martes, 8 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 19

 —Ya lo capto: Flirteas —Paula reprimió una risa—. ¿Quieres una visita guiada? —sacó un ejemplar de Historia de dos ciudades de la estantería junto a la que se encontraba—. ¿De una biblioteca?


—Quiero ver tu biblioteca. Tú viste mi lugar de trabajo en España. Ahora yo quiero ver el tuyo.


Paula se preguntó si Pedro estaría hablando en serio. ¿Necesitaría, como ella, algunos datos adicionales antes de dejar atrás su pasado? Posiblemente su flirteo no fuera más que una forma de ocultar la misma confusión que ella sentía. Y, probablemente, ella estaba pensando demasiado. ¿No decían los hombres que las cosas eran mucho más sencillas para ellos? Además, ¿Qué problema había en enseñarle la biblioteca? No se le ocurría un lugar más seguro en el que estar con él… Aunque tampoco quería verse sometida después a un interrogatorio por parte de sus compañeros de trabajo. Finalmente, Pedro tomó la iniciativa y abrió una puerta que daba a la zona de investigación.


—¿Qué te hizo elegir la especialidad de biblioteconomía?


Paula miró a su alrededor. Aquélla era una zona aislada y discreta. Podía hablar sin preocuparse por ser escuchada.


—Mi madre pasó mucho tiempo bajo vigilancia. Yo aprendí a ser discreta desde muy pequeña. Los libros eran…


—¿Tu forma de escape? —concluyó Pedro a la vez que señalaba a su alrededor.


—Mi forma de divertirme. Ahora son mi medio de vida.


—¿Y después de que tu madre se casara con tu padrastro? —Pedro apoyó una mano en la espalda de Paula, mientras giraban en un pasillo.


Paula siempre se había preguntado cómo era posible que su madre se hubiera enamorado de un rey, especialmente de un rey depuesto, con toda una serie de dramas rodeando su vida. Enrique Medina parecía la antítesis de su padrastro, un hombre con muchos defectos, pero que al menos había estado presente en su vida.


—Se llama Miguel Chaves—dijo, dejándose llevar por un impulso de lealtad.


—Sí, como se llame.


Paula no pudo reprimir una sonrisa. Su padrastro no era un mal tipo, aunque sí resultaba un tanto pretencioso y pedante… Y en el fondo sabía que quería a su hija biológica mucho más de lo que nunca la había querido a ella. Aún le dolía pensar en ello, pero no tanto como antes.


—Agradezco que defiendas mi causa, pero sé cuidar de mí misma.


—Nunca lo he dudado —respondió Pedro—. No sé cómo se nos ocurre a algunos tratar de defenderte.


Paula movió la cabeza. 


—Creía que querías que te diera una vuelta por la biblioteca.


—Podemos hablar a la vez.


Paula no estaba segura de poder caminar y comer chicle a la vez cuando estaba con aquel hombre. Sonrió tocadamente.


—Claro que podemos. Éste es mi despacho.


Abrió una puerta e hizo una seña para que Pedro pasara a una pequeña habitación abarrotada de libros. Paula dejó el clásico de Dickens que llevaba consigo  en el escritorio. La puerta se cerró con un ligero clic. Al volverse, sintió que Pedro ocupaba casi todo el espacio de su despacho. Tal vez se debía a que no había ventanas, o ni siquiera una mirilla en la puerta. No a que estuvieran solos. Completamente solos. 


Él no había planeado quedarse a solas en la biblioteca con ella. Sin embargo, allí estaban. Los dos solos, en la diminuta y aislada oficina de Paula. Miró a su alrededor en busca de alguna distracción, de algo de que hablar. La estantería en que se fijó estaba llena de libros sobre España y Portugal. Al parecer, Paula no sentía tanto desapego por sus raíces como trataba de hacerle ver. Deslizó el dedo por el tomo de un libro de poesía española. Paula hablaba el castellano con fluidez.


—¿Has conocido alguna vez a tu padre biológico en persona?


—Lo ví en una ocasión, cuando tenía siete años.


—Eso fue años después de que fuera visto por última vez —dijo Pedro mientras seguía inspeccionando los libros.


—No sé dónde fuimos a verlo. A mí me pareció un viaje muy largo, pero a esa edad todos los viajes te parecen largos.


—¿Recuerdas el medio de transporte en el que fuiste?


—Por supuesto.


Pedro no pudo contener una sonrisa.


—Pero no me lo vas a decir.


—Puede que no tenga una relación con mi padre, pero eso no significa que no me preocupe su seguridad o la de mis hermanos.


—Es cierto. Medina tiene tres hijos. ¿Los conoces?


—A dos de ellos.


—Debió ser una experiencia… Extraña. 

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