martes, 8 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 18

 —¿Te limitas a dejar el dinero quieto?


—No, claro que no. Lo invierto. Espero dejar más a mis hijos.


Paula apartó la mirada y dejó su taza en la mesa.


—¿Quieres tener hijos?


—Claro que sí. Por lo menos media docena.


Paula se puso en pie bruscamente, dió un paso atrás y estuvo a punto de tropezar. Se sujetó al respaldo de una silla para mantener el equilibrio.


—Tengo que terminar de prepararme para ir al trabajo.


¿Qué había hecho que reaccionara así? Pedro creía estar dando pasos adelante y de repente ella estaba mirando su reloj y recogiendo su bolso. ¿Estaría yendo demasiado deprisa? Pero no era de los que admitía fácilmente la derrota. Sólo tenía que ser paciente y seguir poco a poco, ladrillo a ladrillo. Observó a Paula mientras se encaminaba hacia la puerta. Y cuando se volvió para despedirse se dió cuenta. Se había puesto vaselina en los labios. Pensó en la tarde anterior. Estaba preciosa en el muelle junto al agua, con aquel vestido y el pelo suelto. Llevara lo que llevase, poseía un estilo y una elegancia naturales que proclamaban su belleza intemporal. Y estaba seguro de que no llevaba maquillaje, como tampoco lo llevaba en Madrid. Sin embargo, por algún motivo, aquella mañana había decidido que sus labios brillaran. Era un detalle intrascendente, sin duda, pero sentía curiosidad por cada detalle que rodeaba a la mujer con la que se había casado. Ese día habían hecho un buen comienzo para llegar a conocerse mejor. Aunque sobre todo habían hablado de él. Al pensar en ello, llegó a la conclusión de que apenas sabía nada sobre el trabajo de Paula. Si quería acercarse a ella, tal vez debería averiguar algo más sobre el lugar en que trabajaba. 


Paula subió a lo alto de la escalera rodante para dejar en las estanterías dos copias de La letra escarlata. Normalmente el trabajo solía calmarla, pero aquel día no parecía ser así. Sin duda, la culpa la tenía su marido. La repentina presencia de Pedro en su vida resultaba inquietante a muchos niveles. Se había puesto en contacto con su abogado y, al parecer, Pedro tenía razón. El proceso de divorcio no había salido adelante. Su abogado acababa de recibir los papeles aquella mañana, aunque aseguraba no tener idea de cómo había dado Pedro con sus orígenes Medina. Planeaba acudir directamente al padre y los hermanos de Paula para advertirlos de lo sucedido. Ella alineó los libros y empezó a bajar la escalera. Cuando sintió que una mano la sujetaba por la pantorrilla tuvo que agarrarse a un lateral para no caer hacia atrás. Bajó la mirada…


—Pedro… —susurró—… ¡Me has dado un susto de muerte!


—Lo siento. No quería que te cayeras —dijo Pedro, que no retiró la mano de su pantorrilla.


Paula siguió bajando y la mano de Pedro fue subiendo. El corazón de ella latió más rápido mientras se preguntaba cuánto tiempo seguiría jugando a aquello. Bajó otro escalón. Él retiró la mano. Ella terminó de bajar la escalera.


—¿Qué haces aquí?


—He venido a rescatarte, a menos que tengas algo que hacer respecto a los planes de boda de tu hermana. Si no es el caso, he venido a invitarte a comer.


¿Una cita para comer? Aquello sonaba divertido, y más que un poco impulsivamente romántico. Y también imprudente… Al menos si quería mantener el equilibrio mientras averiguaba qué hacía ponerse en marcha a Pedro Alfonso.


—Ya he comprado un sándwich camino del trabajo.


—En ese caso, en otra ocasión será —Pedro miró por encima del hombro de Paula y luego por encima del suyo—. ¿Te importa si doy una vuelta por la biblioteca antes de irme?


Paula sintió que se le secaba la boca ante la idea de pasar más tiempo con él.


—Es una biblioteca pública y está abierta a todo el mundo.


—Esperaba contar con mi guía personal —dijo Pedro con una sonrisa—. Siento debilidad por las bibliotecarias morenas y sexys que llevan el pelo sujeto en una coleta. Y si además tiene unos exóticos ojos marrones… 

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