—Según mi abogado, eso es lo que tardará el asunto en ponerse a rodar —Pedro había pedido consejo a Federico en esta ocasión, como debería haber hecho un año atrás—. No puedes culparme por temer que vuelvas a desaparecer.
Pero lo cierto era que la mañana después de su improvisada boda ambos estuvieron de acuerdo en que había sido un error. En realidad Pedro lo asumió después de que Paula le diera una bofetada. Luego, ella tomó sus ropas y se alejó hacía la puerta. Él esperaba poder hablar con ella tranquilamente del asunto después de que se calmara. Pero, tras irse de su casa en España, Paula ignoró cualquier intento de comunicación de Pedro y se limitó a enviarle los papeles necesarios. Él tomó las llaves que ella aún sostenía en la mano. El recuerdo turístico que usaba de llavero llamó su atención de inmediato. Tras mirarlo atentamente comprobó que se trataba de una reproducción en metal de la casa que había estado restaurando el verano en Madrid cuando se conocieron. Interesante. Y alentador.
—Bonito llavero.
—Lo conservo para recordar los riesgos de la impulsividad —dijo Paula a la vez que recuperaba las llaves.
—¿Riesgos? —Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para contener su enfado. A fin de cuentas fue ella la que se marchó, no él—. A mí me pareció que te fuiste con gran facilidad. De no ser por los problemas de papeleo que han surgido, habrías salido totalmente ilesa de la experiencia.
Paula se puso pálida al escuchar aquello.
—¿Ilesa? ¿De verdad crees que lo sucedido no me afectó? No tienes idea de cuánto he pensado en lo que hicimos, en el error que cometimos.
Pedro no pudo evitar sentirse confundido. Fue ella la que se fue, la que nunca llamó. ¿Por qué se había estado escondiendo si su brevísimo matrimonio le había afectado tanto?
—¿Qué te parece si nos esforzamos por dejar atrás de una vez este asunto? Durante las dos próximas semanas puedes considerarme simplemente tu compañero de piso.
Paula se quedó boquiabierta.
—¿De verdad esperas alojarte en mi casa?
—Claro que no —Pedro se fijó de nuevo en el colgante del llavero, un indicio de que Paula se había visto afectada por lo sucedido más de lo que quería admitir. Dejó que se relajara un momento antes de contestar—: Podría llamar al conductor para que nos lleve a mi suite junto a la playa.
—No sé cómo puedes tener tanto descaro —dijo Paula mientras metía la llave en la cerradura.
—Eso ha dolido. Prefiero pensar que estoy siendo considerado con las necesidades de mi esposa.
—Me muero por saber cómo has llegado a esa conclusión —Paula abrió la puerta y pasó al interior.
Pedro asumió que el hecho de que no dijera nada era una invitación a pasar. Victorioso, miró a su alrededor al entrar. Cuanto más conociera a Paula, más oportunidades tendría con ella. No pensaba quedarse por segunda vez en plena oscuridad. La casa era espaciosa, de techos altos, suelo de madera, paredes blancas y un mobiliario esencialmente cómodo y practico. Y, por supuesto, había libros por todas partes. Recordó que, en España, ella siempre llevaba un libro en su bolso, y que solía dedicarse a leer durante los descansos. Se quitó la chaqueta y la colgó en un perchero que había en la entrada.
—Bonita casa.
—Estoy segura de que no tiene el nivel de lujo al que estás acostumbrado, pero a mi me gusta.
—Es encantadora y lo sabes. No trates de retratarme como el «Tipo malo» sólo para que te resulte más fácil librarle de mí.
Paula lo miró un momento mientras dejaba las llaves en el aparador.
—Me parece justo.
Pedro solía pasar bastantes temporadas durmiendo en tiendas de campaña y caravanas durante los comienzos de sus proyectos de restauración, pero no pensaba dedicarse a dar excusas.
—¿Te gustaría contar con más lujos en tu vida?—preguntó mientras se fijaba en una foto en la que aparecían Delfina y su prometido—. Antes has dicho que estás muy ocupada con los planes de la boda. Si nos alojamos en mi suite no tendrás que cocinar ni limpiar y podrás disfrutar del balneario. No hay nada mejor que un buen masaje para librarse del estrés. Tu hermana, tú y las damas de honor podrían disponer del salón el día de la boda. Sería mi regalo a la novia, por supuesto.
Paula se quitó los zapatos de tacón y los dejó junto a la puerta que daba al jardín de la casa.
—No puedes comprarme más de lo que podría hacerlo mi padre.
Pedro también se quitó los zapatos y los dejó junto al perchero.
—Me educaron para creer que lo importante no es lo que cueste el regalo, sino lo que significa y lo necesario que sea.
—Eso está muy bien —Paula apoyó la cadera contra un taburete.
—En ese caso, haz el equipaje y ven a mi suite.
—No pienso irme.
—En ese caso, supongo que tendré que dormir en tu sofá.
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