Años esperando oír decir a su madre que aquello se había terminado, pero eso nunca sucedió.

Por primera vez, Paula olvidó todos los atestados policiales, la terapia, todas las formas  en  que  se  había  dicho  que  había  progresado  y  sencillamente  lloró...  lloró  lagrimas frías y desoladoras. Pedro la rodeó con sus brazos cálidos, sólidos, seguros. Lloró por la infancia que había perdido, la culpa que aún sentía, el miedo que nunca acababa de desaparecer y el hecho de que, por fin, había llegado al punto en que podía llorar por todo.Luca  lo  había  hecho  posible.  Por  algún  milagro  la  había  empujado  a  vivir  y  le  había mostrado la realidad. Después  de  unos  minutos  se  recostó  en  el  sillón  y  se  secó  los  ojos.  Pedro fue  al  cuarto de baño y volvió con una caja de pañuelos de papel. Le ofreció un par de ellos.

—Siento haber llorado encima de tí.

—Por  favor,  no  te  disculpes  —se  sentó  en  el  borde  de  la  mesita  de  café  mirándola—. Sólo quiero asegurarme de que estás bien.

En ese momento sonó el teléfono y Pedro lo miró con el ceño fruncido.

—Atiéndelo —dijo Paula, pero Pedro sacudió la cabeza.

—Puede esperar.

El  teléfono  siguió  sonando  y  él  se  levantó  a  atenderlo.  Paula se  sintió  agotada.  Sólo se había sentido así de agotada el día que tuvo que testificar en el juicio. Oyó  a  Pedro hablar  por  teléfono.  Sus  ojos  seguían  fijos  en  ella,  que  trataba  de recolocarse el pelo.

—Lo siento, pero estoy con algo mucho más importante ahora mismo. Tendrás que ocuparte tú. Llamaré mañana —colgó el teléfono y volvió con ella, se sentó en la mesa y le agarró las manos—. Lo siento.

—Si tienes que irte, por mí está bien. Estoy bien.

—No estás bien. Y puede esperar. Ahora, mi prioridad eres tú.

Jamás, en toda su vida, nadie le había dicho algo así. Nadie la había puesto en primer  lugar.  Pero  Pedro,  el  adicto  al  trabajo,  había  dejado  lo  que  fuera  que  lo  reclamaba. Se humedeció los labios.

—Hoy  se  me  han  olvidado  todas  las  cosas  que  aprendí  en  la  terapia  y  sólo  he  sentido el miedo, la responsabilidad. Si hubiera hecho otra cosa no habría sucedido... —tragó,  le  costaba  seguir—.  Oh,  pensaba  que  ya  lo  había  superado.  He  trabajado  muchísimo  y  de  pronto  parecía  como  si  no  hubiese  pasado  todo  ese  tiempo.  Y  entonces has aparecido tú. Me he alegrado tanto de verte...

—Te había agarrado, no podía permitirlo —le acarició en una mejilla.

—En ese momento estaba atrapada, había retrocedido siete años. Ese día... —su voz casi se desvaneció un momento.

Todo  estaba  en  el  atestado  policial.  En  su  historial  médico.  Pero  nunca  se  lo  había contado a nadie a quien no estuviera pagando para ello.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 34

—Y he tenido ganas cuando le he visto tocarte. Pero muchas veces hay mejores maneras  de  solucionar  las  cosas  que  con  los  puños.  Ahora  se  ha  marchado  y  no  volverá. A ningún hotel Alfonso. Me aseguraré de ello.

No podía saber lo mucho que esas palabras significaban para ella. El  calor  de  su  cuerpo  desapareció  un  momento  y  lo  oyó  trastear  en  el  bar.  Cuando volvió le puso un vaso de agua en la mano.

—Esto funcionará  mejor  que el  brandy   —sugirió   tranquilo   mientras   ella   agarraba el vaso.

Bebió un buen sorbo y se preguntó qué podía contarle para que entendiera. Que entendiera por qué había reaccionado así y lo mucho que significaba para ella tenerlo a su lado.

—Paula, ¿Había algo que pudieras hacer para contentar a Reilly?

—Magia  para  que  la  habitación  Primrosesaliera  de  nuestra  nueva  zona  de  masajes. Pero debería haber encontrado algún modo. Hemos sido nosotros quienes le hemos causado las molestias. Tenía derecho a estar enfadado y...

—No te atrevas a excusarlo. Ni te atrevas, Paula. No hay ninguna excusa por la que un hombre pueda levantarle la mano a una mujer. Jamás.

En el momento en que Reilly le había agarrado el brazo había olvidado todo lo que había aprendido desde ese día hacía siete años. Se había olvidado de cómo estar bien y en lugar de eso se había sentido mal. Y Pedro tenía razón, estaba excusándolo. Eso  lo  había  hecho  muy  bien.  Se  había  echado  la  culpa  a  sí  misma,  a  jugar  al  «si  sólo...».  Si  hubiera  sido  más  inteligente,  más  guapa,  él  se  habría  portado  mejor.  Si  hubiera dicho algo diferente, o si no hubiera dicho nada... Si no lo hubiera mirado a los ojos, si hubiera cocido la pasta un poco más, si sólo, si sólo...Y durante unos segundos lo había creído de verdad. Si hubiera dicho otra cosa, quizá Reilly no la habría agarrado. Siete años de progresos tirados por la alcantarilla.

—Paula—se arrodilló delante de ella—. Corazón. He visto la cara que tenías cuando te ha agarrado. Estabas pálida. Esto ya te ha sucedido antes, ¿Verdad?

No lloraría, no lo haría. Afirmó con la cabeza tímidamente.

—Oh, Paula, lo siento muchísimo.

Ese  amable  y  dulce  Pedro estaba  desmontando  sus  defensas  completamente.  Cada  lugar  que  tocaban  sus  manos  lo  sentía  caliente  y  tranquilo.  Cada  palabra  que  decía curaba algo dentro de ella. No quería su lástima. Quería su comprensión y... su amor. Era todo lo que siempre había querido y que no había conocido.

—Todo tiene sentido ahora —continuó él—. Ese día en el ático, todas esas veces que no querías ser tocada... ¿Quién fue, Paula? ¿Un ex marido?

Ella negó con la cabeza.

—Un novio entonces.

Volvió a sacudir la cabeza.

—No, nada de eso —podía confiar en Pedro, lo sabía en el fondo de su corazón—. Fue mi padrastro.

Pedro dijo  algo  en  italiano  que  ella  no  entendió,  pero  cuyo  significado  era  evidente.

—¿Te golpeaba?

—Sí. A mí... y a mi madre.

Pedro se levantó, se acercó al bar y se sirvió una copa. Volvió a su lado.

—¿Dónde está ahora?

Paula cruzó  las  manos  sobre  el  regazo.  Trató  de  no  pensar  en  las  palizas.  En  cómo Fernando se iba por ella después de haberse cansado de pegar a su madre.

—Estaba...   estaba en  la cárcel, pero ahora está  fuera.   Salió en  libertad condicional el día antes de que tú y yo fuéramos... —se detuvo, respiró hondo—. El día del ático.

—¿Por qué no me lo has dicho antes?

Alzó la vista. No estaba enfadado con ella, estaba enfadado por ella. Listo para protegerla.

—Has dicho que está en libertad condicional. ¿Vendrá por tí? Maldita sea, Pau, ¡Podría haberte protegido! Deberías haberme dicho algo en lugar de pasar por esto tú sola.

—¿Qué te habría dicho?

—Si hubiera sabido que estabas asustada —dejó la copa—, si hubiera conocido la  razón  por  la  que  no  te  gustaba el  contacto,  te  juro,  Pau,  que  no  te  habría  presionado. No soy cruel.

—¿Y qué te habría dicho? ¿Hola, jefe nuevo, por favor no se lo tome a mal, no me  gusta  el  contacto  físico  porque  mi  padrastro  era  un  sádico  que  me  golpeaba  constantemente? Una bonita forma de romper el hielo, ¿No crees?

—Todas las veces que te he abrazado, las veces que te he sentido temblar... Dio, Pau, lo siento.

Pensó que él se merecía la verdad, al menos una parcial.

—No  temblaba  de  miedo,  Pedro.  Contigo  no.  ¿No  te  das  cuenta  de  cuánto significa para mí que me hayas defendido hoy? Nadie ha hecho algo así por mí antes. Yo...  yo...  —se  interrumpió.  No  podía  decirle  cómo  se  sentía,  era  algo  demasiado  nuevo—.  Por  favor,  no  pienses  nunca  que  he  tenido  miedo  de  tí.  Nunca  me  he  sentido en peligro físico.

«Sólo en peligro por lo que siento por tí», pensó. Ésa era la parte que no podía contarle.  Era  lo  único  que  no  podía  permitirse.  Había  sabido  desde  el  principio  que  entre  los  dos  nunca  habría  nada  serio.  Era  Pedro Alfonso,  con  residencia  en  Florencia, heredero de un imperio. Eran de mundos diferentes. No podía enterarse de que cada día que pasaba se enamoraba más de él. ¿Qué iba a hacer con esos sentimientos? No se sentía preparada para manejarlos, mucho menos para compartirlos.

—¿Tienes miedo de tu padrastro ahora? ¿Qué pasa con tu madre? ¿Dónde está?

No  estaba  segura  de  cuánto  contarle.  Era  una  larga  historia.  No  dijo  nada  y  habló él.

—Perdona, me estoy entrometiendo. No quieres hablar de ello y lo respeto.

—No —se   levantó   del   sofá—.   No trato de excluirte,Pedro, tienes que comprenderlo.  Aquí  nadie  sabe  nada  de  esto,  empecé  una  nueva  vida,  la  levanté  desde las ruinas. Y pensaba que la había dejado atrás. Hice una terapia. Pensaba que estaba  bien,  pero me  he  dado  cuenta  de  que  no  puedo  dejarla  atrás,  Reilly  me lo  ha  demostrado.  Y  justo  ahora...  —lo  necesitaba.  A  Pedro,  complicado,  arrogante  y  temporal—.  Justo  ahora  eres  el  único  que  me  puede  ayudar  a  no  perderla.  Hoy  ha  vuelto todo. Te... te necesito, Pedro.

Esperó que él huyera gritando, pero le tendió la mano, ella la agarró y él dijo:

—Cuéntame.

—Fernando  Langston  ha  pasado  siete  años  en  la  cárcel  por  haber  intentado  asesinar a mi madre... y a mí.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 33

Pedro vió la  mirada  de  Paula fija  en  el  suelo.  Seguía  asustada.  Recordó  un  instante  su  vibración,  su  risa  la  noche  que  habían  bailado  juntos.  Ningún  hombre,  cliente o no, tenía derecho a amedrentarla. A usar la fuerza contra ella.

—Acabo  de  darme  cuenta,  señor  Reilly.  Lo  sentimos  muchísimo,  pero  el Cascade  no  tiene  ninguna  habitación  vacía  en  este  momento.  Estoy  seguro  de  que  podrá  encontrar  alojamiento  en  cualquiera  de  los  estupendos  establecimientos  de  Banff. Por favor, salga de aquí.

—¡Y un cuerno! ¡Voy a hacer que en las oficinas centrales se enteren de esto!

Su intento de resolver la situación había fallado y Pedro sabía que no podía tener a alguien así alojado en el hotel. Esa situación tenía que terminar ya. Si hacía algo así en  un  vestíbulo,  ¿Qué  podría  hacer  en  una  habitación  con  una  camarera?  Tenía  la  obligación de proteger a su personal. Un deber con Paula.

—Por  favor,  hágalo.  Estoy  seguro  de  que  mi  asistente  enviará  su  queja  con  la  máxima celeridad.

—Hijo de...

Pedro lo interrumpió. Cualquier pretensión de ser amigable había desaparecido.

—Estoy   seguro   de   que   las   autoridades   locales   estarán   encantadas   de   proporcionarle  transporte  si  no  dispone  del  suyo  propio  —hizo  un  gesto  con  los  dedos   sobre   la   pierna   sabiendo   que   dos   personas   de   seguridad   del   hotel   se   presentarían en segundos. Habría preferido no tener que recurrir a la policía, pero todo tenía un límite.

Reilly  cuadró  los  hombros,  recogió  su  maleta  del  suelo  y  salió  del  vestíbulo  jurando. Paula lo miró con el rostro aún demudado.

—Lo siento, Pedro. No sabía que...

—No te disculpes. Ven conmigo.

Lo siguió.

—¿Adónde vamos?

—A mi suite para que puedas recomponerte.

Él abrió la puerta y ella entró delante. Se acercó al minibar y sirvió un poco de brandy. Se lo dió.

—Bébete esto. Te devolverá el color a las mejillas.

Paula bebió un sorbo que le ardió en la garganta. Pedro estaba enfadado. Ella había manejado todo mal y estaba enfadado con ella. Al menos, iba a tener el detalle de decírselo en privado.

—Pedro, lo siento —bebió otro sorbo y le devolvió la copa.

—¿Sientes qué?

—Es mi trabajo manejar a los clientes y hoy no he sabido hacerlo.

—Por Dios, ¡no te disculpes por la conducta de ese animal!

Mari dió un paso atrás por el estallido.Él temperó su tono por la reacción.

—Yo  soy  quien  lo  siente,  Paula.  Cuando  he  visto  que  te  agarraba...  parecía  como si te fueras a desmayar.

—¿No estás enfadado conmigo?

—No, cariño —se acercó y la rodeó con los brazos—. No estoy enfadado.

Sintió que las lágrimas le inundaban los ojos mientras los cerraba.

—Lo he visto tocarte y me han dado ganas de agarrarlo del cuello y sacarlo a la calle —le dijo al oído—. Pero ése no es el estilo Alfonso. Al menos, no el de los hoteles. Alfonso es clase y elegancia, no peleas en el vestíbulo. Aunque se lo mereciera.

—Me  alegro  de  que  no  lo  hicieras.  Yo...  odio  la  violencia.  Pero  tenía  miedo,  Pedro. Mucho miedo.

—Me he dado cuenta y he tenido que contenerme.

Salió de entre sus brazos.

—Puedes  pensar  que  has  sido  amable,  pero  he  visto  la  mirada  furiosa  en  tus  ojos.  Oh,  Pedro,  me  he  alegrado  tanto  de  verte...  Sabía  que  no  permitirías  que  me  pasase nada.

—No dejaré que te hagan daño —le pasó un dedo por la mejilla.

—Pero sé que hombres como Reilly pueden hacerlo —empezó a temblar.

Paula sintió los temblores en su interior y fue incapaz de controlarlos. Se quedó fría y de repente no podía respirar.

—¡Porco mondo!

Apenas  registró  la  exclamación  de  Pedro mientras  él  le  agarraba  los  brazos  y  la  llevaba hasta el sofá. Le dijo algo en italiano. La respiración se le aceleró y empezó a ver puntos grises.

—¡Maldita  sea!  ¡Pau,  pon  la  cabeza  entre  las  piernas!  —ordenó  mientras  le  empujaba la cabeza. Ella cerró los ojos—. Respira, cariño —su voz se volvió suave y ella se concentró en respirar.

Reilly se había ido. Fernando se había ido. Nadie le haría daño.Si se lo repetía muchas veces, quizá llegara a creerlo.En  unos  minutos  recuperó  el  control.  Las  sacudidas  la  habían  atacado  tan  rápido  y  fuerte  que  no  le  había  dada  tiempo  a  prepararse.  Las  había  sufrido  con  frecuencia hacía tiempo. había bajado la guardia desde que pasaba los días con Pedro. Estaba a salvo con él. Se ocupaba de ella y saberlo le hacía sentir ganas de echarse a llorar. Siempre había estado sola. Esa vez no, estaba Pedro.

—Pensaba que ibas a pegarle —murmuró abrazada a las rodillas.

martes, 12 de junio de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 32

—Le estaba diciendo —dijo el señor Reilly sin apaciguarse—, que ese arreglo es completamente inaceptable.

Paula apretó  los  dientes.  El  hombre  le  había  dado  la  espalda  a  Macarena  de  un  modo grosero. Era trabajo suyo suavizar a los clientes ásperos.

—Soy   la   directora,   quizá   pueda   servir   de   ayuda.   ¿Qué   habitación   había   reservado?

—La Primrose —dijo Macarena por encima del hombro del cliente.

La Primroseera  una  de  sus  mejores  habitaciones,  pero  no  existía  en  ese  momento.

—Me temo que la habitación que reservó está siendo sometida a una profunda reforma.  Para compensarlo,  señor  Reilly,  podemos  acomodarlo  en  una  suite  de ejecutivo  de  la  tercera  plata  sin  coste  adicional.  Estoy  segura  de  que  encontrará  la  habitación muy satisfactoria. Es mucho más grande...

—Reservé  esa habitación hace tres  meses   y  ocuparé  esa  habitación   —la interrumpió cortante—. No quiero una suite, quiero la Primrose.

Paula respiró  hondo.  Todo  en  Reilly  hacía  de  detonador  en  ella:  su  grosería,  su  tono autoritario, el modo beligerante de hablar...

—Lo   siento,  pero  es  imposible,   esa  habitación  es  parte  del  proceso  de  modernización —sonrió apelando a su sentido común—. En este momento está llena de  tablas  y  herramientas.  Como  directora  le  presento  mis  disculpas  y  estaremos  encantados  de  ofrecerle  otra  habitación  con  desayuno  incluido.  Se  lo  aseguro,  señor  Reilly,  nuestras  suites de  ejecutivo  son  impresionantes  —su  voz  sonaba  cálida  y  confiada, pero por dentro temblaba.

Trató  de  recordar  los  ejercicios  que  le  habían  enseñado  en  la  terapia.  Iban  en  contra  de  todo  lo  que  había  aprendido  de  pequeña.  Miró  por  encima  del  hombre  a  Macarena.

—¿Te ocupas de todo, Macarena?

—Sí, señorita Chaves.

Paula sonrió y se alejó un par de pasos.

—Si cree que eso es bastante, se equivoca, señoritinga ¡No se marche así!

Una  pesada  mano  la  agarró  de  la  muñeca  haciéndole  daño.  Paula gritó  y  se  encogió  de  miedo  antes  de  poder  pensar.  Cerró  los  ojos  esperando  lo  que  vendría  después.  El  sonido  del  gemido  de  conmoción  de  Macarena vibró  dentro  de  ella.  Se  tranquilizó. Sólo era peor cuando mostraba dolor o temor.

—¿Hay algún problema?

Paula alzó  la  vista,  vió  a  Pedro y  deseó  echarse  a  llorar  de  agradecimiento.  Pedro tenía los  ojos  sombríos  de  furia  y  miró  como  un  ángel  vengador  al  hombre  que  la  agarraba. No se había alegrado más en toda su vida de ver a alguien.

—Nada  que  no  pueda  manejar  —dijo  el  hombre  desdeñoso  dando  un  tirón  de  la muñeca.

Paula no pudo reprimir un gesto de dolor y al instante, un músculo se tensó en la mandíbula de Pedro.

—Le  sugiero  enérgicamente  que  suelte  el  brazo  de  la  dama  —dijo  las  palabras  con suavidad, pero en un tono de una dureza innegable.

Como Reilly no la soltó de inmediato, añadió—: Mientras aún pueda.

—Sólo   hemos   tenido   un   pequeño   desacuerdo   —respondió   el   hombre,   decepcionado por tener que soltar a Paula.

Una vez libre, Paula se frotó la muñeca con la otra mano. Sabía que debería decir algo, pero las palabras no le salían. Se quedó muda mirando a Pedro.

—¿Estás bien,  Pau?   —preguntó Pedro dejando de  mirar  un  momento   al   hombre.

Parecía sinceramente preocupado. Pedro jamás permitiría que le sucediese nada. Ella  asintió  y  respiró  hondo  para  calmarse.  Lo  único  que  deseaba  era  que  Reilly  desapareciera.

—Quizá yo pueda ayudarlo —sugirió Pedro, tenso y con tono envenenado.

Paula contuvo  la  respiración  con  la  esperanza  de  que  Pedro  no  recurriera  a  la  violencia.  Provocar  una  escena  era  lo  que  deseaba  ese  hombre,  conocía  a  los  de  su  clase,  los  que  querían  provocar  peleas,  quienes  pensaban  que  la  fuerza  física  lo  resolvía todo.

—¿Y quién es usted?

—Pedro Alfonso, dueño del hotel.

—Señor Alfonso—dijo Reilly con una repentina sonrisa—, creo que quizá debería enseñar a su personal el principio de que el cliente siempre tiene la razón. Reservé la habitación Primrose hace meses y ahora me mandan a una del tercer piso.

Paula habló  por  primera  vez.  Alzó  la  barbilla  y  deseó  que  la  voz  no  le  saliera  temblorosa.

—He cambiado al señor Reilly a una suite del tercer piso.

—El Alfonso Cascade siente mucho las molestias, como estoy seguro de que le habrá dejado claro nuestra directora, la señorita Chaves—Reilly abrió la boca para decir algo, pero  Pedro no  le  dejó—.  Sin  embargo,  no  toleramos  los  abusos  de  ninguna  clase  con  nuestro  personal.  Ella  le  había  reservado  generosamente  una  de  nuestras  suites más exclusivas que estoy seguro de que encontrará más que satisfactoria.

—Le aseguro que no —miró a Paula.

Paula bajó  la  vista.  No  quería  desafiarlo  de  ningún  modo.  Pedro le  iba  permitir  quedarse. Era  lo  más  inteligente  desde  el  punto  de  vista  del  negocio,  pero  no  pudo  evitar sentirse decepcionada. No quiso levantar la vista. Si  él  tenía  que  pensar  que  había  ganado,  estaba  bien.  Era  mejor  que  la  alternativa.