—¿Estás segura de conocer los motivos de tu padre para mantenerse oculto?
Paula se puso rígida y lo miró con expresión iracunda.
—¿Qué tratas de lograr con todo esto?
Pedro esperaba aprender más cosas sobre Paula para seducirla, pero había acabado espantándola. Pero ya no podía echarse atrás.
—No tienes por qué seguirles el juego, Paula. Decide lo que quieres hacer en lugar de seguirles la corriente.
Paula apretó los puños.
—¿Por qué complicar las cosas? Y además, ¿Qué tiene esto que ver contigo?
Pedro hizo un esfuerzo por controlar su enfado.
—Soy el tipo que sigue casado contigo a causa de esas «Complicaciones». ¿Tanto te cuesta comprender que quiera arreglar las cosas?
—Puede que no haya nada que arreglar, y aunque lo hubiera, ¿Sabes lo que realmente quiero?
—En eso tienes razón —Pedro abrió expresivamente los brazos—. No tengo ni idea de lo que quieres de mí.
—Pues disponte a averiguarlo.
Sin previo aviso, Paula tomó el rostro de Pedro entre sus manos y lo besó en los labios. Él parpadeó, desconcertado… Tres segundos antes de estrecharla entre sus brazos para devolverle el beso. Cuando ella lo rodeó con los brazos por el cuello, decidió que había llegado el momento de llevar las cosas hasta donde se lo permitiera. No sabía si había tomado la peor o la mejor decisión de su vida. En cualquier caso, sabía que había hecho lo inevitable al besar a Pedro. Se habían encaminado hacia aquello desde el momento en que Pedro salió de la limusina la noche anterior. Presionó su cuerpo contra el de él a la vez que entreabría los labios para darle la bienvenida. Había olvidado lo bien que encajaban, lo cómoda que se sentía entre sus brazos. Deslizó los dedos por su cabeza, por las ondas de su maravilloso pelo. Se había lanzado a por él a causa de la frustración, pero, ahora que Pedrola estaba tocando, presionando su cuerpo contra el de ella, todo su enfado se esfumó. A pesar de todo, una parte de ella temía que él hubiera despertado algo en su interior al preocuparse lo suficiente como para formular las duras preguntas que otros evitaban. Se enfrentaba a las cosas que ella quería mantener ocultas. En cualquier caso, no quería discutir. Quería la misma conexión que recordaba del año anterior, y no quería luchar contra ella ni un segundo más.
—Sabes a manzanas.
—Es la vaselina…
—Ah… —Pedro sonrió contra sus labios—. Hoy llevas vaselina —deslizó la punta de la lengua por los labios de Paula y la introdujo lentamente en su boca.
Mientras el beso se volvía más y más intenso, Pedro la aprisionó contra el borde del escritorio, algo que Paula agradeció, porque no sabía cuánto tiempo más iban a sostenerle las piernas. Un instante después sintió que él la besaba en el cuello, en su lugar más sensible. El hecho de que lo hubiera recordado resultó incluso más excitante que sus caricias. Reprimió un gemido y apoyó la cabeza en su hombro.
—Tenemos que echar el freno. Estoy trabajando.
Pedro apoyó un dedo contra sus labios.
—Shhh. Estamos en la biblioteca. ¿Nunca lo has hecho en la biblioteca?
—Nunca.
—¿Y nunca has pillado a nadie haciéndolo? —preguntó Pedro mientras deslizaba las manos por los costados de Paula, cada vez más arriba, hasta detenerlas justo debajo de sus pechos.
—En un par de ocasiones —Paula los echó, como adulta responsable que era, pero en aquellos momentos no se sentía especialmente responsable.
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