martes, 11 de mayo de 2021

Soy Tuya: Capítulo 31

Miró el papel detenidamente, lo dobló y lo metió en el bolso.


–¿Cuánto tiempo me das para pensarlo?


Max pareció levemente contrariado, pero se dominó al instante.


–Veinticuatro horas.


Paula asintió. Un día. Le quedaba un día en Cairns para pensarlo.


–Te contestaré mañana a esta hora.


Max se puso en pie y le estrechó la mano. Paula sintió una presencia a su espalda. Rafael había vuelto, lo que significaba que era hora de marcharse. Tomó el bolso y siguió al chófer mientras se preguntaba si no estaría volviéndose loca. Le ofrecían su sueño en bandeja y en lugar de aceptarlo entusiasmada, pedía tiempo para decidirse.


–¿Qué tal ha ido la reunión, señorita Chaves? –preguntó él cuando llegaron al vestíbulo.


–Maravillosamente –dijo ella.


Él la miró de soslayo con sus inquisitivos ojos, y una vez más, Paula se preguntó si el trabajo de chófer no sería más que un mero entretenimiento durante sus vacaciones en el ejército.


–¿Qué le parece la idea de Roma?


En lugar de sorprenderse de que Rafael tuviera información supuestamente reservada, se limitó a decir:


–Me encanta Roma, la adoro. Sus tiendas, sus cafés, sus monumentos… Siempre he querido vivir allí. Y sin embargo, le he dicho a Max que necesito pensarlo. ¿Estoy loca? ¿Debería volver y jurar que sólo estaba bromeando y que haré el equipaje inmediatamente?


Rafael mantuvo la puerta de la limusina abierta.


–No –dijo, tajante–. Hágale esperar. Le sentará bien.


Al sonreír, una cicatriz que cruzaba su mejilla se hizo visible. Siena le sonrió. Había decidido que era un buen tipo.


–Las nuevas instalaciones para la formación del personal están en la propiedad –dijo Rafael–. Max pensaba que le gustaría visitarlas.


Paula asintió. Le iría bien distraerse un rato para poner en orden sus ideas. Rafael la llevó hasta un edificio azul y blanco. El interior era elegante, con una mezcla de clasicismo y vanguardia que la impresionó. Siete años antes, ella había realizado su formación en un modesto edificio a las afueras de Melbourne. Tanto ella como Max habían recorrido un largo camino desde entonces.


–¿Usted es Paula Chaves? –preguntó una voz a su espalda.


Al volverse, Siena descubrió un grupo de jovencitas de ojos brillantes y cabello recogido en una coleta, muy parecidas a la Jessca fascinada con el malabarista.


–Así es –respondió.


–Cuando salieron los anuncios –dijo una de ellas–, no creíamos que fueras una azafata de verdad porque ninguna de nosotras habíamos coincidido contigo. ¿Es verdad que vuelas regularmente?


–Desde hace siete años. Los últimos tres he alternado los vuelos nacionales con los internacionales, tal vez por eso no me hayan visto antes.


–Yo daría lo que fuera por hacer vuelos internacionales –dijo la jovencita con expresión soñadora.


En ese momento, Paula vió que la joven llevaba un anillo de compromiso y sintió lástima por ella. Nunca llegaría a cumplir su sueño profesional. La vida de una azafata internacional era demasiado azarosa, su maleta se convertía en su hogar y sus horarios eran caóticos. Eso mismo era lo que a ella le había atraído de su trabajo. Lo mismo que lo hacía inapropiado para una mujer enamorada. La vida amorosa de una azafata de MaxAir se limitaba a recibir pellizcos de los pasajeros en el trasero o a tener un amor en cada puerto.


–Te parecerá una tontería, pero ¿Me das tu autógrafo? –preguntó la joven.


–Claro –Paula firmó, prefiriendo no compartir sus pensamientos con la joven.


–¡Feliz estela! –dijeron las chicas al unísono, al tiempo que Rafael escoltaba a Paula hacia la puerta.


–Lo mismo digo –dijo Paula antes de salir a la luz del exterior con el ánimo abatido.


Se sentía como si a su espalda dejara un rastro de huellas sobre la arena mojada. El rastro de huellas de una persona sola.

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