martes, 11 de mayo de 2021

Soy Tuya: Capítulo 32

Ya en Cairns, Paula hizo lo posible por recordar por qué odiaba tanto la ciudad. Rafael la llevó a lo largo del magnífico paseo marítimo, por el que deambulaba gente de todas las edades, en bañador, relajada, disfrutando de las vistas; luego llegaron al inmenso lago artificial rodeado de zonas verdes, de sofisticados restaurantes y tiendas, y se adentraron en las hermosas calles próximas a la playa. Cairns había cambiado radicalmente en siete años. Y, tal y como estaba empezando a descubrir, también ella. Ya no era la adolescente rebelde e iracunda que acostumbraba a ser. Se había construido una gran carrera, tenía amigos en todo el mundo, pero aun así, echaba algo en falta. Su anhelo por alcanzar siempre cotas más altas la habían conducido hasta donde estaba, pero sus pies, en continuo movimiento, empezaban a necesitar pisar tierra firme. Al llegar a un cruce que le resultó familiar, llamó a Rafael.


–¿Cambio de planes, señorita Chaves?


El chófer tenía la habilidad de leerle el pensamiento.


–Sí. Necesito comprar una cosa.


Media hora más tarde, la limusina se detenía delante del número catorce de Apple Tree Drive. El gran roble que había delante de la casa tenía un agujero donde había recibido el impacto del coche de Gonzalo, y el rosal de Paula había desaparecido.


–¿Tenía algo en contra del árbol, señorita? –preguntó Rafael.


–No me extrañaría que supiera cuántas veces me caí de él cuando era pequeña, Rafael –la forma en que él sonrió hizo que Paula decidiera no arriesgarse a averiguarlo–. Gracias por haber tenido tanta paciencia conmigo.


–Ha sido un placer. Hasta mañana, señorita Chaves.


Paula se quedó sola ante la puerta de la casa, con la bicicleta que acababa de comprar a su lado. Llamó usando la aldaba en forma de cabeza de león que le había regalado a su padre cuando cumplió sesenta años. Oyó una voz aproximarse hasta que la puerta se abrió. Al otro lado estaba Leonardo.


–¡Caramba, pero si es Paula Chaves, la hermana de Gonzalo Chaves y antigua habitante de esta casa!


–Hola, Leonardo –saludó ella con un hilo de voz–. ¿Está Pedro?


Como si el susurro hubiera llegado automáticamente a sus oídos, Pedro apareció de perfil en el umbral de la puerta de la cocina. Llevaba un trapo de cocina al hombro, unos vaqueros gastados, un polo con el cuello abierto y estaba descalzo. Alguien reía como respuesta a algo que había dicho.


–Pedro –dijo Leonardo, alzando la voz–. Tienes otra visita.


Pedro se volvió y se quedó paralizado. De pronto sus ojos y su rostro se iluminaron. Ni siquiera pretendió ocultar sus sentimientos hacia Paula. Los mismos que ella sentía hacia él. Y aquella señal bastó para que ella se tranquilizara y supiera que había hecho bien en ir a verlo.


–Hola, Paula –dijo él, aproximándose.


–Hola –respondió ella, que se sentía muy pequeña en el umbral de la puerta–. He traído un regalo a Mateo –indicó la bicicleta que tenía apoyada en la pierna.


Pedro miró la bicicleta y luego deslizó la mirada por el traje y el cuidado maquillaje de Paula, y se llevó la mano al pecho.


–Estás preciosa –dijo. Y, tomándole las manos le abrió los brazos para poder admirarla. Luego, su expresión se veló por un instante y preguntó–: ¿Has ido a la reunión?


Paula asintió y tuvo la sensación de derretirse bajo su atenta mirada. No recordaba ser objeto de tanta ternura desde hacía años, de ser contemplada como si fuera algo muy valioso. Y era una sensación maravillosa.


–Sé que Mateo debe estar todavía en el colegio, pero he querido aprovechar la limusina para traer la bicicleta.


–No deberías haberte molestado.


–No ha sido ninguna molestia.


–Por favor, pasa –Pedro tomó la bicicleta y la apoyó en la pared del porche.


Luego, agarró la mano de Siena y ésta se estremeció al sentir el roce de su piel áspera y callosa. Se oyó la risa de una mujer en la cocina.


–No quiero molestar –dijo, titubeante–. No debería haber venido sin llamar. No sé en qué estaría pensando.


Ésa era una verdad a medias. Claramente, había estado pensando en él. Y dado que James era listo e intuitivo, se habría dado cuenta nada más verla.


–¡Tonterías! –fue la respuesta de Pedro a ambos comentarios y, dando un paso adelante, se unió a Paula bajo el emparrado que cubría el porche.


La escena hizo recordar a Paula su primer beso con… ¿Cómo se llamaba? Un chico al que había arrastrado hasta su casa con la esperanza de que su hermano Gonzalo los pillara y se pusiera hecho una furia. Ella y el muchacho se habían besado. Un beso breve, que había disfrutado más de lo que esperaba. Pero Gonzalo no se había enterado y ella había pasado el resto del mes esquivando al pobre chico. Su miedo al compromiso era una característica que la acompañaba desde muy temprana edad.


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