jueves, 10 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 22

Pedro situó su pierna entre las de ella, y el firme roce de su muslo envió destellos de placer irradiando por el cuerpo de Paula, y estaba claro que ella no era la única que estaba sintiendo los efectos de su abrazo. La rigidez de su erección era evidente contra su estómago. La deseaba. Allí. En aquel momento. Ella también lo deseaba… ¡Y al diablo con los problemas emocionales que pudieran surgir luego! ¿Acaso no había pensado aquella misma mañana en lo tentador que seria volver a encontrarse con él, sin matrimonio, sin ataduras? Aparte de por un mero papel, no estaban realmente casados. Sus vidas no tenían porqué enredarse más allá de aquellas dos semanas.


—Sigamos con esto en mi casa —dijo, lanzada—. O en tu hotel.


—No me gustaría meterte en líos en tu trabajo —dijo Pedro, y volvió a acallarla con sus besos a la vez que intensificaba los movimientos del muslo entre sus piernas.


Paula sintió un intenso y creciente placer. Anhelaba la liberación, pero se contuvo, nerviosa, y excitada a la vez ante la idea de perder el control. Hacía tanto, tanto tiempo… Todo un año sin sentir la clase de frenesí que tan sólo Pedro había sido capaz de despertar en ella. ¿Y si era el único hombre capaz de despertar su pasión de aquella manera? ¿Cómo sería pasar por la vida sin volver asentir nunca aquel nivel de placer, deseo y pura sensualidad? La calidez de su lengua, el recuerdo de su sabor, alentaron más y más su necesidad. Trató de arrimarse aún más a él. La tensión fue creciendo entre sus piernas. Pedro la presionó con más insistencia con su fuerte muslo, moviéndolo rítmicamente hasta que Paula comenzó a jadear… No podía contenerse… Pedro reprimió su gemido besándola profundamente. Ella arqueó la espalda mientras alcanzaba la liberación. Cada músculo de su interior se contrajo como para contener la sensación el máximo tiempo posible. Poco a poco, su cuerpo fue liberando la tensión. Se estremeció y él la estrechó contra su pecho. Afortunadamente no dijo nada. Paula se habría sentido terriblemente avergonzada, pero apenas podía pensar, y mucho menos hablar. Pedro la besó en la frente.


—Disfruta del resto de tu descanso y de tu sándwich. Pasaré a recogerte para cenar.


A continuación salió del despacho y cerró la puerta a sus espaldas. Paula se dejó caer en una silla y pasó una temblorosa mano por su pelo, por sus labios. No lamentaba su decisión, pero debía admitir que se había equivocado. Las cosas con Pedro nunca podrían ser fáciles. Acababa de tener el mejor orgasmo de su vida. ¡Y sólo la había besado! Sólo la había besado.



Cinco horas después, Pedro estacionó el Range Rover que había alquilado y permaneció sentado ante el volante. Había pasado por su hotel para ocuparse de algunas llamadas y asuntos relacionados con su trabajo. Pero sobre todo había pasado el rato buscando formas para que sus ocupaciones le permitieran estar el máximo tiempo posible con Paula. Sus hermanos se reirían de él si lo vieran en aquellas circunstancias, pero se negaba a perder la oportunidad de arreglar las cosas con ella. Con su aroma aún rodeándolo, sabía que no iba a renunciar. Tenía que poseerla. Su encuentro en la biblioteca había ido tal y como había planeado… Y sin embargo no había resultado como había imaginado. Nunca habría pensado que se sentiría tan afectado al ver cómo se había derretido Paula entre sus brazos. Aquello estaba yendo demasiado deprisa y, si no tenía cuidado, ella volvería a desaparecer. Afortunadamente había reservado mesa en un restaurante. No estaba seguro de poder soportar otra noche a solas con ella en su casa. Estaba a punto de salir del coche cuando sonó su móvil. Miró el número y comprobó que era su madre. Aún le asombraba que hubiera diplomáticos y políticos por todo el mundo que temían el férreo carácter de su madre. Ana Alfonso era una mujer fuerte, sin duda, pero también tenía un gran corazón. Pulso el botón para responder.


—Hola, mamá. ¿Qué tal?


—Sólo llamaba para saber cómo te iba —en el fondo se escuchó el sonido de un teclado. Sin duda, Ana estaba trabajando mientras hablaba. La madre de Pedro había elevado el concepto de la multitarea a niveles insospechados: embajadora, esposa y madre de cuatro hijos y tres hijastros. Toda una super mujer—. Estoy en Washington, asistiendo a unas reuniones de trabajo. Estaré de vuelta en Sudamérica antes de que llegues a Perú con tu nuevo proyecto. Estoy deseando vivir cerca de mi hijo pequeño, aunque sólo sea una pequeña temporada.


—Yo también —los Alfonso pasaban mucho tiempo viajando a causa de sus trabajos, de manera que las visitas familiares estaban especialmente valoradas entre ellos—. ¿Tienes alguna información sobre el rey depuesto de San Rinaldo?


Ana dudó un momento antes de contestar.


—¿Por qué lo preguntas?


—Corren rumores de que está en Argentina —dijo Pedro. 


Casualmente, su madre era embajadora en un pequeño país vecino.


—Eso se rumorea.


Pedro sabía que su madre nunca rompería las normas de seguridad, pero si pudiera darle alguna pista…


—¿Oficial, o extraoficialmente? 

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