jueves, 10 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 24

Los celos de Pedro se esfumaron al instante. Observó al tipo que decía ser hermano de Paula. ¿Cómo podía fiarse de él? Tal vez se había equivocado de casa y estaba hablando de otra hermana.


—¿A quién ha dicho que viene a ver?


El hombre alisó la parte delantera de su chaqueta con una mano.


—¿Dónde está mi hermana Paula? El abogado de la familia nos ha informado de que tiene problemas. He venido de inmediato.


Pedro debía asegurarse de que podía fiarse de aquel hombre. Por su pelo negro y sus ojos marrones podía serlo, aunque él era más moreno.


—¿Cómo se llama?


El hombre se levantó de la tumbona, se acercó a Pedro y le ofreció su mano.


—Soy Ezequiel. Hola, Pedro Alfonso.


Pedro se quedó desconcertado. ¿Cómo era posible que aquel hombre lo conociera?


—¿Cómo ha entrado aquí?


—He saltado la valla.


—¿Y tiene por costumbre entrar así en las casas?


Ezequiel, o quien fuera, arqueó una ceja.


—Habría entrado por la puerta, pero Paula no está.


—Paula no tiene hermanos. Sólo una hermana llamada Delfina.


Ezequiel sonrió.


—Paula aclarará las cosas. Y, como habrás notado, te conozco y sé cuál es tu conexión con mi hermana —frunció el ceño ligeramente—. Supongo que eso nos convierte en hermanos y deberíamos tutearnos.


Pedro se quedó conmocionado. ¿Cómo había averiguado la verdad aquel tipo? ¿Y sería realmente quien decía ser?


—¿Por qué no deja una tarjeta de visita?


—Bien, bien. Me gusta que Paula cuente contigo para protegerla.


Aquello desconcertó de nuevo a Pedro. Lo último que esperaba era aceptación. Pero él no se dejaba engañar fácilmente.


—¿A qué has dicho que has venido?


—He venido a ver a Paula de parle de mi padre. Y tú haces bien en no confiar en mí. Es lo mejor para ella.


—¿Dónde vive tu padre? 


—Ah, eres astuto. Tus preguntas y respuestas son tan nebulosas como las mías —señaló las puertas correderas—. Pasemos al interior. Así habrá menos posibilidades de que alguien nos escuche.


—No creo. Hasta que Paula no me confirme que eres bienvenido en esta casa podemos quedarnos aquí.


Ezequiel miró a su alrededor y asintió.


—De acuerdo. Podemos esperar aquí a que vuelva.


Pedro se apoyó contra el marco de la puerta con aparente despreocupación.


—Mientras esperamos puedes contarme a qué has venido.


El desconocido echó atrás la cabeza y rió.


—Yo viajo a todas partes, pero nuestro padre no puede hacerlo debido a sus problemas de salud y quiere ver a sus hijos. No tienes que confirmar nada de lo que diga. No espero que lo hagas.


—Creo que ha llegado la hora de llamar a la policía para que te arresten por allanamiento de morada.


—Podría darte toda clase de identificaciones, pero ya sabes que se pueden conseguir por dinero. En lugar de ello te hablaré de la última visita que hizo Paula a su padre biológico cuanto tenía siete años; entonces yo tenía diecisiete. Fuimos de picnic y luego paseamos por la playa. Recogimos caracolas. Luego mi padre la  llevó en hombros mientras le contaba la historia de una princesa ardilla que podía viajar a donde quisiera. Luego le cantó unas canciones en español. ¿Responde eso a tu pregunta?


—Has llamado lo suficiente mi atención como para retrasar la llamada a la policía —era posible que apenas supiera nada sobre Paula, pero Pedro estaba seguro de que no le haría precisamente gracia que las noticias sobre su familia se extendieran a partir de un informe policial que cayera en manos de la prensa.


—Gracias —dijo Ezequiel—. No he venido sólo porque Paula haya llamado al abogado. También he venido porque nuestro padre esta enfermo. Muy enfermo. Si ella no lo visita ahora podría no volver a verlo.


¿Cómo se tomaría Paula aquella noticia? Pedro la había alentado a ponerse en contacto con su padre, aunque sólo fuera para dejar zanjado el pasado, y ahora el reloj había empezado a correr. Si aquel hombre podía ayudarlo a persuadirla para que fuera, mejor que mejor. Y con él a su lado, nadie tendría oportunidad de volver a hacer daño.


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