martes, 11 de mayo de 2021

Soy Tuya: Capítulo 30

Miró de soslayo al hombre que tenía ante sí. Era guapo, alto, imponente. Pero a pesar de todo, no tenía ni un ápice del magnetismo de Pedro Alfonso. «Concéntrate», se dijo, enfadándose consigo misma. «De acuerdo. Ese Alfonso te encanta y hace que el corazón se te derrita cuando te mira. Acéptalo y apártalo de tu mente». Max la condujo hasta unos sillones de caña bajo una sombrilla azul celeste. A un lado se veía el campo de golf. Al otro, el inmenso mar.


–Bien, Paula –dijo él cuando se sentaron–, supongo que dada la rapidez con la que circulan los rumores en MaxAir, debes de imaginarte por qué te he hecho venir.


Paula asintió, pero guardó silencio. Aunque los rumores solían confirmarse, no quería meter la pata. Max sonrió súbitamente, mostrando sus blanqueados dientes de estrella de cine.


–Fantástico –continuó–. Estoy encantado con el resultado de la campaña publicitaria con tu rostro en las vallas publicitarias de todo Australia. Está claro que transmites confianza a nuestros clientes.


Paula tuvo un momento de pánico. ¿Estaría a punto de pedirle que se quedara en Australia? Y si lo hacía, ¿Qué iba a contestar? ¿Le suplicaría que la enviara a Roma? Si Max se negaba, ¿Dimitiría? De pronto no tuvo ni idea de cómo iba a reaccionar. Sólo supo que algo había cambiado en ella, que le ofreciera Max lo que le ofreciera, no volvería a su rutina ni a su modo de vida anterior. Lo que antes le resultaba satisfactorio y lleno de posibilidades, de pronto le parecía insuficiente. Anhelaba algo más. Se clavó las uñas en la palma de la mano mientras esperaba. El corazón le latía con fuerza en el pecho.


–Supongo que has oído que nuestra línea Roma-París ha sufrido pérdidas en relación a otras compañías. Me gustaría contar contigo para que vayas a Roma e inyectes un poco de juventud y energía australiana a nuestra rama europea.


Paula aguardó a oír las condiciones que Max pensaba plantearle, pero un camarero uniformado de blanco apareció de la nada con un martini para él y un a limonada para ella.


–Quiero que te instales en Roma –continuó Max, una vez el camarero desapareció tan sigilosamente como había aparecido–. No me gusta que mis chicas de Roma se estresen, así que sólo trabajarás tres días por semana y un mes de cada tres. Si crees que ya has alcanzado un buen puesto, no tienes ni idea de lo que te espera en Roma.


Paula sintió un hueco en el pecho. Roma. Después de tanta preocupación y ansiedad, Max le ofrecía Roma, susueño, el puesto con el que demostraría al mundo que había alcanzado la cumbre.


–¿Por qué yo? –preguntó sin poder ocultar la estupefacción que sentía.


Max sonrió.


–De todas las caras que hemos utilizado, la tuya ha sido la más reconocida sistemáticamente por todos los chicos y chicas del país. Los informes de tu trabajo son siempre impecables. Has cambiado de rutas, de compañeros de trabajo, de posición… Y jamás has titubeado ni has aducido problemas personales, ni familiares como excusa. De hecho… –Max bajó la vista hacia un papel en el que Paula no se había fijado hasta ese momento–, quizá no lo sepas, pero sólo has faltado dos días al trabajo en los siete años que llevas con nosotros.


Las palabras de Max la alcanzaron como si le hubiera tirado a la cara un jarro de agua fría y se dio cuenta de que la única razón por la que nunca había rechazado ningún trabajo era porque, al contrario de lo que le sucedía a la mayoría de sus colegas, ella no tenía ni familia ni vida personal. Llevaba corriendo desde el día que huyó de su casa y sin saber muy bien cómo, se había convertido en la «Trabajadora del milenio». De pronto no tenía claro si quería seguir siéndolo. Al ver que Paula no contestaba, Max la observó con los ojos entornados y una amplia sonrisa. Sacó un papel azul del bolsillo con el anagrama de la compañía, apuntó algo y se lo pasó deslizándolo sobre la mesa.


–Ésta es mi oferta.


Paula se dijo que no debía mirar, que no podría resistirse y caería de rodillas ante Max, cuando su corazón le decía que debía decirle que lo pensaría. Pero rebelde y testaruda como era, no atendió sus propias órdenes y miró. El salario doblaba el que cobraba por aquel entonces. Además, podría viajar a cualquier parte del mundo con MaxAir. Tendría chófer y la compañía pagaría su mudanza a Roma. Todo ello explicaba por qué no había recibido el calendario de vuelo del siguiente trimestre. El acuerdo era tan espectacular que no pudo reprimir una exclamación. Max sonrió.


–¿Debo interpretar que aceptas?


Paula creyó que la cabeza le estallaría. Dudaba que hubiera alguien capaz de titubear ante la posibilidad de cerrar un acuerdo como aquél. Sólo hacía una semana, ella no habría vacilado.

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