jueves, 13 de mayo de 2021

Soy Tuya: Capítulo 33

 –Paula –la profunda voz de Pedro reverberó en su interior. Al alzar la mirada se encontró con sus divinos ojos grises–. Hay un montón de comida y un par de viejos amigos a los que me encantaría presentarte. Por favor, únete a nosotros.


Tomó el brazo de Paula y lo entrelazó con el suyo en un gesto que empezaba a convertirse en hábito. Ella se quitó los zapatos mecánicamente, como si lo hubiera hecho cientos de veces antes, y de pronto se sintió menuda y frágil al lado de un hombre tan fuerte y sólido como Pedro. Cuando la puerta se cerró a su espalda, las voces que llegaban de la cocina callaron y dos caras se asomaron a la puerta.


–Emiliano, Ivana, ésta es Paula.


Los ojos de Ivana brillaron.


–Aaaah, la valiente heroína de Mateo.


–¿Quién? –susurró Emiliano.


–La del coche y los ojos verdes que le curó la herida –dijo Ivana entre dientes, al tiempo que daba un paso adelante con la mano extendida.


Pedro soltó a Paula y ésta se vió arrastrada por Ivana hacia el jardín, donde estaban preparando una barbacoa. 


Durante la tarde, Paula trató de imaginar cómo se sentiría perteneciendo al mundo de Pedro, con sus barbacoas, sus reuniones de padres y hasta con alguna que otra clase de piano. Teniendo en cuenta que su agenda estaba llena de direcciones de tintorerías, masajistas y compañías de taxis de todo el mundo, le resultaba difícil imaginarlo como una posibilidad real. Pero cuando lo descubría mirándola con una dulce sonrisa, o cuando, con cualquier excusa, la tocaba, la idea de vivir en una zona residencial de Cairns resultaba súbitamente tentadora. Cuando el calor se hizo insoportable, se quitó la chaqueta. En un momento en el que Leonardo y Emiliano peleaban por las pinzas de la barbacoa e Ivana se refrescaba, sentada en el borde de la piscina con los pies en el agua, Paula y Pedro se encontraron solos en una gran mesa de madera, a la sombra de una pérgola. Paula dió un largo sorbo a su cerveza.


–La cerveza nunca sabe tan bien como en una calurosa tarde de verano en el trópico –dijo Pedro, expresando en alto lo que ella acababa de pensar.


–¿Quiénes son? –preguntó, a la vez que miraba cómo Ivana humedecía las piernas de su marido con agua de la piscina.


–Somos amigos desde la infancia. No nos veíamos hacía meses por mi culpa. Afortunadamente, han sido lo bastante testarudos como para seguir insistiendo. Está claro que esta semana estoy siendo muy afortunado.


Paula tomó aire por la nariz y tragó lentamente.


–Háblame de tu reunión –añadió él, salvándola de tener que responder a su comentario. 


Se sentó en el banco a horcajadas para mirarla de frente y Paula sintió que el resto del mundo desaparecía a su alrededor y sólo existían ellos dos. Pensó en Max y en su ridícula casa, pero estaba claro que eso no era lo que le interesaba saber a Pedro. Probablemente había ido más de una vez. Así que decidió no andarse por las ramas y contestar.


–Me ha ofrecido Roma.


Pedro se sintió como si acabaran de darle un puñetazo. La suerte acababa de abandonarlo.


–Así que Roma… –fue todo lo que se le ocurrió decir.


Paula asintió al tiempo que se mordisqueaba el labio con gesto nervioso. Pedro tuvo que morderse la lengua para no gritarle que no se marchara. Apenas la conocía. No tenía derecho a decir algo así. Y menos cuando la mirada decidida de Paula le indicaba que si alguien osaba decirle lo que debía hacer, ella huiría antes de que su interlocutor tuviera tiempo a terminar su frase.


–Eso era justo lo que querías, ¿No es cierto? –dijo, admirándose de poder articular palabra.


Paula frunció el ceño.


–Lo era. Lo es. Pero le he pedido que me dé tiempo para pensarlo. Tengo veinticuatro horas. Mañana a esta hora, mi destino estará decidido.


Y de pronto, las piezas del puzzle encajaron. Paula había ido directamente de la entrevista a verlo. No había ido ni al taller de Gonzalo, ni a su casa, ni al aeropuerto. Había acudido a él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario